El 47, película estrenada este mes de septiembre, narra de manera vibrante y conmovedora la historia de Torre Baró, un barrio de Barcelona construido con las propias manos de miles de inmigrantes extremeños y andaluces que huyeron de la represión franquista entre los años 50 y 60.

La película, ambientada en 1978, se centra en la historia de Manolo Vital (Eduard Fernández), un conductor de autobús de Transportes Metropolitanos de Barcelona y vecino de Torre Baró. Hartos de vivir aislados y abandonados “como ratas” y bajo el lema de “Torre Baró es Barcelona”, los vecinos reivindican condiciones básicas de vida: no tienen agua caliente, sufren cortes de luz, la profesora tiene que dar clase en un autobús abandonado, los camiones no suben las empinadas calles del barrio debido a que estas no están asfaltadas, el analfabetismo golpea especialmente a las mujeres, etc. La situación de Torre Baró y del 47 no eran casos aislados, sino las condiciones de centenares de barriadas obreras, como El Carmel y la playa del Somorrostro, que sufrieron el abandono institucional y que lucharon por su dignificación.

Manolo Vital reivindica una línea de autobús para el barrio de Torre Baró. Después de muchas evasivas por parte de la burocracia institucional, decide que él mismo va a llevar un autobús hasta su barrio para demostrar que sí que se puede conducir por esos caminos. En una emocionante escena, el autobús recorre las calles del barrio, mientras vemos unos eufóricos vecinos y vecinas que ven cómo una acción tan simple puede suponer una auténtica victoria para sus condiciones de vida. Y así fue, basada en una historia real, esta película nos narra cómo a partir de este secuestro de un autobús, se instaló una línea que pasase por Torre Baró.

A través de un llamamiento a la acción colectiva, a la creación de las Asociaciones de Vecinos y a la unión de los oprimidos y oprimidas, la película retrata las penurias que sufrieron los y las inmigrantes en Catalunya para conseguir un barrio y una vivienda digna, además de hacer un llamamiento a la necesidad de unos servicios públicos, de la educación, de la sanidad, de agua caliente, uniéndolo de manera instintiva con la defensa de la lengua catalana.

Esta película, dirigida por Marcel Barrena, se contextualiza en la transición española, y lo hace posicionándose y mostrando la farsa de la misma en multitud de ocasiones. Recalca que los policías armados del régimen franquista que echaban abajo las chabolas de los vecinos de Torre Baró en los años 60 son los mismos guardias civiles que detienen a los y las trabajadoras por reivindicar condiciones de vida dignas veinte años después, en 1978, bajo la supuesta democracia.

Frente a la historia oficial, la que siempre nos quiere hacer creer la burguesía española, esta película pone sobre la mesa el pasado y la herencia franquista de las instituciones del actual régimen del 78. Las banderas con el aguilucho en las escenas del Ayuntamiento de Barcelona, que se mantienen tras la muerte de Franco, y la actitud clasista y burócrata del encargado de transportes de esta misma institución no son ninguna licencia cinematográfica, sino el reflejo del carácter reaccionario del sistema.

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El 47 es una película que ningún revolucionario y revolucionaria debe perderse, un grito de solidaridad obrera, un grito a la defensa de nuestra dignidad como clase. 

La película se enmarca en una época en la que el Estado español se encontraba en una situación prerrevolucionaria. La clase trabajadora española había protagonizado huelgas tan importantes como la de los trabajadores de la Roca, en la comarca del Baix Llobregat, la de los obreros metalúrgicos de Madrid, las minas asturianas o la del año 1976 en Vitoria, pero, al mismo tiempo, los dirigentes de los principales partidos y sindicatos obreros no estuvieron a la altura de las circunstancias.

El 47 muestra este hecho de manera ejemplar a través de la figura del representante sindical de la empresa de autobuses en la que trabaja el protagonista. Cuando los trabajadores y compañeros de Manolo quieren “liarla” y exigir mejores condiciones laborales, contagiados por el ambiente de lucha y combativo en el que se encontraba la clase trabajadora en su conjunto, el representante sindical llama a la calma y explicar que “ahora no es el momento de reivindicar nada”. Este personaje representa uno de los muchísimos casos en los que las principales direcciones de la burocracia sindical, presas del reformismo, le dieron la espalda a la clase trabajadora cuando estaba dispuesta a derrocar no solo al incipiente régimen del 78 sino también al sistema capitalista.

Lo que tenemos la clase trabajadora hoy, derechos laborales, educación, sanidad, vivienda… y que se encuentra bajo ataque, es fruto de luchas como la de Manolo Vital y la de todos los vecinos y vecinas del barrio de Torre Baró, porque a nosotros no nos han regalado nada. Hemos tenido que batallar y sacrificar mucho por conseguir una vida digna de ser vivida y así lo demuestra El 47. Una película que rescata un maravilloso retazo de la memoria histórica de nuestra clase, un legado de combate para las jóvenes generaciones que, en pantalla, recoge la hija de Manolo Vital y su valiente y sentido canto del clásico Gallo rojo, gallo negro.

Cuando la situación de la lucha de clases está marcada por un auge de las fuerzas de extrema derecha, hay que reivindicar las conclusiones y enseñanzas de experiencias como esta. Solo a través de la acción directa y de la organización consciente de la clase trabajadora y la juventud luchando por echar abajo el sistema capitalista podremos terminar con todas sus lacras sociales y combatir al fascismo.

El 47 es una película que ningún revolucionario y revolucionaria debe perderse, un grito de solidaridad obrera, un grito a la defensa de nuestra dignidad como clase.  

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