Ocho personas, siete de ellas mujeres y seis de origen asiático, fueron asesinadas a tiros el 16 de marzo en Atlanta (Georgia) a manos de Robert Aaron Long. Este individuo, un supremacista blanco ultracatólico de 21 años que en su perfil de Instagram se define como un amante de las armas, la familia y Dios, tras ser detenido por la policía, declaró que tenía un “problema de adicción al sexo” y que “quería eliminar la tentación”.
Por si estas declaraciones no fueran lo suficientemente repugnantes, el capitán Jay Baker de la Policía del Condado de Cherokee, el mismo día de los asesinatos en una rueda de prensa, dijo que Long “tuvo un mal día y esto fue lo que hizo”. Horas más tarde, la CNN publicaba una foto del agente vistiendo una camiseta con un mensaje racista contra la población china culpándolos por el surgimiento del coronavirus.
La matanza, que tuvo lugar en unos salones de masaje, y la actitud de la policía —tratando como víctima al verdugo— han desencadenado una nueva ola de indignación. En distintos puntos de Estados Unidos se han convocado concentraciones de vigilia y movilizaciones para denunciar el racismo y la xenofobia contra la comunidad asiática.
Donald Trump señala al “virus chino” y los fascistas aprietan el gatillo
En EEUU viven más de 13 millones de asiáticos (el 4,4% de la población total) y, según datos de la Oficina del Censo de los Estados Unidos de 2018, en los últimos siete años, el 41% de las personas que llegan al país procede del continente asiático.
El 18 de marzo de 2020, cuando la Covid-19 ya era una realidad inapelable en todo el mundo, el entonces presidente Donald Trump, en una comparecencia desde la Casa Blanca, minimizaba la pandemia sanitaria alegando que “nunca sería una amenaza para los Estados Unidos” y se refería a la enfermedad como el “virus chino”, “gripe china” o “Kung Flu”.
Tras una gestión absolutamente criminal que suma ya 543.000 muertos por Covid mientras se han regalado miles de millones de dólares al gran capital, Trump ha seguido señalando a China como la culpable de todos los males, llegando a sugerir que la expansión del virus más allá de Wuhan no fue accidental. Lo “antichino” ha sido grabado a fuego en su bandera del Make America Great Again, una bandera que lleva inscrita en letras mayúsculas el racismo, el supremacismo blanco y la opresión de raza, y que el magnate no ha dejado de agitar entre su base social —donde también se encuentran sectores importantes de la policía y el ejército—.
Esto es lo que explica parte del escalofriante ascenso de la violencia, los ataques y persecuciones contra los asiáticos. En el último año, según datos oficiales que ha recopilado el Centro para el Estudio de Odio y Extremismo de la Universidad de California, los crímenes de odio contra esta comunidad se han disparado un 150% en las 16 ciudades más grandes de Estados Unidos. Stop AAPI Hate también ha informado que desde marzo de 2020 se han registrado más de 3.800 incidentes de acoso verbal, violaciones de derechos civiles y agresiones físicas —el 68% de estos dirigidos contra mujeres—. Un dato que aun así no revela el cien por cien de la realidad, ya que el 40% de los crímenes de odio contra la población asiática no se denuncian.
Este aumento de los ataques de grupos de extrema derecha ha provocado que incluso Naciones Unidas tuviera que emitir un informe en el que detallaba “un nivel alarmante de violencia por motivos raciales y otros incidentes de odio contra los estadounidenses de origen asiático”. El reciente tiroteo en Atlanta ha sido el caso más impactante y devastador, pero ha habido muchos otros que también han dejado víctimas por el camino. Un anciano tailandés que murió tras recibir una paliza en Oakland, una mujer china de 89 años que fue quemada viva en Brooklyn, un filipino-estadounidense de 61 años que fue atacado con un cúter en la cara en el metro de Nueva York, pintadas de “dejad de comer perros y gatos” en restaurantes asiáticos…
Movilizaciones bajo la consigna ‘No somos un virus’ y patrullas ciudadanas
Los días 18, 21 y 22 de marzo se celebraron cientos de manifestaciones por todo Estados Unidos. Muchas de ellas convocadas inicialmente como vigilias se transformaron en marchas que agruparon a miles y miles de personas. Frente al Capitolio del Estado de Georgia, en Nueva York, en Seattle, en ciudades de California como San Francisco, San José o Alhambra, en Minneapolis, en Pittsburg y Oakland, asiáticos, negros, latinos y blancos, jóvenes y personas mayores, han salido a las calles para que se haga justicia y para exigir el fin de los asesinatos y ataques racistas.
Por las redes sociales han circulado multitud de fotos y vídeos donde se leen pancartas como “el racismo es el auténtico virus”, “basta de supremacía blanca”, “basta de odio contra los asiáticos” o “No vamos a callar más”.
La respuesta de la Administración Biden-Harris al ataque y a las protestas fue ordenar que se ondearan banderas a media asta en la Casa Blanca y en otros edificios públicos como muestra de respeto por las víctimas e intensificar las patrullas policiales en áreas tradicionalmente asiáticas como Chinatown o Flushing en New York City. Es decir, militarizar estos barrios enviando a centenares de policías. Agentes que en muchas ocasiones son seguidores de Trump y comparten su ideología de ultraderecha, quienes ejercen la violencia y la brutalidad contra los negros, asiáticos y latinos de forma sistemática —contando con una enorme impunidad— o quienes, sin ir más lejos, se hacían fotos con los asaltantes del Capitolio.
Los propios vecinos están denunciando que no quieren que sus barrios se conviertan en estados policiales sino soluciones efectivas para acabar con el racismo y que todos aquellos supremacistas fascistas que golpean y atacan a la comunidad asiática tengan condenas judiciales ejemplares. En algunas de estas localidades incluso se están organizando patrullas populares y ciudadanas, donde voluntarios y voluntarias recorren las calles repartiendo octavillas sobre cómo denunciar legalmente una agresión.
La amenaza del trumpismo no desaparece. Joe Biden y su Made in America
Como ya señalamos en otros materiales, se ha demostrado que el trumpismo no se iría cuando Donald Trump abandonara la Casa Blanca. Y no nos referimos sólo al ejército reaccionario que se ha agrupado bajo su figura, sino también a cómo dentro del Partido Republicano sus ideas siguen más vivas que nunca. Sólo hay que escuchar las declaraciones del legislador republicano por Texas, Chip Roy, en una comisión judicial de la cámara baja dedicada al racismo antiasiático: “Los malos de verdad son el Partido Comunista Chino”.
A pesar del barniz de multiculturalidad otorgado al nuevo Ejecutivo y otros gestos propagandísticos de Joe Biden, como reunirse con los familiares de las víctimas de Atlanta, la realidad es que el nuevo presidente ha dejado claro que no llevará a cabo ninguna depuración ni desfinanciación de la policía racista ni tocará un pelo a las bandas de extrema derecha que campan a sus anchas protegidos por el aparato del Estado. Tampoco mejorará las condiciones de vida de los trabajadores y jóvenes afroamericanos, latinos o asiáticos, quienes nutren las plantillas de restaurantes, salones de belleza o servicios de limpieza por salarios de miseria, o de quienes, en su gran mayoría mujeres asiáticas pobres, son víctimas de la trata y la esclavitud sexual. En esta línea de política migratoria, hace pocos días se divulgaron fotografías tomadas en un centro de detención de la Patrulla Fronteriza donde se ve a menores migrantes en condiciones inhumanas.[1]
En el terreno de la guerra comercial con China también todo sigue igual: Biden continúa alentando el nacionalismo económico para desviar la atención de los graves problemas domésticos que acumula. La campaña por presentar al demócrata como ejemplo de la moderación no puede ocultar que su Made in America se diferencia en poco o en nada del America First de Trump. Él mismo lo dejaba claro en noviembre de 2020: “Estados Unidos ha vuelto y está listo para liderar el mundo”.
Esta realidad se ha hecho visible en la cumbre entre EEUU y China celebrada recientemente en Anchorage (Alaska), la primera desde la toma de posesión de Biden. Todos los medios de comunicación recogían la “alta tensión” vivida durante el encuentro entre los máximos responsables de política exterior y de seguridad de las dos potencias imperialistas. EEUU acusó a Beijing de organizar “ciberataques”, de “violar los derechos humanos” y de “coaccionar económicamente a nuestros aliados”. En respuesta, Wang Yi señaló que “es importante que Estados Unidos deje de promover su democracia en el resto del mundo” porque “mucha gente [refiriéndose al movimiento Black Lives Matter] no tiene confianza en la democracia” del país americano; para acabar diciendo: “¿es así como quieren negociar?”.
Las tendencias al patriotismo americano y la pugna interimperialista se seguirán fortaleciendo bajo el mandato de Biden y, mientras gobierna para los oligarcas, monopolios y representantes de Wall Street, la clase trabajadora norteamericana, tanto blanca como negra o asiática, será sometida a una explotación todavía mayor para lograr “competitividad” frente a China.
Contra el racismo y el fascismo: levantar un partido de los trabajadores y la juventud
La experiencia ha demostrado que el Partido Demócrata ni ha sido ni será la herramienta que la clase obrera y la juventud norteamericana necesitan para derrotar los recortes sociales, el racismo o la violencia policial. Con el programa que defiende Biden, capitalista a más no poder, es imposible detener al trumpismo y sus bandas de reaccionarios que tirotean sin pudor contra quienes consideran los “enemigos”.
Millones de jóvenes, trabajadores, desempleados, jubilados… votaron a Biden para echar de una vez por todas a Trump. Pero su legislatura no será un camino de rosas ni tiene ningún cheque en blanco. Estos episodios, como las protestas contra el racismo antiasiático de estos últimos días, o las huelgas de los trabajadores de Amazon en Queens, Staten Island, Detroit o Alabama, son pequeñas advertencias de que nuevos combates y levantamientos están por llegar más pronto que tarde.
La experiencia de Black Lives Matter y la lucha de clases que ha golpeado el corazón del imperialismo yanqui estos últimos años, no ha pasado en vano. Los millones que han participado en las marchas, que han desafiado toques de queda y que han señalado al capitalismo como responsable de la barbarie y la pobreza crecientes se volverán a colocar en primera línea de batalla.
Para vencer y conquistar todas las reivindicaciones, los oprimidos deben levantar un partido por y para los trabajadores con un programa socialista. Sólo construyendo una alternativa revolucionaria se podrán solucionar los problemas reales de las masas y terminar con el racismo sistémico.
[1] Niños migrantes: las impactantes primeras imágenes de los centros de detención de menores en EEUU durante el gobierno de Biden: "Niños migrantes: las impactantes primeras imágenes de los centros de detención de menores en EE.UU. durante el gobierno de Biden"