“Sobre el muelle del paseo marítimo de Lesbos, cinco niños afganos caminan juntos de la mano. Apenas superan los ocho años, tres de ellos van descalzos y la chica mayor cubre sus pies con una bolsa de plástico… En 2015, cerca de 26.000 menores entraron solos en Europa… Las organizaciones humanitarias denuncian desde hace días la intención de la Unión Europea de criminalizar la asistencia a los refugiados”.
(El Confidencial, 1 de febrero de 2016)

“La Cámara de Comercio de la Unión Europea invitó a China a atajar su excesiva producción industrial porque está provocando un exceso de bienes que amenaza con desestabilizar la economía mundial”.
(Wall Street Journal, 22 de febrero de 2016)

Hace cien años, en un mundo conmocionado por la destrucción de la Primera Guerra Mundial, Lenin escribió El imperialismo, fase superior del capitalismo. Hoy, el análisis contenido en esta obra nos permite comprender cómo es posible que la gigantesca capacidad de producir bienes desarrollada por la industria y la tecnología más avanzada que ha conocido la humanidad, se haya convertido en la causa de la destrucción masiva de fuerzas productivas, de las privaciones de millones, del desempleo crónico, la austeridad y los recortes, por no hablar de las guerras que han sumido en la barbarie a millones de personas a lo largo y ancho del planeta.

Igual que hace cien años, la sociedad capitalista está dislocada porque la base material que la sustenta se resquebraja. Cuando las perspectivas de un nuevo hundimiento de la economía mundial se hacen cada día más evidentes, es necesario volver la vista hacia los fundamentos teóricos del marxismo revolucionario y valorar sobriamente si siguen siendo válidos.

Colapso del estalinismo y acumulación de capital

Lenin señaló la profunda transformación que el capitalismo había sufrido en la primera década del siglo XX, y la posibilidad de diferenciar entre un “capitalismo viejo”, caracterizado por la exportación de mercancías, y otro “moderno”, definido por la exportación de capital. Este cambio profundo era la consecuencia inevitable de un gigantesco proceso de “acumulación de capital” que a su vez provocaba un “enorme excedente” en los países avanzados. Lenin afirmó entonces que la necesidad de exportar capital respondía al hecho de que en unos pocos países, el capitalismo estaba ya “demasiado maduro” y el capital no podía encontrar campos para la inversión “rentable” dentro de sus fronteras nacionales.

Hace poco menos de tres décadas, el colapso del estalinismo abrió las puertas a la restauración capitalista en la URSS, en Europa del Este y en China. A partir de entonces un flujo de capitales excedentes de las grandes metrópolis occidentales inundaron esos países, especialmente China, lo que permitió el desarrollo de nuevas fuerzas productivas y la incorporación de cientos de millones de trabajadores al mercado mundial. El boom de la economía capitalista de finales de los años ochenta y durante la década de los noventa se explica, entre otros factores, por este hecho.

China era un país eminentemente agrario y su peso económico modesto: sus exportaciones sólo representaban en 1980 el 1% del total mundial. Pero la situación se transformó drásticamente. Cientos de miles de millones de dólares de Inversión Extranjera Directa (IED) afluyeron al dragón chino para convertirlo en la fábrica del mundo. En tan solo 15 años, de 2000 a 2015, China pasó de producir el 3% del acero mundial al 50%. Según datos de International Cement Review, solo entre 2011 y 2013, el gigante asiático usó más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX. Alrededor de 200 millones de campesinos emigraron a las ciudades en tres décadas, de tal manera que el porcentaje de población urbana pasó del 23% al 54%.

Crecimiento Economía china
"China era un país eminentemente agrario y su peso económico modesto (...) Pero la situación se transformó drásticamente."

La demanda voraz de la industrialización china catapultó a los países exportadores de materias primas, y permitió a los grandes monopolios occidentales invertir con extraordinarios beneficios. Cuando la crisis arreció en el resto del mundo, los llamados países emergentes, con China a la cabeza, se convirtieron de nuevo en una válvula de escape, aliviando la ausencia de campos de inversión rentable que padecían las grandes potencias imperialistas. Según el FMI, entre 2010 y 2015, China aportó el 35% del aumento del PIB mundial.

De todo ello se deduce la gran trascendencia del colapso bursátil en China el pasado verano, que va mucho más allá de la pérdida de cinco billones de dólares en las bolsas mundiales en tan sólo cinco semanas. El estallido de la burbuja china no sólo es consecuencia de indiscutibles excesos especulativos, refleja muchas más cosas, especialmente la fuerte caída de la actividad manufacturera. En definitiva, las medidas keynesianas adoptadas por el régimen chino (los planes de inversión estatal para sostener la demanda) no han evitado que la sobreproducción se extienda en el conjunto del tejido industrial, demoliendo de paso las ensoñaciones teóricas sobre el supuesto “socialismo de mercado”.

China también exporta capitales

El capitalismo chino ha tenido un desarrollo vertiginoso en todos los terrenos, también en el sentido de completar en un espacio de tiempo muy corto, excepcionalmente corto, el camino a esa madurez a la que hacía referencia Lenin. Los buenos viejos tiempos, en los que China invertía cerca del 50% de su PIB en la industria, forman parte del pasado. ¿Para qué seguir invirtiendo en producir más cemento cuando se calcula que hay más de 700 millones de metros cuadrados construidos, suficientes para alojar a 22 millones de personas pero que se mantienen deshabitados? ¿Qué sentido tiene desarrollar la siderurgia en un momento en que este país concentra casi la mitad de la sobreproducción mundial de acero?

La dialéctica de este avance colosal explica que sus fortalezas de ayer sean también la causa de sus debilidades actuales. Es el caso del sector del acero, que hasta hace muy poco se presentaba como un ejemplo de músculo industrial, pero a la que el propio régimen adjudica una sobreproducción de 150.000 millones de toneladas anuales. Para corregir una situación insostenible desde la lógica capitalista en que se mueven los dirigentes chinos, ya se ha anunciado oficialmente el despido de 1.800.000 trabajadores de la siderurgia y el carbón; es decir, se está declarando la guerra a los batallones pesados del movimiento obrero.

Pero las cosas no serán tan sencillas. Los capitalistas chinos y la dirección burguesa del mal llamado “Partido Comunista” son perfectamente conscientes del peligro de un estallido social de consecuencias incalculables; por eso están decididos a evitarlo exportando su crisis de sobreproducción. En el sector del acero la receta empleada es bien conocida: vender en el mercado mundial a precios dumping —por debajo de los costes de producción— y entre un 30 y un 50% inferiores al ofrecido por grandes multinacionales como Acerinox o Arcelor Mittal. Los efectos de estas medidas son evidentes: una lucha sin cuartel por el mercado (las exportaciones de acero chino a América Latina se incrementaron en más de un 30% el pasado año), guerra de precios y nuevas reconversiones que acarrearán miles de despidos en la siderurgia mundial. Tan sólo en Europa se han destruido 85.000 empleos en el sector desde 2008; cabe preguntarse qué cifra se alcanzará en los próximos años.

En su pormenorizado estudio sobre la fase imperialista del capitalismo, Lenin plantea una idea sugerente y de gran trascendencia: “Sería un error creer que esta tendencia a la decadencia excluye el rápido crecimiento del capitalismo. No; en la época del imperialismo, ciertas ramas industriales, ciertas capas de la burguesía y ciertos países manifiestan, en mayor o menor grado, una u otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que su desigualdad se manifiesta particularmente en la decadencia de los países más ricos en capital...”. Efectivamente, el desarrollo exuberante del capitalismo en China indica también la decadencia de las grandes potencias que en el pasado ejercían una hegemonía sin discusión.

Entre 2005 y 2014 la inversión de capital chino (IED) en el exterior prácticamente se ha multiplicado por 10, pasando de 12.600 millones de dólares a 116.0001. Además, el radio de acción de la inversión china no hace más que extenderse. La voracidad del capitalismo chino por hacerse con una cuota del mercado mundial está adquiriendo tal envergadura que América Latina, el continente africano y buena parte de Asia no bastan para apaciguarla. El avance en Europa es ya una realidad: las inversiones chinas superan los 40.000 millones de euros y afectan a 2.000 empresas. También se han producido sustanciales inversiones en Canadá, Australia o EEUU2.

En resumen, si en 2010 China superó a Alemania como primer exportador mundial de mercancías, en 2015 lo hizo como exportador neto de capital. El año pasado también, por primera vez desde que se inició la restauración capitalista, el volumen de inversiones directas de capital que entraron en China fueron iguales a las que China realizó en el resto del mundo. Estas cifras nos indican dos cosas: que el dragón asiático sufre ya, al igual que el anciano capitalismo europeo y estadounidense, la vieja enfermedad de una sobreacumulación de capital que no encuentra campos de inversión rentable dentro de sus fronteras nacionales; y por otro lado, que la lucha imperialista entablada entre EEUU y China por el control del mundo marcará las perspectivas futuras del capitalismo y de las relaciones internacionales.

USA vs China
"La lucha imperialista entablada entre EEUU y China por el control del mundo marcará las perspectivas futuras del capitalismo"

Desnudando la dictadura del capital financiero

Todos los datos nos inclinan a pensar que la economía mundial se precipita hacia una nueva fase descendente en esta larga recesión, en la que la destrucción de fuerzas productivas y el desempleo se recrudecerán. El sistema, lejos de recuperar el equilibrio, se dirige hacia nuevas convulsiones. Y todos estos procesos económicos seguirán teniendo una inevitable traducción en el terreno político. Junto al ascenso de la lucha de clases, en paralelo a la rebelión de la población contra esta situación asfixiante, se recrudecerán los rasgos más autoritarios e inhumanos del capitalismo.

Como explica Lenin en su libro, una de las características más llamativas de esta fase de decadencia imperialista es el reforzamiento de la dictadura del capital financiero: “El capital financiero es una fuerza tan considerable, puede decirse tan decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de someter y realmente somete, incluso a los Estados que disfrutan de la más completa independencia política”. A pesar de los ríos de tinta que han corrido para sepultar la teoría marxista, a pesar de la proclamada derrota del comunismo y el socialismo, esta idea de Lenin es hoy más verdad que cuando se escribió. Tan es así, que el propio desarrollo de la crisis ha acrecentado la concentración del capital en un número de manos cada vez más reducido, una élite controlada a su vez por los grandes fondos de inversión y la gran banca mundial. Veamos algunos datos.

En 2015 se batió el récord histórico de fusiones de grandes empresas, en concreto se cerraron acuerdos por valor de 4,2 billones de dólares. El presente año no le va a la zaga, con nuevas operaciones que alumbrarán auténticos gigantes. Tal es el caso de las negociaciones entre AB Inbev y Sab Mill, cuyo objetivo es controlar una de cada tres cervezas que se venden en el mundo. O, en un ámbito tan estratégico como el farmacéutico, el posible acuerdo entre Pfizer y Allergan, para dar a luz la empresa más grande del sector. También tenemos el intento de fusión entre Marriot y Starwood Hoteles, que posibilitaría un conglomerado de 5.500 hoteles con 1.100.000 habitaciones.

Estas megaempresas concentran un poder económico apabullante. Por ejemplo, General Electric Company, la multinacional de origen estadounidense metida en el negocio de la energía, agua, transporte, salud, financiación e información, está presente en más de 100 países y cuenta con más de 300.000 empleados. El control monopolista del mercado mundial es inapelable; tras la aparente “variedad” de oferta que inunda el mercado, realmente solo tenemos la posibilidad de “elegir” entre lo que imponen un puñado de multinacionales. Coca-Cola controla 400 marcas de bebidas y productos alimenticios de diferente gama en 200 países; Unilever, que surte un mercado muy amplio de productos de consumo, es dueña de otras 400 marcas; igual se puede decir de Procter and Gamble, presente en 160 países con 300 marcas, y así hasta completar el mosaico de mercancías que consume la humanidad.

Pero el verdadero poder, con capacidad de decidir sobre el destino de países y poblaciones enteras, se concentra en el capital financiero. En este caso, todas las ideas que Lenin desarrolla en su obra han sido confirmadas por una realidad que ha ido incluso mucho más allá de lo que podía observar en su momento. Baste unos ejemplos para reafirmarnos. En la prensa del pasado mes de marzo podíamos leer que Francisco González, presidente del BBVA, durante la inauguración de un edificio de su filial en Ciudad de México, hacía gala de una gran capacidad de convocatoria: Desde el presidente Enrique Peña Nieto, el gobernador del Banco Central, Agustín Carstens, pasando por el ministro de Hacienda, Luis Videgaray, y el alcalde la ciudad, Miguel Ángel Mancera, así como los grandes tiburones del capitalismo mexicano, estaban presentes en la reunión.3 Lenin tiene razón, el capital financiero es capaz de someter, y realmente somete. ¿Quién puede resistirse? La entidad bancaria francesa BNP Paribás, uno de los bancos más grandes del mundo, en 2015 controlaba unos recursos valorados en 2,4 billones de dólares, es decir, el equivalente al PIB íntegro francés de ese mismo año. El Banco de Santander contaba el 31 de diciembre de 2015 con activos que superaban 1,34 billones de euros, superando ampliamente todo el PIB español.

Capital Financiero
"Pero el verdadero poder, con capacidad de decidir sobre el destino de países y poblaciones enteras, se concentra en el capital financiero"

Al calor de estos datos es fácil comprender por qué los gobiernos rescatan bancos y no personas, por qué ningún parlamento, por más democrático que se proclame, se está resistiendo a los dictados que llegan desde los consejos de administración de la grandes entidades financieras, los fondos de inversión y los grandes monopolios. No nos sorprende tampoco que estos elegantes señores, a pesar de defraudar a hacienda, de estafar a pensionistas o comprar y corromper políticos por doquier, no acaben con sus huesos en la cárcel. Tienen mucho poder, un poder casi irresistible. Pero sí hay una fuerza capaz de detenerlos, e incluso, como la experiencia histórica ha demostrado, de derrotarlos: la clase obrera enarbolando la bandera la revolución socialista.

1. La prensa ha publicado recientemente que en los primeros meses de 2016 se ha situado en más de 60.000 millones de dólares.
2. Tal es el caso de los 15.100 millones de dólares en la empresa del sector energético canadiense Nexen, de los 12.800 millones de dólares en la australiana Rio Tinto o los 7.100 millones de dólares en la estadounidense Smithfield Foods del sector agrícola.
3. El País, 6 de marzo de 2016, ‘Las empresas españolas ejercen la diplomacia en Latinoamérica’.

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