En las últimas semanas la prensa ha puesto en el foco la presencia de cientos de personas sin techo en el aeropuerto de Barajas en Madrid, que acuden allí diariamente en busca de un lugar seguro donde pernoctar y refugiarse del frío. En este espacio encuentran cosas tan básicas como acceso a baños para asearse y tener agua corriente. Pero, como ha quedado muy claro en estas semanas, la pobreza y la marginalidad casan muy mal con el discurso de extrema derecha de Ayuso y con el “todo va fenomenal” del Gobierno central.

El perfil de estas personas desatendidas es muy ilustrativo de qué hay de fondo. Se trata de más de un 70% de inmigrantes, en muchos casos en situación muy vulnerable a causa del desempleo o algún tipo de enfermedad crónica, fundamentalmente de salud mental. Y lo más revelador es que un 38% son trabajadores en activo, pero viven en unas condiciones de pobreza y marginalidad espantosa.

Siendo claros, tenemos un ejemplo descarnado de la brecha social que no deja de agrandarse en una ciudad que cada día concentra a más multimillonarios y que, con el apoyo activo del PP, modela la geografía urbana de la capital volviéndola inhabitable para decenas miles de familias trabajadoras.

Esta agresión planificada transforma Madrid en una ciudad hostil, en la que cientos de miles estamos excluidos de una vivienda digna, con unos servicios públicos degradados y sometidos a un saqueo privatizador que nos empobrece. Así es como la ciudad se ha convertido en un paraíso para el disfrute de una minoría, y en un gueto donde nos ahogamos la gran mayoría.

Las imágenes del aeropuerto son un recordatorio contundente de esta realidad: son personas como nosotros que hasta ayer vivían asfixiados por bajos salarios y altos precios de la vida y la vivienda, y que ahora han descendido un escalón empujados por la avaricia de los que diseñan nuestra vida a golpes. Mañana, podríamos ser muchos de nosotros.

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El perfil de estas personas desatendidas es muy ilustrativo de qué hay de fondo. Se trata de más de un 70% de inmigrantes siendo lo más revelador que un 38% son trabajadores en activo, pero viven en unas condiciones de pobreza y marginalidad espantosa. 

El problema es el sistema, no las personas sin hogar

Las medidas que AENA ha puesto en marcha ante esta situación solo nos provocan asco e indignación.

En primer lugar, han cerrado los baños y cortado la climatización para empujar fuera del recinto a todas las personas que encontraban refugio allí. Estas medidas se complementan con otras: ante las quejas de las aerolíneas han puesto en marcha “trabajos” que impiden permanecer en las áreas menos convenientes, las que están abiertas a los ojos de los turistas en tránsito. De modo que, de facto, los han presionado para reubicarse en zonas ocultas de la T4, formando un pequeño gueto dentro de la terminal. Por último, han implementado controles de acceso para evitar que las personas sin hogar puedan pernoctar entre las 23:00h. y las 06:00h. de la mañana.

El tratamiento de los medios de desinformación y manipulación también es nauseabundo. En los ríos de tinta que han derrochado describen a las personas sin techo de una forma completamente deshumanizada. Se los asocia con violencia e inseguridad, y se los acusa de ser la causa de todo tipo de plagas y poner en riesgo la salud pública. Para los capitalistas la pobreza es un crimen. 

Los poderes públicos y las formaciones políticas que están al frente del Gobierno central y de la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid dan pábulo a esta estrategia de criminalización y se abstienen de plantear ninguna solución efectiva. Se tiran la pelota unos a otros sin aportar solución alguna. Son el PP y el PSOE-Sumar.

Sin embargo, la cuestión es muy concreta. La Comunidad de Madrid cerró 2024 con un PIB de 293.069 millones de euros. Un 3,3% más que el año anterior, según las cifras que la propia Comunidad proclama con orgullo. Conociendo estos datos, preguntamos: ¿rescatar a 500 personas supone un reto sin solución? Parece que en un territorio con más de 7 millones de habitantes donde cada año se recaudan miles de millones de euros en impuestos esto es un desafío imposible.

Sí, la responsabilidad criminal del Partido Popular es evidente en este asunto. Su desprecio por los trabajadores y su concepción de la inmigración como una masa de mano de obra semiesclava nunca han sido un secreto.

Pero la actitud del Gobierno de PSOE-Sumar no es mejor. Ver como juega al tira y afloja con la pantomima de las competencias para echar balones fuera, cuando el Gobierno central cuenta con herramientas de sobra para paliar la situación y dar una solución de urgencia, es aún más indignante. Podrían poner toda la carne en el asador para forzar a que la Comunidad de Madrid mueva los recursos necesarios. Pero si no lo hicieron mientras Ayuso dejaba morir a 7.291 ancianos pobres durante la pandemia, parece que esto es, en su criterio, un asunto muy menor.

El escudo social del que tanto presumen Pedro Sánchez y Yolanda Díaz solo existe en el mundo de la propaganda. A pesar de los incrementos del salario mínimo, que se nos ha vendido como un hito histórico, nos empobrecemos velozmente. De nada sirven las subidas de salario si se deja que los especuladores, los rentistas y los supermercados saqueen nuestros bolsillos. De nada sirven los contratos indefinidos si no se nos pagan las horas extra o si existen mil y una cláusulas que, de facto, garantizan el despido libre.

Y desde luego, de nada sirve decretar un “ingreso de inserción” con trampas. En la práctica, un derecho bloqueado por medio de un calvario administrativo que hace inaccesible la ayuda a quienes con más urgencia la necesitan. Es triste decirlo, pero la socialdemocracia es igual de responsable de esta situación.

La realidad es que la solución a estos problemas jamás vendrá del Partido Socialista ni del Partido Popular. Ambos se identifican plenamente con el sistema capitalista, y lo defienden entusiastamente con todas sus consecuencias.

La marginalidad social es una pandemia que causa el capitalismo

La Comunidad de Madrid, capital del Estado español, una de las economías más boyantes de Europa, está experimentando un gran crecimiento económico. Es la sede de grandes multinacionales y fondos de inversión. La ciudad de Madrid también se ha convertido en epicentro de la industria turística, que está experimentando un proceso de transformación en turismo de lujo. Y, por supuesto, es el máximo exponente del auge del rentismo que hemos tratado ampliamente en las páginas de El Militante.

¿Por qué la generación de tanta riqueza convive con el aumento de la desigualdad, de la pobreza y la mendicidad? Esencialmente, porque son las dos caras de una misma moneda. Ellos son más ricos porque nosotros somos más pobres. Porque nuestro trabajo genera más riqueza y recibimos menos salario a cambio. Porque de lo que nos queda, nos exprimen mediante cestas de la compra más caras, alquileres estratosféricos, energía que pagamos a precio de oro. Podríamos seguir y no parar de dar ejemplos.

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En la sociedad hay riqueza de sobra, pero solo si arrebatamos el poder a la burguesía se podrá utilizar para resolver las gigantescas necesidades sociales que condicionan nuestra vida a cada instante. 

Pero la pobreza extrema no es solo la consecuencia de la acumulación de riqueza de unos pocos. Además, es un fenómeno políticamente muy útil a la burguesía.

En las economías capitalistas cuando el paro se reduce en exceso los empresarios tienen un problema. Con relativa facilidad el trabajador puede encontrar un empleo mejor pagado y se ven forzados a ofrecer ellos mismos salarios mayores para retener a la plantilla.

La forma de combatir este fenómeno es que en los periodos de auge, la socialdemocracia en el Gobierno y la burocracia sindical contribuyan con la paz social y la desmovilización a moderar el crecimiento de los salarios. A menos huelgas, más posibilidades de que el reparto de la tarta se haga en favor de la patronal. Y eso es lo que está ocurriendo justo en estos momentos, cuando además la clase dominante puede explotar sin miramientos a secciones amplias de trabajadores inmigrantes en condiciones complicadas, y a los que saben que pueden extraer una cantidad de plusvalía mucho mayor con menos sueldos y derechos laborales. Por eso la paz social proporciona tantos beneficios a los capitalistas.

Otro factor importante para favorecer los beneficios récords es acabar con el salario social, esto es, degradar los servicios públicos o directamente privatizarlos para convertirlos en una fuente de lucro privado. Y Madrid es un escaparate de esta estrategia como todos sabemos.

El discurso oficial, que habla de la pobreza extrema como un problema muy complejo y de difícil solución, oculta que la clase dominante es la responsable directa de que esta exista incluso en los periodos de bonanza económica. En un capitalismo depredador la polarización y la desigualdad es lo natural. Por eso los capitalistas de todos los países comparten una estrategia común hacia la marginalidad: sacarla del escaparate en las áreas metropolitanas, pero perpetuarla y exhibirla obscenamente en los barrios obreros del extrarradio que convierten en guetos. 

Es evidente que combatir la pobreza implica confrontar con el sistema. El primer cimiento de un escudo social digno de tal nombre debe ser el desarrollo masivo de vivienda pública, mediante la expropiación de los fondos de inversión, bancos y caseros rentistas. Se trata de garantizar el derecho a la vivienda para todos nosotros. El derecho a disponer de un lugar que nos cobije del frío en invierno, del calor en verano, y donde todos tengamos acceso al agua corriente y la privacidad.

También impulsar una inversión masiva en reforzar y defender los servicios sociales, y no en incrementar un gasto militar que engordará aún más las cuentas de las grandes empresas del sector y la banca. Se debe garantizar nuestro derecho a una sanidad pública con recursos, digna y de calidad, y atender en condiciones materiales y humanas la dependencia y la salud mental como se merece.

Por último, asegurar una verdadera renta mínima que blinde el derecho a una existencia material digna es imprescindible teniendo en cuenta la cantidad de recursos en manos de una minoría de plutócratas y que se derrochan en gastos suntuarios completamente prescindibles.

En la sociedad hay riqueza de sobra, pero solo si arrebatamos el poder a la burguesía se podrá utilizar para resolver las gigantescas necesidades sociales que condicionan nuestra vida a cada instante.

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