“Los principales esfuerzos teóricos de la escuela de Stalin, que no ha hecho su aparición hasta después de la muerte de Lenin, se han dedicado a separar la suerte de la República Soviética del desarrollo revolucionario internacional, (...)

Para desprenderse del carácter internacional del marxismo (…) ha sido necesario volver las armas contra aquéllos que han sido los sostenes de la Revolución de Octubre y del internacionalismo proletario (...)

“La otra misión que se han impuesto los plumíferos estalinistas consiste en presentar la defensa de las ideas de Lenin y su desarrollo posterior como una doctrina hostil a Lenin. El mito del trotskismo ha servido para realizar esa tarea histórica. ¿Es necesario repetir que no he pretendido nunca, ni pretendo hoy, crear una doctrina especial? En cuanto a la teoría, soy un discípulo de Marx. Y respecto a los métodos de la revolución, he pasado por la escuela de Lenin. Si se quiere, el trotskismo es para mí un nombre con el cual se designan las ideas de Marx y de Lenin por los leguleyos deseosos de emanciparse a toda costa de esas ideas, pero sin atreverse a hacerlo todavía de una manera abierta”.

León Trotsky, 1 de mayo de 1929.

El triunfo de la Revolución de Octubre, el establecimiento del poder soviético y su heroica resistencia frente a las fuerzas combinadas de la burguesía rusa y el imperialismo mundial en los años posteriores, hizo que la perspectiva de un cambio social profundo adquiriera una fuerza sin precedentes en la mente y en los corazones de millones de trabajadores en todo el mundo. Los dos ingredientes claves del triunfo soviético fueron la intervención directa de las masas en los acontecimientos y la existencia de una dirección política, con Lenin y Trotsky a la cabeza, a la altura de las circunstancias históricas. ¿Cómo se explica, entonces, que este proceso, dirigido por revolucionarios entregados y probados durante largos años y en las condiciones más adversas, fuese finalmente usurpado por una casta burocrática? Esta obra de Trotsky aporta las claves para comprender el proceso por el que esa casta burocrática, con el afán de conservar sus privilegios, fue la que acabó arrojando todas las conquistas de Octubre por el precipicio de la contrarrevolución capitalista.

León Trotsky estuvo al frente del sóviet de San Petersburgo en la revolución de 1905, fue el presidente del Comité Militar Revolucionario que organizó la insurrección de Octubre en 1917 y el creador del Ejército Rojo. Pero su tarea más dura y políticamente más importante fue la lucha contra la degeneración estalinista de la revolución al frente de la Oposición de Izquierda desde el año 1923. En su obra La revolución traicionada1, escrita entre 1935 y 1936, encontramos la explicación más completa y sistemática de las causas profundas de este proceso.

El valor singular de la obra que ahora presenta la Fundación Federico Engels La revolución desfigurada. La escuela de falsificación estalinista, publicada por primera vez en 1929, es que aborda en vivo y en directo la gestación y el desarrollo del proceso de degeneración burocrática y lo hace contestando minuciosamente todas y cada una de las mentiras que utilizó el estalinismo para afianzarse en el poder. La obra sitúa estos hechos en el contexto de los diez primeros años de la revolución: el pacto de Brest-Litovsk, la guerra civil, el comunismo de guerra, la NEP, la muerte de Lenin, la derrota de la revolución alemana y china, etc. El libro incluye dos cartas y cuatro discursos de León Trotsky a distintos organismos del Partido Comunista Ruso, entre junio de 1927 y septiembre de 1928, período que abarca su expulsión del Comité Central y del Partido. Este material está precedido de un magnífico prólogo que tiene un valor teórico muy destacado.

Trotsky señala que debido a una serie de circunstancias ligadas esencialmente al hecho de que la revolución proletaria empezara en un país atrasado y al propio retraso de la revolución mundial “al proletariado que ha conquistado el poder en Octubre se le deja al margen, se le relega al último plano (...) A su lado, detrás de él, a veces delante, surgen otros elementos, otras capas sociales, las fracciones de otras clases que acaparan una buena parte, sino del poder, por lo menos de la influencia sobre éste”. Estas capas estaban constituidas por los funcionarios del antiguo Estado zarista, de sectores acomodados en la dirección de los sindicatos, de las cooperativas, las profesiones liberales, los intermediarios y, también, por numerosos funcionarios del Partido deseosos de una vida más tranquila. Su característica principal era su profundo conservadurismo. Al principio de la revolución estas tendencias conservadoras quedaron eclipsadas y desbordadas por el torrente de participación e iniciativa de las masas. En la medida en que éstas fueron declinando las capas interesadas en conservar su posición y estabilidad, fueron adquiriendo un mayor protagonismo político constituyendo “cada vez más todo un sistema de vasos comunicantes”.

Hasta tal punto el problema del burocratismo era un peligro para la revolución ya en 1923 que Lenin tenía previsto centrar su intervención en el XII Congreso de Partido en la lucha contra esta lacra. Como Trotsky documenta en esta obra, Lenin le propone “formar un bloque” para dar la batalla contra la burocracia. En los círculos del Partido se hablaba de la “bomba” que Lenin preparaba contra Stalin, del que desconfiaba por las muestras que ya había dado de abuso de poder y deslealtad. En su Testamento político, Lenin llegó a plantear la necesidad de relevar a Stalin de su cargo como secretario general. Sin embargo, la enfermedad le impediría participar en este congreso y llevar a término esta batalla.

En la medida en que la burocracia se desarrollaba, sus intereses chocaban agudamente con los principios, los métodos y las tradiciones bolcheviques. “Para desprenderse del carácter internacional del marxismo y al mismo tiempo permanecer fieles a la palabra hasta nueva orden, ha sido necesario volver las armas contra aquellos que han sido los sostenes de la Revolución de Octubre y del internacionalismo proletario”, señala Trotsky.

La teoría del socialismo en un solo país inventada por Stalin en 1924, inmediatamente después de la muerte de Lenin, así como la lucha contra la teoría de la revolución permanente2 de Trotsky, respondían a la necesidad de la burocracia de dar una cobertura ideológica a su conservadurismo. La persecución del trotskismo fue la forma en la que la burocracia inició su combate contra el bolchevismo —aunque, supuestamente, en nombre del propio bolchevismo—. Por ello, gran parte de La revolución desfigurada está centrada en desmantelar con datos, citas, documentos de la época y argumentos todas las tergiversaciones sobre el papel personal de Trotsky antes, durante y después de la revolución y sobre la propia historia de la revolución y de los debates mantenidos en el seno del Partido. Sin embargo, como subrayó Trotsky, lo que había detrás de aquel alud de mentiras no era algo personal sino una batalla fraccional que reflejaba una pugna de intereses sociales contradictorios. Como explica en su prólogo, esta obra resume “una parte del proceso ideológico en virtud del cual la actual dirección de la República Soviética ha cambiado su envoltura teórica de acuerdo con el cambio de su naturaleza social”.

Después de la muerte de Lenin la revolución entró en una fase de dualidad de poder: en la economía soviética se desarrollaban fuerzas socialistas junto a fuerza capitalistas. En palabras de Trotsky: “Por su formación, por sus tradiciones, por el origen de su actual fuerza, el poder soviético continúa apoyándose en el proletariado, aunque cada vez menos directamente. Pero al mismo tiempo, a través de las capas sociales anteriormente enumeradas se van fortaleciendo los intereses burgueses”. Una situación de dualidad no puede ser eterna, tarde o temprano se resuelve en un sentido o en otro: o en una contrarrevolución burguesa o avanzando hacia el socialismo, lo que implica la extensión internacional de la revolución.

Por supuesto que el destino de la revolución dependía de factores objetivos, que podían ser más o menos favorables, pero también del acierto de la política de su dirección. Una dirección revolucionaria consecuente puede verse obligada a hacer determinadas concesiones en un momento concreto, a admitir retrocesos temporales para asegurar la supervivencia de la revolución. Lo importante, como indicaba Trotsky, era ser consciente de los peligros que implicaban estos retrocesos (como cuando se aplicó la NEP bajo la dirección de Lenin) y mantener a la clase obrera en una actitud participativa y vigilante. Trotsky señala que el peor crimen del estalinismo fue el desarme ideológico de la clase obrera, “presentar las concesiones graves como éxitos del proletariado, los retrocesos como progresos, e interpretar las dificultades internas como un avance victorioso hacia un régimen socialista nacional”. La deriva nacionalista y oportunista del estalinismo y el peligro que significaba para la revolución mundial se vio en 1925-27, con la subordinación del Partido Comunista Chino (PCCh) al Kuomintang3, lo que llevó a su dramática derrota.

El año 1927 fue clave. En agosto, la Oposición4 presentó su plataforma política para el XV Congreso. La burocracia se negó a imprimir y distribuir este material, pero la Oposición lo hizo clandestinamente. La represión comenzó de manera inmediata. En octubre, Trotsky y Zinóviev fueron expulsados del Comité Central del Partido. En las manifestaciones de celebración del décimo aniversario de la revolución, la Oposición intervino de forma independiente, con pancartas y consignas contra la burocracia. La represión se recrudeció: en noviembre, Trotsky y Zinóviev fueron expulsados del Partido. Poco después, en 1929, Trotsky sería expulsado del país. En los años posteriores la burocracia llevó la batalla contra el bolchevismo muy lejos, hasta el exterminio físico de toda la generación de dirigentes que participó directamente en la revolución.

Las decenas de miles de oposicionistas que dieron su vida para defender la obra de Octubre legaron a las futuras generaciones la fuerza y la bandera limpia con la que continuar la lucha por la revolución mundial. Así lo expresaba Trotsky en febrero 1937:

“Si nuestra generación se ha revelado débil para imponer el socialismo en la tierra, dejemos al menos a nuestros hijos una bandera limpia. La lucha que se desarrolla sobrepasa en importancia a las personas, a las fracciones, a los partidos. Es una lucha por el porvenir de la raza humana. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero aquellos a los que el socialismo no les resulta una palabra vana sino el objetivo de su vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones, ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables del destino, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Pues la más grande felicidad del hombre no está en la usufructo del presente, sino en la preparación del porvenir”.

 

1. León Trotsky, La revolución traicionada, Fundación Federico Engels, Madrid, 2015.

2. “La unión indisoluble y real de la suerte de la Revolución Soviética con la marcha de la revolución proletaria mundial”.

3. Partido nacionalista burgués.

4. Se trata de la Oposición Conjunta, constituida en 1926 e integrada por la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky y los grupos opositores bajo la influencia de Zinóviev y Kámenev.

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