“Mientras dependa del poderío militar de los Estados imperialistas, la victoria de un bando u otro solo puede significar un nuevo desmembramiento y un vasallaje aún más brutal del pueblo ucraniano. El programa de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria”.
León Trotsky, La cuestión ucraniana
Estas palabras, escritas por León Trotsky en 1939, resuenan más actuales que nunca. Como explicamos en distintas declaraciones y artículos[1], la guerra que arrasa Ucrania no puede entenderse cediendo a la propaganda del imperialismo otanista, al mensaje demagógico sobre la supuesta “desnazificación” lanzado por Putin o la igualmente falsa “lucha por la liberación nacional” con que se encubre Zelenski.
Este conflicto sangriento que ya ha segado la vida de decenas de miles de civiles y soldados, arrasado ciudades e infraestructuras vitales, provocado el éxodo de millones de familias, alentado una escalada militarista cada vez más alarmante y que empuja a la economía mundial hacia una profunda crisis, no se puede entender atendiendo solo a quién disparó primero. Obviar las contradicciones imperialistas que han llevado a este punto y los intereses de clase en juego es un grave error.
La guerra en Ucrania va mucho más allá de la invasión de las tropas rusas iniciada el 24 de febrero de 2022. Esta contienda imperialista se inscribe dentro de la pugna global que sostienen EEUU y sus aliados europeos frente al bloque liderado por China y Rusia. La esencia de esta nueva matanza imperialista, como otras anteriores, es el control de áreas geoestratégicas, mercados, materias primas, rutas comerciales y flujos de capital. Si hay que exhibir un poder militar apabullante para lograr esos objetivos, se hace. La guerra es la continuación de la política por otros medios.
La propaganda de los medios occidentales intenta moldear a la opinión pública ocultando la nueva correlación de fuerzas que está dinamitando el orden mundial construido por EEUU tras el colapso de la URSS, minimizando la expansión agresiva de la OTAN durante las tres últimas décadas e insistiendo en el aislamiento de Rusia. A su vez, Putin, para salvaguardar los intereses del renaciente imperialismo ruso, dice defender a la población del Donbás mientras niega la existencia de la nación ucraniana a bombazo limpio.
EEUU y la OTAN hablan cínicamente de “liberar Ucrania” cuando la han transformado en un Estado títere y utilizan a su pueblo como carne de cañón. Washington arma, financia y dirige el ejército ucraniano y la autodenominada resistencia, cuya espina dorsal está integrada por una abigarrada mezcolanza de nacionalistas de derechas, neonazis y mercenarios a sueldo.
El objetivo del imperialismo estadounidense en este conflicto es claro: superar los reveses sufridos en Afganistán, Iraq, Siria… y remontar una decadencia económica vertiginosa, preservando su influencia en Europa sin enviar un solo soldado al escenario del conflicto. Creen que poniendo de rodillas a la UE y empantanando a Putin en un conflicto largo y desgastante forzarán a China a retroceder en sus aspiraciones hegemónicas. Pero nada de esto es seguro. Mientras, una crisis militar sin precedentes desde 1945 y una debacle económica mayor que la Gran Recesión de 2008, se dibujan como perspectivas cada día más probables.
Algunas consideraciones importantes
Subordinarse a cualquiera de los bloques en conflicto apelando a la lucha por la “independencia nacional”, o a la geopolítica barata del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, nada tiene que ver con el programa marxista y leninista sobre el imperialismo y la cuestión nacional.
Desde el siglo XII, los territorios que hoy conforman Ucrania fueron desmembrados y repartidos una y otra vez entre las clases dominantes de Polonia, Rumanía, Rusia, Alemania, Austria-Hungría y Turquía. El resultado fue que, junto a una mayoría étnica y lingüística ucraniana, en muchas zonas del sudeste del país predomina población rusa o ruso-hablante. En otras regiones hay importantes minorías de origen polaco, bielorruso, húngaro, rumano e incluso griego.
Negar la opresión nacional y el brutal despojo sufridos por el pueblo ucraniano durante siglos a manos de diferentes potencias, especialmente del imperio zarista, es una burda falsificación histórica. La lucha del pueblo ucraniano por su liberación nacional jugó un papel clave en la Revolución rusa de 1917, y es del todo imposible entender la Ucrania contemporánea sin los esfuerzos de Lenin y los bolcheviques por aplicar el principio de la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas sobre bases igualitarias. La degeneración estalinista del Estado soviético supuso una completa ruptura con esa política, reemplazándola por una nueva forma de opresión chovinista gran rusa.
Volviendo al momento actual. Putin lidera un nuevo imperialismo ruso emergente que niega los derechos nacionales de Ucrania, considerándola parte del territorio ruso regalada por Lenin al nacionalismo ucraniano. ¿Pero acaso Zelenski tiene una posición mejor? Su régimen reaccionario ha convertido en política de Estado el chovinismo supremacista que tuvo su máxima expresión con el movimiento de Stepán Bandera, líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) en los años treinta. La colaboración de Bandera con las fuerzas militares nazis, combatiendo al Ejército Rojo y exterminando a más de cien mil judíos polacos y ucranianos, está sobradamente documentada.
Zelenski tiene un enfoque muy claro sobre los derechos de sus opositores y de las minorías nacionales. Respaldado por las “democracias europeas” y el imperialismo estadounidense, aprobó una legislación que discrimina y oprime legalmente a la población rusa, persiguiendo su idioma y cultura, continuando la estrategia iniciada con el triunfo de las fuerzas chovinistas y ultraderechistas en la revuelta del Euromaidan (2014).
El control del aparato estatal ucraniano por estos sectores supuso la intervención militar en el Donbás de unidades neonazis, como el Batallón Azov, contra poblaciones que habían resistido este giro de los acontecimientos. De 2014 a 2022, las incursiones armadas contra las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk, creadas al comienzo del conflicto y tuteladas actualmente por el Gobierno ruso, han provocado más de 14.000 muertes.
Respondiendo a los intereses de la burguesía ucraniana pro-occidental y a sus amos imperialistas, Zelenski ha ilegalizado los partidos comunistas y de izquierda eliminando cualquier oposición política, perseguido a los sindicatos y los activistas obreros más destacados, fomentado la criminalización de otras minorías nacionales y estigmatizado al medio millón de personas que integran el pueblo gitano, así como a la comunidad LGTBI.[2]Este “luchador por la democracia” es en realidad un déspota reaccionario. Cualquier apoyo directo o indirecto a su política nada tiene de progresista ni humanitario.
Conocer el pasado para entender el presente
La lucha por la liberación nacional del pueblo ucraniano se funde históricamente con el combate de los campesinos y trabajadores por su emancipación social. Los levantamientos agrarios de finales del siglo XIX y principios del XX contra los terratenientes polacos y rusos; la revolución de 1905 que enfrentó a la clase obrera ucraniana contra la autocracia zarista, los latifundistas y burgueses de Kiev, Petrogrado y Moscú… hicieron emerger las aspiraciones democrático-nacionales del pueblo ucraniano, el derecho a que su lengua y cultura fuesen plenamente reconocidas y respetadas, y a convertirse en una nación independiente y soberana.
Pero la mayoría de movimientos nacionalistas nacidos entonces, liderados por elementos burgueses y pequeñoburgueses, eran extremadamente hostiles a las reivindicaciones campesinas (reforma agraria y entrega de la tierra) y obreras (mejora de las condiciones laborales y económicas), confiando en el patrocinio de una u otra potencia para conseguir la independencia. Tras la Revolución de Octubre se convirtieron respectivamente en instrumento de los imperialistas alemanes, o franceses e ingleses contra el poder soviético.
Ucrania solo pudo ejercer su derecho a la autodeterminación, conquistar su independencia y crear las bases para una igualdad real entre las lenguas y pueblos que la integraban con la llegada al poder de los bolcheviques y la extensión de la revolución. No es casualidad que en el discurso justificando su invasión, Putin acusase a Lenin de “inventar Ucrania” por reconocer su derecho a la autodeterminación y defender su integración en la URSS como República Socialista independiente, en pie de igualdad con la República Socialista Rusa.
Tampoco es casualidad que Zelenski haya borrado de los libros de historia que fue la revolución socialista de 1917 la que concedió a Ucrania, por primera vez, la oportunidad de ser independiente, representando un paso de gigante para la liberación social del pueblo ucraniano y para preservar su lengua y cultura. Los sóviets ucranianos, respaldados entusiastamente por Lenin, desarrollaron una alfabetización masiva en lengua ucraniana y una promoción sin precedentes de la literatura, el arte y las escuelas en ucraniano. La República Socialista Ucraniana (RSU) fue pionera en declarar oficial el ucraniano, fomentando su aprendizaje y utilización por todos los funcionarios estatales, instituciones y medios de comunicación. En medio de las penalidades de la guerra civil rusa, el Estado obrero soviético imprimió 84 millones de libros en ucraniano.
Los chovinistas reaccionarios que hoy controlan el gobierno y el Estado en Rusia y Ucrania quieren borrar esa historia de lucha que une a los oprimidos de ambos países, continuada por la resistencia heroica al nazismo y la victoria sobre Hitler en 1945. Por eso la izquierda revolucionaria tiene la obligación de rescatar el auténtico programa de Lenin y los bolcheviques sobre Ucrania si queremos entender qué está pasando y no dejarse arrastrar por presiones ideológicas de clases ajenas.
Lenin y el derecho de autodeterminación
El pilar del programa leninista sobre la cuestión nacional es la defensa del derecho a la autodeterminación de cada nación y nacionalidad oprimida. Esto incluye, por supuesto, el derecho a la independencia nacional. Esta demanda democrática fue decisiva en las revoluciones burguesas para liquidar el particularismo feudal y crear los Estados nacionales. Pero el triunfo del régimen burgués no resolvió la cuestión nacional. En la época imperialista la opresión nacional se exacerbó con la política colonial y de anexiones de las grandes potencias.
La defensa leninista del derecho a la autodeterminación no implica, siempre y en toda circunstancia, apoyar incondicionalmente la separación, menos aún subordinarse a la burguesía de la nacionalidad oprimida. Lenin consideraba la autodeterminación parte de un programa de independencia de clase e internacionalista, que aboga por la unidad de los trabajadores por encima de las fronteras nacionales, y debe servir para hacer avanzar la lucha por la transformación socialista de la sociedad.
La primera tarea de los marxistas y los trabajadores avanzados es luchar contra su propia burguesía, educando a las masas de la nación opresora en la defensa del derecho a decidir de la nación oprimida y combatiendo cualquier imposición o represión. Los trabajadores de la nacionalidad oprimida, a su vez, deben mantener firme la bandera del internacionalismo y una política de clase completamente diferenciada de la burguesía nacionalista.
En su famoso texto, “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, una respuesta amplia a los postulados de Rosa Luxemburgo (que negaba ningún papel progresivo a la lucha por la autodeterminación, considerándola una concesión a los nacionalistas burgueses), Lenin aborda la cuestión de forma concreta y dialéctica:
“Dado que la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre a favor, en todos los casos y con más decisión que nadie, ya que somos los enemigos más decididos y consecuentes de la opresión. Dado que la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y la violencia de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si en la agitación no lanzamos ni propugnamos la consigna del derecho a la separación, favoreceremos no solo a la burguesía, sino a los feudales y al absolutismo de la nación opresora (…) En su temor de “ayudar” a la burguesía nacionalista polaca, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación recogido en el programa de los marxistas rusos, y a quien ayuda en realidad es a los centurionegristas rusos[3]. Ayuda en realidad al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.
Apasionada por la lucha contra el nacionalismo en Polonia, Rosa Luxemburgo ha olvidado el nacionalismo ruso, aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible; es precisamente un nacionalismo menos burgués pero más feudal, es precisamente el mayor freno para la democracia y la lucha proletaria. En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional, apartando rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra la tendencia del burgués polaco a oprimir al judío, etc., etc.
Desde el punto de vista del burgués y del filisteo, esto “no es práctico”. Pero es la única política práctica y fiel a los principios en la cuestión nacional, la única que ayuda de verdad a la democracia, a la libertad y a la unión del proletariado.
Reconocer el derecho a la separación para todos; apreciar cada cuestión concreta sobre la separación desde un punto de vista que elimine toda desigualdad de derechos, todo privilegio, todo exclusivismo.
Tomemos la posición de la nación opresora. ¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las clases “altas”, han creado prejuicios que son enormes obstáculos a la causa de la libertad del propio pueblo ruso, etc.
Los centurionegristas rusos apoyan conscientemente estos prejuicios y los alientan. La burguesía rusa transige con ellos o se amolda a ellos. El proletariado ruso no puede alcanzar sus fines, no puede desbrozar para sí el camino hacia la libertad, sin luchar sistemáticamente contra esos prejuicios.
Formar un Estado nacional autónomo e independiente en Rusia sigue siendo, por ahora, tan solo privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos, no defendemos ningún privilegio, tampoco ese. Luchamos sobre el terreno de un Estado determinado, unificamos a los obreros de todas las naciones de ese Estado, no podemos garantizar tal o cual vía de desarrollo nacional, marchamos hacia nuestro objetivo de clase por todas las vías posibles.
Pero no se puede ir hacia este objetivo sin luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores, desconocidos de antemano, si Ucrania podrá llegar a formar un Estado independiente. Y, como no queremos hacer “conjeturas” vanas, estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos los privilegios de los rusos respecto a los ucranianos, educamos a las masas en el espíritu del reconocimiento de este derecho, en el espíritu de la negación de los privilegios estatales de cualquier nación.”[4]
Lenin siempre partía de lo que podía hacer avanzar la conciencia de clase y ayudar en la tarea de derrocar al capitalismo. En las naciones y nacionalidades oprimidas la lucha de las masas por su liberación social tiende a fundirse con la lucha por la liberación nacional. Decirles que renuncien a reivindicar sus derechos democrático-nacionales, aplazar esa lucha hasta que triunfe el socialismo, significaría arrojarlas en brazos de la burguesía nacionalista. Los marxistas intervienen en el movimiento de liberación nacional presentando su propio programa y luchando por ganar su dirección como parte inseparable del combate por la revolución socialista.
La revolución rusa y la lucha contra la opresión nacional
La Revolución de Febrero de 1917 confirmó la perspectiva de Lenin. A la exigencia campesina de reparto de la tierra, las reivindicaciones económicas y políticas del proletariado, el anhelo de paz de los soldados extenuados en las trincheras, las masas ucranianas, georgianas, lituanas… agregaron el derecho a expresarse en sus lenguas y ejercer la autodeterminación. Pero el Gobierno provisional, la coalición de ministros capitalistas y reformistas de los partidos menchevique y socialrevolucionario, respondió con la represión y reafirmando los intereses imperialistas de Rusia.
En el caso de Ucrania, la importancia de mantenerla sojuzgada era evidente: representaba una reserva fundamental de carbón, trigo y otros recursos estratégicos, además de contar con una posición geográfica destacada entre Europa y Rusia. Denominada por la burguesía y el zarismo como la “Pequeña Rusia”, la rusificación y supresión del ucraniano eran políticas de Estado.
En el contexto del estallido revolucionario, las organizaciones reformistas y nacionalistas pequeñoburguesas que dominaban la Rada ucraniana (Parlamento) no tuvieron mayor problema en posponer sus reivindicaciones de independencia para no contrariar a las potencias imperialistas aliadas (Francia e Inglaterra) que influían determinantemente sobre el Gobierno Provisional de Moscú. Una posición que contrastaba llamativamente con la de Lenin y los marxistas revolucionarios rusos.
La llegada de Lenin a Petrogrado, en abril de 1917, supuso un cambio trascendental en la orientación el Partido Bolchevique. El apoyo “crítico” al Gobierno provisional, que propugnaban Kámenev, Stalin y Molotov, fue objeto de una durísima crítica. Frente a la colaboración con la burguesía, Lenin explicó la necesidad de ganar pacientemente a las masas para el programa de la revolución socialista y la toma del poder. Estas ideas fueron sistematizadas en sus famosas Tesis de Abril.
Respecto a la cuestión nacional, y concretamente a Ucrania, la posición de Lenin también era muy clara: “Ningún demócrata podrá negar el derecho de Ucrania a separarse libremente de Rusia. Solo el reconocimiento absoluto de este derecho nos permite abogar (...) por la asociación voluntaria de los dos pueblos en un solo Estado (…). Defendemos la más estrecha unión de los trabajadores del mundo contra los capitalistas «propios» y de todos los demás países, pero para que tal unión sea voluntaria, el obrero ruso, que no confía ni por un minuto en la burguesía rusa ni en la ucraniana, defiende hoy el derecho de los ucranianos a la separación, sin imponer su amistad, sino esforzándose por ganar su amistad al tratarlos como iguales”[5]
Esta actitud sería determinante para la victoria de la revolución socialista en Ucrania. Cuando los bolcheviques ganaron la mayoría en los sóviets de las principales ciudades rusas, en Ucrania estos se encontraban paralizados por la política de los reformistas conciliadores. Los agitadores bolcheviques ucranianos hicieron una labor incansable divulgando su programa e impulsando la formación de sóviets campesinos que se extendieron bajo la consigna de “paz, pan y tierra”.
Esto permitió arrancar a los campesinos pobres y más humildes (mujik) de la influencia de los terratenientes y kulaks (campesinos ricos), creando las condiciones para unirlos al proletariado de las ciudades. Fue la clave para el éxito de la revolución ucraniana. Producto de las políticas zaristas y del desarrollo desigual del capitalismo en Ucrania, el 90% de la población vivía en el campo. La inmensa mayoría de los campesinos solo conocía la lengua ucraniana. Del 10% de la población urbana, más de dos tercios (y en torno al 60% de obreros industriales) era ruso o solo hablaba esta lengua. El programa leninista unió a los oprimidos rusos, ucranianos y judíos bajo una misma bandera. Además consiguió que el ala izquierda del movimiento independentista, representada por los seguidores del periódico Borotba (“La Lucha”), consideraran al bolchevismo su aliado más confiable uniéndose a él para defender el poder soviético.
El programa y método de Lenin, la tradición bolchevique de debate democrático y la experiencia de lucha conjunta durante la guerra civil contra los imperialistas y oligarcas de Rusia, Ucrania y demás territorios del antiguo imperio zarista, terminarían de convencer a los borotbistas para integrarse al partido bolchevique en 1920.
La República Socialista de Ucrania
Tras tomar el poder, una política correcta respecto a la cuestión nacional seguía siendo clave. Los burgueses e imperialistas hicieron de Ucrania un objetivo prioritario de su contrarrevolución armada. Solo el ejército alemán desplegó 250.000 soldados frente a los 15.000 que integraban en ese momento el ejército de la RSU.
Los mismos reformistas y nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses de la Rada que habían renunciado a la autodeterminación entre febrero y octubre, declararon una Ucrania capitalista independiente contra la Ucrania soviética. Disfrazando sus intereses de clase con la bandera de la independencia pretendían encubrir su servilismo ante la burguesía ucraniana y el imperialismo.
La autodenominada “República Popular Ucraniana” acabó dirigida por Gobiernos extremadamente reaccionarios que actuaron como títeres del imperialismo alemán primero y posteriormente del anglo-francés, y liquidaron todas las conquistas revolucionarias. Devolvieron las tierras ocupadas por los campesinos a los terratenientes, entregaron las fábricas a sus antiguos propietarios, recuperaron viejas leyes zaristas, prohibieron el ruso y masacraron a centenares de miles de obreros y campesinos judíos, rusos y ucranianos.
La política de la reacción animó las insurrecciones campesinas y obreras en numerosas ciudades, lo que contribuyó decisivamente a la victoria final del Ejército Rojo. Pero el coste fue altísimo. Como explica Víctor Serge en su extraordinaria obra El año I de la revolución, Ucrania era “un país devastado en el transcurso de cuatro años por una quincena de invasiones y de retornos ofensivos de la contrarrevolución”. Los bolcheviques habían dado la tierra a los campesinos pero la guerra impedía trabajarla, destruía la economía, y obligaba a requisas de grano para sostener el frente. La burguesía ucraniana, cuyo apoyo fundamental eran los kulaks, intentó utilizar el caos para atraer a sectores desmoralizados de los campesinos pobres y medios. Para ello utilizaron a los mencheviques y socialrevolucionarios, a elementos lumpenizados que se declaraban “socialistas” y “anarquistas” anti-bolcheviques, y a la derecha nacionalista.
El gobierno de Lenin y Trotsky había reconocido el derecho de Ucrania a la independencia si así lo decidía, y los soviets ucranianos habían proclamado la RSU, pero una mayoría de los dirigentes bolcheviques, rusos y no rusos, que jugaban un papel dirigente en la Ucrania soviética, sostenían las mismas posiciones de Rosa Luxemburgo que Lenin había combatido en El derecho las naciones a la autodeterminación: consideraban las reivindicaciones democrático-nacionales ucranianas como un “invento de intelectuales” para manipular a los campesinos e incluso despreciaban la lucha por la plena normalización y extensión del ucraniano.
Esta actitud facilitó temporalmente las cosas a la contrarrevolución, pero fue rectificada en base a la experiencia. No era fácil orientarse en unas circunstancias en que el nacionalismo ucraniano había servido de trampolín a la contrarrevolución. Los debates dentro del Partido Bolchevique, entre los comunistas ucranianos, fueron intensos. Eran tiempos en que la libertad de expresión y las diferencias internas estaban garantizadas por el régimen partidario.
En la discusión se podían distinguir tres posiciones fundamentales: un sector defendía una República Socialista de Ucrania independiente, otro la fusión de Ucrania con Rusia en una misma República y, una tercera fracción, se inclinaba por una federación entre ambas repúblicas. Los tres principales sóviets ucranianos (Kiev, Odesa y Donetsk), reflejando las presiones de diferentes sectores de las masas, llegaron a adoptar temporalmente decisiones divergentes. El sóviet de Donetsk, por ejemplo, proclamó una república separada de la Ucrania soviética y pidió incorporarse a Rusia, argumentando una mayor funcionalidad económica y la tradición de lucha común con los mineros rusos de las regiones fronterizas.
Como explicaría Trotsky, “el Partido Bolchevique no sin dificultad y sólo gradualmente, bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana”.[6] Para ello fue clave la insistencia de Lenin en abordar todas las diferencias mediante el debate democrático, en pie de igualdad, entre los dirigentes rusos, ucranianos, georgianos... Las discusiones sostenidas por Lenin, Trotsky y Rakovski (máximo dirigente de la RSU de 1919 hasta 1923) permitieron corregir los errores cometidos durante 1918 y parte de 1919 respecto a la cuestión lingüística y el método empleado con los campesinos ucranianos. Las lecciones de esos debates siguen completamente vigentes para abordar la cuestión nacional hoy.
La lucha conjunta de los marxistas rusos y ucranianos por la liberación social y nacional
La postura de Lenin en un momento tan difícil, mostró claramente la fortaleza de su método flexible, democrático y clasista. Merece la pena citar prácticamente en su totalidad su carta a los obreros y campesinos de Ucrania en diciembre de 1919[7]:
“(...) Las tropas rojas han ocupado Kiev, Poltava y Járkov, y avanzan victoriosamente hacia Rostov. En Ucrania fermenta la insurrección contra Denikin. Es preciso reunir todas las fuerzas para la derrota definitiva del ejército de Denikin, que trató de restablecer el poder de los terratenientes y capitalistas. Tenemos que destruir a Denikin para ponernos a salvo de la más mínima posibilidad de una nueva invasión.
Los obreros y campesinos de Ucrania deben conocer las enseñanzas que todos los obreros y campesinos rusos han extraído de la conquista de Siberia por Kolchak y de su liberación por las tropas rojas, después de largos meses de tiranía terrateniente y capitalista.
La dominación de Denikin en Ucrania fue una prueba tan dura como la dominación de Kolchak en Siberia. No cabe duda de que las lecciones de esta dura prueba harán comprender con claridad a los obreros y campesinos de Ucrania —como sucedió con los obreros y campesinos de los Urales y Siberia— las tareas del poder soviético, y los inducirán a defenderlo con mayor firmeza.
En la Gran Rusia ha quedado totalmente abolida la propiedad terrateniente. Lo mismo hay que hacer en Ucrania; y el poder soviético de los obreros y campesinos ucranianos debe liquidar totalmente la propiedad terrateniente, liberar por completo a los obreros y campesinos ucranianos de la opresión de sus propios terratenientes.
Pero además de esta tarea y de otras que se les plantearon y aún se les plantean tanto a las masas trabajadoras de la Gran Rusia como a las de Ucrania, el poder soviético en Ucrania tiene sus propias tareas específicas. Una de estas tareas específicas merece, en la actualidad, la mayor atención. Es el problema nacional o, en otras palabras, el problema de si Ucrania será una República Socialista Soviética Ucraniana separada e independiente, ligada por una alianza (federación) a la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR), o si Ucrania se fusionará con Rusia formando una República Soviética única. Todos los bolcheviques, todos los obreros y campesinos políticamente conscientes, deben analizar atentamente este problema.
La independencia de Ucrania ha sido reconocida, tanto por el Comité Ejecutivo Central de la RSFSR como por el Partido Comunista de los bolcheviques de Rusia. Es, por lo tanto, evidente y por todos reconocido que solo los propios obreros y campesinos de Ucrania pueden decidir y decidirán en su Congreso de Sóviets de Ucrania, si Ucrania se fusionará con Rusia o si será una república separada e independiente, y en este último caso, qué vínculos federativos habrán de establecerse entre esa República y Rusia.
¿Cómo debe resolverse este problema en lo que atañe a los intereses de los trabajadores y al éxito de su lucha por la total emancipación del yugo del capital?
En primer lugar, sus intereses exigen la confianza más absoluta y la unión más estrecha entre los trabajadores de los diferentes países y diferentes naciones. Los partidarios de los terratenientes y capitalistas, de la burguesía, se esfuerzan por dividir a los obreros, por avivar las discordias y antagonismos nacionales, con el fin de debilitar a los obreros y fortalecer el poder del capital.
El capital es una fuerza internacional. Para vencerlo hace falta una unión internacional de obreros, una fraternidad internacional de obreros.
Nosotros somos enemigos de los antagonismos y las discordias nacionales, del aislamiento nacional. Somos internacionalistas. Estamos por la unión estrecha y la fusión completa de los obreros y campesinos de todas las naciones del mundo en una República Soviética mundial única.
En segundo lugar, los trabajadores no deben olvidar que el capitalismo ha dividido a las naciones en un pequeño número de grandes potencias opresoras (imperialistas), naciones libres y soberanas, y una inmensa mayoría de naciones oprimidas, dependientes y semidependientes, no soberanas. La archicriminal y archirreaccionaria guerra de 1914-1918 acentuó esta división, enconando con ello los odios y rencores. Durante siglos se fue acumulando la indignación y la desconfianza de las naciones no soberanas y dependientes hacia las naciones dominantes y opresoras, tal como Ucrania hacia la Gran Rusia.
Unión voluntaria de naciones
Queremos una unión voluntaria de naciones —una unión que excluya toda coerción de una nación sobre otra—, una unión que se base en la más plena confianza, en un claro reconocimiento de unidad fraternal, en un consentimiento absolutamente voluntario. Una unión así no puede realizarse de golpe; para llegar a ella debemos actuar con suma paciencia y el mayor cuidado para no malograr las cosas y no despertar desconfianza, y para que la desconfianza dejada por siglos de opresión terrateniente y capitalista, de propiedad privada y de antagonismos provocados por su distribución y redistribución, puedan desaparecer.
Debemos, por lo tanto, empeñarnos firmemente en lograr la unidad de las naciones y oponernos implacablemente a todo lo que tienda a dividirlas, y al hacerlo, debemos ser muy prudentes y pacientes, y hacer concesiones a las supervivencias de la desconfianza nacional. Debemos ser firmes e inexorables ante todo lo que afecte a los intereses fundamentales del trabajo en su lucha por sacudirse el yugo del capital.
El problema de la demarcación de fronteras, ahora, por el momento —pues nosotros aspiramos a la completa abolición de las fronteras— no es un problema fundamental, importante, sino secundario. Con respecto a este asunto podemos esperar, y debemos esperar, pues la desconfianza nacional suele ser muy tenaz en las amplias masas de campesinos y pequeños propietarios, y toda precipitación puede acentuarla, en otras palabras, comprometer la causa de la unidad total y definitiva.
La experiencia de la revolución obrera y campesina de Rusia, la Revolución de Octubre de 1917 y de los dos años de lucha victoriosa contra la agresión de los capitalistas internacionales y rusos, ha demostrado con claridad meridiana que los capitalistas lograron, por un tiempo, explotar la desconfianza nacional de los campesinos y pequeños propietarios polacos, letones, estonios y finlandeses hacia los gran rusos; que lograron, por un tiempo, sembrar discordia entre ellos y nosotros apoyándose en esa desconfianza. La experiencia demostró que esa desconfianza se desvanece y desaparece muy lentamente, y que cuanto más cuidado y paciencia tengan los gran rusos, que durante tanto tiempo fueron una nación opresora, con tanta mayor seguridad se disipará esa desconfianza.
Fue precisamente por haber reconocido la independencia de los Estados polaco, letón, lituano, estonio y finlandés, que nos estamos ganando, lenta pero firmemente, la confianza de las masas trabajadoras de los pequeños Estados vecinos, más atrasadas y más engañadas y oprimidas por los capitalistas. Éste es el camino más seguro para arrancarlas de la influencia de “sus” capitalistas nacionales y conducirlas con plena confianza hacia la futura República Soviética internacional unida.
Mientras Ucrania no se libere completamente de Denikin y no se reúna el Congreso de Sóviets de toda Ucrania, su Gobierno es el Comité Militar Revolucionario de Ucrania. Además de los comunistas bolcheviques ucranianos, están los comunistas borotbistas ucranianos, que trabajan en ese Comité Revolucionario como miembros del Gobierno. Los borotbistas se distinguen de los bolcheviques, entre otras cosas, porque defienden la independencia incondicional de Ucrania. Los bolcheviques no harán de esto un objeto de divergencias y desunión, no consideran que esto sea obstáculo para un trabajo proletario armónico. Debe haber unidad en la lucha contra el yugo del capital y por la dictadura del proletariado, y no debe haber rompimiento entre comunistas por el problema de las fronteras nacionales o de si los vínculos entre los Estados deben ser federativos u otros. Entre los bolcheviques hay partidarios de la independencia total de Ucrania, partidarios de una unión federativa más o menos estrecha y partidarios de la fusión total de Ucrania con Rusia.
No debe haber divergencias por estos problemas. El Congreso de Sóviets de Ucrania los resolverá.
Cómo establecer la confianza mutua entre revolucionarios
Si un comunista gran ruso insiste en la fusión de Ucrania con Rusia, los ucranianos pueden muy bien sospechar que defiende esa política, no por tener en cuenta la unidad de los proletarios en la lucha contra el capital, sino por los prejuicios del viejo nacionalismo gran ruso imperialista. Esa desconfianza es natural y hasta cierto punto inevitable y legítima, ya que los gran rusos, bajo el yugo de los terratenientes y capitalistas, infundieron durante siglos el infame y odioso prejuicio del chovinismo gran ruso.
Si un comunista ucraniano insiste en la independencia nacional incondicional de Ucrania, se presta a que se sospeche que él defiende esa política, no en función de los intereses temporales de los obreros y campesinos ucranianos en su lucha contra el yugo del capital, sino a causa de los prejuicios nacionales pequeñoburgueses del pequeño propietario. La experiencia ha suministrado centenares de ejemplos de “socialistas” pequeñoburgueses de diferentes países —todos los diversos pseudosocialistas polacos, letones y lituanos, los mencheviques georgianos, los eseristas, etc.— que se disfrazaban de partidarios del proletariado con el único fin de promover de forma fraudulenta una política de conciliación con “su” burguesía nacional en contra de los obreros revolucionarios. Hemos visto esto en el caso del Gobierno de Kerenski en Rusia, en febrero-octubre de 1917; lo hemos visto y lo seguimos viendo en todos los demás países.
Así, pues, es muy fácil que surja la desconfianza mutua entre los comunistas gran rusos y ucranianos. ¿Cómo combatir esa desconfianza? ¿Cómo vencerla y establecer una confianza mutua?
El mejor modo de lograrlo es trabajando en común para defender la dictadura del proletariado y el poder soviético en la lucha contra los terratenientes y capitalistas de todos los países y contra sus intentos de restablecer su dominación. Esa lucha común demostrará claramente en la práctica que cualquiera que sea la solución que se dé al problema de la independencia nacional o de las fronteras, debe existir una estrecha alianza militar y económica entre los obreros gran rusos y ucranianos, pues de otro modo los capitalistas de la “Entente”, es decir, la “alianza” de los países capitalistas más ricos: Inglaterra, Francia, Norteamérica, Japón e Italia, nos aplastará y estrangulará por separado. Nuestra lucha contra Kolchak y Denikin, a quienes estos capitalistas proporcionaron dinero y armas, es un claro ejemplo de este peligro.
Quien socava la unidad y la alianza más estrecha entre los obreros y campesinos gran rusos y ucranianos, ayuda a los Kolchak, a los Denikin, a los bandidos capitalistas de todos los países.
Por ello, nosotros, los comunistas gran rusos, debemos reprimir rigurosamente la menor manifestación de nacionalismo gran ruso que surja entre nosotros, pues esas manifestaciones, que son en general una traición al comunismo, causan un daño enorme al separarnos de los camaradas ucranianos, y con ello hacen el juego a Denikin y a su régimen.
Por ello nosotros, los comunistas gran rusos, debemos hacer concesiones cuando existen diferencias con los comunistas bolcheviques y borotbistas ucranianos, y cuando esas diferencias se refieren a la independencia nacional de Ucrania, a las formas de su alianza con Rusia y, en general, al problema nacional. Pero todos nosotros, los comunistas gran rusos, los comunistas ucranianos y los comunistas de cualquier otra nación, debemos ser inflexibles e intransigentes en las cuestiones básicas y fundamentales, que son las mismas para todas las naciones, en las cuestiones de la lucha del proletariado, de la dictadura del proletariado; no podemos admitir compromisos con la burguesía ni la menor división de las fuerzas que nos defienden contra Denikin.
Denikin tiene que ser vencido, aniquilado, y debe impedirse la repetición de invasiones como las suyas. Ese es el interés fundamental tanto de los obreros y campesinos gran rusos como de los ucranianos. La lucha será larga y difícil, pues los capitalistas del mundo entero ayudan a Denikin y ayudarán a los Denikin de todo género.
En esta lucha larga y difícil, nosotros, los obreros gran rusos y ucranianos, debemos marchar estrechamente unidos, pues separados no podremos ciertamente hacer frente a nuestra tarea. Sean cuales sean las fronteras de Ucrania y Rusia, sean cuales sean las formas de sus relaciones estatales mutuas, no es tan importante; es un problema en el que se puede y se debe hacer concesiones, en el que se puede ensayar esto, aquello y lo otro; la causa de los obreros y campesinos, de la victoria sobre el capitalismo, no sucumbirá por culpa de ello.
Pero si no sabemos marchar estrechamente unidos, unidos contra Denikin, unidos contra los capitalistas y los kulaks de nuestros países y de todos los países, la causa de los trabajadores sucumbirá ciertamente, por largos años, en el sentido de que los capitalistas podrán aplastar y estrangular tanto a la Ucrania soviética como a la Rusia soviética.
Y lo que la burguesía de todos los países, y toda suerte de partidos pequeñoburgueses —es decir, partidos “conciliadores” que se alían con la burguesía contra los obreros— más se han esforzado en conseguir, es la división de los obreros de las diferentes nacionalidades, suscitar la desconfianza y desbaratar la estrecha unión internacional y la fraternidad internacional de los obreros. Si la burguesía llega a conseguirlo, la causa de los obreros está perdida. Los comunistas de Rusia y Ucrania, por lo tanto, deben, mediante un esfuerzo colectivo, paciente, perseverante y tenaz, frustrar las maquinaciones nacionalistas de la burguesía y vencer los prejuicios nacionalistas de toda índole, y dar a los trabajadores del mundo entero un ejemplo de alianza verdaderamente firme entre los obreros y campesinos de diferentes naciones en la lucha por el poder soviético, por el derrocamiento del yugo de los terratenientes y capitalistas y por la República Soviética Federativa mundial”.
La carta de Lenin concentra la teoría del marxismo respecto a la cuestión nacional en un momento de máxima complicación y tensión, exponiendo su método dialéctico y el carácter principista de su política: máxima unidad de la clase trabajadora de las diferentes naciones contra sus enemigos comunes, la burguesía y el imperialismo; máxima flexibilidad para resolver la cuestión nacional en el marco del nuevo poder obrero combatiendo cualquier tendencia chovinista.
Aplicado a la cuestión lingüística, el método de Lenin se concretó en la resolución aprobada en diciembre de 1919,[9] estableciendo la obligación de aprender el ucraniano para todos los cuadros del partido y funcionarios estatales que viviesen en Ucrania, y las políticas de alfabetización masiva y fomento del ucraniano que explicamos al inicio de este artículo. Esto sirvió para garantizar la convivencia armónica de ambas comunidades lingüísticas, consolidar el apoyo masivo al poder soviético en el campo ucraniano y cimentar la fusión de los borotbistas con los bolcheviques.
Las políticas leninistas propiciaron el triunfo del Ejército Rojo en la guerra civil y la fundación de la URSS en 1922. Como señaló Trotsky, “en la Constitución de la URSS se inscribe el derecho de las naciones a la separación completa, indicando de este modo que no considera resuelta de una vez y para siempre la cuestión nacional”.[10]
Leninismo contra estalinismo
Stalin y sus partidarios quisieron zanjar el problema nacional durante el debate de la Constitución de la URSS liquidando el método escrupulosamente democrático de Lenin. Esto provocó la oposición airada de éste y acabó con la ruptura política entre ambos.
Stalin, Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, presentó en septiembre de 1922 su proyecto de Federación Soviética. Este concedía una autonomía imprecisa a las repúblicas “hermanas” de Rusia. El 15 de ese mes, el Comité Central del Partido Comunista georgiano rechazó el proyecto. Stalin les acusó de “desviacionismo nacional”. Lenin solo fue parcialmente informado del debate.
El 25 de Septiembre, tras una pausa prolongada por su enfermedad, Lenin pudo leer los materiales elaborados por Stalin, corrigiéndolos a fondo y convocando a numerosos dirigentes bolcheviques para tratar el asunto. A finales de septiembre, escribió una carta al Buró Político defendiendo que las distintas repúblicas formaran parte de la URSS en pie de igualdad con Rusia. Tras reunirse con los dirigentes comunistas georgianos, les mostró su apoyo contra las pretensiones de Stalin. El 6 de octubre, el Comité Central aprobó el proyecto modificado por Lenin que daría lugar al nacimiento de la URSS el 30 de diciembre de 1922. Al calor del debate, Lenin escribiría a Kámenev: “Declaro una guerra no para siempre, sino a muerte al chovinismo ruso…”.[11]
En respuesta a la “osadía” de los comunistas georgianos y el apoyo que Lenin les prestó, Stalin no tardó en organizar su venganza política. Para meter en vereda a los dirigentes georgianos envió a uno de sus colaboradores más estrechos, Sergó Ordzhonikidze, que no dudó en emplear la violencia golpeando a uno de ellos. La manera brutal, “gran rusa”, como actuó el lugarteniente de Stalin provocó la dimisión en bloque del Comité Central georgiano.
Cuando Lenin conoció los hechos encendió todas las alarmas ante este crecimiento de un aparato insensible que concentraba cada día más poder. En el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (20 noviembre-5 de diciembre 1922) advirtió en su último discurso público: “Tomamos posesión de la vieja maquinaria estatal y ésa fue nuestra mala suerte. Tenemos un amplio ejército de empleados gubernamentales. Pero nos faltan las fuerzas para ejercer un control real sobre ellos (...) En la cúspide tenemos no sé cuántos, pero en cualquier caso no menos de unos cuantos miles (...) Por abajo hay cientos de miles de viejos funcionarios que recibimos del zar y de la sociedad burguesa”.
En otros escritos remachaban esa misma idea: “Echamos a los viejos burócratas, pero han vuelto (...) llevan una cinta roja en sus ojales sin botones y se arrastran por los rincones calientes. ¿Qué hacemos con ellos? Tenemos que combatir a esta escoria una y otra vez, y si la escoria vuelve arrastrándose, tenemos que limpiarla una y otra vez, perseguirla, mantenerla bajo la supervisión de obreros y campesinos comunistas a los que conozcamos por más de un mes y un día.”[12]
A finales de diciembre de 1922, Lenin sufrió nuevos ataques. Con su capacidad de trabajo muy mermada, dictó a sus secretarias una serie de cartas dirigidas al XIII Congreso del Partido que se suceden interrumpidamente hasta el 7 de febrero de 1923 y que pasarán a la historia como su Testamento. En la carta del 26 de diciembre reflexiona nuevamente sobre el tipo de Estado existente en la URSS, calificándolo como “herencia del antiguo régimen”. Seis días más tarde afirma: “Llamamos ‘nuestro’ a un aparato que en realidad nos es completamente ajeno, un amasijo burgués y zarista que era absolutamente imposible transformar en cinco años estando privados de la ayuda de los otros países y cuando nuestras preocupaciones fundamentales eran la guerra y la lucha contra el hambre”.[13]
En las cartas del 29 y 31 de diciembre amplía su ataque a Stalin, acusándole de encarnar el chovinismo gran ruso y negarse “a admitir la necesidad de que ‘la nación opresora’ reconozca el derecho de la ‘nación oprimida’ a la autodeterminación”. Finalmente, condena “al georgiano que acusa con desdén a otros de ‘socialnacionalismo’, cuando él mismo es no solo un verdadero y genuino ‘nacionalsocialista’ sino un grosero polizonte gran ruso”.
El 4 de enero de 1923 Lenin denuncia: “el camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado y no estoy convencido de que sabrá siempre utilizarlo con suficiente circunspección (…) Es demasiado rudo, y este defecto aunque del todo tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, comunistas, se hace intolerable en las funciones de secretario general”. Por estos motivos, Lenin propone a los delegados que “piensen la manera de relevar a Stalin de ese cargo y designar en su lugar a otra persona que en todos los aspectos tenga sobre el camarada Stalin una sola ventaja, a saber: la de ser más tolerante, más leal, más educado y más considerado con los camaradas, que tenga un humor menos caprichoso”.[14]
En marzo de 1923 ocurren dos hechos de gran relevancia. Lenin propone a Trotsky defender en el inminente XIII Congreso del partido una posición común sobre la cuestión nacional contra Stalin. Además, escribe una carta a los camaradas georgianos que representa toda una declaración de guerra a la nueva burocracia: “Sigo la causa de ustedes con todo mi ánimo. Estoy impresionado por la grosería de Ordzhonikizde y la connivencia de Stalin y Dzerzhinski. Preparo notas y un discurso a favor de ustedes”.
Pero su enfermedad se agrava y el 10 de marzo de 1923 una apoplejía casi total le condena al silencio. Tras diez meses de completa postración, muere el 24 de enero de 1924. Toda su correspondencia quedaría oculta hasta 1956, cuando Kruschev la reveló parcialmente en el XX Congreso del PCUS.
Tras la muerte de Lenin, la burocracia estalinista rompería con los principios del bolchevismo sobre la cuestión nacional, imponiendo la centralización y la represión, y con ello el resurgimiento del chovinismo gran ruso. Este fue un efecto inevitable del aplastamiento de la democracia obrera y su sustitución por el poder despótico de una casta privilegiada. La lucha de ideas fue reemplazada por un régimen cuartelario, y aunque a partir de 1923 la Oposición de Izquierda intentaría de enderezar el rumbo y mantener vivo el programa leninista, las fuerzas objetivas que alimentaban la reacción burocrática eran muy poderosas y se reforzaban con cada fracaso de la revolución en Europa.
En Ucrania este proceso significó la eliminación de Rakovski, que llevaba años chocando con Stalin. Rakovski se convertiría en uno de los principales colaboradores de Trotsky en la Oposición de Izquierda. Otros destacados bolcheviques ucranianos como Piatakov o Evgenia Bosch, pese a las diferencias del pasado sobre la cuestión nacional, también se unirían a la Oposición, alarmados por el autoritarismo y burocratismo estalinista.
En muy poco tiempo, la teoría del “socialismo en un solo país” confirmaría el abandono del internacionalismo leninista con consecuencias nefastas para los derechos de las naciones integradas en la URSS y para la revolución mundial.
El resurgimiento de la cuestión ucraniana
El régimen bonapartista de Stalin no era estable. Sus constantes concesiones políticas y económicas a la pequeña burguesía rural y urbana crearon las condiciones para el empobrecimiento de amplios sectores de la población campesina y trabajadora. Su solución para contener el descontento era una represión creciente y una política de zigzag que pronto se convirtió en pánico. En 1928, temiendo la restauración capitalista por un Kulak enriquecido, y presionado por el enorme malestar de los obreros en las ciudades, Stalin promovió un violento giro a su política.
Apropiándose de muchas ideas de la Oposición de Izquierda, pero deformándolas totalmente, Stalin decretó la colectivización forzosa del campo aplicando métodos terroristas. El resultado sería que gran parte del campesinado rechazó la colectivización respondiendo a la violencia burocrática con el boicot a la siembra, sacrificando ganado y oponiéndose a las requisas por todos los medios. El hambre se extendió como una mancha de aceite por Ucrania y otras repúblicas.
El régimen de Zelenski y los sectores del nacionalismo ucraniano más reaccionario, igual que la extrema derecha internacional, denuncian este proceso (que llaman Holodomor) como una hambruna planificada por “el poder central ruso” contra el pueblo ucraniano. Pero no fue una política específica contra Ucrania, sino una orientación despótica y autoritaria para intentar salvar los privilegios de la casta burocrática a costa del campesinado, y que se saldó con la muerte de millones de campesinos en toda la URSS.
En ese contexto de reflujo obrero y reacción burocrática que se prolongaría más de una década, el descontento social en la Ucrania soviética se manifestó en el apoyo creciente a una República Socialista Ucraniana independiente de la URSS. Por su parte, en Ucrania occidental, todavía bajo dominio polaco, la crisis capitalista y la opresión nacional habían impulsado un giro a la izquierda entre amplias capas de la sociedad, atraídas por las conquistas en el terreno social y nacional de la Ucrania soviética. Las políticas represivas de Stalin neutralizaron este sentimiento, permitiendo a los fascistas ucranianos ganar audiencia.
El régimen estalinista, tras aplastar a la Oposición de Izquierda, preparó las grandes purgas de 1936-1939 que eliminarían físicamente a la vieja guardia leninista. Trotsky desde el exilio plantearía la consigna “por una Ucrania obrera unida, independiente y socialista”. Para el fundador del Ejército Rojo, la lucha por una Ucrania socialista independiente, dirigida por el proletariado de la Ucrania soviética que aún mantenía frescas en su memoria las lecciones de 1917 y la guerra civil, podía impulsar la revolución política contra la burocracia estalinista y ganar a las masas de Ucrania occidental, frenando a los fascistas. Un movimiento revolucionario en estas líneas animaría la revolución política en el resto de la URSS y la revolución socialista en Europa.
Esta posición de Trotsky, como tantas otras, fue falsificada por el estalinismo. Trotsky fue acusado de apoyar a los nacionalistas reaccionarios ucranianos, calumnia que siempre rechazó con la máxima energía: “Solo cadáveres políticos pueden seguir depositando esperanzas en cualquier fracción de la burguesía ucraniana como líder de la lucha nacional por la emancipación (…) ¡Ni el más mínimo compromiso con el imperialismo, sea fascista o democrático! ¡Ni la más mínima concesión a los nacionalistas ucranianos, sean clerical-reaccionarios o liberal-pacifistas! ¡No al “frente popular”![15]
La perspectiva de Trotsky de que el malestar acumulado en ambas Ucranias estallaría, generando condiciones para unificar su lucha, se cumplió tras la invasión nazi de Polonia y la URSS. Tanto el régimen ucraniano Stepán Bandera en la Galitzia polaco-ucraniana, como el de los ocupantes alemanes, fueron una cruel pesadilla para los judíos, gitanos, rusos, polacos, ucranianos… exterminados salvajemente. Pero todos se ellos se unieron para combatir el fascismo.
Entre 4,5 y 7 millones de ucranianos lucharon en las filas del Ejército Rojo. El 50% de los 500.000 partisanos que combatieron en 1944 en Ucrania eran de origen ucraniano, mientras las milicias fascistas de Bandera solo lograron movilizar entre 15.000 y 100.000. La victoria del Ejército Rojo significó la reunificación de los territorios y pueblos que nutrían el cuerpo vivo de Ucrania. Pero Stalin no les permitió decidir sobre su integración en la URSS ni sobre ningún otro aspecto.
En plena guerra fría, el imperialismo estadounidense, mediante la CIA, reclutó a Bandera y otros dirigentes del nacionalismo ucraniano supremacista para desarrollar una intensa actividad terrorista. La memoria del horror fascista y la lucha unida de las distintas nacionalidades para derrotarlo, más los avances de la economía planificada, derrotaron sus planes. Esto mostraba el potencial para resolver la cuestión nacional con un verdadero partido comunista al frente. Pero bajo el dominio burocrático el problema nacional permaneció enquistado.
En 1944 Stalin expulsó a los tártaros, pueblo de religión islámica que poblaba mayoritariamente Crimea. En 1954, Kruschev, por motivos burocráticos, incorporó Crimea a la República Socialista de Ucrania, aunque nunca había formado parte de ella. Pero décadas de estalinismo y 30 años de restauración capitalista han creado un conflicto nacional en la península de Crimea, que el contexto bélico actual hace aún más explosivo. Un 67,9% de la población es étnicamente rusa, con fuertes lazos materiales con Rusia después de mucho tiempo albergando la flota soviética del Mar Negro. Temerosos de la ultraderecha supremacista ucraniana, la mayoría apoyaron la anexión a Rusia promovida por Putin en 2014. Pero el chovinismo gran ruso genera un importante malestar entre el 18% de población ucraniana y 12% de tártaros retornados que residen en Crimea. Zelenski y la OTAN intentan utilizarlo para abrir un nuevo frente en la guerra, alimentando acciones terroristas de fundamentalistas islámicos tártaros y nacionalistas reaccionarios ucranianos.
La restauración capitalista y la “independencia” de Ucrania
El estalinismo colapsó definitivamente en 1991. La implosión de la URSS precipitó la restauración capitalista en todas las repúblicas que la integraban y el resto de Estados obreros deformados de Europa oriental. La crisis devastadora de estos regímenes hundió las condiciones de vida de cientos de millones de personas, acabando con la economía planificada y propiciando el surgimiento de una nueva burguesía de las entrañas de la burocracia. También provocó una espiral de levantamientos nacionales que el imperialismo occidental aprovechó para conquistar posiciones fundamentales y extender la OTAN. El caso de la Federación Socialista Yugoslava y la guerra que la arrasó, alentada por Alemania y EEUU, fue un ejemplo destacado.
En Ucrania el movimiento pro independencia cosechó un apoyo masivo, como no podía ser menos, especialmente en la zona occidental incorporada a la URSS tras la Segunda Guerra Mundial, pero también en el Donbás y Crimea. Como Lenin había señalado, “la cuestión nacional es una cuestión de pan”. Una Ucrania independiente aparecía como una opción para salir del marasmo.
En plena descomposición económica, tras décadas de totalitarismo burocrático que asfixiaron cualquier iniciativa y organización independiente de la clase obrera, ésta se encontraba profundamente desmoralizada, atomizada y sin dirección. Los viejos burócratas estalinistas, convertidos en empresarios depredadores, pilotaron la independencia en líneas capitalistas, propiciando una economía dependiente de las exportaciones y la inversión extranjera. En el este, los oligarcas ucranianos desarrollaron preferentemente negocios e intereses comunes con los capitalistas rusos. En la zona occidental se vincularon cada vez más estrechamente a los imperialistas europeos y estadounidenses.
Ucrania aportaba el 23% de la producción agrícola de la URSS, 25% del carbón y 35% del acero, importando el 60% de la energía y casi la mitad de los bienes de consumo.[16] Con el régimen de Putin fortaleciéndose, impulsando un capitalismo ruso con sus propios intereses y objetivos imperialistas, Washington recurrió a una estrategia cada vez más agresiva, convirtiendo a Ucrania en su peón más destacado en su batalla contra Rusia.
La ultraderecha ucraniana intentó estimular el sentimiento anti-ruso desde los primeros momentos de la independencia, pero el instinto de unidad de los trabajadores ucranianos, rusos y del resto de minorías, era muy fuerte.
Este instinto se expresó en diferentes huelgas y movilizaciones unitarias contra cierres de empresas, reivindicando su nacionalización.[17] También en el apoyo electoral al Partido Comunista de Ucrania (PCU), la fuerza más votada en todas las elecciones hasta 2002, con apoyos superiores al 20%. En las elecciones legislativas de 1998, 2006 y 2007 los fascistas ucranianos de Svoboda (solos o coaligados con otros ultraderechistas) no pasaron del 0,16 %, 0,36 y 0,76% de los votos, quedando fuera de la Rada.
No sería hasta 2009 y 2010, aprovechando la desesperación y empobrecimiento que generó la Gran Recesión de 2008 y la ausencia de una política antifascista consecuente de los dirigentes de la izquierda rusa y ucraniana, cuando la ultraderecha chovinista consiguió avanzar en las elecciones locales. En las legislativas de 2012 obtuvieron representación nacional por primera vez: 10,04 % de los votos y 37 escaños. Incluso entonces, sectores importantes de las masas se movilizaron contra el fascismo votando al PCU: tras desplomarse al 3% en 2004 por su colaboración con los Gobiernos oligárquicos pro Moscú, el PCU superó a Svodoba con un 13,2% y 2.687.246 votos.
Con una política leninista de independencia de clase, combatiendo tanto a la oligarquía pro-rusa de Yanukóvich como a la pro-estadounidense y los fascistas, el PCU podría haber evitado el giro reaccionario que tomaron los acontecimientos. Pero sus dirigentes estalinistas eran un freno objetivo a la alternativa revolucionaria que se necesitaba.
Revolución y contrarrevolución en Ucrania
Las protestas populares del Euromaidan, a finales de 2013, fueron usurpadas por la ultraderecha. Ésta copó y dirigió el movimiento, logrando un triunfo completo de la contrarrevolución. Fue también un gran éxito del imperialismo norteamericano y europeo, que financiaron a la miríada de organizaciones fascistas. La dimisión de Yanukóvich (febrero de 2014) dio paso a un Gobierno bajo control occidental con los fascistas de Svodoba y otros ultraderechistas ocupando posiciones clave en el aparato estatal y el ejército ucraniano.[18]
El nuevo Ejecutivo impuso un rabioso programa de privatizaciones y cierres de empresas. Stepan Bandera fue declarado héroe nacional y el nuevo gobierno desató una campaña chovinista anti-rusa de enormes proporciones, incluyendo la persecución del ruso y pogromos contra las comunidades rusas. En respuesta, estalló una insurrección de masas con epicentro en las regiones industriales del Donbás y ciudades como Odesa y Járkov.[19] Miles de personas ocuparon edificios gubernamentales, comisarías y sedes policiales, requisando armamento y proclamando repúblicas populares dirigidas por consejos de representantes elegidos en asambleas masivas en Crimea, Donetsk, Járkov, Odesa o Mariupol. El Gobierno ultraderechista de Kiev reconoció haber perdido el control del sudeste ucraniano.
Había elementos claros de doble poder. Las fuerzas contrarrevolucionarias de Kiev controlaban el oeste. Los Consejos de las repúblicas populares el este y sur. Reflejando la presión revolucionaria de las masas, la República Popular de Járkov, segunda ciudad del país, proclamó “el fin de la explotación del trabajo y la priorización de las formas colectivas de propiedad”. La República Popular de Donetsk afirmó “el control popular de la distribución de la riqueza creada por la población de Donbás”.
El potencial para extender la revolución a toda Ucrania era real. Aunque la represión gubernamental y de los fascistas era brutal, como mostró la masacre de 48 personas en la sede de los sindicatos de Odesa, las manifestaciones también se sucedían en Kiev. El 1º de Mayo el PCU movilizó varios miles en la capital. Cada ofensiva del ejército ucraniano contra los insurrectos terminaba con centenares de soldados confraternizando, desertando o integrándose en las milicias populares. Este factor llevó al régimen ucraniano y sus patrocinadores estadounidenses a llenar el ejército de fascistas y mercenarios.[20]
Una vez más, la falta de una organización revolucionaria de masas fue determinante. Agrupaciones locales del PCU impulsaron milicias de autodefensa, pero la dirección nacional renunció a movilizar masivamente a los trabajadores del oeste contra el gobierno de Kiev.
Putin y la oligarquía rusa entendían lo que estaba sucediendo. Bajo ningún concepto querían un levantamiento socialista triunfante en el Donbás y ciudades emblemáticas como Járkov y Odessa. El peligro de que el movimiento revolucionario pudiese contagiar a los trabajadores rusos era evidente. Moscú intervino audaz y rápidamente para sofocar la revolución en marcha, apoyándose en sectores ultra-nacionalistas rusos de derecha y ultraderecha. Los dirigentes más a la izquierda del movimiento fueron eliminados, y su discurso comunista e internacionalista borrado.[21]
Como explicamos entonces: “El régimen capitalista ruso no dudará en manipular el derecho a decidir su propio destino de la población de Donestk y Lugansk, si con ello protege (…) los intereses de los grandes oligarcas que han saqueado Rusia, como los ucranianos Ucrania (…) El movimiento revolucionario de los trabajadores del Sudeste de Ucrania sólo puede triunfar si se extiende al Oeste. Es necesario defender la unidad de todos los trabajadores de Ucrania en un programa que combine las demandas revolucionarias y democráticas con la expropiación de los oligarcas”.[22]
Derrotado el proceso revolucionario, la consolidación de sucesivos Gobiernos reaccionarios y las maniobras de los capitalistas ucranianos y los imperialistas occidentales condujeron al actual escenario. La humillante derrota estadounidense en Afganistán, evidenciando ante todo el mundo su decadencia, aceleró los planes para estrechar el cerco contra Rusia y cortar el avance de Pekín en Europa, incluida la propia Ucrania. Biden utilizó a Zelenski para desafiar a Putin, que respondió con una intervención militar contundente.
¡Acabar con la guerra y la opresión nacional! ¡Luchar por el socialismo!
La guerra actual es una nueva y dramática confirmación de que bajo la tutela imperialista es imposible una Ucrania unida, soberana y en paz. La victoria de cualquiera de los bandos en pugna generará nuevos odios nacionales, más chovinismo, reacción y prejuicios venenosos en detrimento del pueblo ucraniano y ruso.
Hoy las masas ucranianas (sea cual sea su etnia o lengua) están en shock, huyendo de las bombas, intentando sobrevivir al infierno creado por Biden, Putin, Zelenski y demás criminales imperialistas. Eso que algunos llaman “guerra de liberación nacional del pueblo ucraniano” no es más que una farsa dirigida por la CIA y el Departamento de Estado.
EEUU, promotor del nacionalismo supremacista ucraniano durante décadas, está dispuesto a todo en su lucha contra Rusia y China. Su generoso apoyo militar a Zelenski significa prolongar la guerra el tiempo que consideren necesario. Por otra parte, una victoria de Putin, dominando el Donbás, alimentará aún más los odios nacionales, enquistando igualmente el conflicto. Si finalmente, obligados por el desgaste de la guerra, alcanzaran un acuerdo diplomático (algo que EEUU ha frenado hasta ahora), la lucha global entre los bloques imperialistas lo convertirá en preludio de nuevos enfrentamientos.
El ansia de beneficios, mercados, materias primas y dominio de los capitalistas e imperialistas es el motor de la guerra. Luchar consecuentemente por la paz en Ucrania, Rusia y el resto del mundo implica que la clase obrera y la juventud levantemos nuestra propia política de clase, revolucionaria e internacionalista, combatiendo todas las formas de opresión, chovinismo y militarismo. Derrocar al capitalismo y unir a la clase obrera mundial con el programa y los métodos de la revolución socialista es la única alternativa para poner fin a esta catástrofe.
Notas:
[1]La invasión rusa de Ucrania y la lucha imperialista por la hegemonía mundial
[2] “La política lingüística de Ucrania alarma a las minorías” (El País 16/02/2019). “Ucrania: Informe de Amnistía Internacional 2020 sobre derechos humanos” (www.lasafueras.info, 13/03/2022). “Gitanos de Ucrania: marginados antes y durante la guerra” (La Vanguardia 25/03/2022)
[3] Movimiento antisemita ultrarreaccionario, promovido por el Estado zarista, que instigaba pogromos contra la población judía. Enemigo declarado de las organizaciones revolucionarias.
[4] El derecho de las naciones a la autodeterminación, en Lenin, Escritos sobre la cuestión nacional, FFE, 2014. pp 96-97
[5]Ucrania, Pravda nº 82, 15 de junio de 1917
[6] Trotsky, La cuestión ucraniana, en Sobre la liberación nacional, Ed. Pluma, p.118
[7] Lenin, Carta a los obreros y campesinos de Ucrania a propósito de las victorias sobre Denikin, 18 de diciembre de 1919. Obras Completas, Tomo 40, Editorial Progreso, Moscú 1973, pp. 41-47.
[8] Comandante de las fuerzas contrarrevolucionarias del sur, tomó las ciudades ucranianas de Kiev y Járkov. Durante su incursión en Ucrania cometieron todo tipo de atrocidades, ejecuciones masivas, saqueos y pogromos contra judíos.
[9] Lenin, Resolución del CC del PC (b) R sobre el poder soviético en Ucrania, 3 de diciembre de 1919. Obras Completas, Tomo 39, Editorial Progreso, Moscú 1973, pp. 345-348
[10] León Trotsky, La independencia de Ucrania y la confusión de los sectarios, en Sobre la liberación nacional, Ed. Pluma, p.142
[11] La última lucha de Lenin. Discursos y escritos, Pathfinder Press, New York, 1997. p 360
[12] Ibíd., pp. 109-110.
[13] Ibíd., p. 371.
[14] Ibíd, p.210
[15] León Trotsky, La cuestión ucraniana, en Sobre la liberación nacional, Ed. Pluma, p.125
[16] J.M.Cheauvier, Signos de fractura en Ucrania (“Para entender Ucrania”, Le Monde Diplomatique 2009, p.27)
[17] M. Goanec, La crisis económica vista desde Ucrania, (“Para entender Ucrania”, Le Monde Diplomatique 2009, p.82)”
[18] Las maniobras imperialistas colocan a Ucrania en un callejón sin salida
[19] El “gran juego” en Ucrania. Rebelión popular contra el gobierno derechista de Kiev y las intrigas imperialistas
[20] “Para compensar la falta de soldados, el gobierno ucraniano recurrió a las milicias paramilitares. Están compuestos esencialmente por mercenarios extranjeros, a menudo militantes de extrema derecha. En 2020, constituían alrededor del 40% de las fuerzas ucranianas y contaban con unos 102.000 hombres (…) Fueron armados, financiados y entrenados por los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Francia.” La situación militar en Ucrania – The Postil Magazine.
21] Los planes del imperialismo occidental sufren un duro revés. Situación revolucionaria en el Este de Ucrania
22] Los planes del imperialismo occidental sufren un duro revés. Situación revolucionaria en el Este de Ucrania