Xi Jinping ha sido proclamado el “centro” de la dictadura gobernante china. La decisión, adoptada en octubre en el sexto plenario del Comité Central del PCCh (Partido Comunista Chino), junto con la aprobación de dos documentos que imponen controles estrictos sobre los funcionarios veteranos, generan muchas preguntas sobre la lucha por el poder dentro de la elite gobernante y, especialmente, acerca de la renovación de la dirección el próximo año.

El concepto de ‘líder central’ nació con Deng Xiaoping que lo utilizó a principios de la década de los noventa para describir a Jiang Zemin, era una forma de reforzar la autoridad de Jiang en un momento de gran incertidumbre e inestabilidad dentro del régimen tras la masacre de Pekín de 1989. Pero con Xi se convirtió en una responsabilidad. Una editorial de Diario del Pueblo decía que “el centro del partido y el conjunto del partido deben tener un centro”. Otro órgano del PCCh, el ultranacionalista Global Times, citaba a un ‘experto’ de Research Centre for Government Integrity Building para decir que existe la “urgente necesidad de una dirección fuerte”.

Desde que Xi tomó el timón a finales de 2012, ha purgado a varios altos funcionarios y utilizado su campaña contra la corrupción para atacar a otras fracciones y consolidar su propio poder. La ferocidad y el alcance de esta reforma han hecho que Xi sea considerado el líder “más poderoso” desde Mao Zedong. El PCCh-estado es un animal enorme y diferente si se compara con el de aquella época. Xi encabeza una dictadura que actúa en nombre de la elite multimillonaria china cuya riqueza ha crecido enormemente en los últimos años y que tiene su propia ansia de poder. En octubre de 2016 en China había 594 multimillonarios, superando a los 535 que hay en EEUU. La mayor parte de la nueva oligarquía china procede de o están comprometidos con el PCCh-estado.

Xi ha concentrado mucho más poder en sus manos que sus inmediatos predecesores, alejándose del antiguo modelo de dirección colectiva descrita fraudulentamente como “centralismo democrático” por el PCCh y los medios de comunicación. Ese modelo fue adoptado tras la muerte de Mao para introducir algunos “contrapesos” en las estructuras del estado autoritario y evitar el ascenso de un nuevo “hombre fuerte”. Los niveles superiores de la dictadura, especialmente el fundamental Comité Permanente del Politburó, se convirtió en un foro de poder compartido de los representantes de las fracciones rivales vinculadas a ‘feudos’ económicos o regionales.

“Cirugía arriesgada”

Xi abandonó este modelo y significó el comienzo de una crisis profunda del régimen, hizo necesaria una “cirugía arriesgada” para intentar superar la parálisis política (muchas medidas pero con poco efecto) y especialmente la tendencia de las regiones y niveles inferiores del Estado a eludir sus obligaciones o simplemente aceptar con la boca pequeña las órdenes del ‘centro’.

Como explica Deng Maosheng, un alto funcionario de la Oficina Central de Investigación Política del partido, “muchas de las políticas del partido no se implementaron. Algunos llegaron a crear reinos independientes en sus propias unidades, departamentos o localidades (…) Los de más arriba dictan medidas políticas, pero los de abajo disponen de contramedidas”.

Esta cuestión, la incapacidad del ‘centro’ de controlar las regiones, infesta cada área de la política china, desde la alarmante deuda acumulada hasta los niveles monstruosos de sobrecapacidad en la economía o la política militar. También explica la severidad de Xi a la hora de tratar a la disidencia, contra abogados, periodistas y trabajadores en huelga. Esta es la “campaña más agresiva contra los derechos humanos desde la masacre de Tiananmen de 1989” según un informe de la organización estadounidense Human Rights Watch.

Como explicamos anteriormente, la ofensiva de Xi para re-centralizar el poder no sólo es una peculiaridad personal (que podría ser un factor adicional) sino que nace de un sentido de crisis y de que sin estas medidas el dominio del PCCh está amenazado por el colapso.

Antes de la reunión del sexto plenario Xi ya había acumulado una impresionante variedad de cargos oficiales. Es “presidente de todo”, controla la política en no menos de doce departamentos que van desde la economía, el ejército, la seguridad interna, la ciberseguridad y la tecnología de la información. ¿Cómo se añade la designación de ‘líder central’ a esta colección?

Si algo sugiere todo esto es que después de cuatro años de la lucha por el poder más feroz desde 1989, Xi aún no ha logrado una victoria decisiva. “Xi ha encontrado obstáculos, si no existieran esos obstáculos no habría necesidad de un líder central”, así lo explica Robert Lawrence Kuhn, un empresario estadounidense pro-PCCh que escribe en South China Morning Post. Zhou Xiaosheng de la Universidad Renmin agrega: “Es obvio que todo este ruido sobre la lealtad es porque existe falta de lealtad”.

El 19º Congreso

La elevación de Xi a ‘líder central’ no sugiere un triunfo decisivo, más bien significa que él y su camarilla están preparando una escalada de la lucha interna por el poder según se va acercando el congreso del PCCh del año próximo.

En el 19º Congreso, que se celebrará a finales de 2017, un total de 13 de los 25 miembros actuales del Politburó deben retirarse por la edad, incluidos cinco de los siete miembros del Comité Permanente. Si se cumplen las reglas significaría que sólo Xi Jinping y el actual primer ministro Li Keqiang mantendrían sus puestos en el Comité Permanente, que es el vértice de poder del sistema de estado del PCCh. Se especula mucho sobre la intención de Xi de apartarse del acuerdo no escrito qishang baxia (siete arriba, ocho abajo), mediante el cual un funcionario con 67 años puede intentar un nuevo mandato pero no puede hacerlo si ha cumplido los 68.

El foco de tanta especulación es la posición de Wang Qishan, el delfín (un “aristócrata rojo” heredero de una familia importante del PCCh) de Xi y su aliado clave en el Comité Permanente. Wang es quien ha planeado la campaña anticorrupción de ‘asustar y sobrecoger’ que ha aplicado Xi, que en realidad es un arma de control central para atacar a los oponentes fraccionales, infundir un grado de terror dentro del aparato del estado y controlar a los gobiernos regionales. La Comisión Central de Vigilancia y Disciplina (CCDI) de Wang se ha extendido en los últimos cuatro años alcanzando a todos los sectores del gobierno convirtiéndose en la “encargada” clave de garantizar el dominio de Xi. Recientemente reprendió al Departamento Central de Propaganda por no imponer rigurosamente la línea de pensamiento de Xi a los medios de comunicación.

Parece que Xi quiere a toda costa mantener a su lado a Wang, aunque eso significaría renunciar a las directrices sobre la edad (Wang tendrá 68 el próximo año). En este sentido son significativas las palabras de Deng Maosheng, quien ayudó a elaborar los documentos de la reunión del sexto plenario, en una conferencia de prensa: “No existen fronteras estrictas en la norma ‘siete arriba, ocho abajo’”. Estos comentarios han alimentado aún más las especulaciones sobre que el cambio ya está en marcha.

Se rumorea incluso que Wang está preparándose para sustituir después del congreso al primer ministro Li que está a cargo de la política económica. Li ya está muy marginado dentro de la dirección y podría ser trasladado a un puesto más ceremonioso, por ejemplo el de presidente del rutinario Congreso Nacional del Pueblo. Wang, conocido como un “reformador” en términos económicos tiene una reputación aterradora desde su época de “zar anticorrupción” y puede ser considerada una propuesta más dura de primer ministro para obligar a los gobiernos locales recalcitrantes a comportarse como es debido. El mentor de Wang fue Zhu Rongji, quien como primer ministro presidió la reorganización brutal de la economía china a finales de los años noventa, encaminó el país hacia la OMC reduciendo 40 millones de empleos públicos y privatizando el mercado inmobiliario.

Parece que las medidas adoptadas en el sexto plenario, incluida la designación de Xi como “líder central”, están destinadas a fortalecerle y permitir que haga su propia selección de la dirección, favoreciendo a los leales a Xi a costa de las fracciones rivales. Este proceso ya ha comenzado con la reorganización de las personas a cargo de los gobiernos provinciales, incluidos varios nombramientos considerados cercanos a Xi y Wang.

En los primeros años de gobierno Xi purgó a los “tigres” (altos funcionarios) vinculados a la fracción de Jiang Zemin, el año pasado le tocó al tuan pai (juventudes comunistas) que ha tenido que soportar el bombardeo fraccional. En mayo su presupuesto fue reducido a la mitad y obligó a reducir personal. Los medios de comunicación estatales criticaron al tuan pai calificándolo de “ineficaz y elitista”. El primer ministro Li es el representante más destacado de esta fracción, lo más probable es que él y otros afiliados al tuan pai sean los mayores perdedores cuando se elija la nueva dirección.

¿Siguiendo los pasos de Putin?

El tema central de las especulaciones que rodean a Xi es si planea extender su dominio, de una u otra forma, más allá de los dos mandatos quinquenales establecidos en los estatutos. Imitando a su modelo ruso Vladimir Putin, Xi podría estar planeando mantenerse en el poder hasta después de 2022, quizá renunciando de manera formal a algunos de sus cargos mientras sigue ejerciendo el poder real detrás del trono, igual que Putin cuando puso a Dmitry Medvedev como “su” presidente antes de reclamar él mismo el puesto. En China el cargo de presidente se limita a dos mandatos pero no existe ese límite para el Secretario General del PCCh, que también recae en Xi, este último es el más poderoso de los dos cargos. Si Wang Qishan se mantiene en el Comité Permanente en el congreso del próximo año podría ser una prueba para abandonar las viejas reglas y restricciones abriendo el camino para que Xi ejerza un tercer mandato o más.

Tanto Jiang Zemin, que se retiró en 2002, como Hu Jintao, que lo hizo en 2012, consiguieron mantenerse arriba por un representante de otra fracción. Esto también formaba parte del sistema de “contrapesos” construido dentro de la maquinaria interna del PCCh para impedir que un individuo adquiriera demasiado poder. El proyecto de Xi de desmantelar estas salvaguardas tiene el riesgo de hacer explotar el mismo edificio que pretende salvar.

La era de Xi Jinping, como hemos explicado antes, señala al comienzo de una crisis sin precedentes dentro del estado chino. Los métodos de Xi indican desesperación y una urgencia que emana de la sensación de que el régimen se enfrenta a un peligro grave. En palabras de Gideon Rachman del Financial Times: “Está llevando a este país en nuevas direcciones radicales y arriesgadas”. La centralización del poder de Xi y el aumento de la represión pretenden evitar explosiones, revueltas de masas o amenazas económicas sistemáticas, pero esta “solución”, como demuestran otros ejemplos históricos, podría convertirse en el desencadenante de convulsiones revolucionarias.

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