El 19º Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) se celebró en octubre y confirmó la transición de China a la dictadura de un hombre, Xi Jinping. Fue el congreso más significativo del PCCh en este siglo. Esta decisión tiene implicaciones importantes para el futuro no sólo de China sino a escala global. El congreso fue utilizado como un escenario global para que Xi mostrara su dominio al estilo Mao sobre el aparato del Estado y el partido, pero también se supone revitalizó el control total del régimen del PCCh sobre el “partido, Gobierno, Ejército, población, ciencia, este, oeste, norte, sur y centro” (recogido en una enmienda a los estatutos del PCCh aprobada por unanimidad en el congreso).
También, significativamente, el congreso estuvo diseñado para enviar el mensaje triunfalista de un ascenso imparable de China como superpotencia global. En función de las paridades del poder adquisitivo, que ajustan los tipos de cambio para tener en cuenta las variaciones nacionales de precios, la producción económica de China (PIB) es ya un 15% superior a la de EEUU y si continúa esta tendencia será un 50% mayor en 2023.
Ya se ha producido un importante cambio en la percepción que el resto del mundo tiene de China, según Pew Research (Centro de Investigaciones Pew, de Washington D.C.): un 46% de los británicos y un 41% de los alemanes dicen que China es la principal potencia económica mundial. Sólo el 31% y el 24% respectivamente creen que EEUU aún ocupa el primer lugar.
La creciente influencia global de China se demuestra en acontecimientos lejanos como el derrocamiento de Robert Mugabe por el ejército de Zimbabue y el ‘golpe’ del príncipe Mohamed bin Salmán contra los príncipes que eran sus rivales en Arabia Saudí, inspirado claramente en la purga del PCCh que ha llevado a cabo Xi Jinping.
La visita de estado a China del presidente más débil e ineficaz de EEUU en décadas, justo la quincena posterior al congreso del PCCh, reforzó este mensaje. Un desafiado Trump, insistiendo sin cesar en la “gran química” que existe entre él y Xi Jinping, era irreconocible con el de su beligerante campaña electoral anti China. Los comentaristas chinos describían la visita de Trump como una “peregrinación” para ver a Xi, mientras que David Rothkopf de Los Angeles Times decía que era “la primera vez que un presidente norteamericano descubre que ha recorrido todo el camino hasta Beijing para reunirse con el hombre más poderoso del mundo”.
La pseudoteoría de Xi del “socialismo con características chinas para una nueva era”, ahora consagrada al lado del nombre del líder en los estatutos del PCCh junto con el Pensamiento Mao Zedong y la Teoría Deng Xiaoping, es una defensa ideológica del nacionalismo chino, el gobierno autoritario y el capitalismo de estado. Defiende y justifica al imperialismo chino, defensa que hace utilizando eufemismos del tipo “hay que aproximarse al centro de la escena mundial ya que el antiguo orden global liderado por EEUU se enfrenta a un declive irreversible”.
El resultado del congreso que ha cimentado el poder de Xi era algo esperado. La imagen de sí mismo que tiene el régimen como un estado dictatorial cada vez más poderoso liderado por su “líder más fuerte” en 40 años, que elimina implacablemente toda oposición dentro y fuera del país ¿realmente se ajusta a la realidad? Los socialistas revolucionarios creemos que la realidad tanto de China como globalmente es mucho más compleja, y que en el horizonte se presentan desafíos sin precedentes como la profundización de las tensiones internacionales, la desigualdad explosiva en China e importantes sacudidas económicas.
“Emperador vitalicio”
Más que un auténtico congreso, con delegados y votaciones, el acontecimiento más importante del PCCh que se realiza dos veces por década se convirtió en una ceremonia de coronación coreografiada por Xi. Según el académico chino con residencia en Hong Kong, Willy Lam, ahora se convierta en “emperador vitalicio”. El carácter puramente decorativo de esta reunión por supuesto no es un fenómeno nuevo en la historia del PCCh y de otros regímenes del pasado estalinista, pero el 19º Congreso quizás haya marcado un nuevo récord.
Los llamados delegados eran poco más que extras contratados en un espectáculo gigantesco. Los entrevistados por los medios de comunicación invariablemente elogiaban al líder, a los escolares de todo el país se les obligó a ver por televisión el discurso de tres horas y 20 minutos de Xi. El hashtag ‘19congresodelpartido’ fue visto 1.190 millones de veces sólo el día de la apertura. ¿Debería impresionarnos? Estas hazañas son fáciles para un régimen con un control dictatorial sin paralelo de los medios de comunicación e internet.
Confirmando el giro hacia una mayor represión y control, incluso dentro de los niveles superiores del Partido-Estado, Xi ha abandonado la noción de la “democracia intra-partido” que fue aplicada débilmente por sus predecesores Jiang Zemin y Hu Jintao para establecer algunos equilibrios institucionales en el funcionamiento del PCCh. El ‘sondeo de opinión’ consultivo a los delegados realizado en los últimos dos congresos (de los que no se han publicado los resultados), que mide las opiniones sobre la selección de los principales dirigentes, los 25 hombres del Politburó y los siete del Comité Permanente del Politburó, en esta ocasión ha sido ignorado por Xi Jinping.
El congreso fue aún más un sello de caucho que los anteriores, todos los temas esenciales se discutieron hace muchos meses a través de los canales informales en los que participan figuras clave, incluidos los patriarcas retirados del PCCh y altos generales. Según una noticia de Xinhua participaron 57 individuos de la élite a quién Xi consultó antes de su “elección”.
Sin sucesor
El refuerzo de la posición de Xi se pudo ver en la consagración de su “teoría” personalizada en los estatutos y también en la ruptura de la norma sucesoria que hasta ahora existía y que representaba una restricción clave del poder de sus predecesores. Sin un sucesor designado en la nueva dirección, un hecho que no ha sucedido en décadas, la puerta está abierta para que Xi extienda su mandato directamente o entre bastidores después de que termine el actual en 2022.
Aunque la composición del nuevo Comité Permanente refleja un grado de equilibrio fraccional en nombre de la “unidad del partido”, ésta en gran parte es debido a que este órgano anteriormente omnipotente, Xi lo ha convertido en una entidad más débil.
En el pasado la dirección designaba a un sucesor que procedía de una fracción diferente a la del líder titular, por ejemplo Hu Jintao pertenecía a la fracción de las Juventudes Comunistas y siguió a Jiang Zemin que procedía de la fracción de Shanghái. Esta fue una de las innovaciones de Deng Xiaoping para implantar unas estructuras basadas en el consenso que permitían regular el conflicto entre fracciones y evitaba que un líder o grupo dirigente determinado concentrara demasiado poder en sus manos. Con el sistema de Deng si esto sucedía el sucesor podía revertirlo cuando llegaba al poder. Era la dictadura de ‘un partido’ no la dictadura de ‘una fracción’.
Xi se ha deshecho de estas normas y de la mayoría de restricciones internas. Xi ha echado a un lado a los dos políticos que antes eran vistos como candidatos a la dirección en 2022, el antiguo responsable del partido en Chongqing, Sun Zhengcai (próximo al grupo de Shanghái) y el responsable del partido en Guangdong, “Pequeño Hu” Chunhua (de las Juventudes Comunistas).
Sun fue expulsado en la campaña anticorrupción de julio y ahora está acusado de crímenes y conspiraciones atroces. Sus compañeros en la provincia de Jilin, donde Sun ejerció como jefe del partido hasta 2012, ahora le acusan de “ignorar el desarrollo de Jilin y pensar sólo en su futuro político”, aunque esto no supuso ningún obstáculo cuando fue “elegido” por unanimidad para el Politburó en el 18º Congreso en 2012.
La concentración de poder personal de Xi sitúa a la dictadura china en una dirección peligrosa. Su severa ruptura del modelo de dirección colectiva de las tres décadas anteriores, en general ha ganado la aceptación de los círculos dominantes del PCCh, pero realmente da muestra del alto grado de desesperación y de sensación de crisis inminente que la cúpula del partido a duras penas oculta detrás de esta fachada de triunfalismo.
Salvar al partido
Estamos ante una élite gobernante que pone sus esperanzas en un hombre fuerte para que la dirija a través de un campo de minas en el que hay importantes desafíos económicos, sociales y geopolíticos. Como publicaba The Economist: “Xi fue elegido para salvar el partido. La idea de que el Partido Comunista puede necesitar ser salvado parecerá peculiar”. (14/10/17) Para los socialistas revolucionarios y los que siguen de cerca los acontecimientos en China no suena tan peculiar.
El viejo enfoque de “dictadura del comité” fue desarrollado por Deng Xiaoping en los años 80 para permitir la estabilidad y el equilibrio internos entre los más altos dirigentes del régimen, fundamentalmente debido a la ausencia de la ‘válvula de seguridad’ que representa la democracia burguesa que permite la existencia de partidos políticos y la celebración de elecciones.
Aunque la democracia burguesa también ha entrado en una era de crisis y disfunciones según se acumulan y manifiestan las tensiones entre las clases, una de las diferencias entre este sistema y el capitalismo autoritario de China, aparte de la diferencia crucial desde el punto de vista de la clase obrera de que en la democracia burguesa existan organizaciones de trabajadores, que se puedan desarrollar ideas políticas y poder luchar por ganar influencia, es que el gobierno capitalista ofrece un grado de flexibilidad, ‘controles y equilibrios’, que están ausentes en un sistema dictatorial rígido.
Las ‘democracias’ capitalistas con su capacidad de sustituir partidos gobernantes y algunas veces utilizar las elecciones para apaciguar las presiones de clase, han experimentado crisis políticas y económicas pero sin que el antiguo orden necesariamente se hunda, a menos que el movimiento obrero ofrezca una alternativa política clara. Sólo la idea de una crisis económica importante en China provoca pesadillas a la élite dominante porque comprende que, como en 1989, puede representar un desafío directo a todo el sistema.
Xi en gran parte ha prescindido de las salvaguardas internas puestas por Deng con la intención de centralizar (a Beijing sobre las regiones) y personalizar (a Xi sobre los otros líderes) el poder dentro del Estado. Pero al reducir el poder del Comité Permanente y degradar a sus compañeros toda la presión ahora se acumula en el ‘núcleo’, es decir, en el propio Xi Jinping. “Si se construye el partido alrededor de un hombre y fracasa, entonces todo es posible”, decía el banquero de inversión Robert Blohm.
“La elección de Xi Jinping”
Es destacable que la imagen de Xi como hombre fuerte alimentada meticulosamente por la maquinaria propagandística de China valorada en mil millones de dólares, haya sido imitada en gran parte por la “prensa libre” del mundo capitalista. El tratamiento que la revista norteamericana Newsweek ha dado la “reelección de Xi para su segundo mandato de cinco años” es sólo un ejemplo de cómo los principales medios capitalistas han adaptado su cobertura de China a la narrativa del régimen. Si se busca en Google las palabras inglesas “Xi Jinping elección” encontraremos 8.6 millones de resultados pero si buscamos “Xi Jinping dictador” sólo 395.000.
Este servilismo político se ha reflejado en el fracaso de aquellos Gobiernos capitalistas “democráticos” que hablan de abusos contra los derechos humanos y de la represión que se han acrecentado bajo el gobierno de Xi. El silencio diplomático de los líderes occidentales acerca de la muerte del disidente liberal Liu Xiaobo a causa del cáncer, que se ha convertido en el primer premio Nobel que ha muerto en prisión desde los tiempos de los nazis, no es un caso puntual como tampoco lo es la continua y brutal persecución que sufre su viuda, Liu Xia.
En anteriores visitas de Presidentes de EEUU a China siempre se solía abordar con los líderes chinos un caso individual, un disidente o un prisionero, antes de entrar en otros asuntos como la firma de acuerdos económicos. Este ritual se negociaba previamente por ambas partes. En la visita de Estado de noviembre, Trump prescindió totalmente de esta farsa de los “derechos humanos”. Pero este hecho forma parte de un patrón más amplio que demuestra las simpatías autoritarias del capitalismo internacional en una época de crisis aguda.
El abogado perseguido y actualmente desaparecido Gao Zhisheng publicó una condena mordaz sobre los dobles raseros de los políticos occidentales: “Todo el mundo ha aprendido a hacer oídos sordos y callar ante la supresión despiadada de los derechos humanos básicos del pueblo chino, a cambio de intereses económicos manchados de sangre… Permiten que los intereses económicos dicten sus elecciones y los carniceros consiguen lo que desean”.
¿El “nuevo Mao”?
Aconsejamos a nuestros lectores que traten con escepticismo epítetos como “el líder más poderoso desde Mao Zedong”. Los triunfos de Xi permanecen exclusivamente dentro del reino de la lucha fraccional a escala de la élite y de la burocracia gubernamental y militar (incluso aquí continuará enfrentándose a controles y desafíos). El poder de Xi es dirigido de arriba a abajo a través de su control del aparato de propaganda (medios de comunicación) y de la seguridad-policial-militar.
Después del 19º Congreso el régimen está disfrutando de una “luna de miel” política similar a la que se produce en los países occidentales tras unas elecciones. Pero es poco probable que dure mucho. El éxito de Xi no se basa en un genuino apoyo de masas y es más precario de lo que reconocen la mayoría de comentaristas.
Mediante una represión sin precedentes, el culto a la personalidad promovido por los medios y una campaña anticorrupción que ha sido utilizada para aterrorizar a las filas del funcionariado del partido durante los últimos cinco años, el dominio de Xi está más consolidado que el de sus predecesores Hu y Jiang. Pero no es comparable con el apoyo de masas, aunque sobre bases muy contradictorias, que tuvieron Mao y su sucesor Deng Xiaoping.
En el caso de Mao su apoyo descansaba en un cambio social y económico trascendental, porque a pesar de desarrollarse de una manera extremadamente distorsionada y burocratizada representó una revolución social sin parangón. La base social de Deng se apoyaba en el agotamiento y la desilusión de las masas con el régimen maoísta en los años 60 y 70, y en el apoyo de la inmensa población rural que se benefició de los primeros logros económicos de las reformas rurales basadas en el mercado aplicadas por Deng (descolectivización y privatización).
El poder del grupo dominante de Xi todavía no está probado frente a una verdadera oposición, ya sea de las masas o a un conflicto internacional importante. El ascenso de Xi refleja el callejón sin salida del régimen del PCCh que, a menos que cambie radicalmente el rumbo, no impedirá que se extienda la sensación de catástrofe, especialmente si la economía continua dependiendo de unos niveles de edneudamiento monstruosos.
Furia contra el “separatismo”
La incapacidad histórica del centro político para imponer sus decisiones sobre las regiones dispersas de China es el meollo del problema que Xi quiere resolver mediante la recentralización forzosa del poder. China, en muchos sentidos, aún es un crisol contradictorio de economías provinciales, algunas de las cuales son gigantes por derecho propio.
Regiones como Guangdong, Jiangsu y Shandong, si fueran naciones independientes, en términos de su PIB estarían entre las 20 economías más grandes del mundo. Cada una por sí sola es significativamente más grande que miembros del G20 como Indonesia, Turquía y Arabia Saudí.
Los intentos de Xi de sofocar a las élites regionales atrincheradas, son una razón más de su línea dura contra Hong Kong y Taiwán, y también la obsesión desproporcionada del régimen con los grupos hongkoneses proindependencia. El mayor aplauso del discurso de Xi en el congreso llegó cuando dijo: “Nunca permitiremos que nadie, ninguna organización o ningún partido político, en ningún momento y de ninguna manera, separe cualquier parte del territorio de China”. El incremento de la represión política en Hong Kong es una parte de la lucha por el poder de Beijing sobre las provincias y sus economías.
En lo que respecta a la situación internacional, la consolidación del gobierno absolutista de Xi se ha beneficiado de ‘vientos de cola’, pero esto puede cambiar abruptamente en el próximo período. A pesar de una gira asiática en general discreta y sin confrontaciones, Trump y el imperialismo norteamericano están renovando sus intentos de construir una alianza “cuádruple” junto con Australia, India y Japón con el objetivo de contrarrestar el domino de Asia por parte de China. En una gira por cinco países Trump y sus funcionarios hablaron repetidamente sobre la región del “Indo-Pacífico”, una terminología que denota un cambio de estrategia política.
El comienzo de la crisis capitalista hace diez años y con ella el deslizamiento a la disfuncionalidad política de muchas ‘democracias’ capitalistas (más sorprendentemente la de EEUU pero también la Europa post-Brexit) han beneficiado, por defecto, la agenda de Xi.
La alucinante, inestable e inepta administración Trump le ha dado un enorme impulso a las ambiciones globales del régimen chino, ha permitido a Xi proyectarse como un ‘ancla de estabilidad’ para el capitalismo mundial, particularmente en Asia pero también más allá. Esto llevó a la CNN a proclamar que China había “ganado 2017” en términos geopolíticos. El régimen de Xi ha hecho uso de este elevado prestigio global para consumo interno como un añadido a su propaganda nacionalista.
¿Qué es el ‘Partido Comunista’?
El PCCh por supuesto no es ‘comunista’. Su política actual es de derechas, nacionalista y procapitalista. Tampoco es realmente un ‘partido’ a pesar de alardear de tener 88 millones de miembros, una cifra superada por el nacionalista de derechas BJP en India, que pretende tener 110 millones de afiliados.
En China, el Estado y el partido se han fusionado en un coloso dictatorial gigantesco donde el ‘partido’ controla el Gobierno, el Ejército, la judicatura, el aparato de seguridad, los medios de comunicación, el ciberespacio y sectores decisivos de la economía mediante su control del ‘pilar’ que forman las SOE (empresas de propiedad estatal).
Si se separan, el PCCh y El Estado casi seguro colapsarían. Estas razones también explican la lealtad de los capitalistas –en China y globalmente- al actual régimen del PCCh. Con la excepción de una pequeña minoría de fanáticos ideológicos, el capitalismo mundial no quiere el colapso del estado chino que se ha convertido en algo decisivo para sus beneficios y para las perspectivas económicas a escala global.
China ahora tiene más multimillonarios en términos de dólares norteamericanos que cualquier otro país, 647 comparados con los 563 de EEUU. Según la lista Hurun con sede en Shanghái, China cuenta con el 36 por ciento de los multimillonarios del mundo. Significativamente el número de millonarios se ha más que doblado desde que llegó Xi Jinping al poder en 2012 cuando había 251. Tres de estos multimillonarios, Li Denghai, Wu Shaoxun y Pan Gang fueron delegados al Congreso del PCCh.
Un estudio de la Universidad de Pekín reveló el año pasado que el 25 por ciento más pobre de las familias chinas, unos 342 millones de personas, poseen solo el 1 por ciento de la riqueza del país. Mientras que el 1 por ciento más rico, aproximadamente 13 millones de individuos, posee un tercio de la riqueza.
Este es el verdadero indicador del brutal contenido de clase que tienen las políticas del PCCh, incluso aunque existan diferencias significativas si se compara con el modelo totalmente liberalizado de libre mercado típico del capitalismo de las sociedades capitalistas occidentales. La década pasada de crisis económica global y relativo declive del capitalismo occidental, ha reforzado la convicción en los gobernantes chinos de que su forma de capitalismo es superior. El pensamiento ‘Xi Jinping’ significa que el objetivo es convertir ese modelo en una ideología coherente.
La característica distintiva más crucial es el rechazo de la élite china, organizada dentro y en torno a la dictadura del PCCh, a entregar su control político exclusivo o a compartir el poder mediante la importación de la ‘democracia occidental’. Por esta razón el PCCh insiste en mantener en su poder las palancas económicas clave. El dominio de Xi ha reforzado estas características del régimen y acelerado de forma dramática la lucha ideológica contra el ‘occidentalismo’.
Este proceso también se ha visto en la promoción de Wang Huning, un veterano ‘teórico’ del PCCh al Comité Permanente del Politburó. Wang es el equivalente de China a los ‘neocon’ norteamericanos, difundiendo el nacionalismo, el autoritarismo y el imperialismo. Su ascenso y el de sus seguidores al nuevo Comité Permanente del Politburó, marca el giro de Xi de un liderazgo tecnocrático a uno más ideológico. La creciente ideología nacionalista vinculada al aumento de la represión y el autoritarismo es una tendencia global en ascenso.
La agenda de “reformas de mercado”
Se ha especulado mucho en los medios de comunicación extranjeros sobre si ahora que Xi está firmemente al mando, su segundo mandato se caracterizará por un empuje mayor a las reformas de mercado. Esta no es la perspectiva más probable. En 2013, cuando Xi y compañía dieron a conocer una larga lista de reformas económicas que provocó el aplauso del capitalismo global, avisamos que, independientemente de los deseos subjetivos de la dirección del PCCh, existían factores implícitos poderosos en la estructura política y económica de China para que muchas de las reformas prometidas no se materializarían.
Fundamentalmente se trata de la lucha dentro del Estado, entre las regiones y el centro, que algunos economistas chinos comparan con las luchas dentro de la UE, entre Bruselas y los Gobiernos nacionales. El académico chino residente en EEUU, Minxin Pei, dice: “Sí, (Xi) es el líder más poderoso que el Estado de partido único ha tenido en décadas. Pero su capacidad de dar forma a la sociedad china podría ser más limitada de lo que él, sus aliados y la mayoría de observadores externos esperan”.
El enfoque principal de la política económica de Xi es probable que se mantenga como está ahora; clarificar y fortalecer el capitalismo de Estado, que incluye aprovechar el capital privado y extranjero, pero con reformas “controladas”. Teniendo en cuenta que el capitalismo extranjero cada vez está más desilusionado con el ritmo lento de la apertura al mercado y la liberalización, Beijing intentará encontrar el equilibrio empelando palos y zanahorias económicas.
Por tanto es posible que algunos elementos de la, en gran medida, comatosa agenda de reformas de mercado de Xi, pudieran acelerarse en el próximo período, en parte como una concesión a la presión del capital extranjero y en otra porque el régimen chino necesita atraer más capital exterior, especialmente para su mercado de bonos y acciones y así aligerar la carga de la deuda de los bancos chinos.
Otro factor es el temor del régimen al retroceso de la globalización y el proteccionismo que están aumentando en todas partes y podrían causar estragos en la economía china.
Campaña anticorrupción
Como ya explicamos, la campaña de Xi contra la corrupción fue más un instrumento político para facilitar la consolidación de su poder, que una lucha contra una corrupción que es endémica. Esta campaña ha sido el logro más pregonado del primer mandato de Xi. Según los informes se han investigado a 1,5 millones de funcionarios de alto y bajo nivel (“tigres y moscas”), y alrededor de 170 funcionarios veteranos del Gobierno y 60 generales. Sin embargo, la mayoría de los casos han terminado con castigos menores, la dimisión o degradación, y menos del 10 por ciento se enfrenta a una acusación criminal.
Resulta significativo que, con la única excepción de Bo Xilai, detenido durante el gobierno de Hu Jintao, ningún miembro de la nobleza hereditaria del PCCh, los denominados “principitos”, se haya visto atrapado en la campaña de Xi. Por supuesto este hecho apunta a un acuerdo entre bastidores para aplacar a los principitos, de otra manera existiría el riesgo de desencadenar una lucha fraccional a muerte.
Esto nos lleva a una de las ‘arrugas’ obvias del aparentemente impecable 19º Congreso: la salida de la dirección de su aliado más cercano y zar “antitrapicheos”, Wang Qishan, que a los 69 años de edad fue obligado a retirarse. Durante mucho tiempo se especuló con que Xi rompería la regla no escrita sobre la jubilación y mantendría a Wang. Tal movimiento también serviría de precedente y facilitaría el camino al propio Xi para un tercer mandato en 2022.
Dado el carácter de ‘caja negra’ que tiene el PCCh, no se puede asegurar qué ha sucedido en el caso de Wang. Parece que fue sacrificado por Xi en interés de la “estabilidad del partido” y a cambio de asegurar objetivos más importantes. Wang, resulte irónico o no dado el cargo que ocupaba, fue señalado por el multimillonario disidente exiliado Guo Wengjui en su campaña contra el régimen. Le acusaba de ser una figura especialmente corrupta que presuntamente habría desviado grandes sumas de dinero al extranjero. Algunos especulan ahora con que las acusaciones de Guo han dado en el blanco.
Tal vez sea más probable la teoría de que el despiadado reinado de Wang como jefe anticorrupción generó una reacción violenta dentro de la élite. Un informe de Nikkei Asian Review señala que incluso dentro de la Comisión Central para la Inspección Disciplinaria (CCDI), la base de poder de Wang, hubo oposición a mantenerle en el cargo. Otras noticias sugieren que a Wang le echaron sólo dos semanas antes del 19º Congreso en una reunión clave entre Xi y los veteranos del partido.
Posiblemente la campaña anticorrupción se calme en la medida que Xi busque reconstruir algunos puentes dentro de la élite. El CCDI se reformará y tendrá un estatus más formal. Pero seguirá siendo la principal arma política de Xi para ejercer su control y neutralizar la resistencia dentro del aparato del Partido-Estado.
Las apuestas están altas
Más que superar las tensiones dentro del Estado y de la élite china, que en última instancia reflejan las poderosas contradicciones que existen en la base de la sociedad, el encumbramiento de Xi abre una nueva fase. Las apuestas están altas porque está llena de riesgos para el capitalismo chino y el Estado autoritario. Los cimientos de su dominio, basados en unos niveles sin precedentes de deuda y especulación financiera, intensificación del terror policial y aumento del nacionalismo, constituyen la certeza de una sucesión de crisis.
En el próximo período, sin duda, también veremos levantarse al gigantesco movimiento obrero chino, con una fuerza de 800 millones, y “acercarse al centro de la escena mundial”. Nuestra tarea es construir el apoyo necesario para el programa del genuino socialismo e internacionalismo que transformará China y el mundo.