La actualidad económica se ha visto sacudida este verano por los sucesivos hundimientos de la Bolsa china. Los índices de sus principales plazas han perdido un tercio de su valor: una masa monetaria equivalente a todo la riqueza producida en Alemania durante 2014, 2,9 billones de euros, se ha volatilizado. Este mazazo económico tiene muchas similitudes con septiembre de 2008, cuando el desplome de Lehman Brothers anunciaba algo mucho más dramático que un ajuste de los excesos cometidos por los especuladores financieros. El colapso de las subprime inauguró una era que ha sumido a Europa y Estados Unidos en la fase recesiva más severa de los últimos 70 años.

Entonces y ahora, el estallido de las burbujas financieras no eran sino la consecuencia subyacente de la crisis de sobreproducción. Las noticias procedentes de China, señalan un suceso de la mayor trascendencia. Si la segunda potencia económica del planeta sigue aproximándose al precipicio de una recesión, la perspectiva de una recaída del conjunto de la economía mundial que profundice la actual devastación de la industria y el empleo se hace cada vez más factible. Junto a las consecuencias sociales que este nuevo escenario desencadenaría, no podemos olvidar las lecciones teóricas que se derivan de estos hechos.

La teoría del desacople refutada

Durante los años del fabuloso crecimiento económico, los marxistas insistimos que el capitalismo tampoco había conseguido realizar su sueño dorado en China: ser inmune a las crisis de sobreproducción. En aquellos tiempos, los economistas de la burguesía, y no pocos desde la izquierda académica, extrapolaban proyecciones de crecimiento para los siguientes 20 ó 30 años que auguraban un futuro brillante. China se convirtió en una emergente y descomunal potencia económica y, también, en una bandera ideológica. Aparentemente emergió un nuevo sistema, bautizado por algunos autotitulados teóricos de la izquierda con el aberrante término de ‘socialismo de mercado’. Según ellos, la economía estatal con “fines sociales” coexistía razonablemente con la propiedad privada, aunque ello significase abrir la puerta a efectos colaterales no tan deseados, como la acumulación obscena de riqueza de los nuevos multimillonarios, y una explotación de la clase obrera, de millones de ex campesinos llegados en aluvión a las grandes ciudades, propia de los tiempos coloniales. Todo valía si China, a diferencia de EEUU, Alemania o Japón, era capaz de crecer tres ó cuatro veces más y hacerlo durante tiempo indefinido.

La campaña de los aduladores del hecho consumado arreció al calor del éxito de las medidas anticrisis aplicadas, entre 2008 y 2009, por el régimen capitalista y bonapartista chino. Inicialmente, los datos parecían dar la razón a los defensores del “socialismo de mercado”: tras una destrucción masiva de empleo en el primer año de recesión mundial, y gracias a un ambicioso plan de estímulo estatal de cientos de miles de millones de dólares, se recuperaron millones de puestos de trabajo y la tasa de crecimiento del PIB remontó. Entonces señalamos que las medidas del régimen reanimarían la industria durante un tiempo limitado, puesto que una vez agotado el impulso del estímulo el problema de fondo, la crisis de sobreproducción latente, volvería a pujar por salir a la superficie.

Si rechazamos la metodología cortoplasista y parcial a la que nos tiene acostumbrados la ciencia económica burguesa y “los compañeros de viaje”, y analizamos el desarrollo de la economía china de manera global, observaremos como el gigante asiático está transitando el mismo camino que sus homólogos occidentales. En esencia, y a pesar de todas sus indiscutibles particularidades, el régimen capitalista chino se enfrenta a problemas ya conocidos: una burbuja inmobiliaria y financiera descomunal, y bastante descontrolada, junto a un endeudamiento creciente del Estado, sus organismos bancarios, y las empresas, que ha pasado de 7 billones de dólares en 2007 a 28 billones en 2014 (en relación al PIB más grande que la de Estados Unidos o Alemania). Como demuestra la experiencia del anterior boom de la economía norteamericana y europea, el recurso recurrente al crédito permite prolongar el auge más allá de sus límites naturales y sostener la actividad, pero al final no hace otra cosa que agudizar y profundizar la crisis. La burguesía china intenta recurrir a recetas ya conocidas basándose en la fortaleza de su superávit comercial, pero no puede orillar indefinidamente las crisis de sobreproducción. Las teorías del desacople de la economía china, con su supuesta inmunidad frente a la recesión internacional, han acabado en el mismo lugar que la famosa “exuberancia irracional” de Alan Greenspan: en el cubo de la basura.

China y el espejismo de las naciones emergentes

No es casual que todos estos movimientos sísmicos en la Bolsa china coincidan con un persistente retroceso de la actividad manufacturera. El potente desarrollo de las burbujas especulativas son un síntoma acabado de la sobreproducción latente: el capital renuncia a la inversión productiva ante las primeras señales de sobrecapacidad y se orienta a la especulación en busca de beneficios más rápidos y cuantiosos. Tras unos años de prorroga, la hora de pagar la factura está llegando. Las ingentes cantidades de capital que se han inyectado para mantener el ritmo de crecimiento de la economía, una parte considerable capital ficticio, han provocado una gigantesca deuda poniendo en marcha una bomba de relojería en la economía.

Hace no tanto tiempo, los propagandistas del capitalismo intentaban minimizar el descalabro económico en Europa y EEUU con la promesa de los llamados países emergentes también conocidos como BRICS. En Occidente y Japón había problemas, difícil negarlo, pero países como China, Rusia, Brasil o India abrían un esperanzador futuro y tirarían de las renqueantes potencias caídas en desgracia. Esta falsa promesa se desmorona hoy ante nuestros ojos. Ahora, al débil pulso del crecimiento de los EEUU y el estancamiento persistente de la Unión Europea, hay que sumar las graves dificultades económicas en China y el retroceso de América Latina. Dialécticamente el factor de la economía china en el mercado mundial se está convirtiendo en su contrario: de impulso a la producción de maquinaria en los países capitalistas centrales, exportación de materias primas para los periféricos, de mercado para los capitales excedentes de occidente, de fábrica mundial líder en bajos salarios y jornadas laborales extenuantes, China se ha transformando en un foco de inestabilidad y crisis, que puede convertir la gran recesión actual en una pesadilla aún mayor.

El mercado chino es el primer consumidor mundial de materias primas y sus resfriados económicos se transforman en auténticas pulmonías para los países que se las suministran. La sobrecapacidad acumulada en su industria nacional ha llevado al principal índice mundial de materias primas al nivel más bajo de los últimos 24 años. Todos los países que han basado buena parte de su crecimiento en las exportaciones a la “fábrica del mundo”, no sólo ven caer sus pedidos y menguar sus ingresos, sino que sufren una brutal depreciación de sus monedas, lo que dificulta la entrada de capitales y encarece notablemente las deudas contraídas en moneda extranjera. El tipo de cambio entre el real brasileño y el dólar estadounidense cotiza a su nivel más bajo en 13 años; el peso colombiano ha batido mínimos de 12 años y el rand sudafricano, la rupia india y el peso mexicano están en mínimos históricos. El rublo ruso se situó el 27 de julio cerca de los mínimos de finales de 2014, en plena crisis militar de Ucrania. Las malas noticias no cesan. Las ventas combinadas de las 500 mayores empresas de América Latina por volumen de negocios han descendido por segundo año consecutivo, algo que no se producía desde el periodo 2001-2002. Además, los beneficios netos anuales de estas empresas han retrocedido un 41%.

Pero hay síntomas de que lo peor puede estar por llegar. Una recesión en la economía china puede arrastrar a la economía mundial a una espiral descendente durante un periodo prolongado. La lucha interimperialista se agudizaría, y las convulsiones sociales, dentro de China, en Asía y el resto del mundo se extenderían con mayor virulencia.

Un duro golpe a los keynesianos

El poderoso régimen chino, con su abultado superávit comercial, con su economía fuertemente centralizada gracias a un poderoso sector estatal, se muestra impotente para invertir esta dinámica negativa y seguir prolongando un ciclo vigoroso de crecimiento económico. Hace ya más de un año y medio, en febrero 2014, escribíamos que “a pesar de que el régimen de capitalismo de Estado confiere a la burguesía china un incontestable dominio sobre la banca y la industria, las leyes del mercado tienen un peso decisivo dentro de las fronteras de China. La intervención estatal en esta fase de descenso no puede impedir los mismos fenómenos que se han dado en otros países…” Los dirigentes chinos lo están comprobando.

Tras el primer descalabro serio de la bolsa a mediados de junio, las autoridades del país anunciaron, el 4 de julio, la puesta en marcha de un fondo valorado en 19.300 millones de dólares para comprar acciones. Desde entonces las medidas se han multiplicado y adquirido mayor contundencia: un nuevo programa de compra de títulos gracias a otra línea de crédito del banco central, rebaja de los tipos de interés, suspensión de nuevas salidas a Bolsa y la prohibición a los grandes accionistas de vender sus acciones en los próximos seis meses. Pero ello no ha impedido nuevas caídas.

La experiencia china proporciona valiosas conclusiones respecto a los límites de la intervención económica del Estado bajo el capitalismo, ese sancta sanctorum de los neokeynesianos de todo pelaje, incluidos los ascendentes líderes de la izquierda académica reformista. La pregunta a plantear a estos sectores es muy concreta. Si el Estado capitalista chino, al frente de la segunda economía más poderosa del planeta, contando con una industria gigantesca y altamente competitiva y las mayores reservas de divisas del mundo, consiguiendo que su PIB creciera entre el 9,6 y 7,4% desde el estallido de la crisis en 2008, finalmente se muestra incapaz de evitar las consecuencias de la crisis de sobreproducción, ¿por qué países muchísimo más débiles desde el punto de vista económico podrán hacerlo?

Todos aquellos que han sustituido la teoría marxista por una mezcolanza oportunista de keynesianismo y reformismo blando, abrazando ese aborto indigesto del “socialismo de mercado”, tienen en China un espejo en el que mirarse. En diciembre de 2012 escribíamos en El Militante: “La dirección del PCCh y sus seguidores en la izquierda han intentado buscar un acomodo teórico a la contrarrevolución capitalista en China inventándose el ingenioso término de “socialismo de mercado”. Pero en este caso las palabras, por muy aparentes que parezcan, no pueden ocultar la realidad. Sobran los datos que prueban la conversión de la vieja nomenklatura estalinista en una naciente y floreciente burguesía china. La lista de dirigentes del PCCh que, utilizando su posición en el aparato del Estado y gracias a las leyes aprobadas para desmantelar la economía planificada, se han transformado en multimillonarios es abundante: es el caso de el ex primer ministro Li Peng y su entorno, que controla el sector eléctrico; de Zhou Yongkang, que fue miembro del Comité Permanente del Politburó, y sus socios, que dominan el petrolero; de la familia de Chen Yun, antiguo líder de la revolución, que ocupa una posición preponderante en el sector bancario; de Jia Quinglin, ex presidente de la Conferencia Consultiva Política del Parlamento, que domina el sector inmobiliario en Pekín… La burocracia ha desmontado paso a paso las bases de la economía planificada acabando con el antiguo Estado obrero deformado creado tras el triunfo de la revolución en 1949. La legitimación de la propiedad privada por la Asamblea Popular Nacional, en marzo de 2007, fue el reflejo, en la esfera del derecho, de la consumación de este proceso de restauración capitalista y probaba como la cúpula del Partido era plenamente consciente de su labor contrarrevolucionaria (…) no tuvieron ningún reparo en socavar y destruir la planificación de la producción, el monopolio del comercio exterior, el control de los precios y, basándose en la ausencia de libertades políticas y sindicales para la clase obrera, someter al proletariado chino a una explotación brutal, de la que también participa el capital imperialista occidental.”

No cabe duda de que debemos seguir los acontecimientos que se desarrollan en China con la máxima atención puesto que marcarán el futuro más inmediato, tanto en el plano económico como en el de la lucha de clases. También aquí seguimos el ejemplo de Marx: queremos comprender el mundo para transformarlo.

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