En unas semanas se cumplirán dos años del inicio de la guerra en Ucrania. En este tiempo el imperialismo estadounidense y la Unión Europea — arrastrada detrás de Washington en una muestra de su decadencia histórica—han suministrado al Gobierno ultraderechista de Ucrania ayuda militar y financiera por valor de más de 200.000 millones de dólares, el equivalente al PIB ucraniano.
A la vez pusieron en marcha diferentes sanciones —hasta ahora doce rondas desde febrero de 2022— con la promesa de que hundirían la economía rusa. Pero dos años después, y a pesar de ese descomunal apoyo, de las sanciones y de toda la propaganda occidental, el imperialismo estadounidense está perdiendo la guerra, asomándose a un precipicio de consecuencias incalculables.
Fracaso militar
El régimen de Putin, reaccionario, chovinista y anticomunista furibundo, y que está sólidamente alineado con el bloque imperialista que lidera China, ha tenido éxito en llevar la guerra a su terreno, convirtiéndolo en un conflicto de resistencia y desgaste en la que tiene todas las ventajas materiales, humanas, económicas y políticas.
La ofensiva ucraniana iniciada el pasado verano se ha saldado con un rotundo fracaso. Las tropas de Zelenski se están retirando de las pocas posiciones en las que avanzaron escasos kilómetros o algunos cientos de metros, mientras Rusia ha tomado Marinka o continúa cerrando el cerco de Avdiidka.
Lo ocurrido en el frente estos meses ha puesto en evidencia a Zelenski y sus amos de Occidente. Hasta ahora, la propaganda de guerra insistía en la modernización del ejército ucraniano y su empeño en dejar atrás la anticuada doctrina soviética en beneficio de las “superiores tácticas” de la OTAN.
Pero en la contraofensiva ucraniana fue precisamente el plan militar de Washington el que se estrelló contra el muro defensivo levantado por Rusia. El comandante en jefe ucraniano Zaluzhni lo resumió en una frase demoledora a los militares del Pentágono: “No comprenden la naturaleza de este conflicto. Esto no es contrainsurgencia. Esto es Kursk” refiriéndose a la mayor batalla de tanques de la historia, entre la Alemania nazi y la URSS durante la II Guerra Mundial.
Esta frase no es solo una crítica a los planes delineados por Washington para esa desdichada ofensiva, apunta directamente a que los elementos decisivos en un conflicto imperialista de este tipo son el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y la cohesión interna de los contendientes. Y en esta ecuación no hablamos solo de Ucrania y de Rusia, sino del estado de la economía norteamericana, de la UE y de China, y de su estabilidad política y “grasas sociales” para sostener la guerra.
Rusia ni está aislada ni al borde del colapso
En primer lugar hay que decir que el régimen de Putin no solo ha sostenido la economía rusa, sino que la ha transformado con éxito en una economía de guerra. Obviamente el respaldo de Chína ha sido un elemento decisivo para sortear las dificultades.
Los principales medios estadounidenses y pilares de la propaganda otanista, como el reaccionario Instituto para el Estudio de la Guerra, han reconocido que Rusia ha repuesto sus reservas de misiles considerablemente más rápido de lo que Occidente había previsto y ya produce más que antes de febrero de 2022. The Economist dedicó un artículo a explicar la superioridad rusa frente a Ucrania tanto en la guerra electrónica como en el uso de drones.
Por contra, Occidente ha vaciado sus arsenales y se ha mostrado incapaz, económica y políticamente, no solo de suministrar munición y armas al ritmo que requiere una guerra de estas características, sino de reponer sus almacenes. Un coordinador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores lo resumía así: “La industria de defensa rusa produce tanques, artillería y municiones las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año. Y esto es algo que la OTAN no ha alcanzado todavía”.
De igual forma, algunas cifras sobre la economía rusa publicadas en las últimas semanas echan abajo la propaganda occidental sobre los efectos de las sanciones. Según un informe de noviembre de JP Morgan, la economía rusa crecerá más de un 3% este año y un 1,8% en 2024, frente al 0,6 y 1,3% que se espera en la UE. ¡Un país en guerra crece casi tres veces más que Alemania y duplica el crecimiento de Francia!
Como reconoce la prensa burguesa, Rusia sigue comerciando con Occidente vendiendo petróleo y gas a niveles récord, e importando directamente o a través de terceros, y también ha incrementado sustancialmente su comercio con China, India o EAU[1], lo que ha supuesto un estímulo para la demanda interna y los salarios.
La tasa de paro se encuentra en un mínimo histórico del 3% y los salarios están subiendo a un ritmo que supera el 11%, mientras que la inflación se sitúa en el 5,2%. Esto quiere decir que el salario de millones de trabajadores en Rusia se ha incrementado más de un 6%, evidentemente cifras muy superiores a las registradas en Occidente.
Lejos de los años de recesión y estancamiento económico que pronosticaba la propaganda occidental, esta es la base material para que Putin mantenga una aprobación del 80% en las encuestas.
Desmoralización en el Gobierno de Zelenski y pesimismo total entre sus patrocinadores
En el bando occidental no hay un solo dato que inspire confianza.
La situación en Washington está llegando a un punto límite, con los congresistas republicanos rechazando un nuevo paquete de 60.000 millones de ayuda en un momento en que el apoyo de la población estadounidense a seguir mandando armas a Ucrania está en su nivel más bajo. Además entramos en año electoral y la Administración Biden, empantanada en su respaldo al genocidio sionista en Gaza, está cambiando su discurso: de apoyar a Ucrania “todo lo que haga falta”, ahora “apoyaremos lo que podamos”.
En cuanto a la Unión Europea, las divisiones se agudizan en un contexto de parálisis económica: al papel de Hungría como aliado de Putin se ha sumado la victoria del candidato prorruso en Eslovaquia, los choques entre Polonia y Ucrania son cada vez mayores, y la victoria de la extrema derecha en las elecciones en los Países Bajos añade más incertidumbre.
Pero lo peor es la situación en Alemania, con la economía paralizada y un Gobierno liderado por el SPD que hace aguas y que ha sembrado el terreno para el avance de la extrema derecha de AfD. Esta última además ha recurrido a toda su demagogia populista y nacionalista para denunciar el seguidismo alemán ante Washington y reclamar el restablecimiento de las relaciones con Rusia.
Esto es lo que ha impedido a la UE aprobar un nuevo paquete de 50.000 millones de ayuda, clave en primer lugar para pagar los salarios de dos millones de funcionarios ucranianos. Cierto que Bruselas ha dado luz verde al ingreso de Ucrania en la UE, pero eso es poco más que un caramelo para Zelenski, ya que implicará un proceso largo y tortuoso para el que no hay garantías y que se da después del portazo de la OTAN en la cumbre de Vilna el pasado verano.
Como telón de fondo en este panorama sombrío, en Ucrania la moral entre las tropas y la población acusa su momento más bajo.
La revista Time —la misma que nombró a Zelenski hombre del año en 2022—publicó en octubre un reportaje donde hace una descripción dantesca de Ucrania. Un alto cargo describe off de record la corrupción con la frase “están robando como si no hubiera un mañana”, y se retrata a Zelenski como un dirigente al que no se le puede llevar la contraria, rodeado de una camarilla y al que sus aliados le están cerrando las puertas.
La desafección de la población ucraniana hacia el Gobierno es cada día mayor y hechos poderosos lo demuestran, como la falta de reclutas dispuestos a morir por Zelenski y sus patrocinadores. La prensa occidental reconoce que a los reclutadores se les llama “ladrones de personas”, que recorren ciudades y pueblos en busca de hombres de 18 a 60 años y que se encuentran con un rechazo creciente. El Gobierno acaba de endurecer las sanciones legales para los hombres que rechacen ingresar en el ejército y pretende enrolar a cerca de medio millón de nuevos soldados. Pero estos planes difícilmente se cumplirán.
Los elementos de descomposición del régimen ucraniano se manifiestan de una manera cada vez más cruda. Los choques entre Zelenski y el comandante en jefe Zaluzhni se ventilan en público, en medio de encuestas que otorgan a Zelenski un 32% de apoyo frente a un 70% de Zaluzhni.
Dentro de este podrido aparato estatal se está librando una auténtica guerra civil con bombas y envenenamientos. Si la situación continúa empeorando para Ucrania no podemos descartar la posibilidad de un golpe de Estado, algo a lo que diferentes medios apuntan ya, otorgando a Zaluzhni la decisión de establecer las condiciones para una negociación con Rusia.
El último en sumarse a las críticas a Zelenski fue el alcalde de Kiev, acusándole de “autoritario y de no haber preparado el país para la guerra”. Ante unas perspectivas cada vez más sombrías, parece que las ratas empiezan a abandonar el barco.
Desde el verano, las voces para una negociación crecen en Occidente. La cuestión es que en esta batalla tan trascendental por mantener la influencia estadounidense en Europa, y que es parte de otra más amplia por la supremacía mundial entre EEUU y China, Washington no tiene alternativa: o acepta la derrota o sube la apuesta, escalando en su implicación en la guerra.
Pero como cada crisis que se abre pone de manifiesto, el imperialismo estadounidense ya no tiene la capacidad de imponer su orden: ¿puede Washington embarcarse directamente en una guerra, movilizando decenas o cientos de miles de soldados, después del desastre de Afganistán, del genocidio en Gaza y de la sangría inacabable en Ucrania? ¿Qué ocurriría dentro de EEUU, cómo reaccionaría la clase obrera y la juventud?
La salida que se empieza a abrir paso en sectores importantes de la clase dominante estadounidense es legalizar el control ruso del sureste ucraniano —un 20% del país— y una congelación del conflicto, ofreciendo una solución similar a la situación de las dos Coreas, o la que proporcionó en su momento los acuerdos de Minsk.
En cualquier caso una cosa parece segura: una derrota del imperialismo norteamericano en la guerra de Ucrania, derrota que en muchos aspectos ya es evidente, tendrá enormes consecuencias y alentarán un nuevo cambio de calidad en la correlación de fuerzas de los dos bloques imperialistas.
[1] El comercio entre Rusia y China alcanzó la cifra de 218.000 millones de dólares de enero a noviembre de 2023, cuando el objetivo en 2022 era llegar a los 200.000 millones en 2024. Rusia ha aumentado su comercio con Emiratos Árabes Unidos un 67,7% en 2022.