La marea revolucionaria y la agitación social que sacuden el mundo árabe desde principios de año continúan su avance inexorable. El último país que se ha añadido a la lista es Siria, que hasta no hace mucho podía ser considerado uno de los más estables de la región. Precisamente, en enero, su presidente, Bashir al-Assad, decía que “a pesar de todo, la población [siria] no va a rebelarse” (Wall Street Journal, 31/1/2011), los acontecimientos han demostrado que su perspectiva estaba equivocada.
Siria lleva más de 40 años gobernada por el Partido Baaz y por una pequeña elite empresarial que pertenece a la secta alauita que rodea a la familia al-Assad. El actual presidente llegó al poder en junio de 2000, sucediendo a su padre, Hafez al-Assad. Formado militarmente en Moscú, Hafez llegó al poder tras un golpe de Estado en 1971 y fue uno de los más importantes aliados de la URSS en la región. Siguiendo el modelo de partido único estalinista, el Partido Baaz se convirtió en el partido gobernante, recurriendo a la represión para acallar cualquier oposición. Sin embargo, la nacionalización de una parte de la economía (que daba empleo e ingresos a más del 50% de la población) junto a las ayudas económicas soviéticas, permitió el inicio de una serie de reformas que mejoraron las condiciones de vida de la población, permitiendo la estabilidad política del régimen y su apoyo entre las masas. Pero en los años noventa, después de la caída de la URSS, la situación cambió. La economía se estancó y finalmente Siria se ha enfrentado a los mismos problemas sociales que el resto de Oriente Medio: extensión de la pobreza, creciente desigualdad social y un elevado desempleo juvenil. En Siria también se aplicaron los planes de ajuste exigidos por el FMI, es decir, desregulación de la economía, apertura a inversores privados y privatizaciones, agravado con el embargo económico impuesto por el imperialismo tras la guerra de Iraq.
Pobreza, desempleo y desigualdad social
Los trabajadores del sector público, a pesar de los bajos salarios, son de los pocos que aún disfrutan de asistencia sanitaria pública; en el sector privado muchos trabajaban sin contrato y desde el año pasado es legal el despido libre. El salario medio es de 120 dólares mensuales, si tenemos en cuenta el coste de la canasta básica, no da para más que el mantenimiento de dos personas un poco por encima de la línea de pobreza, fijada en dos dólares diarios.
Durante estos últimos años la tasa anual de crecimiento ha sido del 5%, pero insuficiente para mejorar los niveles de vida de los trabajadores. Un 34,7% de la población vive en la pobreza (unos 7 millones de personas); la tasa oficial de desempleo es del 8%, aunque fuentes no oficiales la sitúan en aproximadamente el 20%. El paro afecta fundamentalmente a los más jóvenes (30%), más del 50% de la población tiene menos de 25 años de edad, y precisamente la falta de futuro y alternativa es uno de los factores que está alimentando las revueltas.
La eliminación de ayudas estatales a productos básicos ha sido uno de los motivos que está detrás del aumento de la pobreza y la desigualdad. Para una gran parte de la población el acceso a la vivienda es algo prohibido, situación que ha empeorado con la eliminación de la ayuda estatal a la vivienda y que normalmente los bancos cobran un interés del 30% en los préstamos. Para muchos el único recurso es la construcción ilegal de su vivienda, el 40% de los sirios vive en viviendas ilegales, sólo en Damasco más del 50% de los edificios se han construido de manera ilegal. Según un informe publicado por la Federación General de Sindicatos en 2009: “¿Cuáles han sido los resultados de la reforma económica que comenzó con el Décimo Plan Quinquenal [lanzado en 2004]? (…) Los ricos son más ricos y los pobres más pobres… las familias con ingresos bajos que suponen el 80% de la población siria tienen que buscar un empleo adicional para sobrevivir”.
Las protestas acorralan al gobierno
Las protestas estallaron el 15 de marzo y desde ese día el movimiento se ha extendido. El gobierno sirio ha intentado deslegitimar a los manifestantes calificándolos de “sectarios” o “islamistas”, con la intención de presentar las protestas como un fenómeno religioso y desviar así la atención de la causa real: las condiciones de vida de las masas. El régimen ha recurrido a las detenciones masivas y una brutal represión para intentar acallar las protestas, asesinando a centenares de sririos. El último episodio sangriento fue la masiva manifestación del “Gran Viernes”, el 22 de abril, y quizá la más grande desde que comenzaron las movilizaciones. Ese día miles de sirios se manifestaron en Damasco y en otras ciudades, la policía disparó indiscriminadamente provocando decenas de muertos y centenares de heridos.
El gobierno sirio, por miedo al contagio, anunció algunas reformas, aumentó el 20% los salarios de los trabajadores públicos, el sector público emplea al 25% de la población activa. Suprimió algunas de las medidas aprobadas en 2010, como el recorte de los subsidios a algunos productos básicos. Pero la población, correctamente, entendió que sólo se trataba de un cambio cosmético. Como en el resto de países árabes, las reivindicaciones sociales rápidamente se han transformado en políticas, situando el fin del régimen como uno de los principales objetivos de los manifestantes.
Una prueba de la fuerza y alcance del movimiento son las últimas reformas que se ha visto obligado a hacer el gobierno. No sólo hubo una remodelación total del gobierno, sino que se acaba de derogar el estado de emergencia, vigente desde 1963 y según la agencia de noticias oficial, SANA, se ha aprobado la abolición del Tribunal para la Seguridad del Estado, encargado de juzgar a los prisioneros políticos, además de una ley que legalizará las manifestaciones pacíficas, se espera que el parlamento ratifique estas medidas el próximos 2 de mayo. Como vimos en el caso de Túnez o Egipto, este tipo de reformas por arriba para intentar frenar la explosión por abajo, al final consiguen lo contrario que pretenden, porque con cada paso atrás del régimen, aumenta proporcionalmente la determinación de las masas, pierden el miedo y quieren luchar hasta el final. Los sindicatos sirios, vinculados al régimen, intentan frenar el movimiento acusando a los manifestantes de “sectarios” y “romper la unidad nacional”, pero al final, la incorporación de la clase obrera será uno de los factores decisivos, en este caso los trabajadores del petróleo y el gas. El régimen sirio no tiene nada que ofrecer a las masas, excepto más pobreza y opresión, pero el cambio real sólo puede llegar con la eliminación del capitalismo.