De la guerra imperialista a los ataques del Estado Islámico
Desde sus orígenes, el Estado Islámico (EI) no sólo ha demostrado su carácter reaccionario y retrógrado a través de la utilización masiva de la represión y de la violencia más salvaje contra todos aquellos que consideran contrarios a su visión ultraortodoxa de lo que debe ser el Islam, sino también mediante la devastación y saqueo sistemático del legado cultural de las zonas que ocupa en Siria e Iraq.
Si en un principio los yihadistas buscaban financiarse desvalijando emplazamientos arqueológicos y vendiendo las piezas a coleccionistas occidentales, desde febrero han empezado a destruir todas aquellas obras de arte, libros y reliquias anteriores a la llegada de la cultura islámica. Así, quemaron 8.000 libros y manuscritos antiguos de la Biblioteca Pública de Mosul; una semana más tarde procedieron a destruir piezas arqueológicas de hasta tres mil años de antigüedad del Museo de la Civilización, ubicado en la misma ciudad; este tipo de acciones salvajes continúan hasta el día de hoy.
Lo que no cuentan los medios
Los medios de comunicación occidentales y los gobiernos imperialistas han condenado estos actos de barbarie pero hay otros aspectos que ocultan deliberadamente, empezando por el hecho de que el contrabando de obras de arte que el EI realiza se hace con la cooperación necesaria de contrabandistas y coleccionistas occidentales, junto a la permisividad de sus gobiernos. Baste decir que piezas arqueológicas saqueadas en Siria e Iraq han aparecido a la venta en páginas web de compraventa como eBay, según denunciaba recientemente el diario británico The Times. El otro hecho sobre el que se echa tierra es que el expolio del legado cultural iraquí no ha empezado ahora sino que tiene su origen en las sucesivas intervenciones imperialistas que el país ha sufrido en los últimos 25 años.
Iraq cuenta con una de las reservas arqueológicas más importantes del mundo. Desde su independencia en 1932 los sucesivos gobiernos hicieron un esfuerzo por preservar este enorme patrimonio y protegerlo de las garras de las potencias imperialistas, Gran Bretaña primero y EEUU después. Este esfuerzo se incrementaría en mayor medida con la revolución de 1958 y la posterior instauración de la República, construyéndose el gran Museo Nacional y catalogando en La Carta Arqueológica de Iraq (la primera y más avanzada de todo Oriente) hasta 12.000 yacimientos, al tiempo que se dotaba de grandes recursos al Departamento de Antigüedades. Se consiguió, de esta forma, erradicar por completo el robo y contrabando de arqueología y piezas de arte.
Las cosas cambiarían dramáticamente a partir de la intervención imperialista en la primera Guerra del Golfo. A los daños causados en los museos por los bombardeos, se sumarían las posteriores sanciones económicas provocando un empobrecimiento masivo de la población, al tiempo que se dejaba a las diferentes instituciones culturales sin medios para funcionar.
El gran negocio de la ocupación y el contrabando
Esto permitió que, sobre todo, a partir de 1994 se generalizara el robo y el saqueo de museos y yacimientos por parte de una población iraquí que encontraba en ello un medio de supervivencia y que entregaba los frutos de este pillaje a las redes internacionales de contrabando con destino final en las manos de los millonarios occidentales. La imposición del bloqueo económico imposibilitó la adquisición de productos necesarios para la conservación de las antigüedades, lo cual llevó a la degradación de muchas de ellas. A pesar de las peticiones de ayuda por parte del gobierno iraquí, ni la Unesco ni ningún gobierno imperialista movieron un dedo por cambiar esta situación, llegando al caso de que piezas decomisadas por el Servicio de Aduanas de EEUU, lejos de ser devueltas a Iraq, fueron depositadas en museos de Nueva York.
Un nuevo salto adelante en este proceso se daría con la invasión de marzo de 2003. A pesar de los múltiples avisos dados los meses previos sobre el peligro que corría el patrimonio cultural, las fuerzas de ocupación no hicieron absolutamente nada para protegerlo, permitiendo que durante días e incluso semanas se saquearan impunemente museos y yacimientos, empezando por el propio Museo Nacional asaltado tres veces entre el 8 y el 12 abril del 2003, cuando las tropas estadounidenses montaban guardia en la calle de enfrente. Todo este proceso era alentado sin ningún pudor por coleccionistas y tratantes de arte que veían así la posibilidad de hacer llegar todo ese material a los mercados internacionales. Así, el Consejo Estadounidense del Patrimonio Cultural formado en 2002 por anticuarios y millonarios coleccionistas de arte, que mantenía excelentes relaciones con la Administración Bush, a la cual también asesoraba, no dudaba en justificar el robo y contrabando de objetos de arte en Iraq con la excusa de que “la dispersión legítima de los objetos culturales a través del mercado es una de las mejores maneras de protegerlos”.
Los propios bombardeos y operaciones militares de los ocupantes han causado también daños irreparables como la destrucción de edificios antiguos en Tal Afar, Ramadi, Samarra, de más de cien mezquitas en Faluya, o los provocados en los enfrentamientos con el ejército de Al Mahdhi en los barrios antiguos de la ciudad santa de Nayaf. Hasta el punto de que los imperialistas norteamericanos no han dudado en construir instalaciones militares en yacimientos arqueológicos o en sus proximidades.
El contrabando de obras de arte y antigüedades se ha convertido en un floreciente negocio dentro del capitalismo, sólo comparable en magnitud al tráfico de drogas. Estimaciones realizadas por la Unesco, la Interpol y la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito cuantifican el volumen del mercado ilícito de objetos antiguos entre seis mil y ocho mil millones de dólares anuales. Una cifra que contrasta con la de la Asociación de Comerciantes de Arte Antiguo (IADDA), según la cual las casas de subastas europeas y estadounidenses sólo facturaron entre 150 y 200 millones de euros en 2013, lo que sugiere que el mercado ilegal mueve cuarenta veces más que el mercado legal de antigüedades.
Los contrabandistas asolan los países pobres de África, Asia, Europa del Este y América Latina para llenar con este robo los mercados de EEUU, Japón o Europa occidental, mientras gobiernos e instituciones internacionales miran para otro lado. En definitiva esto es lo que el capitalismo entiende por cultura: el saqueo del patrimonio de la humanidad para el beneficio y disfrute de unos pocos.