El pasado 26 de julio fallecía en Londres la cantante y activista irlandesa Sinéad O´Connor, conocida mundialmente por la canción Nothing Compares 2 U, entre otras muchas. Desde los medios de comunicación y la industria de la música vierten ahora lágrimas de cocodrilo tras su fallecimiento, a pesar de que la pisotearon y ningunearon por su activismo político a favor del feminismo, su incansable denuncia de los abusos y violaciones a menores cometidos por la Iglesia católica, del imperialismo americano, sus guerras y el racismo sistémico. Como ella declaró, consideraba que su música “debería ser altavoz contra los abusos”.
Una vida marcada por la violencia de la Iglesia y de las discográficas
Sinéad nació en Dublín (Irlanda) y sus padres se divorciaron cuando ella tenía ocho años. Se fue a vivir con su madre, que le pegaba palizas y abusaba de ella. Según contó en el documental Sinéad O´Connor: Nothing Compares, el martirio que sufrió se debía a que su madre también había sido abusada y violada, igual que su abuela. Para la cantante “Irlanda era la imagen de una mujer maltratada”.
Con 15 años se trasladó a casa de su su padre pero la situación no fue a mejor. Este la internó en un reformatorio religioso dirigido por las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad. O´Connor lo calificaba como “el lugar donde las chicas lloran”. No era para menos.
En 2009 se destapó en un informe de la Comisión sobre Abusos de Menores que, entre 1930 y 2000, millares de niños y jóvenes sufrieron torturas, violencias y agresiones sexuales en estos centros católicos irlandeses, con la connivencia del Estado que tapaba las denuncias que se producían. Pero Sinéad no se calló y haría pública estás atrocidades en la década de los 90, lo que le costó un duro boicot a su carrera.
Tras salir del correccional e ingresar en la Newtown School de Waterford, su profesor de irlandés descubrió sus dotes para la canción. A finales de los 80 se trasladó a Dublín para dedicarse a la música. Allí firmó con la discográfica Ensing Records, con la que publicaría en 1987 su primer elepé The Lion and the Cobra.
Desde el primer momento Sinéad se enfrentó a la industria capitalista de la música, únicamente interesada en exprimir a las y los artistas a costa de lo que fuera. Tras haberse quedado embarazada del batería del grupo, la presionaron para que abortara: “nos hemos gastado 100.000 libras en hacer tu disco y nos debes no tener ese bebé”. Ella se mantuvo firme, se enfrentó a la discográfica y parió a su hijo.
También quisieron obligarla a que se dejara el pelo más largo y llevara minifalda, “para tener una imagen más femenina”. Pero Sinéad O´Connor no solo se negó, sino que decidió raparse al cero la cabeza en un gesto de rebeldía y desobediencia contra esos directivos que querían moldearla. En entrevistas posteriores contaba como la imagen femenina hacía “que la acosaran. No quería vestirme como una chica, no quería ser guapa. Por eso me corté el pelo…”.
El caso de O´Connor no es ni mucho menos una excepción en el mundo de la industria cultural. Hace años las denuncias de cientos de mujeres violadas y maltratadas en Hollywood inundaron los medios de comunicación de EEUU y del mundo, impulsando el movimiento Metoo y casos brutales como los del depredador sexual Harvey Weinstein. Pero se trataba tan solo de la punta de un iceberg de violencia contra la mujer y de cultura de la violación que se ha extendido por los poros de la sociedad capitalista.
Hace unos meses, TuneCore y Believe publicaron un informe sobre las agresiones sexuales en la industria musical, donde se relataba que una de cada cinco mujeres había sufrido abusos sexuales. Un pozo de putrefacción que cuenta con el beneplácito de una maquinaria que factura cientos de miles de millones al año, y nos vende una imagen falsa de igualdad y empoderamiento de las mujeres.
Ella nunca se calló
Sinéad, a diferencia de una gran mayoría de artistas y del conjunto de la industria musical en aquellos tiempos, se negó a quedarse callada, a pesar de las fuertes presiones de las grandes discográficas, y aprovechó su posición publica para denunciar a la Iglesia católica, sus crímenes y sus redes de pederastia protegidas por el poder político.
Se convirtió ademas en un altavoz de la lucha feminista, viniendo de un país completamente sometido a la moral misógina y machista de la Iglesia Catolica. Criticaba que en la constitución de Irlanda pusiera “que el lugar de la mujer está en el hogar”, consagrando su papel sumiso tanto en la música como en la sociedad, y que no se aceptara que una mujer “haga algo diferente y viva independiente de los hombres”.
Sinéad animó campañas por el derecho de aborto y por la utilización de métodos anticonceptivos que la situaron inmediatemente en la diana. Pero el momento más importante de esta batalla llegaría en 1992, en el programa Saturday Night Live, cuando su prestigio y trayectoria profesional entre millones de jóvenes ya estaban en lo más alto.
En esa célebre entrevista rompió en directo una imagen del Papa Juan Pablo II mientras decía “¡Lucha contra el verdadero enemigo!”, y lo hizo justo después de cantar War de Bob Marley para denunciar los abusos dentro de los centro católicos de menores.
La respuesta de la jerarquía eclesiástica no se hizo esperar: se lanzó en tromba con todo su poder contra ella, animando a turbas de ultracatólicos a quemar sus discos, pero no solo. Muchas emisoras, de todo tipo y no solo vinculadas a la Iglesia, se negaron a poner su música, y desde la industria musical y las discográficas se exigió la retirada de sus discos desatándose una campaña brutal para marginarla y expulsarla del sector. Incluso desde programas de televisión se alentaba la violencia contra ella, con tertulianos y presentadores volcando su odio fanático.
Pero nada de esto amilanó a la cantante que, a los pocos meses, en un concierto homenaje a Bob Dylan en el Madison Square Garden de Nueva York, ante los abucheos del público, volvió a cantar War desafiando la presión del momento. Sinéad no temía quedarse en minoría por defender una causa justa.
Gracias a la lucha incansable de víctimas y familiares este sistema repugnante de violaciones y maltratos a menores dirigido por la cúpula de la Iglesia Católica irlandesa durante casi un siglo quedó al descubierto, y también se hizo visible la colaboración y el encubrimiento de todas las instituciones del Estado irlandés. Y no solo en Irlanda, sino por todo el mundo (EE.UU., Alemania, Australia, el Estado español, Francia, etc…)
Contra el racismo y contra las guerras imperialistas
Sinéad no solo alzó su voz contra los crímenes de la Iglesia. Otros objetivos de sus críticas y su activismo eran el racismo y el imperialismo norteamericano. En una gala musical de EEUU salió con el logo de Public Enemy, grupo de rap afroamericano, pintado en la cabeza. Una crítica en solidaridad porque no les daban oportunidades en las grandes galas musicales.
En 1990, fue premiada con el Grammy a Mejor Albúm de Música Alternativa por su disco I Don't Want What I Haven't Got. Sin embargo, se negó a aceptar el galardón en protesta por la intervención militar estadounidense que desató la primera Guerra del Golfo.
También lo rechazó señalando que se lo daban “por su éxito comercial, no por mi calidad artística”, y que no quería formar parte “en nada que anime a la gente a creer que el éxito material es importante, especialmente si eso representa que te has de sacrificar personalmente para obtenerlo”.
Dentro de ese álbum publicó la canción Black Boys on Mopeds, denunciando la violencia policial contra los negros en Inglaterra.
Ese mismo año la invitaron al Garden State Arts Center en New Jersey, Estados Unidos. Cuando llegó allí le insistieron en que era tradición poner el himno de EEUU antes de que ella saliera. Se negó a interpretarlo ya que consideraba que era algo “hipócrita y racista” y que no iba a cantar “después del himno de un país que censura a los artistas”, por todos los artistas negros marginados por la industria.
Su activismo nunca cesó, señalando especialmente a la industria musical capitalista. En estos días ha circulado por las redes sociales una carta que le escribió a la cantante Miley Cyrus en 2013, después de que esta afirmara en una entrevista que se había basado en la artista irlandesa para su canción Wrecking Ball.
En la misiva, Sinéad aconsejaba a Miley que no permitiera prostituirse a manos de una industria que “iba a tapar su talento” creyendo que todo lo que estaba haciendo era por “su voluntad”. Que cuando estuviera en un centro de rehabilitación por todos los problemas derivados de su sobreexplotación, los ejecutivos que la habían utilizado estarían gastándose el dinero que habían logrado por su trabajo en sus lujosos yates y mansiones. Le pidió que no se dejara utilizar ni humillar por ese engranaje y que las mujeres deberían ser valoradas por su trabajo, no por ser “objetos sexuales”.
Este activismo político supuso su completa marginación. La dignidad era una parte consustancial a su sensibilidad artística y humana, a su empatía con los oprimidos y los más débiles. Por eso nunca se dejó pisotear ni por los curas, ni por los Gobiernos, ni por los grandes empresarios. Utilizó su arte para crear, denunciar y luchar, comprometiendo la que habría sido una cómoda y lucrativa carrera.
En estos días muchos recuerdan su talento musical pero tratan de ocultar su esencia irreductible: nunca bajó la cabeza, y eso pone en evidencia a esos otros artistas de renombre que nunca han querido jugarse nada, y que dieron la espalda a Sinéad O´Connor cuando decidió alzar su voz contra la injusticia. Nosotras reivindicamos su música, pero sobre todo reivindicamos su espíritu de rebelión contra el poder y el dinero, contra papas, obispos y capitalistas, y por un mundo libre de cualquier tipo de opresión.