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Sirva como homenaje a Joan Moles, militante del PSUC y después de la Entesa per Sabadell,  fallecido el pasado 10 de mayo, este extracto de uno de los capítulos de sus memorias.

Los hechos del primero de mayo de 1964 y sus consecuencias

Ya hacía años que la JOC de Sabadell preparaba y celebraba cada año el día “Primero de Mayo”, como el día de la clase obrera en todo el mundo. De buena mañana salíamos en grupos hacia a algún bosque de las afueras de Sabadell y por el camino íbamos hablando de los temas del cuestionario.

Cuando preparábamos el Primero de Mayo del año 1964 nos planteamos si era correcto continuar haciendo la tradicional salida con todos los jocistas e invitados, al margen de otros trabajadores sabadellenses concienciados. Algunos de los compañeros de fuera de Sabadell estaban también comprometidos con otras organizaciones políticas y sindicales, como el PSUC, el FLP, el FOC, CCOO, UGT o USO.

El mes de abril de aquel año algunos compañeros informaron que se preparaba una huelga de autobuses en Sabadell para el Primero de Mayo. También se dijo que ya se estaban preparando octavillas para invitar al pueblo de Sabadell a no utilizar aquel día el servicio de autobuses. Aquel medio de transporte era usado principalmente por la gente trabajadora que vivía en las barriadas y que tenía que ir al trabajo fuera de Sabadell o en la misma ciudad, pero muy lejos de sus barrios, principalmente los trabajadores de la construcción. Recuerdo que, cuando al anochecer llegaban los trenes de RENFE al apeadero de la Rambla, centenares de trabajadores corrían para poder coger y subir al primer autobús que los llevaría a sus barrios. La huelga de autobuses se convocó, pero, para el día 2 de mayo.

El día 21 de marzo de aquel año 1964 los miembros del Comité Federal de Sabadell y los responsables de grupos estábamos reunidos en la sala de arriba, que era la más grande. Llamaron a la puerta y una chica, que no conocía y que dijo que venía de parte de compañeros de Barcelona, preguntó por mí. Me dio un paquete de octavillas con la consigna de repartirlas por el barrio de Arraona-Merinals el domingo día 26 a las 8 de la tarde, una acción que se tenía que hacer en todos los barrios de Sabadell a la misma hora.

El día antes de la fecha señalada, a las 10 de la noche, nos reunimos en mi casa Álvaro García, Julio Jurado, a los que ya había informado de aquel hecho, y yo. Todos juntos analizamos el contenido de aquellas octavillas. Unas invitaban a la celebración del Primero de Mayo y otras a la huelga de autobuses del día 2 de mayo. En su contenido se hacía una denuncia de la situación precaria de los barrios de Sabadell, sin ningún servicio y con calles sin asfaltar, sucios y llenos de polvo o de barro. También se criticaba el servicio de autobuses en la ciudad, un servicio público deplorable que, con el apoyo del Ayuntamiento, sólo era un medio de enriquecimiento de la empresa propietaria del servicio, Transportes Martí. Se denunciaba también la explotación de todos los trabajadores, obligados a hacer jornadas de 12 o 14 horas diarias, con unos sueldos de miseria, que apenas llegaban para mal vivir e ir tirando. Finalmente, se denunciaba la ineficacia del Sindicato Vertical, que era únicamente un instrumento del régimen para controlar a los trabajadores, al servicio del capitalismo y de la burguesía.

Cuando acabó la reunión acordamos tirar adelante y también que Julio Jurado le plantearía esta decisión al compañero Pompili Avellaneda, que era el responsable de los pre-adultos de la Federación de Sabadell. El día 26, a la hora convenida, los cinco realizamos la acción de difusión de octavillas.

Los resultados de aquella acción fueron muy positivos, principalmente por la participación de la gente. A las horas punta pocas personas subieron a los autobuses y los pocos que iban eran personas conocidas del régimen y de la policía. Los trabajadores que llegaban con el tren a la estación de RENFE del final de la Rambla subían a pie Rambla arriba, en fila, comentando la jornada de huelga. Otro aspecto muy positivo fue constatar que en Sabadell había muchas personas, organizadas o no, que eran capaces, en un momento dado, de hacer acciones concretas, de juntar esfuerzos y luchar contra el sistema. Todo esto significaba una confianza en un futuro más esperanzador.

Aquellos hechos coincidieron con la muerte del padre de nuestro amigo Álvaro García. Estábamos en Torre-romeu en el entierro y allí nos enteramos de la detención del compañero Pompili Avellaneda y de otra gente. Nadie sabía el porqué y algunos empezamos a sentir miedo, porque aquello podía estar relacionado con la acción llevada a cabo.

Cuando volvimos a Sabadell (de informar a la JOC en Barcelona de lo sucedido) y íbamos a la parroquia de Gràcia, vimos a distancia la figura inconfundible del inspector de policía de la brigada “político-social”, Ángel Ignacio García, que ya conocíamos de sobras por las diferentes veces que nos había llamado a comisaría para hacernos “interrogatorios sibilinos”. Se acercó a nosotros, nos enseñó la placa y nos dijo que lo teníamos que acompañar para un asunto muy importante. Nos dijo que primero tenía que pasar por mi casa a hacer un registro, según una orden que tenía del juez, y que allí ya estaban unos amigos que nos esperaban.

Le pregunté el motivo de todo aquello y me dijo que ya me enteraría. Al llegar a mi casa había delante dos coches de la policía camuflados y dentro de casa vi a cinco individuos que yo no conocía y que, sin duda, eran “polis”. Cuando vinieron a casa a buscarme y yo no estaba, dijeron a mis padres que eran amigos míos de Barcelona y que si me podían esperar dentro. Mis padres se pensaron que eran de la JOC, porque a menudo venían a casa compañeros de Barcelona o de otras poblaciones.

Directamente fueron a mi despacho, que era una habitación de casa donde tenía un escritorio, la máquina de escribir, archivadores, libros y una pila de ejemplares del BOE. Lo primero que me preguntó García fue que qué hacían allí los BOE y le dije que estábamos suscritos, los pagábamos y que eso era totalmente legal. Sin comentarios. Empezaron a revolverlo todo y no encontraban nada o casi nada.

Pero entre los papeles había una carta del abad Escarré de Montserrat, en la que daba las gracias a la JOC de Sabadell por el apoyo que recibió de nosotros con motivo de sus declaraciones en la prensa francesa, donde afirmaba que la paz en España “solo podía ser fruto de la justicia y de la libertad”. Hay que recordar que aquel año 1964 el régimen conmemoraba los “25 Años de Paz”. Esta carta se la quedaron como si fuera un documento ilegal y comprometedor.

También encontraron un texto que yo mismo había escrito, con mi máquina portátil Hispano-Olivetti, cuando volví del XIV Consejo Nacional de la JOC que habíamos celebrado del 21 al 25 de julio del año 1963 en Oviedo. Lo había escrito para mí y no había salido nunca del cajón de mi escritorio. Era una reflexión personal sobre la huelga de los mineros asturianos de 1962. Después de leer aquel papel, García comentó a los otros policías que era el original de una octavilla que habían encontrado hacía días por la calle, cosa que era mentira, porque aquel papel no lo había visto nunca nadie. También comentaron que se llevarían la máquina de escribir, para verificar si ésta y otras “hojas subversivas”, que tenían en comisaría, se habían escrito originalmente con esta máquina. Efectivamente, se la llevaron y no la recuperé nunca más.

Con estas “pruebas” fuimos a comisaría. Había olvidado comentar que, antes de proceder al registro de casa, le pedí que me enseñara la orden de registro del juez. Se enfadó mucho y me enseñó un papel viejo y arrugado, sin fecha, ni dirección, ni nombres, y le dije que era un papel genérico sin ninguna legalidad. Su respuesta fue contundente: “¿Autorizas o no el registro? Si dices que no, dentro de cinco minutos estoy aquí de nuevo, con otra orden de registro como dices, pero te aseguro que tendrás que enfrentarte a las consecuencias”.

Al llegar a comisaría ya había visto a Josep Solé y Julio Jurado. Pero faltaba Álvaro García. Delante de nosotros, el inspector llamó a la comisaría de vía Layetana de Barcelona y preguntó al inspector Creix, tristemente famoso, qué tenía que hacer con Álvaro, porque se había muerto su padre y aquella misma tarde lo habían enterrado. La respuesta de Creix fue: “Que lo vayan a buscar a su casa y los cuatro inmediatamente a Vía Layetana”. Y así fue. Al cabo de poco rato ya estábamos los cuatro juntos, detenidos y camino de la comisaría de Vía Layetana.

Íbamos en una furgoneta, los cuatro juntos detrás. Hablamos de lo que todos explicaríamos. Que ni yo ni ellos conocíamos qué persona me trajo las octavillas y que era verdad que las habíamos repartido. Al oír los polis que hablábamos, nos hicieron callar.

La llegada a Vía Layetana fue terrorífica. Nos hicieron subir a los cuatro juntos al primer piso, rodeados de polis. Había un pasillo largo, con puertas a cada lado. En la primera puerta noto un empujón de un policía y voy a parar dentro de un despacho muy grande. Hay mesas, algunas sillas, máquinas de escribir, colgadores de ropa y no tuve tiempo de ver más. Me rodearon ocho o diez tíos, muy fuertes, en mangas de camisa y de paisano, que me empezaron a pegar por todo el cuerpo, menos en la cara. Pararon un momento para decirme que me quitara la americana y el reloj y continuaron con los puñetazos y las patadas. Me intentaba proteger las partes más delicadas del cuerpo sin demasiado éxito y la cosa duró tanto rato que no la pude calcular en horas. Uno de aquellos gorilas, además, me remató con un fuerte golpe en la nuca que me hizo perder el mundo de vista un momento y me tiré al suelo. Estaba hecho polvo.

Pensaba que así me dejarían estar, pero me levantaron y me continuaron pegando mientras me insultaban. También me amenazaron con pistolas y me decían que tenían a mi madre en la habitación de al lado para interrogarla como a mí. De repente se abrió la puerta y todos se quedaron quietos. Pararon y dejaron de pegarme. Entró el “jefe”, el inspector Creix en persona, les preguntó si ya había firmado mi declaración y, al contestarle que no, me dijo: “Ahora hacéis la declaración, tú la firmas y se habrá terminado todo”. Después se fue, cerrando la puerta de un golpe.

Me hicieron sentar en una silla, al lado de una mesa con una máquina de escribir, delante de la cual uno de ellos se preparó para escribir “mi declaración”. Uno de los policías, que llevaba la voz cantante, empezó a dictar. Se inventó una historia de comunistas, diciendo que los cuatro éramos comunistas, que yo era el responsable del grupo, que habíamos organizado la huelga de los autobuses, que habíamos hecho las octavillas, que las habíamos impreso en una multicopista y que habíamos organizado su distribución por todo Sabadell. Cuando le pareció que ya estaba mi declaración completa, porque ya era bastante larga, me la dio a firmar. Además, me tenía que reconocer culpable de lo que he comentado antes y autor de muchas otras cosas más.

Le dije que yo no la podía firmar porque yo no había dicho nada de todo aquello, que no era cierto y que él se lo había inventado todo. Me dijo que si no firmaba volverían a empezar con la primera lección de cuando llegué. Pero le respondí que me dejara explicarle la verdad y accedió.

Mi relato consistió en explicar detalladamente qué era la JOC, sus orígenes y sus principios. Expliqué la historia de Cardijn y que se trataba de un movimiento de iglesia, aprobado por el papa de Roma. A mi alrededor había unos cuantos polis, me escuchaban y me miraban, incrédulos. Al acabar esta primera parte y preguntarme por la huelga de los autobuses, expliqué la misma versión que los cuatro habíamos quedado en declarar, que era la cierta, y la que pensaba firmar.

Mientras tanto, mis compañeros se encontraban como yo, uno en cada despacho, y un grupo de gorilas que les querían hacer firmar lo que ellos querían. Todos coincidimos en decir siempre lo mismo. De vez en cuando los policías que estaban con cada uno de nosotros se hablaban al oído. Sin duda querían constatar si todos decíamos lo mismo e insistían en preguntar cosas más detalladas para ver si encontraban alguna contradicción entre nuestras declaraciones. Esto duró mucho rato.

De nuevo, el poli que dirigía mi interrogatorio dictó otra declaración, que tampoco se ajustaba a lo que yo les había explicado, que era prácticamente igual que la primera, con modificaciones insignificantes. Después de leerla, dije que tampoco se ajustaba a la verdad y que no podía firmarla. Después volvió a entrar el inspector Creix, preguntó si ya había firmado y, al ver que no, me dijo que no saldría de allí hasta que firmara y que continuarían los interrogatorios.

Después me llevaron a una celda oscura, húmeda y sin luz y me dijeron que ya volverían más tarde. Había un policía de vigilancia fuera. Oí a los otros tres compañeros. Para hacerles saber que yo estaba allí empecé a silbar el himno de la JOC y me respondieron del mismo modo. Estaba contento, pero también muy asustado, por si volvían a venir a buscarme y a hacerme la “rueda”. Además, tampoco sabía cómo les había ido a mis compañeros.

Al cabo de un rato llamé al guardia de la puerta y le dije si podía ir al lavabo. Me abrió la puerta, me acompañó, pasé por delante de la celda de los compañeros, que saludé disimuladamente, y volví a mi celda. Con ellos estaba también Pompili Avellaneda. Me dolía todo el cuerpo. Pensaba en mis padres, la prometida, la familia, los compañeros de la JOC, pero también en que me volverían a llamar. Me quedé dormido. Después de no sé cuantas horas me desperté, tenía frío y me dolía todo el cuerpo. Sentí que llamaban a Álvaro y nos hicimos un guiño cuando pasó por delante de mí. Estaba preocupado por lo que tendría que hacer y decir si me volvían a llamar. De vez en cuando iban haciendo subir por separado a mis compañeros y yo esperaba mi turno para volver a aquel calvario.

La ley establecía que no se podían estar más de 72 horas en comisaría, pero el inspector Creix dijo que había conseguido una autorización del juez para tenernos allí una semana entera. Así pues, continuó con aquellos contundentes interrogatorios. Además, empezaron a hacer el juego del policía bueno y el malo.

Un día me interroga un hombre joven, que en un momento, cuando estábamos solos, me dijo que había sido seminarista y que se hizo policía para ayudar a las buenas personas que pasaban por comisaría. Dijo que comprendía la buena fe de los miembros de la JOC, pero que creía que nos habían engañado y que teníamos que decir toda la verdad y confesar. Que teníamos que dar los nombres de las personas que sabíamos que eran del partido comunista para evitar que engañaran a más gente de buena fe. Lo escuché, porque no podía hacer nada más, pero le volví a repetir que ya había dicho toda la verdad el primer día y no podía inventarme nada nuevo.

Los interrogatorios continuaron. Al tercer día de estar allí encerrados, entró el comisario Creix y me dijo textualmente: “Mira, la policía ha detenido a una estudiante, que ya teníamos fichada por subversiva, y que sus señas corresponden a las que tú nos dijiste que te había entregado las octavillas en Sabadell. La verás por la mirilla de un despacho donde la están interrogando ahora. Si la reconoces como la chica que te entregó las octavillas, nos lo dices, y tu situación se puede resolver hoy mismo”.

Cuando yo había descrito la chica que me entregado las octavillas, para no caer en contradicciones si en otro momento tenía que repetir como era, pensé en una chica en concreto. A la hora de identificar a la chica detenida me acompañaron dos polis hasta delante de un despacho y me hicieron mirar por una “mirilla” y me dijeron que observara la chica que había dentro y me fijara bien. Me preguntaron si era la que me había dado las hojas y dije que no. Me lo preguntaron varias veces y siempre obtuvieron la misma respuesta. Aunque, casualmente, se parecía bastante a la descripción que yo les había hecho pensando en otra persona.

Me volvieron a subir a su despacho y continuó el interrogatorio. El mismo día por la tarde, cuando ya hacía las 72 horas que habíamos entrado, el policía que llevaba la voz cantante dijo al de la máquina de escribir que apuntara todo lo que yo le dijera. Repetí mi primera y única versión. Después, cuando la declaración que hice estaba lista, entró Creix y me dijo estas palabras exactas: “Dentro de poco rato, os vais todos al Palacio de Justicia, a ver al juez. Supongo que estarás satisfecho de cómo se han desarrollado todos estos tres días aquí, ya que ‘delante mío’ nadie te ha tocado ni un pelo”.

Era un martes al mediodía. Los cinco compañeros salimos de aquel infierno y, aunque nos llevarían delante del juez, todos hacíamos cara de contentos. Llegué a pensar que los compañeros saldrían y yo me quedaría allí hasta que no firmara lo que ellos querían, por las buenas o por las malas.

En una “tocinera”, como llamábamos a los furgones de los detenidos, nos llevaron al Palacio de Justicia, junto a otros delincuentes comunes. El juez no trabajaba por la tarde y nos tuvimos que quedar en una sala del juzgado, con unas cuantas sillas y nada más, donde pasamos la noche.

Al día siguiente, por la mañana, declaramos ante el juez. Los cinco compañeros estábamos juntos y, mientras esperábamos su veredicto, nos abrazamos y nos pudimos explicar cómo nos había ido en comisaría a cada uno de nosotros. Fue aquí cuando, por primera vez, pudimos conocer buena parte de los hechos y entender un poco cual había sido el hilo que había permitido a la poli llegar a nosotros y a nuestra detención.

A raíz de la huelga de autobuses, los primeros en caer fueron los comunistas que estaban fichados y vigilados de cerca por la policía de la brigada político-social. También fue detenida gente del barrio de la Concòrdia. Uno de ellos había tenido relación con el vicario de la iglesia de la Creu Alta, mosén Totosaus. El rector de aquella parroquia era mosén Josep Plandolit, un hombre ya mayor, de unos 80 años, que tenía fama en Sabadell de “muy pesetero”, de ideas muy conservadoras y retrógradas y muy cercano al régimen franquista.

Este rector fue el que, cuando la policía fue a la parroquia preguntando por mosén Totosaus, les dijo que su vicario hacía reuniones clandestinas con gente de la JOC de la Concòrdia. La policía había ido a parar tras la pista de mosén Totosaus, porque uno de los vigilados, para quitarse responsabilidades y despistar la policía, involucró al vicario de la Creu Alta con la acusación de haber fabricado las octavillas. Las declaraciones del rector a la policía acabaron de complicar las cosas.

El día 6 de mayo por la mañana, después de pasar ante el juez y ratificar nuestra declaración hecha y firmada en la policía de Vía Layetana, se ordenó nuestro ingreso inmediato en la cárcel Modelo.

Aquellos acontecimientos tuvieron mucha resonancia, a través de la prensa y, especialmente, a través de las homilías de los sacerdotes en las misas de sus parroquias. Más tarde supimos que, por ejemplo, mosén Baguer hizo una reflexión en sus homilías en la parroquia de Gràcia, en las cuales denunció las injusticias del sistema.


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