El 19 de junio tenemos la ocasión de desalojar al PP de la Xunta. Tras 16 años de caciquismo e incompetencia, existe la posibilidad real de que la derecha pierda la mayoría absoluta, a consecuencia de las circunstancias políticas, a las que se añaden El 19 de junio tenemos la ocasión de desalojar al PP de la Xunta. Tras 16 años de caciquismo e incompetencia, existe la posibilidad real de que la derecha pierda la mayoría absoluta, a consecuencia de las circunstancias políticas, a las que se añaden los cambios sociológicos de las dos últimas décadas.

Las circunstancias políticas vividas durante la pasada legislatura de Fraga son excepcionales porque en estos últimos cuatro años asistimos a un proceso de movilización enorme. Recordemos que ese proceso de movilización ya comenzó a las pocas semanas de la victoria electoral del PP en las autonómicas de 2001, con la lucha contra la LOU, que fue muy importante pero que sólo fue un aperitivo de lo que estaba por venir. El desastre del Prestige fue el siguiente paso de ese proceso. La actuación de la Xunta acabó con el mito de la competencia de Fraga y puso en evidencia el carácter autoritario y manipulador de la derecha, que todavía se había de poner más de manifiesto durante las movilizaciones contra la guerra de Iraq. La derrota electoral del PP el 14-M fue otro acontecimiento importante.

Todo esto, añadido al desgaste de tres lustros en el poder, a la última legislatura de Aznar, a la actuación del PP desde la oposición y a la crisis del PP gallego, explica el evidente nerviosismo del PP. La mejor prueba es que vuelven a presentar a un Fraga que chochea (recordemos, sin ir más lejos, sus declaraciones presumiendo de que él nunca había usado condón). Saben que no es la mejor opción, pero no tienen alternativa. Fraga ya no manda como antes (ahí estuvo la rebelión de sus diputados orensanos), pero nadie se atreve aún a retarlo personalmente porque son conscientes de que su retirada abriría inmediatamente una guerra por la sucesión y llevaría a un cisma que sí garantizaría la derrota del PP el 19 de junio. Que la crisis del PP gallego sigue abierta lo demuestra que, incluso en este momento delicado, hubo grandes tensiones internas para la elaboración de las listas (Baltar rechazó a Núñez Feijoo por Ourense, Corcoba dimitió en Coruña, etc.), producto del afán de los dos bandos por obtener el mayor número posible de diputados y del interés de los actuales conselleiros por garantizarse un escaño, dado que ya no ven seguro continuar en la Xunta.

A todos estos factores políticos hay que añadirles los cambios sociológicos. Galicia ya no es la sociedad de hace 20 ó 30 años. Hubo una enorme reducción de la población activa agraria y, con ella, de la población rural (en la actualidad, el 40% de la población se concentra en tan sólo cuatro grandes áreas metropolitanas: Vigo, A Coruña, Ferrol y Santiago); mientras Lugo y Ourense, los feudos del PP, pierden habitantes, la población se va concentrando en la franja que va de Ferrol a Vigo. Estos procesos de cambio sociológico inevitablemente acaban por llevar a una nueva correlación de fuerzas entre las clases y son, en última instancia, la razón del lento pero continuo declive electoral que el PP venía sufriendo en Galicia, declive que ahora puede sufrir un acelerón a consecuencia de los factores políticos mencionados.

Un balance nefasto

La crisis del Prestige fue el centro de la pasada legislatura y puso al PP contra las cuerdas. Puede parecer que quedó atrás, pero no es así. Fueron demasiadas cosas, demasiadas mentiras, demasiada represión, demasiada manipulación, como para que sus efectos en la conciencia desaparezcan. Todo lo contrario, lo aprendido en aquellos meses está ahí, el Prestige marcó a una generación de gallegos, especialmente a la gente joven. Además, están las repercusiones medioambientales del desastre, que no desaparecen tan fácilmente. Un estudio de las cofradías afectadas por el vertido estimaba, en octubre del año pasado, que el descenso en las capturas de pescado era del 25%.

Pero además, la situación económica y social no avanzó en estos años, sino que retrocedió. Los indicadores socioeconómicos (crecimiento del PIB, inflación, accidentes laborales, precariedad, sanidad, etc.) son peores que la media estatal. Esto trae como resultado, entre otros, que miles de jóvenes gallegos se vean obligados cada año a ir a trabajar a otras comunidades autónomas. La Xunta contribuye activamente a esta situación. Por ejemplo, en la sanidad pública autonómica se denunciaron contratos por días o fines de semana. El apoyo de la Xunta a las empresas es tan descarado que incluso suprimieron la obligatoriedad de que las cajas de ahorro gastasen una parte de sus beneficios en obra social, medida introducida en la Ley de Acompañamiento de los presupuestos de este año. También es notorio su desinterés por los problemas que la cuota láctea le crea a los pequeños ganaderos. En el terreno de la enseñanza, la Xunta continuó con su política de deteriorar la enseñanza pública y favorecer a la privada, desviando dinero desde la primera a la segunda.

Esta es la realidad, pese a la hipocresía de la Xunta. Valga el siguiente ejemplo: el PP lleva años desoyendo las demandas sindicales para que se dote a las inspecciones de trabajo de más medios. De hecho, en toda Galicia, con dos millones y medio de habitantes, sólo hay 43 inspectores. Pero esto no impidió a la conselleira de Relaciones Laborales lamentarse de los cuatro trabajadores muertos el 11 de mayo en Navantia-Ferrol, ni le privó de anunciar unos días después que Galicia será la primera autonomía que promoverá un certificado de calidad para los servicios de prevención. Hay que tener cara.

El PP debe perder las elecciones

Una derrota electoral del PP el 19 de junio abriría una nueva etapa política en Galicia, además de suponer un durísimo golpe al PP estatal. Pero aun así, el PP podría no perder la Xunta. Nos referimos a una modificación del reparto de escaños gracias al voto emigrante, que cuenta con un censo de 300.000 personas y en el que el PP está invirtiendo ingentes cantidades de dinero público (comilonas incluidas, como las de Fraga durante su visita a Argentina el mes pasado).

Tal situación abriría una grave crisis política, dado que esos votos no tienen ninguna garantía democrática porque la suplantación del votante es muy fácil (dejando al margen que parte de los inscritos en el censo no deberían tener derecho a voto sencillamente porque no forman parte de la sociedad gallega; no es lógico que decidan sobre un futuro que no es el suyo personas que llevan 50 años sin pisar Galicia, o sus hijos y nietos que ya nacieron en otro país, que están totalmente integrados en él y que no tienen ninguna relación con Galicia, por mucho origen gallego que tengan).

Además, si se diese esta circunstancia, aunque el PP capease el primer temporal, la falta de legitimidad de la Xunta reaparecería de inmediato como agravante de la crisis que inevitablemente se abrirá en el PP en el momento en que haya que sustituir a Fraga, que dada su edad y estado no aguantaría otros cuatro años de legislatura, aunque alguno del PP pueda caer en la tentación de depararnos un espectáculo tan patético como el que montó la Iglesia Católica con el papa.

Es necesario un programa socialista

El PP está tocado, por eso la campaña electoral puede jugar un papel más importante en el resultado que otras veces. Dadas las circunstancias, no sería lo mismo que Fraga sufriese uno de sus desmayos en medio de un mitin que si no lo sufre. Y por supuesto, está el factor de la actuación de la oposición, que es lo verdaderamente decisivo. A favor de la izquierda juegan muchos factores, incluido el rumbo reaccionario de Rajoy y el PP estatal, pero no caben errores. En este sentido, situaciones como las de hace cuatro años, cuando el PSdeG-PSOE parecía que estaba más interesado en quedar como segundo partido en número de votos que en la derrota de Fraga, o las recientes declaraciones de Anxo Quintana, diciendo que está dispuesto a pactar con todos, tienen que desaparecer. Tiene que estar muy claro para todo el mundo que, si el PP no obtiene la mayoría absoluta, habrá una Xunta de izquierdas.

Es evidente que las condiciones para derrotar a la derecha están más que dadas. Como ocurrió en otras elecciones, tanto en Galicia como en el resto del Estado, el factor que acaba por inclinar el resultado es la mayor o menor participación de los trabajadores y la juventud, no la fortaleza de la derecha. Por tanto, la llave de la derrota de Fraga está en manos de los dirigentes del PSdeG y del BNG. Si durante la campaña ofreciesen una alternativa clara para hacer frente al desempleo, la precariedad, la incertidumbre sobre el futuro de los jóvenes, unido a una defensa clara de los derechos democráticos, como el derecho de autodeterminación, la victoria estaría garantizada.

Las direcciones del PSdeG y del BNG no están en esta línea, pero incluso así la perspectiva de una derrota del PP está presente y, desde luego, sería tremendamente positiva. Una Xunta de izquierdas tendrá que afrontar el reto de corresponder a las expectativas de cambio que existen en la sociedad gallega. Y la única garantía para aplicar una política cualitativamente diferente a la de la derecha, la única solución a los problemas de la clase obrera, es un programa socialista. En este sentido, las políticas impulsadas por BNG y PSdeG-PSOE en algunos ayuntamientos, incluyendo privatizaciones de servicios públicos, son un error, derivado de la lógica de aceptar el capitalismo como el único sistema posible. Igual que son perjudiciales los coqueteos con los empresarios gallegos.

La izquierda tiene que obtener su apoyo y sus votos entre los trabajadores y los jóvenes, que somos la Galicia que va mal y que no queremos seguir sufriendo las políticas del PP en la Xunta. Por eso la izquierda debe defender un programa socialista, un programa que cuestione el actual dominio de la economía por los capitalistas. No hay “terceras vías” ni milagros económicos al estilo del “tigre celta” irlandés. En un período de crisis económica como el actual, la gestión de la economía capitalista por la izquierda reformista o por la derecha produce los mismos resultados. La única alternativa para aplicar una política diferente es cuestionar todo el sistema.

Organízate para luchar

Hay que darle a Fraga el fin que se merece: una derrota electoral el 19 de junio. Todo el mundo debe ir a votar, y debe votar a la izquierda; a la opción que más le convenza (PSdeG-PSOE, BNG o IU), pero ninguna persona de izquierdas debe dejar pasar esta oportunidad.

Pero a la vez que hay que tener claro que tenemos que echar a Fraga y al PP de la Xunta, también hay que tener claro que eso no es suficiente para garantizar una política diferente. Ahí está la salida dada a la reciente reconversión de Izar. Los graves problemas que hoy afronta la clase obrera hunden sus raíces en el capitalismo. Por eso, más allá del voto, es necesario organizarse políticamente para luchar, porque la única forma de impulsar la transformación social y económica que necesitan la mayor parte de los gallegos es defendiendo un programa que rompa con la lógica capitalista, un programa auténticamente socialista que ponga los enormes recursos económicos existentes al servicio de la sociedad a través de la nacionalización de la Banca y las grandes empresas sin indemnización excepto en caso de necesidad comprobada, para así poder implantar la planificación democrática de la economía bajo control obrero.

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