A dos años de su derrota en las elecciones del 14 de marzo y a un año de las municipales, que será la próxima confrontación electoral, el PP está firmemente encarrilado en su orientación ultraderechista. El carácter de la manifestación que transcurri A dos años de su derrota en las elecciones del 14 de marzo y a un año de las municipales, que será la próxima confrontación electoral, el PP está firmemente encarrilado en su orientación ultraderechista. El carácter de la manifestación que transcurrió por la calle Serrano de Madrid el día 25 de febrero ha vuelto a ratificarlo sobradamente. Se corearon consignas como “España una y no cincuenta y una”, “La COPE somos todos”, “Zapatero dimisión” y otras por el estilo; la fobia antivasca y anticatalana sólo cedía protagonismo, alternándose, a un encendido odio hacia la izquierda y hacia el “golpista” ZP que arrebató ilegítimamente el gobierno al PP. Allí estaban también los de Falange, que debían sentirse tan a gusto con la campaña del PP contra el Estatut como el golpista Tejero, que recientemente manifestó su entusiasmo por la misma.

Desafiando, otra vez, las más elementales reglas de la geometría y de la aritmética, los convocantes no se cortaron en estimar la asistencia en 1,7 millones de personas, cifra rebajada por la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre a la igualmente delirante cantidad de 1,4 millones. Es posible que muchos de los manifestantes, que no llegaron ni a 200.000, se creyesen tal mentira, al fin y al cabo estaban allí porque “España se rompe” y porque el PSOE gobierna gracias a los pactos a los que ha llegado con “terroristas” de todo tipo.

Una tradición histórica

Como apuntamos en otras ocasiones es muy significativo que la derecha, tras una intensa, prolongada y meticulosa campaña reaccionaria, tocando todos los puntos más sensibles para su base social (cuestión nacional, religión, familia...), haya sido incapaz siquiera de acercarse a la masividad y a la profundidad de las movilizaciones que precipitaron la caída de Aznar. Pero, precisamente, en la debilidad de la derecha es donde está la explicación de su deriva reaccionaria. La trayectoria del PP, particularmente en los últimos dos años, es muy ilustrativa de cómo determinadas tendencias históricas han vuelto a rebrotar con fuerza en la situación actual.

La derecha española, al igual que en los años treinta, necesita recurrir al nacionalismo centralista español más rancio y reaccionario para mantener en tensión a su base de apoyo social y electoral. La burguesía española en su comportamiento político refleja las debilidades estructurales del capitalismo español, basado en los pelotazos inmobiliarios, en los bajos salarios y la extenuante explotación de la clase trabajadora y una notoria aversión a la inversión tecnológica, por no citar otros factores como la dependencia del turismo y otros rasgos que la caracterizan. La burguesía española ha tenido siempre muchas dificultades para tejerse un respaldo político suficientemente sólido en base a su capacidad de proyectar optimismo social y confianza en el sistema capitalista. Siempre ha tenido la tendencia a propagar el odio nacional como una eficaz bomba de humo para defender sus intereses de clase, especialmente en un contexto general de inestabilidad y en el que la clase obrera, muy a pesar de sus dirigentes, ha tenido la ocasión de dar muestras de su fuerza en toda una serie de movilizaciones (20-J, Prestige, guerra de Iraq, antentados integristas del 11 de Marzo) causando una honda conmoción en sectores de la burguesía y del aparato del Estado. Por supuesto que la burguesía vasca y catalana también han tratado, como siempre, de sacar el máximo partido de ese juego reaccionario, explotando en su beneficio los sentimientos de rechazo que el nacionalismo españolista despierta entre las masas de estas nacionalidades.

¿Existe o no polarización?

La deriva reaccionaria del PP ha suscitado la tesis entre muchos comentaristas políticos, reflejada en numerosos artículos de la prensa burguesa, de que se trata de puro “teatro” del aparato del PP, restando trascendencia al asunto. Sin embargo, el pronunciamento de Mena y la cascada de muestras de solidaridad que recibió en las filas del ejército, las descaradas maniobras de los sectores más reaccionarios del aparato judicial contra la política del gobierno, como el “informe” no solicitado del Consejo General del Poder Judicial sobre el Estatut o la “rebelión de fiscales” contra la dimisión-destitución de Fungairiño, y muchos otros ejemplos, son indicativos de que realmente estamos asistiendo a una radicalización hacia la derecha de, al menos, un sector significativo de la clase dominante. Con todas sus debilidades sería un error subestimar los efectos políticos de la campaña del PP en la sociedad.

Además, la expectativa por parte de los dirigentes del PP de que esa orientación les puede ir bien electoralmente les anima a profundizar en ella sin que por ahora se vislumbren los límites. Esa línea será ratificada a bombo y platillo en la Conferencia del PP de los días 3 y 4 de marzo, un evento en el que inicialmente, cuando fue convocado, los “moderados” albergaban la esperanza de “centrar” el partido. Irónicamente la Conferencia anclará el PP al centro, pero de la reacción y con un Aznar en proceso de resurrección. Eso no impide que en el futuro el PP vaya a sufrir crisis e incluso escisiones —como también es característico de la derecha española—, pero parece que este escenario se ha aplazado por el momento.

Cambio de escenario

en Euskal Herria

Uno de los ejes de su actuación será, como ya se ha puesto de manifiesto, intentar reventar la posibilidad de que se abra un nuevo escenario político en Euskal Herria y en todo el Estado con una tregua de ETA. Los atentados de ETA constituyeron un importante balón de oxígeno para el PP y la reacción en el pasado porque contribuían a desdibujar las contradicciones de clase y justificar la política represiva de la derecha. Por eso, una tregua abriría un escenario positivo para la clase trabajadora, para la lucha social y por los derechos democráticos y, en esa misma medida, sería negativa para la estrategia reaccionaria en la que está embarcado el PP.

El contrapunto de la escalada reaccionaria del PP ha sido la manifestación en Barcelona del día 18 de febrero. La manifestación, con una asistencia multitudinaria de aproximadamente medio millón de personas, sorprendió a todos, empezando por los mismos convocantes. Aunque tuvo como detonante la política reaccionaria del PP hacia los sentimientos nacionales del pueblo catalán, estaba impregnada de un tono claramente de izquierdas, con rasgos muy parecidos a las manifestaciones contra la guerra. El hecho de que no fuera convocada ni por el PSC, ni por ICV, ni por los sindicatos —ERC fue el único partido que apoyó— hace aún más significativa la asistencia a la misma, poniendo de relieve con toda claridad que el ambiente de lucha y de combate contra el PP sigue latente en la sociedad —en todo el Estado, no sólo en Catalunya— y que existe un amplio sector de la clase trabajadora y de la juventud que estaría muy dispuesto a salir a la calle para hacer frente a la reacción si los dirigentes de la izquierda suscitasen esa oportunidad.

Incomparecencia de los dirigentes de la izquierda

Y en esa incomparecencia de los dirigentes de la izquierda reside la “fuerza” del PP, la que magnifica las acciones de la derecha y enrarece el ambiente político. Un ambiente que tiende a encubrir la verdadera relación de fuerza entre las clases. Si los dirigentes de la izquierda hubiesen convocado una manifestación en defensa de la escuela pública, como respuesta a la manifestación de sotanas, la respuesta hubiese sido multitudinaria. Incluso si los dirigentes del PSOE, de IU, de CCOO y UGT lanzasen ahora una contraofensiva seria en las empresas y en los barrios, denunciando la actitud filogolpista del PP, explicando el verdadero carácter de la derecha, uniéndolo a la defensa de los derechos democráticos y a una política social que afrontase seriamente el problema de la precariedad en el empleo y el acceso a la vivienda, encontraría un eco masivo en la clase trabajadora y la juventud de todo el Estado. Esa orientación, la única que puede hacer frente de forma consecuente a la escalada reaccionaria del PP, choca necesariamente con los límites de la política de Zapatero, con los límites del reformismo, marcados por asunción del capitalismo como único sistema posible y el respeto a un “estado de derecho” en el que se excluyen derechos tan elementales como el de autodeterminación y en el que pilares tan fundamentales del Estado como el ejército y el aparato judicial están totalmente al margen de cualquier atisbo de control democrático que merezca tal nombre.

La construcción de una fuerte corriente marxista se revela necesaria incluso en el más elemental combate contra la derecha más reaccionaria. Únete a los marxistas de El Militante para construir la alternativa revolucionaria que necesitamos.

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