El PP valenciano ha lanzado varias campañas de promoción del voluntariado. El pasado mes de noviembre Alicia de Miguel, consellera de Bienestar Social, anunció que el 2006 sería el “Año del Voluntariado en la Comunidad Valenciana” y anticipó toda una El PP valenciano ha lanzado varias campañas de promoción del voluntariado. El pasado mes de noviembre Alicia de Miguel, consellera de Bienestar Social, anunció que el 2006 sería el “Año del Voluntariado en la Comunidad Valenciana” y anticipó toda una serie de medidas para aumentar el número de voluntarios. ¿Por qué la derecha, que siempre se ha caracterizado por los recortes en materia social decide ahora promover el voluntariado? ¿Acaso les había invadido el “espíritu navideño” y entre sus nuevos propósitos para el año incluyeron el acabar con las desigualdades sociales? ¡Nada más lejos de la realidad! En 2006 seguirán haciendo la misma política que han venido haciendo hasta ahora en el País Valenciano: aumentar sus rentas a costa del sudor y la sangre de los jóvenes y trabajadores valencianos.

En los últimos años se ha incrementado bastante el número de personas que participan en ONGs y proyectos de voluntariado de todo tipo (medioambiental, atención a inmigrantes, ancianos, enfermos, personas sin hogar, reclusos, etc.). Muchos de los miles de jóvenes y trabajadores (600.000 en el País Valenciano, según la Generalitat y alrededor de cuatro millones y medio a nivel estatal) reaccionan a la miseria y el sufrimiento que provoca este sistema, dedicando parte de su tiempo a tratar de hacerle la vida un poco más fácil a unos pocos de esos millones de personas que viven en condiciones lamentables en todo el mundo. La Generalitat habla hipócritamente de solidaridad, igualdad de oportunidades, mejorar la calidad de vida y del derecho de todas las personas “a vivir la vida en óptimas condiciones”. Pero, por mucho que reciten discursos llenos de buenas palabras, no nos engañan y Alicia de Miguel no es ninguna “buena samaritana”. No le preocupan los inmigrantes que duermen noche tras noche bajo un puente del cauce del río Turia (el Ayuntamiento de Valencia no tiene problemas para echarles a manguerazos de agua a presión cuando se acumulan “demasiados”), ni los miles de jóvenes que no podemos permitirnos pagar una vivienda, ni la escasez de recursos para las familias con miembros dependientes, ni los paisajes naturales que la especulación urbanística devora gracias al consentimiento y los tratos de favor que el PP da a las constructoras, ni ninguno de todos esos problemas que son el pan de cada día para muchos. Lo que a ellos les importa es lo que pueden ahorrarse gracias a los que verdaderamente nos preocupan estas cuestiones.

ONGs, subcontratas

del Estado

Que la derecha haga campañas para promover el voluntariado entre los jóvenes no tiene nada de extraño y no es incompatible con su política (anti) social. Aunque se puede pensar que la promoción del voluntariado y las ONG está asociada a una política de izquierdas, estas medidas no son progresistas. Tal y como se decía en un reportaje publicado en El País, 5/12/05: las ONGs están convirtiéndose en “agencias subsidiarias y precarizadas que tratan de mantener parcialmente, bajo criterios de mínimos costes, algunas de las funciones que tradicionalmente venían desarrollando los Estados”. Ni siquiera en la Europa del “Estado de bienestar” (o lo que queda de él) los servicios que éste ofrece son suficientes para cubrir las necesidades de la población. Las ONGs, o lo que ahora llaman “Tercer Sector” (para diferenciarlo del público y el privado), se convierten en subcontratas del Estado que se encargan de prestar los servicios que éste prefiere ahorrarse. El Estado se ahorra millones de euros y a cambio de subvenciones ridículas consigue que otros hagan ese trabajo por un coste mínimo gracias a la mano de obra de los voluntarios. Es decir, que además de recortar en servicios sociales, ahora pretenden que nos sintamos culpables si no nos hacemos voluntarios de alguna ONG para prestar ayuda a los sectores sociales a los que ellos han marginado con su política.

El rápido aumento en el censo de estas organizaciones además ha tenido algunas consecuencias que han repercutido de forma negativa en las propias ONGs y, por tanto, también a los posibles destinatarios de su ayuda, además de dejar a un lado el espíritu reivindicativo y de transformación social que impulsa a muchos jóvenes a participar en ellas. El aumento en su número les ha llevado al punto de tener que competir entre ellas por las ayudas estatales (que no han crecido a la misma velocidad) y por conseguir un mayor número de socios. Así como las empresas lanzan grandes campañas de marketing para conseguir clientes, las ONGs deben lanzar grandes campañas de publicidad para darse a conocer y conseguir que la gente haga aportaciones para llevar a cabo sus proyectos. En muchos casos, estas enormes campañas de propaganda tienen un coste inmenso por lo que según el Informe sobre el Tercer Sector en España, la cantidad que las ONGs dedican a la actividad para la que fueron creadas no supera el 47% de su presupuesto total. Al final muchas de estas ONGs acaban totalmente desvirtuadas, sirviendo a fines poco acordes con los que se esperaría de una organización a la que se le supone volcada en la tarea de atenuar (que no anular) las desigualdades sociales. El medio se acaba convirtiendo en el objetivo y ya no importa tanto la eficacia del proyecto sino el hecho de darse a conocer para conseguir la porción más grande del pastel.

Las ONGs no pueden transformar la sociedad y (cada vez menos) disminuir las desigualdades sociales. No sólo porque la mayoría nacieron con un componente reaccionario (de hecho predominan las que tienen lazos estrechos con la jerarquía de la Iglesia) sino porque no atacan la raíz del problema de las desigualdades sociales: el sistema capitalista. Tratar de poner remedio a las desigualdades sociales a través de donaciones o de trabajo voluntario es como poner tiritas a una herida que sangra a borbotones. Más de las dos terceras partes de la humanidad viven por debajo del umbral de la pobreza y por mucho dinero o muchas horas que dediquemos los jóvenes y los trabajadores a prestar esta ayuda, jamás conseguiremos acabar con las lacras sociales. Sin embargo, esto no debe hacernos caer en la desesperanza. Hay formas para dar una solución definitiva a todos esos problemas.

Los jóvenes y los trabajadores entendemos el verdadero significado de la palabra “solidaridad”, que nada tiene que ver con la “caridad” que hace la burguesía para lavar su conciencia. La solidaridad es defender la lucha de nuestros compañeros en todo el mundo contra este sistema, porque los que nos consideramos revolucionarios sabemos que el fin del capitalismo será el fin de estas lacras y tenemos la absoluta certeza de que lo conseguiremos

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