En su introducción al libro de Marx La lucha de clases en Francia, Engels escribió:

“Cuando se aprecian sucesos y series de sucesos de la historia diaria, jamás podemos remontarnos hasta las últimas causas económicas. Ni siquiera hoy, cuando la prensa especializada suministra materiales tan abundantes, se podría, ni aun en Inglaterra, seguir día a día la marcha de la industria y del comercio en el mercado mundial y los cambios operados en los métodos de producción, hasta el punto de poder, en cualquier momento, hacer el balance general de estos factores, múltiplemente complejos y constantemente cambiantes; máxime cuando los más importantes de ellos actúan, en la mayoría de los casos, escondidos durante largo tiempo antes de salir repentinamente y de un modo violento a la superficie. Una visión clara de conjunto sobre la historia económica de un periodo dado no puede conseguirse nunca en el momento mismo, sino sólo con posterioridad, después de haber reunido y tamizado los materiales. La estadística es un medio auxiliar necesario para esto, y la estadística va siempre a la zaga, renqueando. Por eso, cuando se trata de la historia contemporánea corriente, se verá uno forzado con harta frecuencia a considerar este factor, el más decisivo, como un factor constante, a considerar como dada para todo el periodo y como invariable la situación económica con que nos encontramos al comenzar el periodo en cuestión, o a no tener en cuenta más que aquellos cambios operados en esta situación, que por derivar de acontecimientos patentes sean también patentes y claros. Por esta razón, aquí el método materialista tendrá que limitarse, con harta frecuencia, a reducir los conflictos políticos a las luchas de intereses de las clases sociales y fracciones de clases existentes, determinadas por el desarrollo económico, y a poner de manifiesto que los partidos políticos son la expresión política más o menos adecuada de estas mismas clases y fracciones de clases.

“Huelga decir que esta desestimación inevitable de los cambios que se operan al mismo tiempo en la situación económica, verdadera base de todos los acontecimientos que se investigan, tiene que ser necesariamente una fuente de errores”1.

Estas ideas que Engels expresó poco antes de su muerte no fueron desarrolladas por nadie después de él. Según mi recuerdo, ellas son raramente citadas, mucho más raramente de lo que deberían serlo. Aún más, su significado parece haber escapado a muchos marxistas. La explicación para este hecho debe encontrarse en las causas indicadas por Engels, quien luchaba contra cualquier tipo de interpretación económica terminada de nuestra historia corriente.

Es una tarea muy difícil, imposible de resolver en su pleno desarrollo, el determinar aquellos impulsos subterráneos que la economía transmite a la política de hoy; y sin embargo la explicación de los fenómenos políticos no pueden ser pospuestos a causa de que la lucha no permite esperar. De aquí surge la necesidad de recurrir en la actividad política cotidiana a explicaciones tan generales que a través de un largo uso aparecen transformadas en verdades.

Mientras la política siga fluyendo dentro de una misma forma, a través del mismo dique, y a un ritmo semejante, por ejemplo, mientras la acumulación de cantidades económicas no se haya convertido en un cambio de calidad política, esta clase de abstracciones clarificante (“los intereses de la burguesía”, “el imperialismo”, “el fascismo”) aún sirve más o menos su tarea: no interpreta un hecho político en toda su profundidad, pero lo reduce a un tipo familiar que es, seguramente, de inestimable importancia.

Pero cuando ocurre un cambio serio en la situación, o a lo sumo un giro agudo, tales explicaciones generales revelan su total insuficiencia, y surgen totalmente transformadas en una verdad vacía. En tales casos resulta invariablemente necesario estudiar en forma mucho más profunda y analítica para determinar el aspecto cualitativo, y si es posible también medir cuantitativamente, los impulsos de la economía sobre la política. Estos “impulsos” representaban la forma dialéctica de las “tareas” que se originan en la fundación dinámica y son transmitidas para buscar solución a la esfera de la superestructura.

Las oscilaciones de la coyuntura económica (auge-depresión-crisis) conforman las causas y efectos de impulsos periódicos que dan surgimiento a cambios, ora cuantitativos, ora cualitativos, y a nuevas formaciones en el campo político. Las rentas de las clases poseedoras, el presupuesto del Estado, los salarios, el desempleo, la magnitud del comercio exterior, etc., están íntimamente ligados con la coyuntura económica, y a su vez, ejercen la más directa influencia sobre la política. Esto sólo es suficiente para entender cuán importante y fructífero es seguir paso a paso la historia de los partidos políticos, las instituciones estatales, etc., en relación con los ciclos del desarrollo capitalista. Pero nosotros no podemos decir que estos ciclos explican todo: ello está excluido por la sencilla razón que los ciclos mismos no son fenómenos económicos fundamentales, sino derivados. Ellos se despliegan sobre la base del desarrollo de las fuerza productivas a través del mecanismo de las relaciones de mercado. Pero los ciclos explican una buena parte, formando como lo hacen a través de las pulsaciones automáticas, un indispensable resorte dialéctico en la mecánica de la sociedad capitalista. Los puntos de ruptura de la coyuntura comercial e industrial nos llevan a un contacto mucho más intimo con los nudos críticos en la trama del desarrollo de las tendencias políticas, la legislación, y todas las formas de la ideología.

Pero el capitalismo no se caracteriza sólo por la periódica recurrencia de los ciclos, de otra manera la historia sería una repetición compleja y no un desarrollo dinámico. Los ciclos comerciales e industriales son de diferente carácter en diferentes periodos. La principal diferencia entre ellos está determinada por las interrelaciones cuantitativas entre el periodo de crisis y el de auge de cada ciclo considerado. Si el auge restaura con un excedente la destrucción o la austeridad del periodo precedente, entonces el desarrollo capitalista está en ascenso. Si la crisis, que significa destrucción, o en todo caso contracción de las fuerzas productivas, sobrepasa en intensidad el auge correspondiente, entonces obtenemos como resultado una contracción de la economía. Finalmente, si la crisis y el auge se aproximan entre sí en magnitud, obtenemos un equilibrio temporal —un estancamiento— de la economía. Este es el esquema en lo fundamental.

Observamos en la historia que los ciclos homogéneos están agrupados en series. Épocas enteras de desarrollo capitalista existen cuando un cierto número de ciclos están caracterizados por auges agudamente delineados y crisis débiles y de corta vida. Como resultado, obtenemos un agudo movimiento ascendente de la curva básica del desarrollo capitalista. Obtenemos épocas de estancamiento cuando esta curva, aunque pasando a través de parciales oscilaciones cíclicas, permanece aproximadamente en el mismo nivel durante décadas. Y finalmente, durante ciertos periodos históricos, la curva básica, aunque pasando como siempre a través de oscilaciones cíclicas, se inclina hacia abajo en su conjunto, señalando la declinación de las fuerzas productivas.

Es ahora posible postular a priori que las épocas de enérgico desarrollo capitalista deben poseer formas —en política, en leyes, en filosofía, en poesía— agudamente diferentes de aquellas que corresponden a la época de estancamiento o de declinación económica. Aún más, una transición de una época de esta clase a otra diferente debe producir necesariamente las más grandes convulsiones en las relaciones entre clases y entre Estados. En el III Congreso Mundial de la Comintern nosotros hemos insistido sobre este punto en la lucha contra la concepción puramente mecanicista de la actual desintegración capitalista. Si el reemplazo periódico de auges “normales” por crisis “normales” encuentra su proyección en todas las esferas de la vida social, entonces una transición de toda una época entera de ascenso a otra de declinación, o viceversa, engendra los más grandes disturbios históricos, y no es difícil demostrar que en muchos casos las revoluciones y guerras se esparcen entre la línea de demarcación de dos épocas diferentes de desarrollo económico, por ejemplo, la unión de dos segmentos diferentes de la curva capitalista. Analizar toda la historia moderna desde este punto de vista es realmente una de las tareas más gratificantes del materialismo dialéctico.

Continuando con el III Congreso Mundial, el profesor Kondratiev se aproximó a este problema, como es usual, evadiendo dolorosamente la formulación de la cuestión tal como fuera adoptada por el Congreso mismo, intentando agregar al “ciclo menor”, cubriendo un periodo de diez años, el concepto de un “ciclo mayor”, abrazando aproximadamente cincuenta años. De acuerdo a esta construcción simétricamente estilizada, un ciclo económico mayor consiste de unos cinco ciclos menores, y además, la mitad de ellos tienen el carácter de ascendentes, mientras la otra mitad son de crisis, con todas las etapas necesarias de transición. La determinación estadística de los ciclos mayores compilada por Kondratiev deberá ser sujeta a una cuidadosa y nada crédula verificación, tanto respecto a los países individualmente, como al mercado mundial como un todo. Es ahora imposible refutar por adelantado el intento del profesor Kondratiev a investigar las épocas rotuladas por él como ciclos mayores con el mismo “ritmo rígidamente legítimo” que es observable en los ciclos menores; esto es obviamente una falsa generalización de una analogía formal. La recurrencia periódica de ciclos menores está condicionada por la dinámica interna de las fuerzas capitalistas, y se manifiesta por sí misma siempre y en todas partes una vez que el mercado ha surgido a la existencia.

Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) de la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratiev sugiere, infundadamente, el uso del término “ciclos”, debemos destacar que su carácter y duración están determinados, no por la dinámica interna de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista. La adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de estos, hechos mayores de orden “superestructural” tales como guerras y revoluciones, determinan el carácter y el reemplazo de las épocas ascendentes estancadas o declinantes del desarrollo capitalista.

¿A lo largo de qué rutas debería proceder la investigación?

Nuestro principal objetivo ha de ser establecer la curva de la evolución capitalista, incorporando sus elementos no periódicos (tendencias básicas) y periódicos (recurrentes). Tenemos que hacer esto para los países que nos interesan y para el conjunto de la economía mundial.

Una vez que hemos fijado la curva (el método de fijarla es sin duda una cuestión especial por sí misma, y de ninguna manera simple, que pertenece al campo de la técnica de la estadística económica) podemos dividirla en periodos, dependientes del ángulo de ascenso o descenso con respecto al eje de abcisas. Por este medio obtenemos un cuadro del desarrollo económico, o sea, la caracterización de “la verdadera base de todos los acontecimientos que se investigan” (Engels).

De acuerdo a lo concreto o detallado de nuestra investigación, podemos necesitar una cantidad de tales esquemas: uno relativo a la agricultura, otro a la industria pesada, etcétera. Con este esquema como punto de partida, debemos sincronizarnos luego con los sucesos políticos (en el más amplio sentido del término), y entonces podemos buscar no sólo su correspondencia, o para decirlo más cautamente, la interrelación entre las épocas definitivamente delineadas de la vida social y los segmentos agudamente expresados de la curva del desarrollo capitalista, sino también por aquellos impulsos subterráneos directos que unen los sucesos. A lo largo de este camino, naturalmente, no es difícil caer en la más vulgar esquematización; y, sobre todo, ignorar la tenacidad de los acondicionamientos internos y la sucesión de los procesos ideológicos, y llegar a olvidar que la economía sólo es decisiva en ultimo análisis. ¡No han faltado conclusiones caricaturescas dibujadas a partir del método marxista! Pero renunciar por esta causa a la formulación de la cuestión como se indicara antes (“su aroma de economismo”) es demostrar una completa incapacidad para entender la esencia del marxismo que busca las causas de los cambios de la superestructura social en los cambios de la base económica, y en ningún otro lado.

Y aun con el riesgo de atraernos los rayos teóricos de los que rechazan el “economicismo” (y también con la intención, en parte, de provocar su indignación) presentamos un gráfico esquemático que describe arbitrariamente una curva del desarrollo capitalista para un periodo de noventa años según el método mencionado más arriba [este gráfico puede verse en la página 29]. La dirección general de la curva está determinada por el carácter de las curvas coyunturales parciales que la componen. En nuestro esquema, tres periodos están claramente separados:

  • Veinte años de desarrollo capitalista muy gradual (segmento AB).
  • Cuarenta años de expansión enérgica (segmento BC).
  • Treinta años de crisis prolongada y de declive (segmento CD).

Si se introducen en este diagrama los hechos históricos más importantes para el periodo correspondiente, entonces, la yuxtaposición descriptiva de los hechos políticos mayores y de las variaciones de la curva es suficiente para probar que son puntos de partida inestimables para investigaciones de carácter materialista histórico. El paralelismo de los sucesos políticos y los cambios económicos es, sin duda, muy relativo. Como regla general, la “superestructura” registra y refleja nuevas formaciones en la esfera económica con un considerable retraso. Pero esta ley debe apoyarse en una concreta investigación de aquellas complejas interrelaciones.

En nuestro informe al III Congreso Mundial ilustramos esta idea con ciertos ejemplos históricos extraídos de la época de la revolución de 1848, la época de la primera revolución rusa (1905) y el periodo a través del cual estamos pasando (1920-1921). Referimos al lector a estos ejemplos (véase El nuevo curso2) Ellos no proporcionan nada finalizado, pero caracterizan en forma suficientemente adecuada la extraordinaria importancia de la visión avanzada por nosotros, sobre todo, para entender los saltos más críticos en la historia: las guerras y revoluciones. Pero ningún intento de esta clase puede asemejarse a una incauta anticipación de aquellos resultados que fluyen de una completa y dolorosa investigación que aún no se ha realizado.

En la actualidad resulta aún imposible prever hasta qué grado y qué secciones del campo de la historia serán iluminadas, ni cuánta luz será arrojada por una investigación materialista que procediera a un estudio más concreto de la curva capitalista y de la interrelación entre la última y todos los aspectos de la vida social. Las conquistas que pueden obtenerse por este camino serán determinadas por el resultado de la investigación misma, la cual debe ser más sistemática, más ordenada, que aquellas excursiones histórico-materialistas emprendidas hasta ahora. En cualquier caso, tal aproximación a la historia moderna promete enriquecer la teoría del materialismo histórico con conquistas mucho más preciosas que extremadamente dudosos malabarismos especulativos, con los conceptos y términos del método materialista que, bajo la pluma de algunos de nuestros marxistas, trasplantaron el método formalista al dominio del materialismo dialéctico; que ha llevado a reducir la tarea a la confección de clasificaciones y definiciones más precisas y a dividir vacías abstracciones en cuatro partes igualmente vacías; en resumen han adulterado el marxismo con las maneras elegantemente indecentes de los epígonos de Kant. Verdaderamente es una tontería afilar y reafilar sin fin un instrumento, picar el acero marxista, cuando la tarea es aplicar el instrumento para trabajar sobre la materia prima.

En nuestra opinión, este tema puede proveer el material para los más fructíferos trabajos de nuestros seminarios marxistas sobre materialismo histórico. Las investigaciones independientes emprendidas en esta esfera arrojarían indudablemente nueva luz, o al menos más luz, sobre sucesos históricos aislados y aun sobre épocas enteras. Finalmente, el mero hábito de pensar en términos de las categorías propuestas facilitaría enormemente la orientación política en la presente época, que hoy revela más abiertamente que nunca la conexión entre la economía capitalista, que ha llegado a la cima de su saturación, con la política capitalista, que se ha transformado hasta ser completamente desenfrenada.

He prometido, desde hace tiempo, desarrollar este tema para la Vestnick Sotsillsticheskoi Academii. Hasta hoy las circunstancias me han impedido mantener esta promesa. No estoy seguro de poderla cumplir próximamente, es por esta causa que me limito a esta carta por el momento.

21 de abril de 1923

NOTAS:

1. Marx-Engels, Obras escogidas, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, Tomo 1, págs. 113-114.

2. León Trotsky, El nuevo curso, Cuadernos de Pasado y Presente, nº 27, Córdoba, 1971.

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 8. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.  

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