El anuncio por parte de Jeremy Corbyn y Zarah Sultana de la formación de un nuevo partido de izquierdas en Gran Bretaña, tras la expulsión del primero del Partido Laborista y la renuncia de la segunda a continuar en sus filas, ha sido recibido con entusiasmo. En poco más de un mes se han inscrito más de 750.000 personas para participar en la nueva organización.
El partido celebrará una conferencia inaugural este otoño para discutir su programa y elegir una dirección. En el manifiesto para impulsarlo se señala la extrema desigualdad que arrasa Gran Bretaña, con más de 4,5 millones de niños viviendo en la pobreza, la necesidad de frenar la privatización del NHS (Sanidad Pública), de nacionalizar sectores como la energía, el agua, los ferrocarriles o los servicios postales, y de un plan masivo de construcción de viviendas municipales para garantizar el acceso a un techo digno. Otro eje importante del manifiesto es la denuncia de complicidad del Gobierno laborista de Starmer con el genocidio en Gaza, exigiendo el cese de la venta de armas al régimen nazi-sionista de Israel, y la brutal represión y criminalización del movimiento de solidaridad con Palestina.
El anuncio se realiza en un contexto político crítico, de extrema polarización, con un ascenso meteórico de la extrema derecha de Reform, al que las encuestas sitúan ya como primera fuerza política por encima del 30% de los votos, a costa de un hundimiento histórico del Partido Conservador, y con un Gobierno del Partido Laborista que un año después de ganar las elecciones registra índices de desaprobación del 60%.
El capitalismo británico enfrenta desde hace años una crisis sin precedentes, que está conllevando también un ascenso contundente de la lucha de clases, como demuestran las movilizaciones masivas contra el genocidio en Gaza, las manifestaciones el pasado verano que frenaron los pogromos de la extrema derecha contra la población inmigrante, o la oleada huelguística de 2023 y 2024. Esta cara de la realidad explica el apoyo obtenido por Corbyn y que, según algunas encuestas, podría situar a su nuevo partido en torno al 20% de los votos, y como primera fuerza entre los menores de 30 años.
La formación de un partido de izquierdas por parte de Corbyn y Sultana para romper con un aparato laborista completamente degenerado y fusionado con la clase dominante, supone un innegable paso adelante. Sin embargo, tal y como explicaremos, es necesario extraer las lecciones del pasado, de los graves errores cometidos por Corbyn, sus colaboradores y plataformas afines después de ser aupado por una oleada de entusiasmo popular a la dirección del laborismo.
Qué tipo de organización necesita la clase obrera y la juventud del Reino Unido después de esta experiencia, cuál debe ser su programa y los métodos para lograrlo, qué relaciones debe establecer con la burocracia sindical y cómo puede apoyarse en los sectores más dinámicos y avanzados del movimiento obrero, organizado y sin organizar, plantea un importante desafío a la izquierda revolucionaria y a miles de activistas que pelean por el socialismo.

El Gobierno laborista de Starmer compite con la ultraderecha de Farage
Como ya explicamos en su momento[1], la victoria electoral del Partido Laborista no despertó ningún tipo de entusiasmo a pesar de 14 años de Gobiernos conservadores y de duras políticas de austeridad. El propio Starmer se hizo con la dirección del Partido Laborista tras una purga sañosa contra Corbyn y todo lo que oliera mínimamente a izquierda en su seno, señalando abiertamente que el Laborista era el partido de las empresas. A pesar de su rotunda victoria en diputados, Starmer obtuvo tres millones de votos menos que Corbyn en 2020, y un millón menos que el Partido Conservador y Reform conjuntamente.
En este lapso de tiempo el nuevo Gobierno laborista se ha lanzado a aplicar un programa que nada tiene que envidiar al de los Conservadores ni a la extrema derecha de Nigel Farage, plagado de militarismo, racismo y recortes sociales, y se ha comportado en todo momento como uno de los más serviles mayordomos de Donald Trump.
Starmer ha asumido plenamente el discurso de la extrema derecha contra los inmigrantes, afirmando perlas como que “no querría vivir junto a un hotel que aloja inmigrantes”, en un contexto de acoso y agresiones de bandas fascistas y máxima demagogia islamófoba, y ha anunciado un plan de medidas racistas contra la inmigración, “para que no seamos una isla de extraños”, copiando sin pudor el venenoso discurso xenófobo de Farage.
En otro plano no menos importante, su ministra de Economía, Rachel Reeves, ha planteado el despido de 10.000 trabajadores públicos y la reducción de las ayudas de dependencia a futuros demandantes. El plan inicial de recortes, que incluía la eliminación de los subsidios para calefacción —que benefician a 10 millones de personas— y la drástica eliminación de ayudas a personas dependientes o de baja, de cara a forzar su reincorporación al mercado laboral, se han frenado, por ahora y parcialmente, ante la rebelión de más de 100 diputados laboristas.
Donde no ha habido recortes y sí un drástico incremento del gasto en 2.200 millones de libras sólo para este año, y 10.000 millones más hasta 2029, es en el gasto militar. Starmer se ha comprometido entusiastamente en alcanzar el 3,5% del PIB en defensa, tal y como ha ordenado Donald Trump.
Un gasto coherente con su defensa a ultranza de la guerra imperialista en Ucrania, planteando incluso su disposición a enviar tropas, y con el continuo suministro de material militar a los sionistas para consumar el genocidio en Gaza.
El Gobierno laborista no solo proclama su lealtad a la burguesía imperialista británica, ha puesto en marcha una maquinaria represiva sin precedentes desde la época de Margaret Thatcher, lanzando en tromba a la policía para intimidar con una gran brutalidad a miles de manifestantes contra el genocidio sionista, y criminalizar, con la ayuda de los tribunales, al movimiento de solidaridad con el pueblo palestino. Starmer se ha atrevido a calificar como organización terrorista a Palestine Action y a cualquiera que la apoye directa o indirectamente, con las consecuencias de cárcel y multas que ello acarrea. En una masiva campaña de desobediencia civil impulsada por todo el país contra esta agresión a la libertad de expresión, cerca de 2.000 personas han sido ya detenidas, incluyendo a muchos ancianos en silla de ruedas.

Perspectivas para el nuevo partido
En la era del genocidio sionista, de guerras imperialistas devastadoras, y de auge de una extrema derecha que amenaza los derechos democráticos más básicos, la formación de este nuevo partido ha desatado enormes expectativas. Pero un desarrollo positivo del mismo, que canalice el malestar de millones para superar la barbarie capitalista que vivimos, requiere ser autocríticos y hacer balance de la nueva izquierda reformista surgida tras la crisis financiera de 2008, y de la que Corbyn ha sido parte.
La amenaza de la reacción y de un aparato del Estado cada vez más autoritario, no es baladí. Despreciarla, dando por sentado que no puede repetirse lo que ocurrió en los años 30, sería un error estúpido, como demuestra de manera cruda lo que está ocurriendo en Gaza, o lo que en estos meses está sucediendo en EEUU bajo la Administración Trump.
Por eso mismo, tiene una importancia capital definir con qué política y con qué métodos podemos hacer frente a un auge de la extrema derecha que deriva directamente de la descomposición de la democracia burguesa, de lucha por la supremacía mundial entre los grandes bloques imperialistas, y de la agenda militarista y neoliberal de una socialdemocracia completamente fusionada con la burguesía.
¿Lo hacemos mediante las mismas instituciones burguesas, policía, jueces o parlamentos, que día a día socavan los derechos democráticos, demostrando su creciente sintonía con la ultraderecha y los fascistas? ¿Aceptando las reglas del juego institucional, el llamado “derecho internacional”, la ONU y ese entramado tan del gusto de una progresía desmoralizada, que no ha movido un dedo para impedir el genocidio en Gaza? ¿O respondemos mediante la más contundente movilización de masas, huelgas, manifestaciones o boicots basadas en la independencia de clase? Este es el primer aspecto que debe abordar el nuevo partido: sin renunciar a utilizar la tribuna parlamentaria con una política revolucionaria, pero subordinando toda la acción del partido a la lucha de masas defendiendo una política socialista que confronte en todos los terrenos con el capital y sus agentes políticos.
Las nuevas organizaciones reformistas surgidas tras la Gran Recesión, desde Syriza a Podemos, desde Sanders al corbynismo en Gran Bretaña, fueron producto de la movilización de millones en las calles contra la austeridad y los recortes, y que no buscaban la reforma del capitalismo sino su transformación. De hecho, la idea de que era posible alcanzar un sistema de rostro humano, y la gestión de esa estrategia participando en Gobiernos capitalistas junto a la socialdemocracia, fue lo que frustró las esperanzas del movimiento de masas y abrió las puertas de par en par a una legión de arribistas que coparon estas formaciones para convertirlas en meras máquinas electorales. Los resultados de todo ello han sido letales, y lejos de debilitar a la socialdemocracia tradicional le han dado oxígeno.
La propia Sarah Sultana ha señalado parcialmente alguno de esos errores comentando la etapa Corbyn al frente del laborismo: “Abandonó la reelección obligatoria de los diputados [...] manteniendo intactas muchas de las estructuras antidemocráticas del partido [Laborista]. No hizo un esfuerzo real por canalizar su militancia hacia el movimiento obrero o los sindicatos de inquilinos, lo que habría enriquecido la base social del partido. Cuando fue atacado por el Estado y los medios de comunicación, debería haber contraatacado, reconociendo que estos son nuestros enemigos de clase. Pero, en cambio, se mostró atemorizado y demasiado conciliador. Fue un grave error”[2].
Corbyn renunció a defenderse de los ataques de la derecha laborista apoyándose en la enorme movilización que le llevó en volandas hasta la dirección del Partido. Millones estaban dispuestos a organizarse y a luchar, pero Corbyn no respondió y, en lugar de dar la batalla, él y sus colaboradores intentaron llegar a acuerdos por arriba con un aparato burocrático plagado de elementos ligados al establishment y muy corruptos, completamente ajenos a la clase obrera. Starmer es el mejor ejemplo de esta ralea.

Frente a una campaña de acoso y derribo de los medios de comunicación acusando a Corbyn falsamente de antisemita, este llegó a un acuerdo con sus verdugos para aprobar un protocolo interno en el laborismo que igualaba antisemitismo y antisionismo. Un protocolo que Starmer terminaría utilizando para acabar con Corbyn, purgándole a él y a miles de activistas de base.
Lo verdaderamente llamativo, y que se explica por la profundidad de la crisis social que atraviesa el país, es que Corbyn haya mantenido esta importante autoridad. Antes de las propias elecciones de 2024, Gran Bretaña vivió un proceso huelguístico sin precedentes desde los años 80, en medio de una espiral inflacionaria y completo caos político, con el Partido Conservador en descomposición.
Huelgas en el sector ferroviario, en correos, de enfermeras, en el sector público, y en muchos otros ámbitos, ofrecían la posibilidad de unificar estas luchas en una huelga general, y Corbyn podía haber jugado un papel relevante impulsando este cambio decisivo. Pero esta oportunidad se volvió a perder, y los amagos de muchos relevantes burócratas de izquierda de los sindicatos, que impulsaron el movimiento Enough is enough, fueron incapaces de romper la dinámica que el aparato de las TUC impuso para deshacer la lucha.
Las relaciones con los sindicatos son un aspecto crucial para el partido. Pero no se trata de tener un enfoque “obrerista” abstracto. Es un sinsentido pensar que los sindicatos británicos no están dominados por la misma casta de arribistas y burócratas que vemos en el Estado español, en Francia o en Alemania…Son iguales y tienen las mismas políticas de blindaje de la paz social y de colaboración con la patronal.
Por supuesto, como indica Corbyn, Sultana y muchos otros, hay que hacer confluir los movimientos sociales con el movimiento sindical. ¿Pero de qué forma? ¿Haciendo llamamientos vacíos a la burocracia sindical, a la que le repele la lucha de clases? ¿O construyendo tendencias combativas en su seno para dar una batalla a muerte por un sindicalismo de clase y democrático, que busque organizar a las nuevas capas del proletariado, jóvenes y precarios, impulsando huelgas militantes en empresas y sectores, y confrontando a todos esos burócratas que actúan como lugartenientes de los capitalistas?
El nuevo partido debe convertirse en una herramienta para la lucha de clases, implicarse al máximo en la desobediencia civil contra la criminalización de Palestine Action, impulsando una campaña seria y masiva por la huelga general para frenar el genocidio en Gaza, planteando asambleas en empresas, fábricas, barrios y en las propias estructuras de los sindicatos para organizarla, porque así es como se logrará poner fin al comercio de armas con el sionismo, y la ruptura de todas las relaciones, diplomáticas, comerciales y militares.
Es necesario hacer un análisis correcto de la situación que atraviesa el capitalismo. En esta fase de decadencia imperialista pensar que es posible arrancar reformas sin una feroz lucha de clases, a través de la pura aritmética parlamentaria, resulta completamente utópico. Cualquier alternativa que renuncie a adoptar medidas anticapitalistas y un programa socialista, no podrá abordar los graves problemas que soportan millones de familias obreras.

Los miles de millones de libras destinados al gasto militar, a la guerra de Ucrania o seguir implementando el genocidio sionista en Gaza, suponen multimillonarios negocios para los capitalistas británicos. Por tanto, tomar toda esa riqueza, expropiando a los bancos y los grandes monopolios capitalistas, para dedicarla a educación, sanidad, vivienda pública, energía barata, salarios dignos, no es un brindis al sol, como muchos reformistas nos plantean, sino la única alternativa para acabar con el genocidio y la guerra, con la miseria, el racismo, y para conjurar la amenaza cada vez más seria de la extrema derecha.
Notas:
[1]Reino Unido. Los conservadores sufren una derrota devastadora, pero Starmer se enfrentará a una intensa lucha de clases