Entré en contacto con el Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria gracias a las huelgas que organizaron en mi instituto, IES Ramiro de Maeztu, alzando la voz contra la privatización que la Consejería de Educación quería llevar a cabo. En ese momento yo estaba bastante politizada y preocupada, pero muy desligada del movimiento activo. No tenía claro qué hacer con toda la rabia. La gran implicación de la organización por la educación pública, y por otras luchas como el pueblo palestino y el feminismo de clase, me hizo darme cuenta de la gran fuerza revolucionaria que tiene la juventud. Para que esta fuerza no se quede en aguas de borrajas es necesario organizarla, e Izquierda Revolucionaria era el lugar perfecto para militar.