A diferencia de los dirigentes sindicales, los marxistas de Izar tuvimos claro desde el principio que este convenio era más que un convenio, que la empresa buscaría derrotarnos para allanar el camino a sus planes de reconversión y que su estrategia cA diferencia de los dirigentes sindicales, los marxistas de Izar tuvimos claro desde el principio que este convenio era más que un convenio, que la empresa buscaría derrotarnos para allanar el camino a sus planes de reconversión y que su estrategia consistiría en sembrar el germen de la división entre los centros civiles y militares, condicionando las medidas a tomar en los civiles (con escasa carga de trabajo) a la aceptación de retrocesos en las condiciones laborales y los derechos conquistados por los trabajadores de los centros militares.

Con la última propuesta de la empresa antes de la ruptura de las negociaciones, las factorías militares no obtendríamos ninguna mejora y perderíamos aspectos fundamentales, como algunas plazas de ascenso o la revisión del IPC. Además, nos meterían los desplazamientos entre factorías cercanas.

Tras la ruptura, los sindicatos no fueron capaces de ponerse de acuerdo en un nuevo calendario conjunto de movilizaciones. Que esto es malo para los trabajadores lo comprendemos todos, y también la empresa.

A esto se llegó porque la empresa ha visto las tendencias a pactar de los sindicatos, y ha jugado con esto para dilatar todo lo posible las negociaciones, teniendo presente que la falta de presión sindical les beneficiaba enormemente. Las diferentes situaciones en un grupo con 11 factorías acabarían por crear problemas si la firma se dilataba. Además, hay otro factor: el convenio lo están negociando las federaciones sindicales, que además de mostrarse “realistas” (es decir, dispuestas a aceptar recortes), están cada una por detrás en conversaciones particulares con la empresa. Esto ocurre porque no hay una plataforma reivindicativa aprobada por las asambleas de trabajadores que obligue a todos los sindicatos a defenderla. Todo esto sitúa a la empresa en situación de fuerza.

Ante la actitud hostil de la empresa, los sindicatos no supieron cambiar el chip de la situación anterior en Bazán, en la cual poseíamos una inercia favorable al movimiento obrero, fruto de años de lucha, que llevaba a la patronal a hacer concesiones, lo que permitió firmar buenos convenios en los últimos años, sin apenas quitarnos la gorra.

La situación ha cambiado y, por tanto, también hay que cambiar los esquemas sindicales. Las cosas no caen del cielo. Las negociaciones no son un fin en sí mismo, nunca dependen de la pericia negociadora de nuestros representantes sindicales, sino que son el resultado de haber puesto a la empresa contra las cuerdas, es decir, de ejercer una presión tan fuerte sobre ella que se concrete en avances en la mesa de negociación. Comprender esto es ahora fundamental. Esto exige que todos los trabajadores se involucren en la lucha, que no sean meros espectadores. Tienen que poder decidir, para lo cual es necesario tener información. Hoy en día las asambleas generales juegan el papel de informar, debatir y decidir, pero no son el mejor marco para la participación de los trabajadores. Las asambleas generales deberían ser esencialmente decisorias y venir precedidas de asambleas de tajo informativas, que facilitan la participación de todos los trabajadores. Tiene que haber cauces para la reflexión porque todos podemos aportar ideas.

Y lo fundamental es comprender que nuestra fuerza reside en la movilización. Cuando hacemos daño a la empresa es cuando detenemos la producción, es ahí donde le duele. Con presión es como conseguiremos un buen convenio. Esto es particularmente importante en las factorías con carga de trabajo, como Ferrol, pero también en las que no la tienen, donde en todo caso la presión tiene que tener una orientación más política sobre el gobierno del PP.

Esta cuestión se enfocó muy mal, al menos en Ferrol: el Comité nunca se planteó involucrar a los trabajadores subcontratados en la lucha. No sólo eso, sobre todo a la vuelta de las vacaciones, a la vez que llamaba a la no colaboración con la empresa, a ralentizar la producción, permitía las horas extras incluso en la principal. Ni siquiera boicoteó las pruebas de mar de una fragata. Y el problema de esto no es sólo que la presión que realizamos se redujo considerablemente porque las compañías auxiliares sacaban adelante lo poco que atrasábamos nosotros, sino que sembró el desconcierto entre los trabajadores porque percibían que la actuación del Comité no coincidía con el discurso.

El problema, aquí y ahora, es un modelo sindical muy alejado de la realidad, basado en la negociación por arriba, que olvida que el verdadero poder está en la lucha para que la empresa no tenga otra alternativa que aceptar nuestras reivindicaciones.

La empresa está jugando a desgastarnos con un “tira y afloja” que parece no tener fin. Al contrario de como debe ser, es ella la que nos está metiendo presión a nosotros. Hay que apostar fuerte porque nos estamos jugando mucho. Y esto debe comenzar por los propios dirigentes sindicales, que no pueden pretender conseguir un buen convenio sin tocar a la producción: ir con una pancarta a una botadura o encerrarse en Dirección está bien, pero lo fundamental es eliminar por completo todas las horas extras, ralentizar lo más posible la producción, involucrar a las compañías, sacar la lucha a la calle... Este debe de ser el debate actual.

La situación del convenio y la diferente carga de trabajo puede favorecer tendencias disgregadoras, el “sálvese quien pueda”. Pero es irresponsable que se fomenten diciendo en la asamblea general que el resto de las factorías pasan de todo, que a los civiles les vale el convenio, que los trabajadores de Izar-Ferrol estamos solos…, porque lo cierto es que en el mes de octubre, tras la ruptura de las negociaciones, los centros civiles se movilizaron más que los militares, que no hicimos nada: en Sestao retuvieron tres días una draga, en Sevilla ocuparon un ferry y en Puerto Real boicotearon el bautizo de un buque. Y no sólo eso. Si en las factorías civiles alguien quisiese sembrar la duda al respecto de una supuesta actitud pasiva de los trabajadores de Izar-Ferrol hacia el convenio, lo tendría chupado: no se hizo nada desde junio, se permitieron las horas extras, etc. Pero la cuestión es: ¿de quién es responsabilidad esto, de los trabajadores o de los sindicatos (CIG incluida, a la que públicamente no se le oyó decir nada al respecto)?

La situación del convenio no es buena y el PP está preparando una nueva vuelta de tuerca de la reconversión del sector naval. Sembrar cizaña en nuestras propias filas es una irresponsabilidad que sólo puede traer consecuencias negativas para todos los trabajadores y el sindicalismo de clase. Es momento de mostrarnos firmes y unidos ante la empresa.

Javi Losada y Vicente Ferrer

Afiliados a CCOO Izar-Ferrol

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