La huelga general del 20-J ha supuesto un rotundo éxito de participación, con más de 10 millones de trabajadores secundando el paro y más de cuatro millones participando ese mismo día en las manifestaciones. La huelga general del 20-J ha supuesto un rotundo éxito de participación, con más de 10 millones de trabajadores secundando el paro y más de cuatro millones participando ese mismo día en las manifestaciones.

La industria, la construcción y el transporte han estado prácticamente paralizados. El transporte funcionó exclusivamente con los servicios mínimos y ni siquiera en todas las zonas. Incluso una parte del comercio y de los autónomos secundaron la huelga.

Desde primeras horas los datos sobre consumo de energía eléctrica mostraban la gran repercusión de la huelga, lo que llevó al gobierno a actuar precipitadamente prohibiendo, bajo amenaza de despido, que se hicieran públicos esos reveladores datos.

La demanda de electricidad se redujo más del 20% a pesar de que algunos Ayuntamientos del PP, como el de Guadalajara, mantuvieron encendidas las luces de toda la ciudad durante la jornada de huelga. A la una de la tarde, el consumo era de 23.800 megavatios (MW), un gasto similar al máximo que se consumió el sábado o el domingo anterior. El jueves 20, el máximo de consumo fue de 24.400 MW y el mínimo de 16.735, mientras que el domingo 23 el máximo fue de 25.110 MW y el mínimo de 16.820.

El paro en los sectores claves de la economía fue total. La producción se paralizó. Esta fue la realidad quedando así en evidencia los intentos ridículos del gobierno y sus voceros en los medios de comunicación por dar una imagen de normalidad. Presentando por televisión bares y comercios abiertos querían hacer ver que el país estaba funcionando, lo que resultaba patético al ver los establecimientos prácticamente vacíos. Los ministros aparecían en la televisión con todos los periódicos debajo del brazo, como si los hubieran comprado en el primer kiosco de prensa al salir de su casa, pero la realidad era que cuando alguien en Madrid quiso hacerlo se encontró con que no era posible ya que o bien los kioscos estaban cerrados, el cierre fue casi total, o bien no tenían prensa diaria.

Incluso pararon parcialmente sectores como el pequeño comercio y autónomos. En este caso hablamos de casi tres millones, muchos de ellos son en realidad trabajadores que se ven obligados a hacerse autónomos para tener un mínimo de cobertura legal, porque ni tienen empleados a su cargo ni son empresarios y están muy descontentos con el gobierno ya que son tratados injustamente en relación al subsidio de desempleo cuando quedan en paro, puesto que a pesar de sus altas cotizaciones a la Seguridad Social no tienen derecho a cobrar ninguna prestación por desempleo. Muchos de ellos fueron a la huelga y muchos más irían si los sindicatos hiciesen eco de las justas reivindicaciones que les afectan más directamente.

El 20-J se pusieron en evidencia las diferencias entre el mundo real, un país paralizado por la huelga, y el mundo imaginario del gobierno negando los hechos. El más audaz en este terreno fue el ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, quien afirmó que "la huelga fue un fracaso porque, se presente como se presente, el 20-J todo el mundo trabajó".

La debilidad de la burguesía

Esta actitud ridícula del gobierno negando los hechos es la expresión más patética de su impotencia ante el movimiento obrero en lucha. La huelga general ha mostrado a las claras las debilidades del gobierno y la burguesía en el Estado español. ¿Dónde estaba la fortaleza del gobierno de la que tanto nos han hablado estos años y de la que tantas veces se han hecho eco los dirigentes sindicales y políticos de la izquierda?

Como hemos explicado los marxistas, la situación que ha llevado a la derecha al gobierno, incluso su mayoría absoluta, no reside tanto en su fortaleza o en "un profundo giro de la sociedad a la derecha" sino en la debilidad política e ideológica de los dirigentes de la izquierda. Tenemos que volver a señalar hoy que el PP obtuvo su mayoría absoluta gracias a la pérdida de más de tres millones de votos de la izquierda que fueron a la abstención ante la falta de alternativas serias y de izquierdas.

A lo largo de estos años hemos podido observar cómo el gobierno llevaba a cabo su política reaccionaria sin apenas oposición, ni sindical ni política. Hemos asistido a movilizaciones parciales y aisladas de distintos sectores de la clase obrera contra el gobierno y su política derechista y en el último año, masivas movilizaciones de la juventud contra la LOU y la Ley de Calidad. Incluso hemos visto movilizaciones de sectores sociales que, en teoría, son la base política del PP como sucedió con los ganaderos, agricultores, pequeños comerciantes, etc.

Todo esto indica cuál está siendo realmente el ambiente social hacia este gobierno y eso es lo que en gran medida se ha expresado el 20-J. Aunque el motivo central de la huelga general ha sido el decretazo sobre el desempleo, la enorme reacción de los trabajadores pone en evidencia que esta participación tan masiva se debe, además del rechazo al decretazo, al malestar general que se viene acumulando durante años en muchos más terrenos: las privatizaciones, los ataques al sector público, a la sanidad, a la enseñanza, la precariedad laboral, los bajos salarios..., que han venido provocando un aumento de la indignación contra este gobierno reaccionario.

Ya tuvimos un anticipo de este proceso hace un año en la extraordinaria y masiva huelga general en Galicia el 15 de junio de 2001. Ahora ha bastado que, por fin, los máximos dirigentes sindicales de UGT y CCOO se decidieran a pasar a la acción y pusieran la fecha, para que sirviera de vehículo de expresión de todo el malestar acumulado, desmintiendo de esta manera, una vez más, la cantinela de que "los trabajadores no se mueven", "la gente no quiere luchar"... que tantas veces se ha esgrimido para justificar la política de pactos y concesiones.

Nada ha podido impedir un seguimiento total de la huelga. Ahora hay quien trata de minimizarla comparándola con el 14-D. Pero cada huelga es diferente y, lo más importante, es ver en qué dirección se mueven los acontecimientos. No podemos hacer comparaciones mecánicas. El contexto político y económico de la huelga del 14-D y el actual son muy diferentes. En cualquier caso merece la pena hacer unas breves puntualizaciones.

En 1988 el gobierno del PSOE llevaba 6 años cediendo a las presiones de la burguesía, aplicando una política totalmente distinta a la que esperaban de él millones de jóvenes y trabajadores que le habían votado. Tras la reconversión industrial de Solchaga y con motivo del recorte de las pensiones en 1985 ya tuvieron la primera huelga general, convocada en solitario por CCOO, marcando con ello el principio del fin de la "luna de miel" entre el gobierno y el otro gran sindicato, UGT.

El ambiente social empezó a cambiar, a ser más crítico. Esto se puso de manifiesto en las masivas luchas estudiantiles del 86-87, que culminaron con una victoria y provocaron la dimisión del ministro de Educación. Así, cuando el gobierno anunció el tristemente famoso "plan de empleo juvenil", tratando de fomentar los contratos basura, UGT y CCOO convocaron la huelga general del 14-D y toda la situación explotó.

Ahora, el 20-J es sólo el principio ¡y qué principio! En algunos aspectos, como la masividad de las manifestaciones en muchas zonas, ha superado incluso el 14-D. Hasta el momento el gobierno ha podido aparecer como un gobierno de "centro" y muy "dialogante" gracias a la actitud de la oposición y los sindicatos. Pero, como se ha visto, esta imagen era sobre todo eso, imagen. Este gobierno siempre ha sido de derechas y son los representantes políticos directos de la burguesía.

Esta huelga general es el primer episodio de un cambio en la lucha de clases. Ha sido una primera batalla en la que la burguesía pretendía dar un duro golpe a los sindicatos y al conjunto de los trabajadores. Estaban envalentonados porque medían al movimiento obrero por sus dirigentes y la actitud de debilidad que han mantenido. Pero se han equivocado y no han conseguido su objetivo.

Esta huelga ayuda a acentuar la crisis en el PP; no es casualidad que esté siendo ahora, tras su fracaso en el 20-J, cuando sus conflictos internos estén saliendo a la superficie de una forma tan virulenta.

Al mismo tiempo ayudará a clarificar más la situación política, subrayando el auténtico carácter derechista y reaccionario del gobierno del PP.

La burguesía necesita atacar a los trabajadores

Ahora la burguesía, los empresarios, tendrán que sacar las conclusiones de este primer enfrentamiento que todavía no ha terminado. Un sector ya venía planteando su temor al riesgo que podía suponer la ruptura de la paz social y el enfrentamiento abierto con el movimiento obrero. Otro sector optó por intentar apretar más las tuercas y aplastar a los sindicatos para así tener vía libre en su política antiobrera. El objetivo era el mismo: incrementar la explotación sobre los trabajadores, tanto por la vía de reducir los salarios como por la reducción del gasto social, para aumentar sus beneficios.

Esta política de ataques en el Estado español es parte del mismo proceso que estamos viendo a escala internacional. A distintos niveles y con distintos ritmos, en América Latina o en Europa, Italia, Grecia, Francia o Alemania, los ataques tienen el mismo denominador común: hacer frente a la crisis del capitalismo a costa de los trabajadores.

Tras un periodo de crecimiento económico, con aumentos escandalosos e insultantes de los beneficios empresariales, del que los trabajadores apenas se han beneficiado y en muchos casos han visto empeorar sus condiciones, ahora que este periodo acabó y empiezan las dificultades, intentan profundizar los ataques y recortar aún más el nivel de vida de la clase obrera.

En el caso del Estado español la situación económica está empeorando desde hace meses y más allá de la propaganda del gobierno sobre la fortaleza de la economía española, está la realidad de la desaceleración económica que se viene produciendo y que todavía no ha tocado fondo, ni mucho menos, estando presente la posibilidad de una severa recesión.

La inversión está en cifras negativas. La producción industrial también. A nivel internacional Alemania está en recesión y Europa está estancada. Los efectos sobre la economía española pueden ser muy graves, la inflación es más alta que en Europa y la pérdida de competitividad está afectando a las exportaciones y a la propia cuota de mercado interno, agravándose en la medida en que el mercado se reduce.

Para hacer frente a esta situación, la burguesía española pretende reducir costes a través de los salarios y del gasto social.

Los salarios, que habían mantenido bajos durante años incluso perdiendo poder adquisitivo en pleno boom económico, comenzaron a subir peligrosamente para ellos durante el 2001, donde se recuperaron siete décimas de poder adquisitivo, y ahora quieren reducirlos de nuevo.

Al mismo tiempo en 2001, según el Boletín de Estadísticas Laborales del Ministerio de Trabajo, se produjo un incremento del 5,8% en el número de beneficiaros de prestaciones por desempleo, algo que puede ser peligroso si, como indica la actual tendencia, el paro se incrementara de forma rápida e importante como sucedió en la anterior recesión del 93.

Por eso estas medidas, desde el punto de vista de los empresarios, son más que necesarias. Pretenden reducir costes aumentando sus beneficios para poder hacer frente al empeoramiento de la situación económica. Por tanto estas medidas no nacen de la "maldad" de Aznar, o de "quitarse" ninguna careta. Son fruto de los intereses de la burguesía. El gobierno del PP tiene mayoría absoluta y los empresarios demandan estas medidas. Si han valorado que el enemigo está débil y sin capacidad de respuesta, ¿qué mejor momento para llevarlas a cabo?

Otra cosa diferente es que su error de apreciación en relación al 20-J, ahora les obligue a replantearse su forma de actuar.

Sin embargo, hasta ahora mismo, es difícil que el gobierno cambie de postura tras la huelga general si todo queda en el 20-J. El gobierno seguirá con los ataques y no retirará el decretazo. Tienen más ataques en cartera: la Ley Concursal (Ley de Quiebras); la reforma de la negociación colectiva; la ley de huelga; el acuerdo de Pensiones en el 2003 y un largo etcétera, por lo que es lógico que se pregunten "si ahora cedemos ante una huelga general de 24 horas, ¿qué haremos con todo lo demás?". ¿Acaso podrían pactar esas leyes con los dirigentes sindicales, como ha venido sucediendo todo este tiempo? Por decir poco, sería bastante difícil, ya que necesitan, cada vez con más urgencia, profundizar su política de ataques y, por otro lado, los trabajadores han demostrado que no están dispuestos a permitírselo sin más.

Romper con la política de pactos

Esta huelga general ha puesto de manifiesto que la política sindical de pactos y consenso ha alcanzado sus límites.

Como ya hemos explicado en otras ocasiones, la dirección de UGT se vio en la necesidad de hablar hace ya un año de la convocatoria de una huelga general, debido a las presiones que veía en el movimiento. Este mismo proceso ha afectado también a CCOO donde, además de la oposición del Sector Crítico, Fidalgo ha tenido que sufrir una escisión en su bloque, quedando prácticamente en minoría, como consecuencia de su empecinamiento en mantener la política de pactos con el gobierno, contra viento y marea, obligando al sindicato a oponerse activamente a la huelga general en Galicia, aunque las bases participaron activamente en la misma, rompiendo la disciplina de la dirección.

Este malestar entre los trabajadores tuvo su expresión a partir de 1999 con el aumento de la conflictividad laboral. En 1998 participaron en huelgas 679.500 trabajadores y se perdieron 1.608.700 jornadas. En 1999 la participación fue de 999.400 y se perdieron 1.273.000 jornadas. Ya en 2000 participaron 1.872.500 siendo 3.088.000 las jornadas perdidas. En 2001 se produce un descenso al mismo tiempo que un endurecimiento de las luchas, donde aparece de forma cada vez más generalizada el recurso a la huelga indefinida en sectores como limpieza o transporte, dándose una mayor radicalización y endurecimiento de las luchas.

Todo esto venía sucediendo al mismo tiempo que se negociaba y pactaba por parte de los máximos dirigentes, lo que acentuaba las críticas y la desconfianza hacia ellos por parte de un sector cada vez más importante de trabajadores.

En esta situación el gobierno tomó la decisión de hacer oídos sordos a los sindicatos, despreciándoles, al imponer primero el decretazo sobre relaciones laborales en 2001 y ahora intentando hacer lo mismo con la reforma del desempleo, llevándoles a una situación límite. Esto les obligó a convocar la huelga general. Despreciados por arriba y presionados por abajo, los dirigentes sindicales veían en peligro su papel como interlocutores sociales y han tenido que recurrir a su única base de apoyo: la clase obrera, que ha respondido con una magnífica huelga general.

Esta respuesta ha puesto en evidencia la necesidad de un cambio en la política de los dirigentes sindicales. Ante la huelga los aparatos sindicales han aparecido bastante "oxidados". Durante años han estado negociando, pactando y a la hora de luchar seriamente han tenido muchas dificultades para mover todo el aparato sindical. La propaganda ha llegado tarde y ha sido escasa; muchos delegados estaban "descolocados" y no sabían bien como reaccionar; a muchas empresas no se ha llegado directamente y en casi ninguna querían someter a votación el apoyo a la huelga porque temían dar el protagonismo que corresponde a las asambleas de trabajadores, con el argumento de que "no es necesario porque la huelga ya está convocada y podría suceder que no se apoye porque la gente no lo entienda". En una palabra, han desconfiado de la fuerza y la disposición a la lucha de la clase obrera hasta el último momento.

Continuar la lucha

Todo esto tiene que cambiar. Hay que volver a recuperar las mejores tradiciones de lucha y participación, porque la situación lo va a demandar. Cada vez será más necesario que los delegados sindicales sepan luchar y ser firmes en sus demandas, basándose en la fuerza de los trabajadores, en lugar de "negociar" con el empresario y "llevarse bien" con los encargados, llegando a acuerdos amistosamente alrededor de una mesa, a veces incluso a espaldas de los trabajadores.

Los trabajadores necesitamos sindicatos. Sindicatos fuertes y combativos. Esta huelga ha puesto también de manifiesto que para los empresarios, en última instancia, el mejor sindicato es el que no existe.

Los dirigentes sindicales piensan que podrán volver a la situación de antes, recuperar la paz social, pero eso ahora es mucho más difícil, tanto por la situación económica como por la actitud de los trabajadores. Y desde luego se equivocarán si piensan que la clase obrera es como un grifo que se abre o se cierra a su capricho. En muchos sitios hemos podido ver que el apoyo a la huelga general ha ido acompañado de una actitud muy crítica con los dirigentes. Se ponía en evidencia que había "temas pendientes" en cómo actuaron en el último convenio, o en los anteriores despidos, o en el pasado expediente... En definitiva, en la política sindical que cotidianamente han venido practicando.

Pero por encima de todas esas críticas, los trabajadores sí entendieron la esencia de la situación, lo que estaba en juego el 20-J, y actuaron como un solo hombre. Ni la precariedad, ni las amenazas, ni la represión evitaron la huelga.

Sólo en Euskadi hemos tenido una situación que ha evitado que el 20-J tuviera la misma dimensión que en el resto del Estado. Pero debemos señalar que incluso en Euskadi, si consideramos los días 19 y 20 en su conjunto, la huelga ha sido masiva; si bien esto no resuelve el problema que se ha puesto de manifiesto: el peligro de la división del movimiento obrero en líneas nacionales. Algo que sólo podrá ser resuelto si los dirigentes sindicales estatales asumen realmente la defensa de los justos derechos democráticos nacionales de Euskadi y rompen, en este terreno también, con la política de seguidismo del PP mantenida hasta ahora.

Los sindicatos ya han anunciado algunos primeros pasos a dar. El 15 y 16 de julio habrá manifestaciones coincidiendo con el debate del estado de la nación en el Parlamento, y en septiembre se habla de una macro manifestación en Madrid al tiempo que se lleva a cabo el trámite parlamentario con el que el gobierno pretende aprobar el decretazo con el apoyo de CiU y CC.

Además, los combativos jornaleros del SOC, dando muestra de su decisión y disposición a la lucha, han anunciado que continuarán las movilizaciones, hablando de una marcha sobre Madrid.

Si el gobierno mantiene su postura, y por ahora parece dispuesto a ello, la lucha va a continuar. Pero sería necesario aprovechar la fuerza del 20-J y pasar a la ofensiva. Los sindicatos deberían empezar ya a preparar la próxima huelga general, incluyendo reivindicaciones pendientes como las que han señalado en la cuestión de la fiscalidad, los emigrantes, la enseñanza..., a lo que habría que añadir también la cobertura a todos los parados, incremento del SMI, jubilación a los 60 años con el cien por cien del salario y contrato de relevo, jornada de 35 horas sin reducción salarial, contrato fijo a los 15 días, derogación de la Ley de Partidos Políticos y demás leyes represivas que ha aprobado el gobierno.

Hace falta una política socialista

La huelga general ha puesto de manifiesto la fuerza y la disposición a la lucha por parte de los trabajadores, pero más revelador, si cabe del ambiente social, ha sido la masiva participación en las manifestaciones. Más de medio millón en Madrid y Barcelona; manifestaciones de cientos de miles en las principales capitales y decenas de miles y millares en pueblos y ciudades por todo el Estado. Es evidente que incluso algunos de los que no pudieron ir a la huelga, por una u otra razón, fueron después a las manifestaciones. Millones de jóvenes, nuevos sectores de trabajadores, han participado en la movilización. Para muchos de ellos era su primera huelga general e incluso su primera manifestación. Esto ha sido sólo el principio. Ahora dependerá de los próximos acontecimientos que el proceso de incorporación de estas capas a la lucha y a la actividad sindical sea más rápido o más lento.

El carácter de estas manifestaciones era extraordinariamente combativo, de oposición radical al PP y su política. Podemos asegurar que reflejaba la búsqueda de una auténtica alternativa que ilusione y de continuidad en el plano político a las aspiraciones que allí se expresaban. Se veían todas las condiciones para que cristalizara una auténtica alternativa de izquierdas que realmente rompa con la política convencional mantenida hasta ahora por los partidos tradicionales de la izquierda. Un fenómeno parecido al que vimos en Francia con manifestaciones masivas contra Le Pen protagonizadas por millones de jóvenes, pero que desconfían de la izquierda tradicional que cuando acceden al gobierno, digan lo que digan en la oposición, se convierten en respetables "políticos de Estado" y decepcionan sus aspiraciones de cambio social.

Es probable que este movimiento, que refleja el deseo de un profundo cambio social, no se exprese en las urnas si no hay un cambio también palpable y evidente por parte de los dirigentes de la izquierda. Algunos dirigentes creen equivocadamente, haciendo gala de un estúpido cretinismo parlamentario, que este movimiento les apoyará electoralmente y que, por lo tanto, sólo necesitan conquistar el etéreo e inexistente espacio político de "centro" para así atraer los votos de las capas medias y ganar las próximas elecciones. Se equivocan totalmente.

Todas las aspiraciones que hemos visto expresarse el día 20 son imposible de satisfacer bajo el sistema capitalista que, en realidad, es un callejón sin salida. Lo que se consigue en un momento determinado a través de la lucha, la burguesía intenta quitarlo a la primera oportunidad. Hay que preparar las fuerzas para acabar de raíz con el origen de los problemas que padecemos los trabajadores. Es necesario construir desde ya una auténtica alternativa revolucionaria y ese es el objetivo que nos proponemos desde El Militante . Por eso llamamos a todos los jóvenes y trabajadores a unirse a nuestro movimiento. Esta situación no se da sólo en el Estado español; en Francia, Grecia, Italia o Argentina, a distintos niveles, se ve la misma situación. El capitalismo no puede resolver los problemas de la sociedad. Se necesita otra sociedad que ponga todos los recursos al servicio de la mayoría de la población, controlados democráticamente por los trabajadores. Esto es la democracia obrera, el socialismo.

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