El pasado 7 de noviembre se celebró un referéndum sobre la aceptación o no de la cosoberanía hispano-británica del peñón. Los resultados del mismo han sido inapelables: el 98,97% de los gibraltareños con derecho a voto, esto es 17.900 ciudadanos, vot El pasado 7 de noviembre se celebró un referéndum sobre la aceptación o no de la cosoberanía hispano-británica del peñón. Los resultados del mismo han sido inapelables: el 98,97% de los gibraltareños con derecho a voto, esto es 17.900 ciudadanos, votaron no a la coseberanía lo que obviamente significa que la aplastante mayoría del pueblo gibraltareño quiere la permanencia de Gibraltar como territorio británico.

Este resultado abrumador no ha impedido que Dª Teófila Martinez, presidenta del PP en Andalucía, haya declarado ilegal el carácter de esta consulta. ¿A quién puede extrañar estas afirmaciones en boca de líderes del PP? Lo que piense el pueblo de Gibraltar les trae al pairo a esta pandilla de reaccionarios, que sólo saben pasear su prepotencia por el mundo cuando afirman que Gibraltar es español.

El caso de Gibraltar es un buen ejemplo de cómo la cuestión nacional es, en última instancia, una cuestión de condiciones materiales, o de “pan” como afirmaba Lenin. El Peñón de Gibraltar, una roca de 6,5 km2 y ocupada por la Royal Navy desde 1704, ha sido objeto de disputa por parte de la monarquía y la burguesía española desde entonces. De valor estratégico para la clase dominante británica, ésta jamás ha permitido ninguna concesión en lo referido a la devolución de la soberanía territorial al Estado español. Las razones son obvias.

En cualquier caso, la utilización demagógica que la reacción española siempre ha hecho con el caso de Gibraltar contrasta con su posición en Ceuta y Melilla, o más recientemente en el caso de la Isla de Perejil, donde todos los altavoces del régimen se han puesto a tronar la vieja canción patriótica y chovinista de siempre.

Para los marxistas los intentos impotentes de la burguesía española de recuperar el control de Gibralatar no pueden ocultar el carácter reaccionario de la política que la clase dominante y la monarquía española tienen en lo referido a los derechos democráticos de las nacionalidades históricas. De la misma forma que desprecian la opinión del 98,97% de los gibraltareños, que es la única voz que puede decidir sobre su destino, se niegan sistemáticamente a reconocer el derecho de autodeterminación para Euskadi, Catalunya o Galicia. Aunque en esto, la clase dominante británica no es mucho mejor, como ha demostrado infinidad de veces en su sangrienta experiencia imperialista (Irlanda, India, Egipto, Oriente Medio...).

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