A Dios rogando...

Felipe Palacios

Mi madre vive en un pequeño pueblo de La Alcarria (Guadalajara) cerca de Trillo, donde la central nuclear. Los últimos seis años trabajó como cocinera en una Residencia de Ancianos, mi madre es una mujer cumplidora y a veces hacía más cosas de las que debería. Veía a los ancianos, unas veces tristes, otras ausentes de todo lo que no fueran sus recuerdos, insistía a su jefe sobre la necesidad de contratar más personal para atenderles mejor o aumentar un poco más el presupuesto de la comida para de vez en cuando dar algún capricho a los residentes, su jefe sonreía, ¿quizás viendo su ingenuidad? El jefe, un tipo campechano con los familiares de los ancianos, solo veía dinero, no personas, concretamente 7.000 pesetas por anciano y día pagadas religiosamente por la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, que además le garantizaba que siempre la tendría llena.

Llegó un día que los billetes no le dejaron ver otra cosa y empezó a faltar personal, a retrasarse con la nómina y otros pequeños detalles que para él no tenían mucha importancia. Finalmente la Junta le quitó los ancianos, porque al Sr. Bono le preocupan mucho estas cosas. Tras despedir a toda la plantilla menos a las cuatro más antiguas —entre ellas mi madre— una ONG se hizo cargo de la Residencia. Esta ONG se llama Mensajeros de la Paz y gestiona varias residencias iguales por la provincia; su jefe es un sacerdote, Don Ángel, ya sabéis, el alzacuellos impone cierto respeto. Mi madre estaba contenta, una organización con experiencia y ligada a una gran empresa como la Iglesia no podía hacerlo peor que el anterior, pero pronto se dio cuenta de que algo no cuadraba, los salarios eran inferiores al anterior, el presupuesto de comida no subía y no llegaban ancianos. Estaban esperando que la Junta de nuevo se la volviese a llenar junto con la cartera, pero esto no ocurrió. Para no despedirlas, en un alarde de caridad cristiana, les aplicaron movilidad geográfica a otros centros de trabajo, concretamente a más de 300 kilómetros de donde viven. Claro, mi madre no quiere irse, con lo que ha tenido que denunciar el traslado y conformarse con una indemnización de veinte días por año.

Mi madre sabe que son necesarias residencias de calidad, con personal suficiente y que sean algo más que un aparcamiento de ancianos. Mi madre también sabe que un empresario privado no lo hará nunca, les da lo mismo montar una residencia que una fábrica, sólo les interesa el dinero. También sabe que la Iglesia, bajo su disfraz de caridad y amor al prójimo, no pocas veces esconde su interés económico equiparándose con cualquier empresario explotador. Mi madre sabe quién puede construir esas residencias, mantenerlas bien y pagar salarios decentes, pero la Junta de Comunidades del PSOE no quiere, prefiere al hombre campechano con los familiares de los ancianos, y a esta ONG tan simpática que ayuda a todo el mundo. ¿Sabíais que el padre Don Ángel esta llevando comida a Argentina? Como dice mi madre: A Dios rogando...

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