Que la sanidad pública dista mucho de ser perfecta es un hecho obvio: listas de espera, falta de personal, carencia de materiales, una organización caótica... Sin embargo, que la sanidad privada es mucho menos efectiva que su homóloga pública es algo Que la sanidad pública dista mucho de ser perfecta es un hecho obvio: listas de espera, falta de personal, carencia de materiales, una organización caótica... Sin embargo, que la sanidad privada es mucho menos efectiva que su homóloga pública es algo que no se aprecia tan claramente:.

“—¿Es eso posible? Pero si hay que pagar, entonces será mejor”, así razonamos muchos.

Pero una mirada desde dentro, una mirada hecha por un trabajador de la sanidad privada, demuestra que, detrás de tanto maquillaje expresado en forma de grandes centros con nombres rimbombantes, instalaciones con colores llamativos y trabajadores cualificados con su uniforme estilo Ágatha Ruiz de la Prada (como vemos, todo super mega atrayente como dicen sus directores), no son más que empresas en las que predomina la búsqueda de beneficios a toda costa, siendo la salud de los enfermos (que, siguiendo su estilo atrayente, se les llama “usuarios”) una cuestión menor. Lo grave es que dichos beneficios no salen sólo de la explotación de los trabajadores, cuyos sueldos darían para otro artículo, sino que parte de ellos se obtienen al engañar a los pacientes dándoles gato por liebre aprovechándose del desconocimiento que tiene la gente en el campo de la medicina.

De este modo, muchas empresas de la sanidad privada no dudan a la hora de utilizar materiales y técnicas de mala calidad, como aparatos que no están recomendados o incluso que se aplican desenchufados; tampoco se duda en recomendar más pruebas diagnósticas de la cuenta, como radiografías innecesarias, que la misma empresa hace (y cobra) o, en su defecto, otra empresa privada “amiga”. A la hora del trato personal, el asunto no mejora. Así, vemos como los empresarios les dan a los trabajadores consejos tan escalofriantes como estos:

“—Con los pacientes no estés más de diez minutos que no es rentable.

“—¡Pero es que necesita cuarenta y cinco minutos de rehabilitación como mínimo!”, contesta honestamente el trabajador.

“— El negocio es el negocio. Sé inteligente y no eches más de diez minutos”.

Otra perla, también escuchada en una mutua de accidentes de trabajo: “Con los pacientes hay que tener maldad, porque ellos no se quieren curar y van buscando la indemnización. Así que sé listo y en cuanto puedas diles que están bien”.

Otra forma fácil y frecuente de ganar dinero es mediante una mala curación: al paciente se le intenta quitar los síntomas mediante, pongamos por caso, la aplicación de analgésicos para el dolor, pero no la lesión que origina dichos síntomas, por ejemplo una muela en una mala situación, unos músculos débiles o una columna torcida. Así el enfermo (usuario) se va contento a casa porque se cree curado, pero en un breve plazo de tiempo se le reproduce el dolor y ya lo tenemos otra vez pidiendo cita.

Así funcionan estas empresas, aprovechando la necesidad que tenemos de curarnos para obtener más y más dinero. Mucho cuidado con ellas.

Javier Moreno

Fisioterapeuta

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