Hacía muchos años que no había un accidente tan grave en los astilleros como el de anteayer. Eviden-temente, el accidente tiene una causa concreta: es obvio que en el tanque un gas desplazó al oxígeno atmosférico, lo que provocó la muerte por asfixia

Hacía muchos años que no había un accidente tan grave en los astilleros como el de anteayer. Eviden-temente, el accidente tiene una causa concreta: es obvio que en el tanque un gas desplazó al oxígeno atmosférico, lo que provocó la muerte por asfixia o intoxicación (aunque esto es lo de menos) de los cuatro compañeros, pero también tiene unas cau-sas más de fondo.

El accidente no fue inevitable

Los accidentes laborales no son inevitables. Y este todavía menos. Las normas existentes deberían haberlo evitado. En teoría, todos los equipos de trabajo que utilizan gas deben subirse a la cubierta del buque todos los días al final de la jornada labo-ral. En teoría, antes de que se entre a trabajar en un tanque los servicios de prevención deben hacer una medición de gases.

Además, accidentes anteriores similares fueron fuente de enseñanza sobre las medidas a tomar para evitar su repetición. Por ejemplo, el 20 de julio de 1996 en el Elhani, un buque en reparación, hubo una explosión debido a la acumulación de gas pro-cedente de un equipo de oxicorte, con el resultado de dos trabajadores muertos. En el acta de la reu-nión extraordinaria del Comité Central de Seguri-dad e Higiene celebrada tres días más tarde y pre-sidida por el director, se recoge, entre otras, la siguiente medida: “Medición periódica (a juicio de los técnicos de Seguridad) de concentración de gases durante el trabajo en espacios cerrados”. Es decir, se sabe lo que hay que hacer para evitar es-tos accidentes, pero el problema es que no se hace.

¿Por qué no se cumplen las medidas de seguri-dad? ¿Por qué con una Ley de Prevención de Riesgos Laborales, con un reglamento de salud laboral y con la prevención convertida hasta en unos estudios sigue habiendo muertes en el trabajo que son perfectamente evitables?

Este accidente no fue una casualidad. No es una casualidad que los cuatro fueran trabajadores de las compañías auxiliares. Ni que tres de ellos fue-sen jóvenes. Ni que tuviesen contratos precarios. Ni que el accidente fuese en una fragata que se va a botar el miércoles 25 de mayo. Como tampoco fue-ron casualidades otros accidentes ocurridos en la factoría en las últimas semanas, al margen de su gravedad o de que no hayan trascendido pública-mente.

Las empresas son culpables

Todo esto no son casualidades. Al contrario, son las consecuencias directas de dos factores:

1) La obsesión por la productividad a cualquier precio. A la dirección de Navantia lo único que le importa son los llamados “hitos productivos”, pero al ritmo que llevamos los “hitos” que va a tener este director van a ser en el desgraciado capítulo de la siniestralidad laboral. Esto es todavía más grave tratándose de una empresa pública. Si algunos responsables de Navantia tuvieran algo de vergüenza, ya habrían dimitido de sus cargos.

2) El proceso de destrucción de empleo digno en la empresa principal, para ser sustituido por empleo sin derechos en las subcontratas.

Estos dos factores son los que llevan a que no se cumplan las medidas de seguridad, a que en los barcos la gente trabaje amontonada, a que no haya suficientes bomberos (no lo había en la fragata del accidente) ni técnicos de prevención, a que los trabajadores de compañías sufran una presión despiadada ante la que están mucho más indefensos que hace unos años, cuando el contrato fijo era la norma.

Que los empresarios actúen así no nos debe extrañar. Son unos explotadores por naturaleza y lo único que les importa son sus beneficios a costa de lo que sea. Para ellos, los trabajadores muertos en accidentes laborales son simples “daños cola-terales” del sistema. Lloran lágrimas de cocodrilo. Ellos son los que impulsan permanentemente las reformas laborales que nos quitan derechos, ellos son los que sistemáticamente violan dentro de las empresas las leyes y normas que protegen al tra-bajador. Las empresas son las auténticas cul-pables de estas tragedias.

Los graves problemas que hoy afrontamos los trabajadores no se van a resolver a través del diá-logo razonado con los empresarios, para intentar convencerlos de que actúen de otra manera. Eso es una esperanza vana y una pérdida de tiempo. Y tampoco podemos esperar que todos los proble-mas nos los vaya a resolver la Inspección de Trabajo. Sólo nosotros mismos resolveremos nuestros problemas, y para eso nos hemos dotado de sindicatos.

Pero hay que decir que aunque sin sindicatos la situación sería mucho peor (ahí está para demos-trarlo, sin ir más lejos, la huelga general del 20 de junio de 2002 que obligó al PP a retirar un decreto de reforma laboral con ataques gravísimos a nues-tros derechos), lo cierto es que la actuación de los actuales dirigentes sindicales es manifiestamente mejorable. Pisan demasiado despacho y poco tajo, que es donde se conocen los problemas y qué quieren y piensan los trabajadores.

Prueba de ello es la falta de atención a los pro-blemas derivados de la subcontratación. Una falta de atención que no es exclusiva de los astilleros de Ferrol, sino que es común a todas las grandes em-presas.

Entre los problemas más graves está la sinies-tralidad laboral. Hay que exigir el cumplimiento estricto de la legislación sobre prevención de ries-gos laborales. Pero también hay que ir a la raíz del problema: la subcontratación y la precariedad. Los sindicatos deben ponerse inmediatamente a la ta-rea de preparar un plan de lucha para conseguir limitar la eventualidad en las compañías, controlar las jornadas laborales, crear bolsas de trabajo, equipararlas salarialmente con las empresas principales (el “a igual trabajo, igual salario” siempre fue un principio sindical), implantar acuerdos marco que regulen los aspectos laborales más importantes para el conjunto de las auxiliares de una empresa.

Estos deben ser los objetivos a corto-medio pla-zo. Pero no se trata solamente de mejorar la tasa de precariedad o disminuir algo la subcontratación, el objetivo a largo plazo tiene que ser acabar con ambas. Obviamente, esta lucha empieza porque los dirigentes sindicales dejen de firmar planes que sólo sirven para destruir empleo fijo y sustituirlo por empleo precario en las auxiliares.

Hay que recuperar el sindicalismo de lucha

Se lleva años hablando de la necesidad de ordenar la industria auxiliar, pero lo cierto es que no se acaba de pasar de las palabras a los hechos.

Si se quiere evitar que accidentes como este se repitan, es hora de demostrar que se cree lo que se dice, es hora de abordar los problemas de fondo, es hora de que los sindicatos recuperen el viejo enfoque que estuvo en la base de los grandes avances logrados en la antigua Bazán de Ferrol por los trabajadores: dentro del recinto de una em-presa debe haber un único movimiento obrero que aborde cualquier asunto desde una pers-pectiva solidaria y de clase. Los problemas de un grupo de trabajadores deben ser sentidos como los problemas de todos.

Si realmente queremos que accidentes como es-te no vuelvan a ocurrir, hay que cambiar las cosas en los sindicatos, hay que recuperar un sin-dicalismo reivindicativo que no se resigne ante el deterioro de las condiciones de vida y trabajo, un sindicalismo que defienda con firmeza los derechos de los trabajadores, empezando por los más explotados, un sindicalismo que dé respuesta a todos los ataques.

La necesidad de la organización

Por supuesto, es bueno que haya leyes y normas que protejan los derechos de los trabajadores. De hecho, hay que demandarle a este gobierno que apruebe nuevas leyes laborales favorables a los trabajadores y los jóvenes, que fuimos quienes lo llevamos al poder con nuestras movilizaciones contra el PP.

Pero la realidad demuestra que las empresas sólo cumplen las leyes cuando día a día, cada hora, en cada tajo, los trabajadores tenemos la suficiente fuerza como para obligarlas a hacerlo. Esa fuerza sólo la podemos obtener estando organizados política y sindicalmente. Sin orga-nización, los trabajadores sólo somos carne de explotación en manos de los empresarios.

A los trabajadores nunca nadie nos regaló nada. Todo lo tuvimos que obtener con nuestro sacrificio, nuestra organización y nuestra lucha. Para obtener nuestras reivindicaciones sólo debemos confiar en nosotros mismos.

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ACTO PÚBLICO

MANOS FUERA DE CUBA Y VENEZUELA

Con la participación de Frank J. Solar, miembro de la Juventud Comunista de Cuba

MIÉRCOLES 25 DE MAYO a las 19:00 en el ATENEO FERROLÁN

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Tfno. 626746950

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