Teoría del Caos, Relatividad y Mecánica Cuántica
Introducción
El mundo, unidad de todo, no ha sido creado por ningún Dios, ni por ningún hombre, sino que ha sido, es y será un fuego eternamente vivo que se enciende y se apaga según leyes.
Heráclito, 530- 470 a.C.
a) Materialismo dialéctico: el método del marxismo
El materialismo dialéctico es el fondo del marxismo porque es el método del marxismo. No es posible separar mecánicamente las tres partes integrantes del marxismo aceptando unas y rechazando otras como quien elige salchichas o tocino en un bufet. Si rechazamos el método del marxismo, convertimos a este en un formalismo vacío, rígido y sin vida. Solo podemos entender cabalmente El Capital, por ejemplo, si comprendemos que, en virtud de sus leyes internas y contradicciones, este sistema socioeconómico no es eterno, que nació de un rompimiento de la continuidad (una revolución), y que está condenado a perecer, o de lo contrario las bases de la civilización estarán en peligro, por ser un freno para el avance del hombre y la ciencia (fuerzas productivas) que se han desarrollado en su seno. La economía política marxista es la aplicación del materialismo dialéctico en el terreno de la sociedad capitalista. A diferencia de Hegel, Marx no impone el método a la realidad, sino que abstrae este método, por medio de la investigación, del desarrollo histórico real, muestra que este método es un reflejo ideal de la forma en que se desarrolla el capital y lo vuelve a aplicar a la realidad histórica como una herramienta de análisis superior. “Mi método” —nos dice Marx— “no solo difiere en su base del hegeliano, sino que además es todo lo contrario de este. Para Hegel, el movimiento del pensamiento, que él encarna con el nombre de idea, es el demiurgo de la realidad, que no es más que la forma fenoménica de la idea. Para mí, en cambio, el movimiento del pensamiento es la reflexión del movimiento real, transportado y traspuesto en el cerebro del hombre (...) Hegel desfigura a la dialéctica por medio del misticismo, es, sin embargo, el primero que expone su movimiento de conjunto. En él se encuentra cabeza abajo; basta con ponerla sobre sus pies para encontrarle su fisonomía en todo sentido racional”[1].
Pero la dialéctica no es solo un método para el estudio de la economía capitalista es, sobre todo, una concepción del mundo. Esta concepción del mundo es radicalmente diferente de las concepciones anteriores —aunque no tiene una posición nihilista de sus predecesoras, sino que es una negación dialéctica de ellas— porque no se separa metafísicamente de la realidad y de las ciencias específicas que estudian aspectos diversos de esa realidad, sino que constituye la generalización más amplia de sus resultados. Es la generalización que concibe a todos los aspectos de la realidad material y social — y sus reflejos ideales históricos— en constante movimiento, concebidas en su vida y no en su muerte, a través de sus contradicciones y de su conservación en el cambio. Al mismo tiempo, este método no pretende sustituir a las ciencias concretas, ni le dice al científico lo que debe hacer o decir (no pretende ser el policía de la ciencia); cada ciencia tiene sus métodos y leyes particulares determinadas por su campo de estudio, solo dota al científico de un método más general que le permite concebir los hechos en su interconexión y sus recíprocas determinaciones. Al afirmar que se puede obtener un método a partir del desarrollo mismo de las ciencias y aplicarlo a ellas mismas, el marxismo es la negación del empirismo vulgar[2], la escuela escolástica que se autodenomina filosofía de la ciencia y que en realidad es la negación del pensamiento abstracto y de la generalización teórica, condición de la ciencia y de la filosofía. Por supuesto el simple hecho de repetir como muñeco de ventrílocuo las ideas generales de la dialéctica (como la idea de la unidad y lucha de contrarios, etc.) a la manera de los manuales estalinistas no sirve para nada, es necesario estudiar la complejidad concreta de los fenómenos y explicar cómo el movimiento y las contradicciones se manifiestan en un fenómeno determinado, tal como lo hizo Marx en su estudio del capitalismo. Por ello la unidad con las ciencias positivas y su generalización teórica es una condición elemental del materialismo dialéctico.
Kant ya había afirmado que para el conocimiento científico no basta la percepción empírica, sino que ésta requiere de conceptos. Para Marx, estos conceptos no son productos de la razón pura sino productos de la historia; para liberarnos de la esclavitud de lo concreto, se requiere generalizar lo concreto con un criterio científico. Como decía el viejo Engels: “Los naturalistas” —el lector puede cambiar el término por positivista— “creen que se libran de la filosofía al hacer caso omiso de ella o injuriarla. Pero no pueden avanzar sin pensar, y para pensar necesitan determinaciones del pensamiento. Pero toman esas categorías, sin reflexionar, de la conciencia común de las así llamadas personas educadas, que se encuentra dominada por reliquias de filosofías hace tiempo caducas, o por la escasa porción de filosofía escuchada por obligación en la universidad (que no es solo fragmentaria, sino además una mezcolanza de concepciones de personas pertenecientes a las más variadas escuelas, y por lo general las peores), o de lecturas acríticas y asistemáticas de escritos filosóficos de toda clase. Por lo tanto, no se encuentran menos cautivos de la filosofía, sino por desgracia, además, en la mayoría de los casos, de la peor filosofía, y quienes más insultan a la filosofía son esclavos, precisamente, de las peores reliquias vulgarizadas de las peores filosofías”[3]. “...Entonces, el desprecio empírico por la dialéctica recibe su castigo cuando algunos empiristas más formales se ven llevados a la más estéril de todas las supersticiones, al espiritualismo moderno”[4].
Cuando tratamos de estudiar un fenómeno, no lo estudiamos por primera vez; en virtud de la influencia social, somos herederos de las ideas, métodos y conocimientos de nuestros antecesores, con los cuales enfocamos el fenómeno en cuestión, métodos que, en muchos casos, han sido rebasados por los resultados mismos de la ciencia. De lo que se trata es de ser conscientes de si esos métodos contienen ideas que en lugar de ser una palanca del conocimiento constituyen un freno, de saber si esas ideas se imponen a la realidad o nos ayudan a profundizar en ella. A diferencia de lo que creen los irracionalistas, sí existe un criterio para saber si las ideas son correctas o incorrectas. Ese criterio es la práctica social, en la que el hombre interviene activamente, transformando la naturaleza y a sí mismo y contrastando sus ideas con su actividad práctica (todo criterio separado de la práctica es escolástico); en el materialismo dialéctico se trata de enriquecer nuestros métodos teóricos con el manantial de la experiencia histórica ampliada progresivamente por el desarrollo de las fuerzas productivas, teniendo la certeza de que, con los medios de que disponemos, nuestro método nos permite avanzar de la mejor manera en el proceso infinito de aproximaciones sucesivas del conocimiento humano. El método debe concebir a la realidad tal cual es: una realidad cuyo único absoluto es el movimiento complejo a través de contradicciones; esa es la esencia de la dialéctica materialista.
b) El contexto del surgimiento del método marxista
El marxismo como todas las expresiones ideológicas es, en última instancia, producto del desarrollo de las fuerzas productivas y expresión de la lucha de clases. En la época del nacimiento del marxismo, la visión mecanicista de la naturaleza empezaba a ser superada por el desarrollo de la ciencia, que mostraba ya su relación recíproca rebasando el método puramente analítico, que concibe los procesos de manera aislada como mariposas pegadas en la pared de un coleccionista. Parecía que se regresaba a la visión dialéctica de la filosofía griega, solo que a un nivel cualitativamente superior en virtud de la cantidad de datos concretos verificados científicamente (la teoría del caos y la reacción cada vez mayor de la comunidad científica en contra de la sectarización y reductivismo del conocimiento es, como veremos en su momento, un reconocimiento tardío de este planteamiento).
Como Engels menciona en varios de sus escritos (Anti-Dühring, El fin de la filosofía clásica alemana, y Dialéctica de la naturaleza). A principios del siglo XIX, en el terreno de la geología, Lyell rompió con la visión estática de la superficie terrestre, abriendo, al mismo tiempo, las premisas de la adaptación y evolución de las especies. En Física, Joule determina el equivalente del calor en fuerza mecánica, mostrando la vinculación de las fuerzas físicas, su transformación mutua; su mediación universal como diría Hegel. Ahora las fuerzas físicas ya no estaban separadas por una muralla china, sino que en determinadas circunstancias, la fuerza mecánica se transforma en calor, el calor en luz , la luz en electricidad, la electricidad en magnetismo, etc. En Biología el descubrimiento de la “unidad básica de los organismos”: la célula, significó el rompimiento de las especies supuestamente fijas creadas por separado y sin más relación que la armonía preestablecida. Darwin propuso una valiente teoría que rompía con la historia del Génesis y situaba a las especies en un proceso de transformación en relación dialéctica con el ambiente. Por otro lado en el terreno social en 1831, ocurrió en Lyón la primera sublevación obrera, Europa entera se encontraba al borde de una proceso revolucionario que estalló en 1848; el desarrollo de la industria había puesto de relieve la relación del avance tecnológico con las transformación de las relaciones sociales y todas las contradicciones estudiadas por Marx en El Capital.
Es dentro de este marco histórico como el marxismo se nos aparece: no como el producto fortuito de un genio, aunque por supuesto esta teoría solo podía surgir, en la forma magistral en que se nos legó, de la mente de un genio —ese recurso tan recurrido por los románticos ante su incapacidad de explicar el proceso histórico— , no como una teoría que bien podía haber aparecido en tiempos de Nabucodonosor, si en esos tiempos los hombres hubieran sido tan inteligentes, sino como una teoría hija de su tiempo: que es revolucionaria por su propia esencia, que no solamente trata de comprender al mundo por una necesidad puramente teórica o escolástica, sino fundamentalmente comprenderlo para transformarlo.
“La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica” decía Engels. Es intención de este texto mostrar cómo los últimos descubrimientos y teorías científicas demuestran el hecho de que la naturaleza se desarrolla en última instancia de manera dialéctica —confirmando la afirmación de Engels—, y la importancia para la ciencia y el mundo contemporáneo de esta forma de enfocar los procesos. Las nuevas ideas como la teoría del caos parecen señalar que estamos al borde de una verdadera revolución científica. Como diría Tomas Khunn, parece que el periodo de ciencia normal está al borde de una nueva era que abrirá nuevos paradigmas y someterá a los antiguos, sobre todo al viejo método metafísico de pensar (el cacareado positivismo), a una negación dialéctica. La teoría de Einstein de la relatividad, la física cuántica, la nueva versión de la teoría de la evolución de Darwin, desarrollada por el recientemente desaparecido S. J. Gould, conocida como equilibrio puntuado, la teoría del caos y la complejidad desarrollada por Benoit Mandelbrot, Lorenz, y otros; los recientes descubrimientos sobre el genoma humano, entre muchos otros, son muy llamativos por su similitud con la filosofía dialéctica. También llama la atención el que, a excepción de Jay Gould, quien reconoció abiertamente la similitud de su teoría con el materialismo dialéctico, todos estos descubrimientos y teorías, que apoyan conclusiones dialécticas, se hayan desarrollado al margen de la filosofía dialéctica. Lo cual, en nuestra opinión, es una muestra de que la concepción dialéctica es algo más que una mera especulación y de que la dialéctica objetiva (la dialéctica de la naturaleza y la sociedad) es la mejor prueba de su expresión teórica desarrollada (dialéctica subjetiva), sistematizada por primera vez por Hegel y aplicada científicamente por Marx.
c) Engels y el método del marxismo. ¿Qué hay detrás del intento de separación entre el método del marxismo y el marxismo?
Por último, es importante señalar que el que nos basemos en las obras de Engels para un trabajo sobre marxismo y ciencia no requiere mayor justificación. Las afirmaciones de algunos académicos en el sentido de que el “materialismo dialéctico” es obra de Engels y no de Marx y que, por lo tanto, el Materialismo dialéctico no es una parte integrante del marxismo, no tienen ni pies ni cabeza y no resisten una crítica seria[5]. Marx tuvo la intención de escribir una obra especial sobre el tema pero sus actividades como revolucionario y el trabajo agotador de su obra cumbre lo impidieron[6]; fue a Engels, sobre todo en su obra inconclusa Dialéctica de la naturaleza, a quien correspondió esta tarea que no pudo, lamentablemente, concluir. Entre estos dos grandes revolucionarios hubo una especie de “división del trabajo” dentro de una labor conjunta, a saber, la preparación teórica de un método de análisis para transformar el mundo. Muchas de las obras clásicas del marxismo fueron elaboradas en conjunto por Marx y Engels; es el caso de obras tan tempranas como La sagrada familia y La ideología alemana. Uno de los textos más trascendentales de la historia El Manifiesto Comunista se basó en un borrador de Engels; incluso los tres tomos de El Capital, la obra cumbre del marxismo, pueden ser considerados como obra conjunta. Es sabido que Marx consultaba a Engels en todos los problemas teóricos, que sometió a su crítica todos los capítulos del primer tomo y que los dos tomos siguientes no son solo la recopilación de los borradores de Marx, sino la reconstrucción, en base a los borradores, de esta parte imprescindible de El Capital hecha por Engels. Pero no solo eso, las bases del materialismo dialéctico y su aplicación se encuentran en toda la obra de Marx, en sus trabajos filosóficos, históricos y económicos se encuentra su visión del mundo. Si Marx no escribió una Lógica con mayúsculas sí escribió El Capital. Todas las categorías de la dialéctica se encuentran en esta obra; de hecho la obra es imposible de concebir sin método dialéctico. Una de las obras principales de Engels en que se expone el materialismo dialéctico en relación con la ciencia (Anti-Dürhing) no solo la conoció Marx sino, que además escribió uno de sus capítulos; El fin de la filosofía clásica alemana no es más que la esencia resumida del Anti-Dürhing. Marx, como sabemos por su correspondencia, conoció y aprobó el plan de la obra Dialéctica de la naturaleza[7] ; por lo tanto la pregunta correcta no es “en dónde Marx expone su método dialéctico”, sino “en dónde Marx no expone su método dialéctico”.
Quizá algunos preferirían una obra en que se les proporcionara como papilla una teoría dialéctica acabada y lista para sacarse del bolsillo en los momentos adecuados, al estilo de los manuales estalinistas; pero Marx partía de la premisa de que escribió para seres que además de leer, saben pensar y que su método era para analizar el mundo, no un recetario de verdades eternas. El marxismo pasó a la historia bajo el nombre de Marx porque el mismo Engels, en el marco de la vida y obra maravillosa de estos dos grandes amigos y en su lucha por crear una organización internacional de los trabajadores —base de su profunda amistad y trabajo conjunto— rebajó conscientemente su papel y afirmó que en la teoría marxista a él le correspondió “tocar el segundo violín”.
Si Marx conoció y participó en una obra en donde se expone claramente la visión dialéctica del mundo, Anti-Dürhing, sin hacer mayor aclaración o comentario, solo significa que no había diferencias en este punto entre Engels y Marx. Tanto Marx como Engels siempre fueron inflexibles en las cuestiones de principio; toda su obra es una constante, concienzuda e implacable polémica con ideas que consideraban reaccionarias (en el terreno filosófico, económico, político y social); solo basta conocer aunque sea superficialmente la vida y la obra de Marx para estar seguro que, de haber habido cualquier diferencia en este punto, se habría dado una dura polémica. Para estos dos revolucionarios, las cuestiones políticas y de principio estaban por encima de cualquier consideración individual, inclusive su amistad (al mismo tiempo esta postura es la base de su amistad).
Es claro que cada cual es libre de aceptar o rechazar el método de Marx. La inmensa mayoría de las obras de los clásicos del marxismo (Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo) son obras polémicas que están a años luz del dogmatismo estalinista (dogmatismo que es correctamente condenable, pero que es incorrectamente identificado con el marxismo); para el marxismo la crítica de la teoría y su corrección, su no dogmatismo —por un lado frente al desarrollo de las ciencias y por otro frente al movimiento social— tiene un interés no solo académico, sino práctico. Pero estamos convencidos de que una crítica seria de dicho método, no puede tener como premisas la tergiversación y la ignorancia. No somos tan ingenuos como para no percatarnos de que el intento de separar la dialéctica de la obra de Marx, no es un hecho fortuito ni de interés puramente académico o escolástico, es solo el frente ideológico de la campaña sin precedentes, basada en tergiversaciones, contra el marxismo después de la caída del estalinismo; caída que, por cierto, fue prevista y explicada desde la óptica marxista, con más de cincuenta años de adelanto, por León Trotsky. El trasfondo de este intento es hacerle creer a las clases oprimidas que el sistema capitalista es eterno y que no vale la pena luchar por derribarlo. Más que la ignorancia (que juega un papel importante), es el intento consciente, según la inigualable frase de Trotsky, “de cortarle las barbas a Marx”, es decir, en convertir la teoría de Marx y Engels en algo inofensivo, muerto, sin vida; en suprimir la esencia revolucionaria de Marx al suprimir el movimiento y el cambio revolucionario que son su conclusión teórica y práctica; se trata, en fin, de hacer de Marx un “Marx analítico”, es decir, un vulgar positivista sin conexión con las masas y con la práctica revolucionaria[8].
Es evidente que todos aquellos que basan sus privilegios en la renta, el interés y el beneficio, no pueden reconciliarse con una teoría que explica que el sistema social del que obtienen sus privilegios debe ser reemplazado por el control democrático de las fuerzas productivas por los trabajadores, si es que la humanidad no se ha de hundir en la barbarie. Son conscientes, y en ello tienen razón, de que el marxismo es un arma revolucionaria que, en un período de inestabilidad, de revoluciones y contrarrevoluciones como el actual, puede volver a ejercer una influencia de masas; no es sorprendente, pues, que le teman como a la peste y lo traten de sepultar bajo una “montaña de perros muertos” arrojados por sus acribas y sus políticos. Estamos convencidos de que la marea de la lucha de clases vuelve a soplar a favor de la teoría marxista —viento fresco que ya empieza a derribar la mitad de la “montaña”— como lo atestiguan los procesos abiertamente revolucionarios en América Latina y huelgas generales, sin precedentes desde los últimos veinte años, en Europa, incluso en países que eran supuestos modelos de estabilidad capitalista (Bélgica, Grecia, Italia, Francia, España, ...). Procesos que son indicadores de que los trabajadores intentaran una y otra vez “tomar el cielo por asalto”; la reciente reedición por editoriales comerciales de literatura marxista es un ejemplo menor; y finalmente, pero no menos importante, el hecho de que el margen de maniobra de todos los matices de reformismo de izquierda y de derecha, esté cada vez más reducido —por no hablar del keynesianismo, que como receta para combatir la crisis es ya, en general, un cartucho quemado—.
Capítulo I
Movimiento materia y teoría del conocimiento
a) movimiento único absoluto en la naturaleza
Todo fluye nada permanece.
Heráclito
La actividad es una propiedad esencial de la materia, pues esta es el sujeto de todas las modificaciones, llamadas movimientos espaciales, cambios, diferencias y diversidades, y lo es principalmente puesto que el reposo absoluto, con el que se construía el concepto de inactividad o inercia de la materia, ha sido destruido totalmente y desenmascarado como una vacua invención. Juan Toland, 1670-1722
“El movimiento en su sentido más general, concebido como modo de existencia, atributo inherente a la materia, abarca todos los cambios y procesos que se producen en el universo, desde el simple cambio de lugar hasta el pensamiento”[9]. Este es el punto de partida del materialismo dialéctico, el movimiento como único absoluto. Según los datos de la ciencia, la característica fundamental de la materia es el movimiento. Desde las partículas más pequeñas conocidas, los neutrinos, hasta las más grandes estructuras conocidas por el hombre, los supercúmulos de galaxias, se encuentran en un proceso de transformación constante. En el interior del núcleo atómico, según la llamada fuerza de intercambio de la física cuántica, los protones se convierten en neutrones y los neutrones en protones viajando a una velocidad de 1.500 metros por segundo; alrededor del núcleo, los electrones no solo describen un movimiento orbital sino que además giran sobre su propio eje (espín del electrón), movimiento que solo se puede detener destruyendo el electrón.
Las moléculas se encuentran en un equilibrio dinámico que aumenta o disminuye con el calor, en este caso, incluso en el cero absoluto de la escala Kelvin (-273° C), en donde se supone que la energía de las moléculas se reduce a cero, todavía queda algo de energía que no puede desaparecer[10]. La Tierra, que en tiempos medievales se creía el centro del universo y un ente inmutable, gira sobre su eje en 24 horas; el sol lo hace en 26 días y alrededor de la galaxia en 230 millones de años. Se supone que las galaxia y los cúmulos de galaxias tienen un movimiento similar.
Las estrellas nacen para consumir el hidrógeno, romper su equilibrio pulsante y explotar liberando la energía en forma de supernovas o colapsar en agujeros negros creando, como decía Carl Sagan, “polvo de estrellas”: material para estrellas y galaxias nuevas. En la superficie terrestre la tierra se mueve bajo nuestros pies, las placas tectónicas se comprimen y cambian de lugar; ríos y mares se convierten, en un lapso de millones de años, en desiertos, incluso, hace millones del años el polo norte se encontraba en el actual polo sur. La vida, por su parte, no es más que la asimilación, transformación y desecho de sustancias para mantener en equilibrio dinámico al organismo, es decir, para mantenerlo vivo.
En realidad la materia y el movimiento son relativos y no pueden ser separados metafísicamente; de hecho materia y movimiento son dos expresiones de un mismo fenómeno, como señala la teoría de la relatividad, son equivalentes. La famosa fórmula E=mc2 expresa toda la energía concentrada en el universo que se manifiesta en el brillo del sol, en la desintegración radioactiva y en la vida misma. Con el conocimiento actual, no se requieren nociones sobrenaturales, ni primer impulso, ni fuerzas misteriosas inmateriales, ni a la mano de dios para explicar el movimiento. La fuerza sobrenatural, que supuestamente impulsaba a la pecadora materia resultó ser, a fin de cuentas, la misma materia. Engels decía que: “El movimiento es el modo de existencia de la materia. Jamás y en ningún lugar ha habido materia sin movimiento, ni puede haberla (...) La materia sin movimiento es tan impensable como el movimiento sin materia”[11]. La teoría de la relatividad al determinar la equivalencia de materia y energía ha puesto una sólida base para esta tesis central del materialismo de Marx y Engels.
Las ciencias estudian los diferentes tipos de movimientos de la materia, desde el cambio de lugar (estudiado por la mecánica), hasta el pensamiento (estudiados por la medicina, psiquiatría y la psicología) y desde el pensamiento hasta la cosmología. Los procesos mecánicos, físicos, químicos, biológicos y sociales son diferentes tipos de movimientos estudiados por las principales ramas de la ciencia. Cada forma menos compleja de movimiento se convierte, en condiciones propicias, en una superior por medio de un salto dialéctico —así como la fricción mecánica se transforma en calor y el calor en electricidad y como la materia inorgánica se convierte en materia orgánica— . Un movimiento complejo contiene uno inferior como elemento subordinado —sin reducirse a él— así como las leyes sociales no anulan las leyes genéticas en el hombre y, al mismo tiempo, es estúpido y reaccionario explicar los fenómenos sociales como consecuencia de la genética. Por esta interacción y transformación dialéctica de los diferentes tipos de movimiento es posible tener una concepción general de los procesos que se dan en la naturaleza, la sociedad y el pensamiento sin reducirlos unos a otros y atendiendo a sus leyes específicas estudiadas por las ciencias particulares. La misma teoría del caos pretende tener una aplicación en una amplia gama de fenómenos y por ende, consistir en una interpretación del mundo (muy cercana como veremos al materialismo dialéctico).
Lo común en los diferentes campos de la ciencia es que todos ellos son casos específicos de movimiento y que, como veremos, se dan a través de la tensión dinámica entre fuerzas opuestas; que sus puntos de transición, en donde se convierten en otro tipo de fenómeno, resulta de la acumulación cuantitativa de algunos de sus aspectos y que, finalmente, el tipo precedente de movimiento es “negado” por el nuevo al mismo tiempo que se conserva subordinado a leyes diferentes.
b) Consideraciones sobre el concepto de materia y teoría del conocimiento
La crítica absoluta ha aprehendido de la Fenomenología de Hegel (..) el arte de convertir las cadenas reales y objetivas, existentes fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas sensibles, en puras luchas especulativas.
C. Marx, Federico Engels, La Sagrada familia
Es poco probable que pueda considerarse acertado un razonamiento como este: yo soy una cosa que piensa, luego soy pensamiento. O este otro: soy una cosa que entiende, luego soy entendimiento. Pues de la misma forma podría decir: soy una cosa que pasea, luego soy paseo. Por tanto, Descartes identifica (...) la cosa que entiende con la razón, que es la facultad de entender”.
Tomás Hobbes, 1588-1679
“Llamamos materialista a nuestra dialéctica”, nos dice Trotsky, “porque sus raíces no están en el cielo ni en las profundidades del libre albedrío, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. Lo consciente surgió de lo inconsciente, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de la nebulosa. En todos los jalones de esta escala de desarrollo, los cambios cuantitativos se transformaron en cualitativos. Nuestro pensamiento, incluso el pensamiento dialéctico, es solamente una de las formas de expresión de la materia cambiante. En este sistema no hay lugar ni para dios ni para el diablo, ni para el alma inmortal ni para leyes y normas morales eternas (..) posee en consecuencia un carácter profundamente materialista”[12].
En la filosofía marxista, materia no se reduce, como en los antiguos materialistas griegos, a alguna de las expresiones de la materia (aire, agua fuego, tierra, etc) o, como en los materialistas ilustrados, a una de las formas de movimiento de la materia (mecánica), sino que es una abstracción que expresa todo lo que existe independientemente de la subjetividad humana, se refiere pues a la naturaleza en sus infinitas expresiones: desde los neutrinos a los supercúmulos de galaxias y, aun, a las infinitas cualidades que no conocemos y sus infinitas formas de movimiento (Lenin). Es una abstracción, por tanto, que prescinde de las cualidades específicas de los objetos concretos y se refiere únicamente a su existencia fuera de la conciencia humana como una realidad objetiva. Es un concepto abierto porque no abarca nunca la totalidad de su objeto, por ser inabarcable, pero es absoluto porque expresa, al mismo tiempo, la infinitud del universo y el hecho de su existencia al margen de los procesos subjetivos[13].
A diferencia de los prejuicios poskantianos, el marxismo, junto con el pensamiento de Hegel, considera que no existe una muralla china entre el fenómeno y la cosa en sí o entre la percepción y el objeto percibido. Como decía Hegel: “la ley no se encuentra fuera o más allá del fenómeno, sino que le es directamente inmanente; el reino de las leyes es la tranquila imagen del mundo existente o fenoménico. O mejor dicho, el fenómeno y la ley forman una totalidad y el mundo quien, por sí mismo, constituye el reino de las leyes”[14]; conocemos la cosa en sí cuando la convertimos en cosa para nosotros o según Marx cuando además de contemplar la naturaleza, la transformamos. La transformación de la naturaleza es lo que nos convirtió en humanos; el hombre mismo es parte del mundo objetivo, de él surgió y en tanto ser social objetivo, es capaz de transformarlo.
La discusión sobre la existencia de la realidad material independientemente de la subjetividad humana ocupó un lugar especial en la polémica que tanto Marx como Engels (y posteriormente Lenin y Trotsky) sostuvieron con otras tendencias políticas y filosóficas alrededor del movimiento obrero y con las tendencias que se consideraban de izquierdas (tan solo hay que recordar La sagrada familia, La ideología alemana y Miseria de la filosofía). Esto no es casualidad; la postura filosófica sobre esta cuestión determina la manera en que se aborda y se interviene en la realidad objetiva en sus infinitos niveles. Si consideramos, por ejemplo, que las leyes del capitalismo son solo proyecciones de la subjetividad o, peor aún, que no existen tales leyes, no buscaremos la solución a los dilemas contemporáneos estudiando la dinámica del capitalismo para poder intervenir en ella, en tanto fuerza social objetiva para transformarla; al contrario, en tanto fenómeno en función de la categorías, buscaremos la solución dentro de la subjetividad misma, o en la intersubjetividad pura, en la introspección, en el arte per se, Dios, etc; nuestra no intervención sería una forma de intervención que alargaría la putrefacción de la sociedad capitalista con consecuencias desastrosas para la humanidad y la cultura. Es un hecho que la burguesía por una infinidad de medios (desde la destrucción del contrato colectivo y la promoción del contrato individual —conocida con el chillón eufemismo de “nueva cultura laboral”— hasta la literatura basura sobre superación personal), promueve en los trabajadores el individualismo, la introspección y el misticismo[15]. En esto, los miembros más inteligentes de la clase dominante tienen claro, como lo tienen claro los marxistas, que la fuerza de los trabajadores está en su acción colectiva. Si un médico no considerara el organismo de su paciente como algo material y regido por sus propias leyes, sería incapaz de entender el origen de la enfermedad y probablemente su no comprensión provocaría la muerte del paciente. De la misma manera, la difusión de dichos prejuicios en el movimiento obrero sería su declaración de muerte. Los dos fundadores del marxismo consideraban que cualquier error teórico, sobre todo en esta cuestión cardinal, se pagaba tarde o temprano en la práctica.
Por supuesto, el materialismo de Marx no era una petición de principio o una cuestión dogmática. El criterio que nos permite salir del solipsismo[16] típico de las filosofías subjetivistas es la práctica social. El conocimiento no es un proceso pasivo (encerrado en las universidades), sino la unidad dialéctica entre percepción, pensamiento y práctica. En este sentido discutiendo con el agnosticismo kantiano, Engels comentó “Ni en un solo caso, según la experiencia que poseemos hasta hoy, nos hemos visto obligados a llegar a la conclusión de que las percepciones sensoriales, científicamente controladas, originan en nuestro cerebro ideas del mundo exterior que difieran por su naturaleza de la realidad o de que entre el mundo exterior y las percepciones que nuestros sentidos nos transmiten de él, media una incompatibilidad innata. Pero al llegar aquí, se presenta el agnóstico neokantiano y nos dice: Sí, podremos tal vez percibir exactamente las propiedades de una cosa, pero nunca aprender la cosa en sí por medio de ningún proceso sensorial o discursivo. Esta cosa en sí cae más allá de nuestras posibilidades de conocimiento. A esto, ya hace mucho que contestó Hegel: desde el momento en que conocemos todas las propiedades de una cosa, conocemos también la cosa misma; solo queda en pie el hecho de que esta cosa existe fuera de nosotros, y en cuanto nuestros sentidos nos suministran este hecho, hemos aprehendido hasta el último residuo de la cosa en sí, la famosa e incognoscible Ding an sich de Kant. Hoy solo podemos añadir a eso que, en tiempos de Kant, el conocimiento que se tenía de las cosas naturales era lo bastante fragmentario como para poder sospechar detrás de cada una de ellas una misteriosa cosa en sí. Pero, de entonces a ahora, estas cosas inaprensibles han sido aprehendidas, analizadas y, más aún, reproducidas una tras otra por los gigantescos progresos de la ciencia”[17].
Sin esta comprobación práctica, comprendiéndose aquí a la práctica como práctica social, puesto que el hombre solo puede constituirse como tal, incluso constituirse como individuo aparentemente aislado (enajenado), y sobrevivir en tanto ser social; los juicios del razonamiento pueden elaborar una serie de deducciones lógicas, como la existencia de Dios, la independencia mística del pensamiento de la materia que piensa (el cerebro), incluso la incuestionabilidad del estado como rector moral (Descartes, Hegel), que aunque parezcan claras y distintas a la razón humana, no son correctas. En todo caso, la razón humana no es infalible y necesita comprobar sus deducciones fuera de sí misma. Como se ve, el pensamiento que funda su veracidad únicamente en la racionalidad (o irracionalidad) humana, no sale de sus propios límites y sigue siendo puramente subjetivo. Marx critica a los filósofos o a “estos metafísicos que con sus abstracciones creen que están haciendo análisis, y a medida que van alejándose de los objetos creen estar aproximándose a ellos más”[18].
De acuerdo con Marx y Engels, es posible salir del pantano solipsista del cual no han querido salir las modernas filosofías de moda; los siguientes dos ejemplos tal vez aclaren este punto: Cuando, gracias a los adelantos técnicos, el hombre percibió por primera vez una proteína, la percibió como fenómeno. De acuerdo con el escepticismo era imposible saber si la representación percibida correspondía a la cosa material que la producía, ni siquiera si existía tal cosa. Pero el hecho es que, de acuerdo a dicha representación y a la teoría química-biológica, se han reproducido proteínas en condiciones de laboratorio. Este simple hecho prueba más que mil argumentos escépticos, pues, estoy reproduciendo la cosa que produce la impresión subjetiva y probando que las hipótesis sobre su constitución corresponden al objeto que, para los escépticos, se suponía inaccesible. En tanto reproduzco la cosa en sí pruebo que esta existe independientemente de mi percepción. Y que entre el fenómeno (nuestra percepción del objeto) y el objeto percibido, no hay un abismo infranqueable. Que la objetividad del pensamiento se demuestra en la práctica. “Es en la práctica”, nos dice Marx, “donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”[19].
Cuando un sujeto, por ejemplo, decide arrojarse del último piso de un alto edificio matándose en el acto, un kantiano, si es consecuente, tendría que decir que las categorías a priori al organizar dicho fenómeno habrían matado de hecho al desafortunado sujeto. Lo que habría matado al suicida, según esto, no sería el suelo que en tanto cosa en sí se le habría estrellado en la cabeza, —puesto que aceptar este hecho es por lo menos aceptar que la cosa en sí tiene la propiedad de la dureza— sino las categorías que, al organizar los datos de la sensibilidad, así lo habrían legislado. Resultaría que las categorías nos podrían matar. Solo basta plantear ejemplos de la práctica real de los hombres para darse cuenta de los absurdos a los que nos lleva el escepticismo positivista.
¿No tendríamos que decir, en contra de la opinión kantiana, que en realidad fue la cosa en sí (el objeto como tal y la velocidad del sujeto independiente de nuestros conceptos) la que mato al suicida?
Si aceptamos esto, ¿no implicamos que podemos interactuar con la cosa en sí, mostrando que no es inaccesible, y en virtud de dicha interacción, probar las representaciones que tenemos acerca de ella?
¿No probamos que el cuerpo humano, al interactuar con la cosa en sí demuestra que también es objetivo (cosa en sí)?
¿No es verdad que el suicida comprobó con su cabeza, al romperse con el suelo, que las leyes científicas, cuando son correctas, reflejan cualidades reales del objeto? (aunque por supuesto nunca alcanzamos a acceder al objeto en su totalidad pues este es inagotable en sus determinaciones). Experimento que, por cierto, puede realizar el propio kantiano (lo cual no le recomendamos).
Con ello ¿no probaríamos que es la práctica individual y social la que en última instancia constituye el nexo entre nuestro conocimiento y la cosa en sí?
La experimentación y la práctica objetiva, sin embargo, son solo un elemento vital de una totalidad orgánica que incluye la observación empírica, el razonamiento humano, la generalización teórica y la inducción-deducción práctica. Esta totalidad orgánica es lo que llamamos método dialéctico del conocimiento (esta interacción es lo que lo diferencia del empirismo estrecho y el racionalismo idealista respectivamente y no digamos ya el irracionalismo posmoderno que ha renunciado a toda posibilidad de conocimiento racional). La investigación objetiva parte de la observación empírica bajo condiciones naturales, abstrae a partir de estas observaciones hipótesis de explicación que están formuladas a partir de las teorías, correctas o incorrectas, construidas por generaciones pasadas en su praxis social, somete a una prueba práctica dichas hipótesis reproduciendo artificialmente el fenómeno estudiado, o en su caso (como en las ciencias sociales) contrastando las perspectivas con el desarrollo efectivo, de acuerdo a la hipótesis planteada. El fracaso o el éxito de la práctica o predicción, permite, en el primer caso, descubrir que nuestra hipótesis era precipitada, basada en observaciones incorrectas, debido a la transposición de teorías que no son aplicables a todas las condiciones concretas, etc; en este caso el error aumenta el conocimiento, lo delimita; en el segundo caso el éxito permite afirmar que, dentro de ciertos límites, nuestra hipótesis es correcta, permite ampliar las teoría precedentes; es decir, aumenta el cúmulo de nuestros conocimientos. En todo caso al final de la investigación, ya sea que la hipótesis resulte correcta o falsa, no volvemos al punto de partida sino que nos encontramos en uno nuevo. En las investigaciones próximas tendremos un marco teórico ampliado que permitirá hacer inducciones o deducciones para explicar un fenómeno dado[20].
Este proceso de experimentación de científicos individuales, en el marco de ideas y herramientas sociales determinadas históricamente, va conformando la acumulación cuantitativa del conocimiento social (proceso cuantitativo llamado por Khunn, “periodos de ciencia normal”). En determinados puntos, en donde la praxis comienza a demostrar y acumular contradicciones entre sus resultados y la base teórica (paradigmas) desarrollada en el periodo anterior, se comienza a abrir un proceso de revolución científica, de transformación cualitativa que negará y conservará al mismo tiempo el periodo cuantitativo anterior que, a su vez, abrirá otro periodo de ciencia normal, en un proceso dialéctico, en espiral de conocimiento que nunca terminará mientras exista la humanidad[21].
El hombre, por lo tanto, conoce las determinaciones de lo material transformado e interactuando con la objetividad, tanto social como natural. En este proceso las ideas condicionan relativamente la intervención y al mismo tiempo se transforman por ella; el hombre no es solo un ser receptivo de la objetividad (como lo entendía en general Feuerbach y los materialistas anteriores a Marx) sino un ser receptivo activo y transformador de lo objetivo; es esta actividad la que nos saca del solipsismo, ya que dicha transformación no se da en el terreno inmaculado de las ideas puras o la subjetividad pura sino en su praxis objetiva y al mismo tiempo objetivadora (porque transforma lo objetivo).
Una objeción bastante popular al materialismo marxista es la idea de que con el concepto de materia se instituye, como nuevo objeto de fe, un nuevo Dios; se cree, en efecto, que cuando Engels habla de materia está realizando un simple juego de manos, una sustitución de términos equivalentes, producto de la contaminación del materialismo burgués, un mito pseudofilosófico. Así Dussel argumenta que: “Engels (...) en su Dialéctica de la naturaleza (...) la materia deviene una masa infinita, eterna, retornante sin fin sobre sí misma, de donde emerge todo, donde se funden el hombre y la historia. No hay así una concepción socio-histórica de la materia (véase 3.3), sino una interpretación material de la historia. El panteísmo de la Materia tiene la misma lógica que el de la Idea. En ambos casos, sea la Materia o la Idea, todo es uno, idéntico, fundamento de toda diferencia. La Materia es el principio necesario de todo lo que acontece. Lejos de ser atea esta posición es en realidad un nuevo fetichismo. Es ateo del deísmo, pero panteísta de la Totalidad material”[22].
Esta objeción al materialismo, en esencia, no es nueva; ya hace más de 250 años el obispo Berkeley la usó como arma ideológica en defensa del feudalismo caduco y contra los ilustrados burgueses[23]. El materialismo anterior a Marx, —el materialismo burgués y el de Ludwig Feuerbach[24]— del cual Marx partió para negar y superar dialécticamente a Hegel, coincide con el materialismo dialéctico en la convicción de la existencia de la realidad objetiva de la cual proceden, en última instancia, la vida y el pensamiento; pero hay diferencias cualitativas por las cuales no se pueden confundir. el materialismo de Marx no es un materialismo puramente receptivo-contemplativo sino transformador, dialéctico y no solo naturalista, erudito, sino histórico; por ello, el ateísmo de Marx y Engels, su lucha contra el opio religioso, no se concibe como una lucha contra la ignorancia y estupidez del pueblo o como un acto de salvación individual de los dogmas modernos (Nietzsche), sino una lucha contra el sometimiento del destino de los oprimidos a la anarquía capitalista de la cual el sentimiento religioso no es más que su reflejo impotente y, en cierto sentido, una forma de protesta contra un mundo inhumano. El hecho de que para Marx la materia sea objeto de transformación por la actividad humana no niega su materialismo, por el contrario, lo reafirma como un materialismo consecuente porque es en su actividad donde el hombre se percata de las leyes objetivas sociales y naturales.
Parece que contra lo que reacciona el profesor Dussel es contra el materialismo mecanicista antidialéctico, en ello estamos de acuerdo, pero Dussel “tira el agua sucia con el niño”. En primer lugar las propiedades de la materia no dependen de la concepción históricamente determinada que se tenga al respecto (de “su concepción socio-histórica”). Lo que sí se desarrolla sociohistóricamente es el concepto de materia; pero solo un hegeliano confundiría la concepción socio-histórica del objeto material —desentrañado en un proceso infinito por la intersubjetividad humana (en su praxis objetiva y transformadora)— con la materia, la realidad objetiva, que tiene su desarrollo dialéctico, objetivo, independiente de su concepción subjetiva. En segundo lugar la materia no es un pseudónimo de Dios, porque materia se refiere a lo existente independientemente del pensamiento, que no está más allá de la naturaleza, ni por encima de ella (el concepto de Dios implica un ser determinante y creador más allá del mundo material); el llamar panteísmo a la materia, por otro lado, esta fuera de lugar: el materialismo dialéctico no convierte a la naturaleza en Dios; la naturaleza no es un ser con voluntad propia, su desarrollo radica en leyes ciegas que pueden ser utilizadas y manipuladas por el hombre (la libertad es el conocimiento de la necesidad para transformar la realidad).
La voluntad y la subjetividad surgen de la materia solo en condiciones determinadas y excepcionales; atribuir voluntad a la materia es proyectar una cualidad humana a la naturaleza, esto no tiene nada que ver con el marxismo, sino con el pensamiento mágico y el animismo (la semilla y la prehistoria de la religión).
Para el religioso todo lo que está más allá del pensamiento del hombre, y de la naturaleza, no puede ser más que Dios o por el contrario solo queda el escepticismo e irracionalismo decadente; para el materialista no hay nada más allá de la naturaleza. No cae en la falsa disyuntiva del idealista. Pensamiento y materia son las abstracciones más generales que abarcan a la realidad, materia es lo primario porque hasta ahora nunca se ha visto a un pensamiento sin cerebro. El pensamiento del hombre es, además reflejo dialéctico no solo de la naturaleza sino de su ser social. Para el religioso Dios es el principio, idéntico a sí mismo y, sobre todo, por encima de la realidad; para el materialista, materia es el principio y fundamento, por eso Engels habla de la materia como lo absoluto (en el sentido de que no depende del pensamiento), pero es idéntico a la naturaleza en su infinito despliegue y desarrollo dialéctico.
Quien no capta la diferencia, no capta el problema fundamental de la historia de la filosofía, la diferencia cualitativa entre materialista e idealista expresado con infinitos matices a lo largo de la historia: entre Demócrito y Platón, entre Lucrecio y Cicerón, entre Averroes y Tomas de Aquino, entre Marx y Hegel, etc., etc.). Creer que la naturaleza existe independientemente de las ideas del hombre, que la mente humana no es más que el producto maravilloso de la materia altamente organizada y, en nuestros días, que el capitalismo tiene una dinámica objetiva, que solo comprendiendo las leyes materiales se puede intervenir exitosamente en la realidad, eso, profesor Dussel, es ser materialista. No hay nada mejor para fundamentar el materialismo moderno (el materialismo de Marx) que la ciencia moderna y las revoluciones sociales.
Para concluir este punto podemos agregar que desde que Engels escribió Dialéctica de la Naturaleza se ha comprobado, más allá de toda duda, que la cosa en sí o la materia (el universo) existía antes de que existieran hombres que anduvieran por ahí con sus categorías o subjetividad (ya sea individual o colectiva) para percibirla o incluso antes de que hubiera hombre transformador de la materia. Que el hombre y sus categorías proceden de la evolución de la naturaleza en vida, de la vida en conciencia y de la conciencia animal en conciencia social. Esto, por supuesto, está en contradicción con el pensamiento religioso y la teología, pero que le vamos a hacer, como gustan decir los positivistas, “los hechos son los hechos”[25]. Por supuesto que nosotros preferimos retomar estos conocimientos, antes que la escolástica positivista.
Capítulo II La teoría de la relatividad y el materialismo dialéctico
Introducción
Para la concepción del mundo marxista no hay que buscar la explicación de los fenómenos naturales y sociales fuera de la naturaleza y de las relaciones sociales objetivas. El mundo es concebido como una serie de procesos que se relacionan y se transforman recíprocamente. Una razón concluyente por la que no hay que buscar fuerzas externas que expliquen los fenómenos que se dan en la naturaleza radica en la equivalencia de materia y energía, expresada en la famosa fórmula de Einstein, E=mc2. La mecánica clásica, refutada filosóficamente ya hace bastante tiempo por Hegel, Marx y Engels, explica el movimiento de un sistema en función de una fuerza inercial externa; esto sugería la conclusión, al llevarse esta teoría más allá de sus límites, de que en la intervención divina o en la mano de Dios se encontraba la fuerza o el primer impulso que, como en un mecanismo de relojería, “daba cuerda” al universo; “Dios”, nos dice Einstein con respecto a esta visión reductivista, “creó las leyes de movimiento de Newton, junto con las necesarias masas y fuerzas”[26]. Para Descartes, por ejemplo, la máquina humana era puesta en movimiento por su unidad divina con el alma y para Newton el primer impulso había puesto la fuerza tangencial necesaria para que los planetas siguieran sus órbitas alrededor del sol. En última instancia este punto de vista radica en la separación absoluta entre energía y materia. La materia por sí misma era vista como un ser pasivo y a la energía como el elemento activo exterior a la materia. Una de las ideas básicas del materialismo dialéctico es la relación intrínseca entre materia y energía, tiempo y espacio.
Como explica Einstein: “la Mecánica clásica daba resultados fiables siempre que fuese aplicada a movimientos en los cuales las derivadas superiores de la velocidad respecto al tiempo son despreciables.”[27]. La teoría de la relatividad de Einstein vino a poner a la mecánica newtoniana[28] y a la geometría euclidiana[29] dentro de sus campos de manifestación específicos determinados en función de los límites cuantitativos de la velocidad de la luz, más allá de los cuales se da el salto cualitativo de las leyes de Newton a las leyes de Einstein; estas leyes muestran la unidad dialéctica entre energía, materia, espacio y tiempo. El primer paso en esta dirección fue la teoría electromagnética de Maxwell[30] y Faraday[31], que abría la primera brecha en el principio de relatividad de Galileo, que afirma que las leyes físicas permanecen inmutables independientemente del sistema de referencia. En el electromagnetismo, en efecto, el campo magnético de una corriente eléctrica influye en una partícula cargada dependiendo de sus movimientos relativos. Por primera vez se mostraba que las leyes físicas podían modificarse según la relatividad de los movimientos de un sistema. El éter como punto de referencia eterno e inmutable ya no era necesario; la luz no requería de un medio fantasmal e imponderable (éter) para viajar (base para la importancia que la velocidad de la luz tiene en la teoría de Einstein). E. Lorenz, en base a la teoría electromagnética, estableció las ecuaciones para dejar invariantes las fórmulas de Maxwell al pasar de un sistema de referencia a otro, pero aceptando que la realidad física del tiempo se transformaba con el sistema de referencia. Esto significó una ruptura radical con las leyes de Galileo y de Newton. La teoría cuántica de la materia de Max Planck, por su parte, sirvió de base para el descubrimiento de la unidad materia-energía y la teoría del carácter contradictorio (dialéctico: partícula-onda) del desplazamiento de la luz. El conocimiento más profundo de estos fenómenos ha permitido abrir una fuente potencial inagotable de energía para la humanidad —hecho expresado de manera trágica en Nagasaki— , y que pone sobre la mesa, la tarea cada vez más urgente de planificar racionalmente esas potencialidades en beneficio de la humanidad, tarea que choca frontalmente con la propiedad privada y la sociedad capitalista.
a) Teoría especial de la relatividad (unidad dialéctica materia y energía)
La materia lleva implícita la fuerza motriz que la anima y es causa directa de todas las leyes de movimiento.
Julián Offroy de La Mettrie, 1709-1751
La teoría de la relatividad especial se basa en los siguientes supuestos comprobados experimentalmente:
“1) Constancia de la velocidad de la luz.
2) Independencia de las leyes (y en especial, por tanto, también de la ley de la constancia de la velocidad de la luz) con respecto a la elección de un sistema inercial “principio de la relatividad especial)”[32].
El descubrimiento de Maxwell de los procesos no simultáneos —que no existe simultaneidad entre procesos distantes, de la relatividad del tiempo en la teoría electromagnética— tiró por la borda la concepción de un tiempo y espacio absoluto (simultáneo en todas las partes del universo, independientemente del movimiento material y las relaciones espaciales) de la teoría newtoniana[33]. Hacía falta un nuevo criterio para medir el tiempo de acuerdo con las relaciones espaciales y de movimiento material; la base de este nuevo criterio la encontró Einstein en la velocidad de la luz, una constante universal que no cambia, independientemente del movimiento del sistema material emisor o receptor de luz; la velocidad de un cuerpo no acelera la velocidad de la luz que se mantiene siempre constante. Además la relación que establecieron Maxwell y Lorenz entre la materia y el campo gravitacional y magnético, implicaba una relación entre inercia (movimiento) y masa, es decir una relación entre materia y energía que anteriormente eran vistos como fenómenos independientes.
La mecánica clásica considera que la masa de un cuerpo es independiente de su velocidad, pero según la teoría especial de la relatividad, existe una relación entre masa y velocidad. De hecho, cuando un piloto viaja en un automóvil gana masa en una fracción infinitesimal; (aumenta una diez mil millonésima parte del 1%). En la vida diaria, los efectos de este fenómeno se pueden ignorar “si un objeto se mueve con una velocidad menor a 100 millas por segundo, la masa es constante dentro de una margen de una millonésima parte”[34]. Pero cuando estamos hablando de velocidades 100 veces superiores se da el salto cualitativo en donde los efectos de la relatividad son decisivos “un electrón gana masa cuando se mueve a 9/10 partes de la velocidad de la luz (...) la ganancia es 31/6 veces, exactamente la predicha por la teoría de Einstein. (...) Los electrones surgen de un poderoso acelerador de partículas 40.000 veces más pesados que al principio, la masa extra representa la energía del movimiento”[35]. De acuerdo con esto, si un cuerpo superase la velocidad de la luz la masa del cuerpo tendería al infinito. Además, la longitud de los cuerpos está en relación con su velocidad, a medida que la velocidad aumenta y se acerca a la velocidad de la luz la longitud de los cuerpos disminuye. Aquí, como podemos observar, las cualidades de la materia (masas y longitudes) están en función de la cantidad de movimiento en donde más allá de cierto punto se da el salto que transforma las cualidades del objeto; ésta es, precisamente, una relación dialéctica.
En palabras de Einstein, uno de los conceptos básicos de la teoría especial de la relatividad consiste en que “La masa inercial de un sistema aislado es idéntica a su energía, de manera que la masa, en tanto que concepto independiente queda eliminada”[36]. Ésta es la relación entre masa y energía que, expresada en la célebre formula E=mc2, “representa la enorme cantidad de energía encerrada en el átomo. Ésta es la fuente de toda la energía encerrada en el universo. La letra E representa la energía (en ergs), m representa la masa (en gramos) y c es la velocidad de la luz (en centímetros por segundo). El valor real de c2 es 900 millones de billones. Es decir, que la conversión de un gramo de energía encerrada en la materia produciría la asombrosa cantidad de 900 millones de billones ergs. Para dar un ejemplo concreto de lo que esto representa, la energía concentrada en un solo gramo de materia equivale a la producida al quemar 2.000 toneladas de gasolina”[37].
La energía que explica en última instancia desde la desintegración radioactiva hasta el resplandor del sol se encontró, no fuera de la pecadora materia, sino dentro de la misma materia. Con la teoría de la relatividad no hay necesidad de buscar la energía de la naturaleza fuera de la naturaleza. Y no solo eso, en determinadas condiciones la materia se transforma en energía y la energía en materia. La transformación de la materia en energía, sin embargo, no significa la desaparición de la materia. La energía no es más que otra forma de existencia de la materia y lo que llamamos materia (o masa), no es más que energía congelada o en reposo relativo. Si bien se considera a los fotones como cuantos de energía pura carentes de masa, el que la luz se desvíe por la influencia gravitacional revela su carácter material. La energía no es algo independiente de la materia, la energía se transporta por cuantos o portadores, (el mismo término portador puede llevar a confusiones, puesto que sugiere la idea de que la materia porta algo externo a ella). Así, cuando una masa de plutonio o uranio libera su energía en forma de explosión atómica, la energía liberada no es más que los rayos gamma, los neutrones y otros elementos del átomo —otra forma de existencia de la materia— . En este proceso, que se da tanto en las entrañas del Sol, como en las bombas homicidas, el átomo desparece como átomo, pero la materia no desaparece, solo cambia a una forma más dinámica de existencia.
El proceso inverso también se da. La energía se transforma en materia: “Los científicos descubrieron en un experimento, que los rayos gamma podían producir partículas atómicas, transformando la energía de la luz en materia. También se descubrió que la energía mínima para producir una partícula depende de su energía en reposo, tal y como había predicho Einstein. De hecho no se producía una, sino dos partículas: una partícula y su opuesto, la antipartícula. En el experimento de los rayos gamma tenemos un electrón y un antielectrón (positrón). Igualmente se produce el proceso contrario, cuando un electrón se encuentra con un positrón se aniquilan mutuamente produciendo rayos gamma”[38]. La energía y la materia no solo están en unidad dialéctica, sino que cuando se da su mutua transformación, el resultado se da también en pares contrarios. Las investigaciones de Einstein pusieron las bases para la teoría cuántica, que explica que el movimiento de las “partículas elementales” es contradictorio: éstas se comportan al mismo tiempo como onda y como partícula, además, la teoría de Einstein posibilitó la comprensión de la transformación de la materia
La vieja y unilateral ley de Lavoissier[39] fue superada y conservada al mismo tiempo. La conservación de la masa solo expresa un lado de la ecuación que dejaba abiertas las puertas para que la energía viniera desde fuera de la materia (aunque ésta última fuera indestructible). En realidad, no solo la materia es indestructible, sino que la energía se conserva y procede de sus entrañas. La ley más profunda y compleja es la “conservación de la masa y la energía” de tal manera que la suma de estos dos aspectos inseparables y en relación dialéctica, se mantiene siempre constante; no se puede crear ni destruir ni un solo gramo de materia-energía. La materia no fue creada por Dios y la fuente de todos los infinitos procesos que acaecen en el universo se expresa en la sencilla formula E=mc2. “El movimiento es por tanto”, nos decía Engels hace casi 150 años, “tan increable y tan indestructible como la materia misma”[40]. Parece que la teoría de la relatividad le ha dado la razón a Engels
b) Teoría general de la relatividad (unidad dialéctica, materia, espacio y tiempo)
La teoría especial de la relatividad no considera la fuerza de gravedad, porque sus marcos de aplicación están en el mundo subatómico donde la gravedad no es un factor decisivo. Sin embargo a medida que vamos considerando niveles relativamente más grandes que el mundo subatómico, se da el salto cualitativo en donde la gravedad (en el mundo de los cuerpos de “tamaño normal” y el espacio) es el fenómeno que ocupa el primer plano subordinando, como fenómeno secundario, a lo estudiado por la teoría especial de la relatividad; es en este último caso, cuando los efectos de la gravedad son decisivos, es en donde la leyes de Newton comienzan a aplicarse, pero ya como un caso especial de la teoría general de la relatividad.
Esta teoría, que trata con enormes fuerzas gravitatorias como las que se presentan en el espacio, pone en relación recíproca (dialéctica) al espacio, al tiempo y a la materia que en la antigua concepción se consideraban fenómenos independientes y absolutos. Se creía, en efecto, que el espacio era un vacío al estilo de las abstractas y rígidas figuras euclidianas, un vacío en donde la materia podía o no alojarse, conservándose físicamente indiferente de la materia o de su ausencia; el tiempo por su parte, era una especia de flujo independiente del movimiento de la materia, de acuerdo con esto podía existir tiempo sin materia. Estas ideas estaban en concordancia con la visión mecanicista de la naturaleza, cuyos fenómenos no eran más que el resultado de la suma de las partes existentes independientemente del todo, una especia de emplasto o superposición puramente cuantitativa de diferentes elementos. “Los profanos en matemáticas se sienten sobrecogidos de misterioso espanto al oír hablar de cosas cuatridimensionales, parecido al que sienten al pensar en fantasmas”, nos dice Einstein. “Y sin embargo, no hay tesis más vulgar que aquella según la cual el mundo en que vivimos es un continuo espacio temporal de cuatro dimensiones”[41]. La teoría de Einstein ha venido a tirar por la borda esta rígida concepción; ahora, tiempo, espacio y movimiento son parte orgánica de la naturaleza en función del movimiento y las características de la materia —por ello la referencia a un universo cuatridimensional—.
“Según la teoría general de la relatividad, las propiedades geométricas del espacio no son independientes, sino que están determinadas por la materia”. Nos dice el mismo Einstein: “De suerte que no podemos sacar conclusiones acerca de la estructura geométrica del universo, sino fundando nuestras consideraciones en el estado de la materia como algo que conocemos”[42]. La geometría del espacio está determinada por la materia que contiene; de hecho, bajo efectos gravitatorios enormes el espacio se curva (como en la periferia de un agujero negro). Las bellas figuras de Euclides, que tanto han entusiasmado a los idealistas, son prácticamente imposibles, porque la gravedad tiene influjo sobre la geometría del espacio y este se curva. “Esta geometría cuatridimensional trata con superficies curvadas (el espacio-tiempo curvo). Aquí, los ángulos de un triángulo pueden no sumar 180 grados y las líneas paralelas pueden cruzarse o divergir”[43]. Aquí entramos en un campo donde las tranquilizadoras leyes de la lógica formal ya no se aplican.
El hecho de que el espacio se curve no significa en absoluto que “la nada se curve”. La curvatura espacio-temporal manifiesta la indisoluble unidad de la materia, el espacio y el tiempo. No existe el espacio absolutamente vacío (tal como lo había intuido Descartes). El espacio aparentemente vacío esta repleto de plasma y de campos magnéticos, el vacío generado en laboratorio solo es un vacío relativo, ya que aún quedarán varios millones de moléculas, cada segundo ese espacio es atravesado, entre otras micropartículas, por millones de neutrinos (estos elementos evanescentes son capaces de atravesar una barrera de plomo de un kilómetro de espesor). Esto no quiere decir que el espacio no exista, sino que expresa una relación entre un tipo de materia y otra con menor densidad. “La cuestión es que es imposible concebir espacio sin materia. Es una unidad inseparable. Lo que estamos considerando es una relación determinada del espacio con la materia. El uno no puede existir sin el otro. Un vacío total no es nada. Pero lo mismo es la materia sin fronteras. Por lo tanto, espacio y materia son opuestos que se presuponen, definen y limitan el uno al otro y que no pueden existir el uno sin el otro”[44].
Además de poner en relación el espacio con la materia, la teoría de la relatividad pone en relación el tiempo con el tipo de movimiento del sistema material estudiado. “Todo cuerpo de referencia (sistema de coordenadas) tiene su tiempo particular; la especificación de un tiempo solo tiene sentido cuando se indica el cuerpo de referencia al cual hace relación dicha especificación. Antes de la teoría de la relatividad, la física supuso siempre, tácitamente, que el significado de los datos materiales era absoluto, es decir, independiente del estado de movimiento del cuerpo de referencia”[45].
En primer lugar hay que señalar que el tiempo no se considera como una categoría a priori del sujeto, ni tampoco una constante absoluta independiente de la materia. Aquí el tiempo se hace depender del movimiento material, no hay tiempo sin materia y en tanto, como ya vimos, la materia es inconcebible sin el movimiento —además de que la materia tiene infinitas formas de movimiento— , se entiende que el tiempo y su noción cambiará en función del tipo de movimiento. “El concepto de tiempo variará según el marco de referencia. Un año en la tierra no es lo mismo que un año en Júpiter. Ni tampoco la idea de tiempo y espacio es la misma para un ser humano y para un mosquito, con una vida de unos pocos días, o para una partícula subatómica con una vida de una billonésima parte de un segundo (asumiendo, por supuesto, que estas entidades pudieran tener algún tipo de concepto). A lo que nos estamos refiriendo es a la manera que se percibe el tiempo en diferentes contextos, (...) los métodos normales de medición no se pueden aplicar a la vida de las partículas subatómicas como al tiempo geológico”[46].
Los experimentos han demostrado, por ejemplo, que la vida de los mesones (partículas subatómicas cuya vida media es de 10–6 segundos que se mueven rápidamente) es decenas y hasta cientos de veces superior en un acelerador de partículas. El tiempo o la duración de los procesos aumenta conforme aumenta la velocidad del sistema. La duración de los procesos está también relacionado con la gravedad. Los relojes atómicos son más lentos situados donde la gravedad es mayor. “Un reloj atómico volando a 30.000 pies de altura gana tres mil millonésimas de segundo en una hora. Esto confirma la predicción de Einstein con un margen de error del uno por ciento”[47]. Todo movimiento es movimiento con respecto a otros cuerpos; es inconcebible el movimiento de algo sin referirlo a su relación espacial con otro objeto, estas relaciones son las que determinan las cualidades de la cosa. Tal como Hegel había explicado: “La cosa es en si misma, pero también es en sí misma porque es para otro, en tanto que esos otros objetos determinan a la cosa y la hacen ser lo que es; la diferenciación de los distintos aspectos de la cosa que se creía en sí, son momentos que hacen de la cosa lo que es. Así, la cosa es en sí misma, porque las propiedades le pertenecen, y no lo es porque la delimitación con lo otro la muestra diferente y por ello única”.
El tiempo es, entonces, una expresión del movimiento, su noción implica el conocimiento y generalización de muchas formas de movimiento particulares reducidas a su expresión general, encarnada en un movimiento particular usado como patrón de medida. De la misma forma que el dinero es la expresión de valor de todas las mercancías particulares, y así como el valor en general surge de la relación entre las mercancías particulares, el tiempo es una expresión entre el movimiento relativo de los cuerpos cuya objetividad radica en que la interacción relativa entre estos, por medio de la velocidad de la luz, determina el tiempo (movimiento) específico. A diferencia de lo que creía Kant, el tiempo no es una cualidad subjetiva y absoluta, constituyente del fenómeno (tal como Kant entendía fenómeno), sino una característica objetiva del universo reflejada y medida por el cerebro del hombre.
c) Teoría de la relatividad. ¿Materialismo o idealismo?
Por estas interrelaciones entre los objetos, los eventos que pueden ser simultáneos en un marco de referencia (por ejemplo dos explosiones simultáneas en vagones diferentes de un tren) no lo son con respecto a otro marco de referencia (por ejemplo un receptor de luz que está fijo a las vías del tren). Esto no quiere decir que en la teoría de la relatividad todo sea relativo. O que una cosa sea tan buena como la otra y se pueda decir cualquier barbaridad. Los marcos de referencia están determinados por los métodos de Lorentz[48], que tienen entre sus absolutos la velocidad de la luz y la energía en reposo. Muchos intérpretes han sacado la conclusión de que la teoría de la relatividad afirma que el tiempo y el espacio son fenómenos subjetivos (puesto que no hay tiempo ni espacio absolutos) del hecho de que el tiempo y el espacio dependen del movimiento de un sistema material; así en las explicaciones vulgares se nos dice que: “Einstein establece que tiempo y espacio no significan nada fuera de lo que un observador percibe o mide: cada observador transporta su propio espacio y su propio tiempo” (Enciclopedia Salvat). De esta manera se nos quiere afirmar que la teoría de la relatividad postula que el espacio y el tiempo no son fenómenos objetivos sino proyecciones del sujeto.
Estas interpretaciones, que fueron rechazadas por el mismo Einstein en su madurez, se vieron reforzadas por la postura filosófica que Einstein mantuvo durante su juventud como admirador del físico y filósofo Ernest Mach (uno de los fundadores del neopositivismo), postura que permea en sus primeros escritos, donde explica popularmente su teoría. Según esta corriente, las sensaciones son la única realidad y las teorías solo formas lógicas y económicas de organizar los datos de la experiencia, que nada tienen que ver con los objetos en sí (o al menos es imposible saberlo). Así en La relatividad: teoría especial y general, Einstein escribió: “Tenemos la costumbre de designar con la palabra verdadero la correspondencia con un objeto real; y la geometría no tiene nada que ver con la relación de la ideas con los objetos que conocemos por la experiencia; sino que se interesa únicamente por la coherencia de esas ideas entre sí”[49].
En las posturas filosóficas del joven Einstein se apoyaron los intérpretes idealistas de su teoría. Hay que señalar que el mismo Einstein, junto con muchos otros científicos eminentes como Max Planck, Ludwig Boltzman, Louis de Broglie, Erwin Schrödinger, entre otros, se opusieron a la interpretación idealista de la física (fundamentalmente a la corriente de Copenhague, encabezada por el físico alemán Werner Heisenberg), que increíblemente afirmaba que ¡las propiedades materiales solo aparecen en el acto mismo de la medición!. “Es un hecho interesante”, nos dice Karl Popper, que no era precisamente un marxista, “que el propio Einstein fue durante años un positivista y operacionalista dogmático. Más tarde rechazó esta interpretación: en 1950 me dijo que de todos los errores que había cometido, del que más se lamentaba era de Gobierno. El error asumía una forma realmente seria en su popular libro, Relatividad; la teoría especial y general”[50].
El mismo Einstein afirmó, con respecto a la posición positivista respecto a la realidad material, que “la aversión de estos investigadores hacia la teoría atómica”, (relacionada con el hecho de que Planck, según Einstein había comprobado la realidad material —indepediente del observador— del átomo), “hay que atribuirla sin duda a su actitud filosófica positivista, lo cual constituye un interesante ejemplo de que incluso investigadores de espíritu audaz y fino instinto pueden verse estorbados por prejuicios filosóficos a la hora de interpretar los hechos”[51]. Así, mientras que en sus primero escritos las posturas idealistas de Einstein se mezclaban con conclusiones materialistas (por ejemplo cuando dice que el tiempo y el espacio dependen del movimiento material), ya en su autobiografía Einstein señala, sin lugar a dudas, que el tiempo y el espacio no dependen del observador (aunque los métodos e instrumentos de medición sí contienen un elemento subjetivo), que no son convenciones lógicas, sino hechos reales; en sus propias palabras “La física es un esfuerzo por aprehender conceptualmente la realidad como algo que se considera independiente del ser percibido. En este sentido se habla de lo físicamente real” (....) “Mi opinión es que la actual teoría cuántica, con ciertos conceptos básicos que en esencia están tomados de la mecánica clásica, representa una formulación óptima del estado de las cosas”[52].
Este punto, la aceptación de Einstein de la realidad material independientemente de la percepción, es lo esencial en su alejamiento del positivismo lógico; debemos recordar que el “Círculo de Viena” (Carnap y Neurat), que enunció los principios clásicos del positivismo lógico, tenía como misión esencial erradicar de la ciencia toda metafísica[53], es decir, toda afirmación que vaya más allá del lenguaje; toda afirmación cuyo contenido implique la existencia de algo más allá del sujeto que percibe, más allá de toda experiencia; reduciendo la filosofía al estudio lógico del lenguaje; en palabras de Carnap: “La verdad es que rechazamos la tesis de la realidad del mundo físico, pero no la rechazamos como falsa sino como carente de sentido y que su antítesis idealista se halla sujeta al mismo rechazo”[54].
Einstein se distanció, además, del empirismo vulgar (otra característica del positivismo lógico) al comprender el papel activo del pensamiento, incluida la libre especulación, al interpretar los hechos. “El prejuicio” dice Einstein “consiste en creer que los hechos, sin libre construcción conceptual, pueden y deben proporcionar conocimiento científico”[55]. Como ya habían afirmado Engels y Marx (Grundrisse): “Sin pensamiento teórico no se puede relacionar entre sí dos hechos naturales, ni entender el vínculo que existe entre ellos”[56]. Es este pensamiento teórico el que nos permite ir más allá de lo concreto y al mismo tiempo entender lo concreto en sus múltiples determinaciones, sin la generalización, la práctica se vuelve ciega, la investigación se convierte en una búsqueda en una caverna obscura dando tumbos a cada paso porque los objetos se nos presentan por primera vez, aisladamente, como las rígidas formas platónicas. En realidad el positivista, que se cree muy realista, solo opera con abstracciones vacías (esta mesa, ese gato, ese fenómeno, es decir, ese hecho atómico), no solo en la explicación de los hechos, sino en la teoría del conocimiento (separación absoluta entre síntesis y análisis, experiencia y teoría, etc.) y se postra ante los hechos consumados sin saber explicarlos. Es esta impotencia de explicar los hechos e intervenir en ellos, sobre todo en el campo social, lo que lleva a estos realistas a buscar salidas en supuestas leyes morales eternas (liberalismo) o en la introspección mística y el nihilismo[57].
Quizá Einstein exageró el papel independiente del pensamiento en la génesis de las teorías, al señalar que entre la experiencia y la génesis de los conceptos científicos más complejos no había un nexo, —quizá por considerar correctamente que el conocimiento científico no puede surgir de la experiencia simplemente individual— , además de subrayar insistentemente el carácter lógico formal que deben tener las teorías científicas (cerrando aparentemente la posibilidad de otros tipos de lógicas no lineales). No obstante, Einstein insistía en que la corrección de una teoría se verifica con la experiencia y su aplicación a la realidad, concebía lo empíricamente determinable como “una magnitud ciertamente real”[58], es decir, no en el sentido positivista. Además aclaró que ninguna teoría, en especial la suya, puede tener un carácter absoluto, sino debe verse como una aproximación a la realidad, que con el tiempo será rechazada o complementada en situaciones aún desconocidas (lo que al mismo tiempo debería abrir la posibilidad de otros tipos de lógica). El conocimiento es un proceso infinito de aproximaciones sucesivas a la verdad, en donde, como decía Lenin “el pensamiento humano se hace indefinidamente más profundo, del fenómeno a la esencia, de la esencia de primer orden, por así decirlo, a la esencia de segundo orden, y así hasta el infinito”[59], proceso contradictorio que nunca llegará hasta el final porque cada horizonte alcanzado abre otro nuevo.
Por supuesto que la postura filosófica de Einstein, postura que se acercó en puntos importantes al marxismo, no es argumento para decidir las implicaciones filosóficas de su teoría. Sin embargo es su teoría la que nos da elementos para fundamentar una postura filosófica. Por ello es necesario insistir en que esta teoría implica la existencia de una realidad orgánica cuatridimensional, compuesta por sus tres dimensiones, el tiempo como la cuarta dimensión y al espacio, ligados íntimamente con la materia, independientemente de que por ahí se encuentre un sujeto con “categorías económicas”. Es la teoría de Einstein, relacionada con el famoso efecto Doppler[60], la que nos señaló que las estrellas que vemos en el cielo nocturno son fenómenos que existieron en el pasado, mucho antes de que hubiera vida y, mucho menos, sujetos con categorías. Es esta teoría la que nos ha permitido medir escalas de tiempo gigantescas en virtud de la descomposición radioactiva, testimonio de que la naturaleza material precede a la vida. Es esta teoría la que fundamenta las hipótesis sobre el nacimiento de soles y galaxias. No cabe duda que todos estos fenómenos existen independientemente de la subjetividad humana (a menos que alguien crea que en una supernova pueda sobrevivir algún hipotético observador que haga posible el fenómeno). El hecho de que el tiempo y el espacio no sean absolutos, no significa que sean subjetivos, la relatividad del tiempo y el espacio se refiere al movimiento, las características y las relaciones de los objetos materiales no a la subjetividad (disfrazada en las vulgarizaciones como “punto de vista del observador”). Además, como ya vimos, esta teoría implica una relación dialéctica entre materia, espacio y tiempo, además, de poner en la materia la fuente última de la energía.
Quizá el fenómeno más malinterpretado ha sido el concepto de simultaneidad. Los profesores rojos, en el periodo posterior a la muerte de Stalin, ya habían polemizado con las interpretaciones subjetivistas de la simultaneidad. Creo necesario, por su contundencia, citar los argumentos principales en contra de las tergiversaciones de la teoría de Einstein. “La identificación de lo relativo y lo subjetivo es totalmente inadmisible”, nos dice el profesor rojo Kuznetsov. “El sujeto que conoce, el observador, (...) no es en modo alguno idéntico al sistema de referencia. Este es un sistema, con existencia objetiva, de cuerpos y procesos materiales relacionados entre sí por un determinado tipo de coordinación espacio temporal, condicionado, en última instancia, por interacciones materiales. (...) Considerar las relaciones entre un cuerpo dado y el sistema de referencia elegido no significa poner el fenómeno bajo la dependencia del punto de vista del observador, de su voluntad y de su conciencia. Significa, únicamente, que de todas las relaciones objetivamente existentes de un fenómeno con otro, nuestra atención se detiene en una y a través de ella son estudiadas las propiedades del fenómeno mismo, que tiene existencia objetiva”.
“El hecho de que el investigador puede elegir el sistema de referencia que estime conveniente no va unido en absoluto a la existencia o inexistencia del objeto que se estudia, a la presencia o modificación en él de unas u otras propiedades, etc. Esta elección determina únicamente el camino concreto por el que el físico conoce el objeto, existente fuera del sujeto e independientemente de él, pero que existe en relación con un determinado sistema de relaciones materiales”.
“Nos valdremos de una analogía para explicarlo: supongamos que estudiamos la forma de un cuerpo examinando la forma que proyecta sobre pantallas planas. Al dirigir sobre él un haz de luz sobre un lado, en la pantalla vemos un círculo negro. Cambiamos la posición del cuerpo, lo iluminamos desde otro lado y en la pantalla vemos un triángulo negro. Así ocurrirá si el cuerpo tiene forma cónica y la primera vez fue iluminado por un haz de luz perpendicular a la base y la segunda por un rayo paralelo a la base. Está claro que el cuerpo existe con independencia del observador. Lo único que depende de este es la elección de la perspectiva desde la que examinará el cuerpo. Pero ni la forma del cuerpo, ni siquiera la forma de las proyecciones del cuerpo sobre la pantalla depende de la voluntad y la conciencia del sujeto. Una y otra, vienen determinadas enteramente por la naturaleza del cuerpo mismo y por el carácter de las relaciones espaciales que existen entre el cuerpo, los haces de luz y las pantallas”.
“Lo relativo es lo objetivo que existe en un sistema concreto de relaciones creadas por ese sistema. Lo que en la teoría de la relatividad es considerado como relativo, depende solo de las condiciones materiales. Las longitudes de los cuerpos, su masa, el ritmo de los procesos, la coordinación de los acontecimientos en el tiempo, la magnitud de las tensiones de los campos eléctrico y magnético, etc.; no depende, en la teoría de la relatividad, del punto de vista del observador, ni de la voluntad y la conciencia o de la elección que él realiza, sino, exclusivamente, del movimiento material real, de las relaciones materiales reales. En ello consiste su relatividad física”[61].
Por supuesto que en la medición del tiempo hay un elemento subjetivo, a saber, el patrón de medida que se utiliza para medir un intervalo. Así, por ejemplo, el establecimiento de pesos y medidas es una elección arbitraria, así como lo es la medición del tiempo de la vida diaria en función de la rotación de la Tierra (es claro, no obstante, que la unidad de medida debe ser susceptible de expresar el tipo de movimiento que pretende medir y que, por ende, la elección no es absolutamente subjetiva). Pero no se debe confundir el acto de medir, con determinados instrumentos o fenómenos elegidos arbitrariamente, con el objeto medido y su magnitud espacial o temporal. Esta última existirá independientemente de la medición. Así, la Tierra tenía la misma circunferencia antes de que el científico griego Eratóstenes la midiera por primera vez; este hecho no lo altera la subjetividad humana sino, en todo caso, procesos físicos de orden material. De modo que el hecho de que los procesos que son simultáneos en el celebre ejemplo del tren en movimiento no lo sean con respecto a un observador fijo a los rieles, solo significa que la velocidad de la luz no depende del movimiento inercial de los procesos y por tanto, ésta no se ve acelerada por el movimiento del tren y, por tanto, existe un retardo, aunque en este caso infinitesimal, en la llegada de la luz al observador fijo, lo que explica la no simultaneidad de los procesos en sistemas en movimiento diferentes. En este caso, tanto el movimiento del tren, la posición fija de los rieles, la velocidad de la luz y las coordenadas espacio-temporales entre todos estos elementos no dependen de la subjetividad del observador y se darán de la misma manera en los diferentes campos de referencia independientemente de que el observador pase por ahí.
No podemos terminar este capítulo, si no mencionamos que, además de los notables puntos de convergencia entre el materialismo dialéctico y la teoría de la relatividad y las respectivas teorías del conocimiento, Einstein, a partir del genocidio de Nagasaki, se acercó al marxismo en un terreno más: en el de la política; (y cuando decimos que se acercó al marxismo decimos que se mantuvo alejado del estalinismo). Dejemos que Einstein termine este capítulo: “Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo”.(...) La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo. (...). A este respecto, es importante señalar que los medios de producción, es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo, tanto como capital adicional (...) es, propiedad privada de particulares”.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática.(....)
En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de ‘contrato de trabajo libre’ para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho del capitalismo puro. La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un ejército de parados. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable. (...) El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a Gobierno amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros— hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual”. Por último y después de mostrar que era un excelente lector de El Capital, Einstein agrega algo que tira por la borda la afirmación infundada y superficial de que en los países de bonapartismo proletario (estalinismo), por usar el término científico de Trotsky, existía un supuesto socialismo real (cliché tan de moda que no explica nada):
“Sin embargo”, prosigue Einstein, “es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?”[62]. ¡Sinceramente es difícil encontrar mejores lecturas de Marx!
Capítulo III Teoría del caos y materialismo dialéctico
Introducción
Todo se debe al azar y a la necesidad.
Demócrito, aprox. 460-370 a.C.
La segunda ley de Newton, F=ma, establece que si las fuerzas que actúan sobre un cuerpo son conocidas también lo será la aceleración; si conocemos la velocidad y la posición en un momento dado, el movimiento quedará determinado para toda la eternidad. Así hasta hace muy poco la ciencia era sinónimo de determinismo absoluto; el azar y el accidente estaban desterrados por decreto de la naturaleza o, en el mejor de los casos, se consideraban como perturbaciones que no tomaban parte de la esencia de su desarrollo. El azar era identificado con la ignorancia. En realidad, el azar no existía objetivamente, sino que constituía un indicador de nuestro desconocimiento, hablábamos de un fenómeno subjetivo. Así Laplace escribió en 1776: “si imaginamos una inteligencia que en un instante dado abarcara todas las relaciones entre los entes de este universo, podría decir las posiciones respectivas, los movimientos y las propiedades generales en cualquier tiempo del pasado y del futuro (...) Así es como debemos a la debilidad de la mente humana una de las más delicadas e ingeniosas de las teorías matemáticas, la ciencia del azar y la probabilidad”[63].
En contraste, ya en el año 400 a.C. Demócrito había dicho: “Todo se debe al azar y a la necesidad”[64]. Para Engels, de la misma manera, necesidad y accidente solo eran las dos caras de la misma moneda; si el accidente era concebido, incondicionalmente, como un fenómeno puramente subjetivo, la necesidad también sería convertida en ilusión. “El sentido común y con él la mayoría de los naturalistas”, comentó Engels, “tratan a la necesidad y a la casualidad como determinaciones que se excluyen entre sí y para siempre. Una cosa, una circunstancia, es un proceso, es accidental o necesario, pero no ambos a la vez (...) Y luego se afirma que lo necesario es lo único de interés científico, y lo accidental es indiferente a la ciencia (...) de ahí que toda ciencia llegue a su fin, pues tiene que investigar precisamente aquello que no conocemos. (...) Cualquiera puede advertir que este es el mismo tipo de ciencia que proclama natural lo que puede explicar, y asigna a causas naturales lo que no le es posible explicar. Que yo denomine casualidad la causa de lo inexplicable o que la llame Dios, es en todo sentido indiferente a lo que se refiere a la cosa misma. Una y otra equivalen a no sé. (...) De ahí que la casualidad no se explique aquí por la necesidad, sino más bien la necesidad se degrada hasta la producción de lo que es apenas accidental (...)En contraste con ambas concepciones, Hegel formuló las proposiciones hasta entonces desconocidas de que lo accidental tiene una causa porque es accidental, y de la misma manera carece de causa porque es accidental; que lo accidental es necesario, que la necesidad se determina como casualidad y, por otro lado, esa casualidad es más bien necesidad absoluta”[65].
Esta manera dialéctica de concebir la naturaleza, la necesidad en el accidente y lo accidental en la necesidad, es una de las ideas fundamentales de una nueva ciencia, que algunos llaman junto con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, la tercera gran revolución científica del siglo XX: la teoría del caos. Esta teoría que apenas tiene poco más de treinta años de existencia, ha abierto una prometedora línea de investigación para entender fenómenos complejos y contradictorios, que parecían indescifrables para el conocimiento humano y han transformado dialécticamente la idea de determinación en la ciencia. El tiempo meteorológico, la dinámica de las poblaciones, la complejidad creciente, las irregularidades en la naturaleza, entre muchos otros fenómenos, solo se pueden comprender si, como decía Engels, concebimos el caos y el orden en su mutua determinación e interdependencia, en donde, el orden, la vida, los nuevos fenómenos, la complejidad, surgen del caos y el caos del orden, de las bifurcaciones debidas a diferencias accidentales, así como dentro del caos mismo se encuentra un orden subyacente complejo y sencillo al mismo tiempo (fractalidad). Los fenómenos que creíamos lineales y mecánicos, paradigmas del determinismo, se convierten por ese mismo cambio lineal en fenómenos caóticos. Que la casualidad es un fenómeno objetivo, tanto como la más férrea necesidad y que gracias a esta interdependencia la naturaleza no es un ciego autómata predeterminado para toda la eternidad, sino que implica flexibilidad, creatividad, el surgimiento de infinidad de nuevos fenómenos debidos a cambios accidentales que no se pueden determinar por siempre y que, no obstante, no dejan de estar regidos por leyes subyacentes. Como dice el premio Nóbel, Ilya Prigogine “El futuro es incierto, más incierto aún de lo que hacía presagiar la mecánica cuántica tradicional con las relaciones de incertidumbre de Heisenberg”[66]. Es un futuro incierto, es verdad, pero creativo y, al contrario de lo que creía Heisenberg, regido por leyes objetivas. El accidente, que se creía haber arrojado fuera de la ciencia, se ha metido por la puerta trasera, enriqueciendo prometedoramente a la ciencia y a la concepción de causalidad misma.
Es intención de este capítulo mostrar que la teoría del caos representa, implícitamente, una reivindicación de las ideas que hace más de cien años explicara Engels. Que estas ideas se hayan desarrollado al margen de la filosofía marxista, aunque es cierto que los primeros científicos en profundizarla fueron físicos soviéticos (V. Arnold y A. Kolmogorov), es una muestra de que ésta no representa un dogma sino una aproximación a los fenómenos complejos y no lineales. La teoría del caos, como veremos, implica la unidad e interpenetración de los contrarios, los cambios cuantitativos que se transforman en cualitativos, la negación de lo viejo y el surgimiento de nuevos fenómenos, la objetividad de la línea del tiempo (del carácter progresivo del desarrollo), es decir, de las ideas que Engels y Marx desarrollaron como concepción del mundo.
a) Teoría del caos: susceptibilidad a las condiciones iniciales. Necesidad y accidente
Excepto en economía, en donde la teoría de Marx se constituyó como la única manera coherente de entender la sociedad capitalista, las ideas dialécticas prácticamente no encontraron eco como método entre amplios sectores de la comunidad científica. No fue sino hasta 1908 con el trabajo de Henri Poincaré (Ciencia y Método), que se llamó la atención sobre el efecto de pequeñas incertidumbres en la medición, que en sí mismas no alteran leyes deterministas, pero pueden transformar totalmente el fenómeno mas allá de cierto punto. Poincaré escribió que “nosotros solo podemos conocer la situación inicial de manera aproximada. Si esto nos permitiera conocer la situación que sigue en el tiempo con la misma aproximación, es todo lo que necesitaríamos, y podríamos decir que el fenómeno ha sido predicho, que está regido por leyes. Pero esto no es siempre así; puede ocurrir que pequeñas diferencias en las condiciones iniciales produzcan condiciones muy diferentes en los fenómenos finales”[67]. A pesar del tono reservado, Poincaré es considerado como el fundador de los métodos que están en la base del caos determinista. No obstante, pasaron más de sesenta años antes de que sus ideas fueran retomadas, fundamentalmente por las limitaciones técnicas en los cálculos que son necesarios para entender la dinámica no lineal del caos (debido a factores objetivos), pero también debido al factor subjetivo: la ortodoxia dominante no podía aceptar ideas que implicaran interrupciones, saltos y contradicciones. El mismo Poincaré escribió que: “La lógica a veces engendra monstruos. Desde hace medio siglo se han visto surgir una multitud de funciones raras que parecen esforzarse lo menos posible a las honestas funciones que sirven para cualquier cosa. No más continuidad, no más derivadas, etc.”[68]. ¡Estas funciones raras y monstruos matemáticos (fractales) representan, paradójicamente, la matemática discontinua y contradictoria que subyace a la teoría cuyo pionero es el mismo Poincaré!
La mecánica clásica con su concepción lineal del desarrollo solo es correcta cuando tratamos de sistemas simples formados por la interacción de dos variables continuas (como dos planetas y dos cuerpos, por ejemplo) pero la cosa cambia cuando hablamos de sistemas de más de tres variables; el caos se comienza a presentar en fenómenos tan simples como en un juego de billar. Como explican investigadores en la teoría del caos, quizá de una forma exagerada, pero que ilustra bien la esencia de la cuestión planteada por Poincaré: “Con un simple golpe, el jugador provoca en el juego de bolas una prolongada sucesión de colisiones, (...) ¿durante cuánto tiempo podría predecir la trayectoria de las bolas un jugador con un control perfecto de su taco? Si el jugador de billar ignorase un efecto tan minúsculo como la atracción gravitatoria de un electrón situado en el borde de la galaxia, ¡la predicción sería errónea al cabo de un minuto! El extraordinario aumento de la incertidumbre débase a que las bolas están curvadas por lo que las pequeñas diferencias en el punto de impacto se amplían en cada colisión. Ampliación que es exponencial: crece con cada colisión (...) Cualquier efecto, por pequeño que sea, adquiere rápidamente proporciones macroscópicas”[69]. Esta propiedad de ampliación exponencial de las perturbaciones, propia de los fenómenos dinámicos complejos, es llamada “sensibilidad a las condiciones iniciales” y es una idea central de la teoría del caos. Si esto sucede con la predicción en el humilde juego de billar ya podemos imaginar lo que sucede con un gas en donde un solo centímetro cúbico contiene 27 trillones de átomos: aquí es imposible explicar la dinámica del gas mediante el movimiento de las partículas individuales, es decir, mediante matemáticas diferenciales que tratan sobre movimientos lineales.
La “sensibilidad a las condiciones iniciales”, como se puede ver claramente, no es más que otra manera de expresar la idea de los cambios cuantitativos que se transforman en cualitativos, un cambio insignificante puede a la larga producir cambios espectaculares. Un buen ejemplo para ilustrar esta idea es la de “un camello muy cargado al que, en cierto momento, se le añade una pajita y se rompe su espalda. La paja es en extremo liviana pero el peso extra que añade tiene una consecuencia fuera de toda proporción”[70]. La fractura del infortunado camello representa una interacción entre la miserable paja y el resto de las variables que afectan al camello y que tienen resultados inesperados. Este ejemplo aparentemente chusco ilustra la dinámica de la complejidad y no es una simple anécdota curiosa como pudiera parecer. Ilya Prigogine comenta que “El caos es siempre consecuencias de inestabilidad. El péndulo sin fricción es un sistema estable , pero curiosamente la mayoría de los sistemas de interés físico, tanto en el ámbito de la mecánica clásica como de la cuántica, son inestables. En estos sistemas una pequeña perturbación se amplifica, unas trayectorias inicialmente cercanas se separan. La inestabilidad introduce aspectos nuevos esenciales[71]”.
En realidad el universo no es un sistema de dos cuerpos aislados, sino que consiste en la interacción infinita entre la multiplicidad de los fenómenos que se determinan recíprocamente. Como dice Engels: “En el hecho de que estos cuerpos se encuentren relacionados entre sí ya se incluye el de que reaccionen los unos sobre los otros, y precisamente esa reacción mutua constituye el movimiento”[73]. En ciertas condiciones, es posible aislar un proceso de la interacción universal y comprenderlo así separado, pero en la teoría del caos se trata de comprender al fenómeno como totalidad: ahí en donde el aislamiento mecánico se torna un dogma para comprender la realidad como en la mayoría de los procesos de interés para la ciencia moderna. Sin interacción el universo sería nada: “En cierto modo”, nos explica Prigogine “es una suerte que Poincaré haya demostrado la imposibilidad de eliminar las interacciones. Si se pudieran eliminar, el universo sería isomorfo a un universo de partículas libres, y todo sería tan incoherente que no habría química, ni biología, ni por supuesto culturas humanas” [74]
La comprensión de la imposibilidad de entender la totalidad en un fenómeno complejo por las posiciones y velocidades de los elementos individuales se vio impulsada por la termodinámica: el movimiento de las partículas de un gas solo podía comprenderse colectivamente como el promedio de sus estados de libertad (todos los estados posibles del contenedor del gas). La pregunta no era ya donde se encuentra esta partícula, sino qué probabilidades hay de encontrar una partícula en determinado lugar y determinado tiempo; esto llevó a afirmar a J .C. Maxwell en oposición al mecanicismo de Laplace que: “La lógica verdadera de este mundo está en el cálculo de probabilidades”[75]. Este método representa ya un alejamiento de las certidumbres tranquilizadoras e incondicionales; no obstante, la indeterminación era vista como la simple acumulación cuantitativa de elementos simples, es decir, la imposibilidad de determinar el movimiento de las partículas individuales se atribuía a una incapacidad subjetiva y no al hecho de que el movimiento caótico fuera esencial al sistema; la visión mecanicista y la estadística convivieron como antípodas entre el conocimiento y la ignorancia, entre lo conveniente (el mecanicismo) y un método que se utilizaría mientras no se pudiera utilizar la ciencia verdadera. Comentando el idealismo, Prigogine comenta que en este: “Habría que atribuir el funcionamiento de nuestra vida a nuestra ignorancia, o relegarla a lo que es solamente fenomenológico” (como en la fenomenología subjetivista de Husserl) “¿Es menos fundamental la vida que la no vida?” (...) “por suerte (...) hoy podemos relacionar la irreversibilidad no ya a nuestra ignorancia, sino con la estructura fundamental de las leyes de la dinámica clásica o cuántica, formuladas para los sistemas inestables o caóticos”[76].
En la teoría del caos el accidente es tan objetivo como la necesidad. De acuerdo con Ilya Prigogine “la novedad reside en que actualmente tenemos sistemas caóticos muy simples, y ya no nos sirve la coartada de la complejidad. El carácter inestable e irreversible pasa a ser parte integrante de la descripción en el nivel fundamental” y más adelante agrega que “La irreversibilidad, una vez más, no se debe a nuestra intervención en la naturaleza, sino a la formulación de la dinámica extendida a los sistemas dinámicos inestables (...) Así pues, las trayectorias (individuales) no son eliminadas por razones de dificultad de cálculo, sino de principio”[77]. Ya en el primer cuarto de siglo, la mecánica cuántica había mostrado que la probabilidad era fundamental para la comprensión de las leyes físicas.
b) El caos que nace del orden: atractores extraños
Es necesario comentar un poco sobre el espacio de fases, los atractores extraños, y otras cosas más; exposición que podrá ser pesada, pero es fundamental para pasar a estudiar la fractalidad del caos o el orden subyacente al caos. Para el estudio de los sistemas caóticos el viejo sistema cartesiano es inútil. En lugar de representar el fenómeno por los puntos individuales y rígidos, en el plano se introduce el llamado “espacio de fases” que representa el fenómeno en su totalidad como una figura geométrica en movimiento haciendo visibles los grados de libertad del sistema (sus variables independientes); en esta representación las variables independientes del sistema (por ejemplo coordenadas de posición x, y, z, de velocidad e impulso, el tiempo, etc) son tratadas como diversas dimensiones del proceso o como sus grados de libertad.
El movimiento oscilante de un péndulo, por ejemplo, puede ser representado en el espacio de fases con las variables de impulso y posición; así si el péndulo recibe un impulso y después de un lapso, por pérdida gradual de energía (estos sistemas son llamados disipativos) vuelve a su estado de reposo (el punto “a” en la figura) el espacio de fases sería el de la figura 1. En este caso el punto “a” es el punto a donde el sistema tiende a llegar; este punto de atracción es llamado atractor; si, por el contrario, se tratara de un péndulo ideal sin pérdida de energía (los sistemas que conservan su energía son llamados hamiltonianos) o recibiera constantemente energía del exterior para continuar su oscilación constante, el espacio de fases sería como el de la figura 2, ahora su atractor periódico consistiría en la curva cerrada que describe su movimiento; esta curva atractora sería también su cuenca de atracción.
Para complicar un poco las cosas y llegar a la representación de un proceso caótico, representemos ahora el movimiento pendular como un conjunto de dos péndulos acoplados que influyen mutuamente en su movimiento y que no tienen pérdida de energía (un sistema hamiltoniano) como se ilustra en la figura.
En este caso, en la representación del espacio de fases los dos péndulos que interactúan se combinan y sus trayectorias, que independientemente se representarían como planos o curvas cerradas, resultan en una trayectoria de tres dimensiones ya que ambas trayectorias se desvían del plano horizontal, describiendo una trayectoria en anillo selenoide en tres dimensiones. Si el movimiento (las frecuencias) de los péndulos acoplados están en una relación simple, entera o mensurable (por ejemplo 1/9), su trayectoria es lineal porque siempre pasa por los mismos puntos del espacio de fases (a la figura que describe el espacio de fases se le llama toro) y su comportamiento es totalmente predecible y determinado. (véase la figura siguiente).
Si los periodos de las oscilaciones, en cambio, son inconmensurables, resultan en un número irracional o una representación decimal infinita (“Pi” es un ejemplo de número irracional) la curva en el espacio de fases nunca se repetirá a sí misma, su trayectoria o su cuenca de atracción se moverá hasta cubrir casi toda la superficie de la figura (del toro), sin embargo, este sistema no es aún caótico porque las trayectorias de los péndulos se mantendrán siempre juntas y si sabemos la posición de una en un punto determinado sabremos la posición de la otra. A estos sistemas se les llama sistemas cuasi periódicos (véase la figura).
En realidad no existen los péndulos ideales, un péndulo siempre está sometido a los flujos de aire, a vibraciones pequeñas que provocan perturbaciones aleatorias que los separan de su cuenca de atracción. No obstante, en los péndulos con movimientos lineales, estas pequeñas perturbaciones se pueden ignorar porque el péndulo, a pesar de los pequeños movimientos caóticos, tiende a regresar a su atractor lineal, el margen de error no ha llegado al punto crítico en donde pasamos al caos. Pero si en este sistema hamiltoniano (sin pérdida de energía) de péndulos acoplados, aun en estas condiciones ideales, las perturbaciones se amplifican por un impulso cambiante y una amortiguación que saque a los péndulos de su cuenca de atracción, cosa que bien puede suceder, pues el péndulo no está aislado del mundo circundante. Entonces las trayectorias vecinas separan su dimensión en el espacio de fases, ya no se puede expresar con números enteros (como en la geometría euclidiana), su dimensión es mayor que dos (mayor que los planos en dos dimensiones que veíamos) pero menor que tres (no llega a ser un cuerpo de tres dimensiones), es decir una situación intermedia entre una superficie y un volumen. Su atractor (hacia lo que tiende las trayectorias) es llamado atractor extraño porque al mismo tiempo que tiende a ocupar el toro (o la figura), también tiende a separarse del atractor vecino dejando infinitos puntos por los que no pasa y adquiriendo infinitos valores “caóticos” en cada momento (véase la figura).
"Será imposible el seguir las vueltas”, nos dice el profesor Sametband, “prever si en un centímetro más adelante va a replegarse, ir hacia adentro del ovillo, o hacia fuera, etc; como tiene sensibilidad a las condiciones iniciales, la más ínfima alteración de éstas se representará con otro ovillo enmarañado cuyas vueltas no tienen nada que ver con el primero, aunque el volumen que ocupa sea prácticamente el mismo”[82]. Con el atractor extraño impredecible hemos entrado al caos en donde, como afirma Prigogine, lo aleatorio no se debe al desconocimiento o a la subjetividad humana, sino a las interacciones objetivas del proceso y a la susceptibilidad a los pequeños cambios despreciables que se amplifican hasta transformar el proceso; la dinámica es caótica porque es aleatoria, pero al mismo tiempo está determinada porque se mantiene en promedio dentro del toro o del espacio de fases; aquí es imposible despreciar lo accidental por la simple razón de que no se pueden despreciar las interacciones recíprocas (dialécticas). “Puesto que los atractores tienen tamaño finito” (ya que están determinados al espacio de fases), nos comentan un grupo de científicos del caos, “dos órbitas en uno de ellos no pueden divergir exponencialmente de manera indefinida. En consecuencia el atractor debe plegarse sobre sí mismo, aunque las trayectorias diverjan y sigan caminos cada vez más alejados; en algún momento habrán de acercarse de nuevo entre sí, (...) para imaginar lo que ocurre con las trayectorias vecinas en un atractor caótico, coloquemos una gota de colorante azul en una masa. El amasado consiste en dos acciones: estirar la masa, con la consiguiente extensión del colorante, y plegarla sobre sí misma (...) y con el paso del tiempo se estira y se repliega muchas veces (...) tras tan solo 20 pasos, la gota inicial se habrá estirado hasta más de un millón de veces de su longitud original y su espesor ha disminuido hasta el nivel molecular”[83]. Este proceso de plegado y estirado en el espacio de fases caótico se ilustra en la siguiente figura.
c) El orden del caos: fractalidad (atractores extraños)
Lo hostil se une; de lo divergente surge una muy bella armonía y todo esto se produce por medio de la lucha.
Heráclito
Si nosotros hiciéramos un corte transversal del toro para determinar la posición de las trayectorias en un punto determinado de un sistema caótico (corte llamado sección de Poincaré) como en la figura siguiente, nos percataremos que las trayectorias son fractales: es decir describen una figura que tiene autosimilitud o, en caso de fractales no lineales, irregularidad en su estructura a cualquier escala a la que la miremos, que tiene longitud infinita y dimensión fraccional, su atractor, a pesar de que en el siguiente momento el corte habrá cambiado, es un fractal una figura caótica pero ordenada.. ¡Todo este caos misterioso se oculta en el simple movimiento de dos péndulos acoplados que se suponían eran los paradigmas del movimiento lineal!, ¡aun la linealidad mas monótona de un péndulo simple puede transformarse por pequeños cambios en un movimiento complejo! Por eso es que Prigogine dice que la indeterminación no es necesariamente sinónimo de muchas variables, como se creía en los cálculos de probabilidades de la termodinámica, sino resultado de la acumulación cuantitativa de las perturbaciones en los movimientos simples y mecánicos.
Los fractales se presentan como la “huella del caos”. La fractalidad del caos, junto con la misma teoría del caos, y la nueva matemática que ésta implica (llamada topología), está en contradicción con la matemática euclidiana, que solo puede trabajar con realidades que se puedan medir con reglas, escuadras y compases, —de la misma manera que la lógica formal solo trabaja con tautologías y que el liberalismo solo tiene ojos para el desarrollo lineal (una verdadera obsesión enfermiza)— calificando a la realidad contradictoria, abollada, irregular como una monstruosidad en lugar de adaptar su teoría a la realidad (este es el Talón de Aquiles del idealismo). Como decía Goethe: “gris es la teoría, pero verde es el árbol de la vida”. De hecho fractal significa fractura. Las fracturas y las irregularidades nos rodean por todas partes; como decía Mandelbrot (trabajador de la IBM, que desentrañó estas estructuras): “las nubes no son esferas, las montañas no son conos, las costas no son círculos, ni la corteza de los árboles es lisa ni un rayo viaja en línea recta... La naturaleza no solamente exhibe un grado mayor, sino también un nivel diferente de complejidad”. Los fractales no solo aparecen en formas inertes sino, sobre todo, en la dinámica de procesos caóticos. Parece que la mayoría de los objetos y procesos del universo son fractales (aunque más complejos que cualquier abstracción). La distribución de estrellas y galaxias en el universo mismo tiene una estructura fractal, la superficie de las células, la forma de la nubes, las montañas, la radiación de los quásares, los árboles, los líquenes, los relámpagos, la membrana nasal, los pulmones, las venas y arterias, los nervios, el cerebro, la distribución de palabras en este texto, los ruidos de fondo en un aparato telefónico, la música de Beethoven, etc. ¡La matemática había ignorado la mayoría de los objetos del universo! En realidad la matemática euclidiana como la lógica formal y el liberalismo, tienen campos de aplicación muy estrechos y se convierten en abstracciones vacías mas allá de cierto punto.
Los fractales son estructuras que están plegadas sobre sí mismas de manera infinita, son tan irregulares que no son diferenciables matemáticamente en ningún punto, es decir, es imposible trazar una tangente en cualquiera de sus infinitos puntos. Se suponía que la matemática era un ejemplo de perfección absoluta, ¡nada más lejano a la realidad! Cuando vayamos a la costa, por ejemplo, intentemos medir su perímetro; como dice Eliezer Braun: “podemos seguir indefinidamente de esta manera, tomando unidades cada vez más y más pequeñas. Intuitivamente esperaríamos que la sucesión de valores que se obtenga para las longitudes de la costa, medidas de esta manera, tendería a alcanzar un valor bien definido que sería la verdadera longitud de la costa; sin embargo, esto no ocurre; de hecho lo que sucede es que esta sucesión de longitudes aumenta cada vez más y más. Es decir, al seguir el proceso indefinidamente la longitud de la costa que se mide se va haciendo más y más grande, es decir, ¡la longitud de la costa tiene un valor infinito!”[85]. La curva de Koch es un ejemplo de una línea infinitamente plegada, que encierra un área finitamente determinada, como sucede en el perímetro de los continentes (véase la figura).
Los paladines de la lógica formal habían supuesto que el finito y el infinito se encontraban separados por un abismo irreductible, en donde lo finito se dejaba para la ciencia y el infinito para el misticismo; de hecho las bases del positivismo están en el supuesto de que solo conocemos las cosas particulares; pero en la vida real, el infinito se encuentra en lo finito y lo finito no es más que un elemento de un infinito que, al mismo tiempo, jamás conoceremos en su totalidad, ¡de otra forma llegaríamos al absurdo de una totalidad infinita y sin embargo contada! Por eso cuando descubrimos una ley en un conjunto de fenómenos finitos, podemos estar seguros que en todos los infinitos casos en donde esas condiciones se presenten, la ley se cumplirá incondicionalmente. Engels había comentado que “la infinitud es una contradicción en sí misma. Ya es una contradicción el que una infinitud tenga que estar compuesta de honradas finitudes (...) precisamente porque la infinitud es una contradicción, es infinita, un proceso que se desarrolla sin fin en el espacio y en el tiempo. La superación de la contradicción sería el final de la infinitud”[87].
Otro ejemplo es el movimiento browniano (se supone que las partículas subatómicas y las partículas suspendidas describen este movimiento) que en su trayectoria describe una infinita irregularidad de movimientos, de tal manera que, si nosotros establecemos los puntos por los que pasa en un tiempo determinado y dibujamos su trayectoria (en un segundo por ejemplo), para la medición en milésimas de segundo en el mismo lapso, la partícula habrá pasado por otra infinidad de puntos aleatoriamente y así hasta el infinito, para tiempos más cortos, pero, además, el dibujo de su trayectoria será fractal (autosimilar) en todos los niveles. Es decir su irregularidad tendrá un patrón o un orden fractal (véase la figura).
Los fractales, por tanto, son estructuras geométricas verdaderamente contradictorias (patológicas como se les llama en matemáticas). Así, el polvo de Cantor (un fractal de una dimensión) tiene longitud cero y al mismo tiempo, infinidad de puntos (porque a medida que disminuimos la escala, la longitud total tiende a cero, mientras que “el polvo” va aumentando), o la empaquetadura de Sierpinski (fractal en dos dimensiones), que tiene un perímetro infinito, pero su área es de cero o la esponja de Menger (fractal en tres dimensiones), que tiene área superficial infinita y volumen nulo y por si fuera poco, todas estas estructuras tienen autosimilitud hasta el infinito (véase la figura).
Debemos repetir que estos monstruos matemáticos no son curiosidades: “hay cada vez más pruebas”, nos dice Leonard Sander, estudioso de la formación espontánea de fractales en la naturaleza, “de que la naturaleza siente un amor verdaderamente profundo por las formas fractales”[89]. ¡Incluso el crecimiento demográfico de las ciudades tiene una estructura fractal! (véase la imagen). ¡Incluso el crecimiento demográfico de las ciudades tiene una estructura fractal!
Para evitar cualquier interpretación mística de la fractalidad hay que aclarar que, aunque la estructura fractal constituye una aproximación mucho más cercana a la realidad que la matemática euclidiana, la fractalidad en la naturaleza es más compleja aún que los modelos generados por computadora. En primer lugar la autosimilitud de las estructuras y procesos caóticos constituye una autosimilutud estadística, se repetirá considerando procesos y estructuras del mismo tipo a gran escala; en segundo lugar la autosimilitud fractal en la naturaleza tiene límites cuantitativos más allá de los cuales se pasa a otro tipo de estructura. “A nivel microscópico llegará el momento en que la figura se desdibuje y nos encontremos con los átomos y las moléculas; a nivel macroscópico siempre hay una frontera en que el objeto real cambia de un tipo de patrón a otro”[91]. Estos saltos cualitativos de una estructura fractal a otra están determinados por las leyes mismas del proceso estudiado, por ejemplo, por la gravedad (a nivel macroscópico) o por la función de onda (a nivel microscópico). No es suficiente con mostrar la estructura fractal de un proceso, puesto que la fractalidad se da en fenómenos muy diversos; es necesario, además y sobre todo, explicar las leyes inmanentes al fenómeno y descubrir cómo éstas se relacionan con la forma fractal. Para no mistificar la teoría es necesario, pues, vincular orgánicamente la forma y el contenido del proceso estudiado o en otras palabras concebirlo dialécticamente.
Los asombrosos conjuntos de Mandelbrot, figura resultado de representar en un plano complejo números generados con iteraciones (repeticiones de una misma operación sucesivamente sobre los resultados obtenidos) sobre la serie de números complejos llamados “conjuntos de Julia”, utilizando una función cuadrática, constituyen una clase de fractales que se acercan aún más a la fractalidad que se presenta en la realidad concreta. Estos son un conjunto de “fractales no lineales” que presentan autosimilitud conservada hasta cierto punto, para transformarse posteriormente en otro tipo de estructuras fractales, que se transforman en otras y otras por medio de saltos dialécticos hasta el infinito (véase la imagen del conjunto de Mandelbrot) así como en la naturaleza nos encontramos progresivamente en una dinámica infinita con estructuras autoorganizadas a diversas escalas de la realidad, estructuras formales que ya predicen la existencia de leyes cualitativamente diferentes con cada nuevo salto dialéctico: cúmulos de galaxias, galaxias, estrellas y planetas, cordilleras, moléculas, átomos, partículas subatómicas, quarks....
El comportamiento del simple péndulo que veíamos más arriba, por tanto, no es una simple anécdota académica. Este se presenta también en el flujo turbulento, en el tiempo meteorológico, en la dinámica de la población; y en un número cada vez más creciente de multitud de fenómenos que parecían incomprensibles, inclusive, el movimiento del sistema solar. En este último, que se supone es un sistema hamiltoniano (que conserva su energía) y, además, es el símbolo clásico del mecanicismo, nos encontramos con nuestro buen amigo el caos. Newton descubrió las leyes que rigen la interacción de dos cuerpos por el simple hecho de tener masa y consideró al sistema solar como la simple interacción entre el sol y los planetas como si este se redujera a un sistema de dos cuerpos, considerando que la gravedad de los demás planetas y masas que componen el sistema solar eran despreciables en comparación a la fuerza gravitatoria del sol y, por tanto, lo trató como un sistema estable para toda la eternidad, desde que Dios se dignó a darle el primer impulso —de paso vemos como la imposibilidad de entender la relación entre lo necesario (las leyes de Newton en este caso) y lo accidental (la perturbación de los otros cuerpos) llevó a Newton directamente a la Teología para tratar de garantizar la estabilidad del universo—. Sin embargo, la mecánica newtoniana significó un paso de gigante en la comprensión de la naturaleza ya mucho antes con este método, aunque aún sin bases teóricas firmes, Tales de Mileto predijo un eclipse que tuvo lugar el 28 de mayo del año 584 a.C.
Para los tiempos humanos la estabilidad del sistema solar está garantizada pero el tiempo es, como vimos, relativo, y para el sistema solar los tiempos humanos no son más que suspiros; en realidad el sistema solar no se reduce a la atracción entre dos cuerpos; las cosas se complican con la interacción gravitatoria entre tres cuerpos y cada vez que agregamos un cuerpo, las cosas se complican aún más; las leyes que dominan los sistemas de más de dos cuerpos no son lineales y, por ende, son susceptibles a las condiciones iniciales. “Resultó que el comportamiento de los nueve planetas, a partir de los próximos cuatro millones de años, revela que el sistema planetario está en un estado caótico. Para nuestra tranquilidad, esto no significa que el caos en el sistema solar sea de tales características que se vaya a aniquilar dentro de poco tiempo, con planetas chocando entre sí, o huyendo hacia otras galaxias, sino que sus órbitas son impredecibles cuando se calculan para tiempos del orden de los cien millones de años y, por lo tanto, solo se puede anticipar que se moverán en el espacio dentro de zonas determinadas”[92].
Esto significa que si un humilde asteroide pasa un kilómetro mas cerca de la Tierra, dentro de cuatro millones de años, esa diferencia, junto con las miles de perturbaciones provocadas por otros cuerpos miserables, se habrá amplificado exponencialmente y cambiará su órbita radicalmente. Este comportamiento se observa ya en los asteroides que, para pequeños cambios en la distancia del Sol, entran en una región caótica; lo mismo se encontró en la órbita de Plutón y en el cambio periódico del giro sobre su eje de un satélite de Saturno (Hiperión), provocado por simples irregularidades en su forma elongada.
d) El orden que nace del caos: Ventanas de orden
En la dinámica de la población, el caos se presenta de una manera increíble; lo explicaremos porque este comportamiento es esencial en el surgimiento de la complejidad a partir de lo lineal, del caos a partir de lo complejo y del orden a partir del caos. La ecuación demográfica parecía tener siempre un comportamiento lineal y cuando se daban perturbaciones se atribuía al desconocimiento de las variables. Pero en 1970, estudiando el ciclo de insectos y bacterias, se descubrió algo asombroso. Cuando la tasa de natalidad es menor a uno, la población desaparece paulatinamente; cuando la tasa de población es mayor a dos, después de algunas fluctuaciones, la tasa de la población queda estabilizada en 0.5, para 2.7 la tasa fluctúa en virtud del crecimiento y los depredadores para, finalmente, estabilizarse en 0.63; hasta una tasa menor a tres pero mayor a 1, la población queda estacionaria teniendo como atractores a una sola cifra (dependiendo de la tasa) y no importa cuantos ciclos consideremos, la población tenderá a estabilizarse en su atractor; pero en el punto crítico de 3.0 se da el cambio cualitativo, la tasa de población se hace compleja y el atractor se bifurca en dos valores estables que se alternan anualmente que representa la interacción entre los depredadores y la población considerada, provocando ciclos periódicos. Para una tasa de 3.4495, los ciclos bifurcados se vuelven inestables y se dividen en 4 estados estables que se vuelven a alternar; si seguimos aumentando la tasa, los atractores se bifurcan de nuevo a 8, luego a 16, etc. Hasta aquí vimos como un cambio cuantitativo en un esquema lineal y determinado provoca un cambio cualitativo a la complejidad; no obstante, el sistema sigue siendo perfectamente determinable; pero para un punto crítico poco menor a 3.56999 el sistema se vuelve inestable, cualquier cambio infinitesimal puede desencadenar el caos; cuando este se desencadena, tenemos un proceso irreversible que ha saltado al caos (véase la figura), ya es imposible determinar la tasa de población para el año siguiente.
Cuando estamos al borde del caos, el más pequeño cambio cuantitativo provoca una brusca transición cualitativa, como una explosión atómica o como el inicio de una revolución social, que puede estallar por el más mínimo ataque a los niveles de vida (como, por cierto, se dio en Argentina cuando la clase media vio esfumados sus ahorros). Este punto crítico está expresado en el famoso efecto mariposa acuñado por Lorenz, que en meteorología representa que, más allá de cierto tiempo, nuestra predicción en las condiciones meteorológicas ya no se aplica, en virtud de los mas pequeños cambios meteorológicos en las condiciones iniciales: así, el batir de las alas de una mariposa en un punto crítico podría marcar la diferencia, varias semanas más tarde, entre un ciclón y una sequía (el siguiente esquema representa la diferencia del batir de las alas de una mariposa o más precisamente los atractores de Lorenz).
Una vez llegados al caos, vemos que este tiene un orden, porque está limitado al espacio caótico (o, en el espacio de fases, al toro) y lo más asombroso es que, dentro del mismo mar caótico, encontramos zonas llamadas “ventanas de orden” que vuelven a dar lugar a tasas lineales por algunos periodos y que son fractales con respecto a la escala inicial; aquí el orden vuelve a nacer del caos por un incremento cuantitativo en una interacción dialéctica de transición a los contrarios y de unidad de los opuestos (véase la imagen).
En contra de lo que se pudiera pensar, las características de la transición del orden que se bifurca y de la bifurcación que transita al caos, son tan universales como “Pi”, estas características comunes se expresan en los números de Feigenbaum[96], que “aparecen de modo universal y caracterizan la transición del orden al caos; son fundamentales para la naturaleza”[97], nos dice el doctor Rañada. Lo que interesa aquí es el hecho de que las características de la dinámica caótica de las poblaciones se presenta en una cantidad cada vez mayor de fenómenos que van desde el humo del cigarro que se bifurca antes de desparecer y las oscilaciones del ojo de los esquizofrénicos, pasando por la transición del flujo laminar al turbulento, los casos de sarampión en Nueva York, los ritmos cardiacos que se bifurcan justo antes de un ataque cardiaco, hasta la actividad cerebral. En todos estos casos, un simple aumento de un parámetro específico provoca un salto cualitativo.
Después de cierto número de operaciones de doblaje (en el ejemplo, de dividir el segmento en tres y separar el central uniendo el resto), el sistema adquiere cierto tipo de estabilidad. Esa constante numérica, llamada el número de Feigenbaum, puede aplicarse a diversos sistemas caóticos, incluso los que aparecen en la naturaleza, como podría ser el crecimiento de las hojas en un árbol, o el despliegue de un relámpago. Todo estos fenómenos parecen en principio caóticos, pero mediante el modelo de Feigenbaum puede descubrirse en ellos una regularidad que estaba oculta.
e) La creatividad del caos: La objetividad progresiva del tiempo
Quizá lo más importante en esta fascinante teoría es que, de acuerdo con Ilya Prigogine y como veíamos con respecto a los fractales no lineales, la transición del orden al caos puede constituir un proceso creativo y de surgimiento de nuevas leyes y nuevos niveles de desarrollo, de la misma forma que para Marx la anarquía del capital y las revoluciones que emergen de lo caduco, que sin duda son fenómenos de rompimiento de la continuidad y de caos, son el caldo de cultivo donde todo lo inamovible y eterno es barrido y en donde se empieza a gestar una nueva sociedad. “Los fenómenos irreversibles no se reducen, como se pensaba antes, a un aumento del desorden”, comenta Prigogine, “Estos fenómenos, por el contrario, tienen un papel constructivo muy importante”[98].
Así, de acuerdo con la ciencia del caos, los cerebros que en su encefalograma tienen estructuras fractales o complejas, corresponden a los estados mentales más alertas. Los sistemas biológicos por ser inestables se adaptan, cambian y sobreviven. Sin el caos, el universo estaría muerto. En el caos aleatorio de las supernovas, las partículas elementales vencen el punto de increíble oposición del electromagnetismo que las separa uniéndose en virtud de la fuerza nuclear fuerte; el caos que une a las micropartículas permite el nacimiento de los núcleos atómicos, que a su vez atrapan electrones y forman los diferentes átomos para formar planetas, vida, mente y sociedades tecnológicas. Cada punto de transición de lo potencial a lo irreversible crea nuevas leyes y nuevas posibilidades de evolución; negaciones diferentes a sus antecedentes y que, por el famoso “efecto mariposa”, no se pueden anticipar para toda la eternidad. Un universo sin caos sería un universo eternamente muerto y eternamente el mismo. Como se puede ver en la siguiente figura, parece ser que el caos esta en el tuétano mismo del universo (véase la figura). Un universo sin caos sería un universo eternamente muerto y eternamente el mismo.
La flecha del tiempo para la teoría del caos es un proceso creativo. “Esta flecha del tiempo sigue presente en la actualidad. Es más, existe un estrecho vínculo entre irreversibilidad y complejidad. Cuanto más nos elevamos en los niveles de complejidad (química, vida, cerebro), más evidente es la flecha del tiempo”[100]. Esto, en verdad, es una reivindicación de la idea dialéctica, tan menoscabada por la crítica superficial, del carácter progresivo del desarrollo a través de contradicciones.
La flecha del tiempo era para Ludwig Boltzman sinónimo de muerte térmica (o aumento de la entropía), que convertiría al universo en una eterna nada incapaz de volver a crear la luz de una estrella. La evolución del cosmos solo tenía un camino sin retorno a la muerte eterna; se concebía a la segunda ley de la termodinámica aplicable a un sistema termodinámico aislado, como una ley absoluta de la naturaleza; paradójicamente al mismo tiempo que Boltzman planteaba esta idea, Darwin concebía una teoría en la que explica que de la naturaleza podía surgir vida; pero hasta la física anterior al Caos, solo se comprendía cabalmente el primer boleto del universo. No obstante las limitaciones de su tiempo, Engels había criticado la idea del final de todo movimiento “el movimiento no puede, pues, crearse sino solo transformarse y transportarse (...) por todo ello, un estado inmóvil de la materia resulta ser una de las representaciones más vacías, para llegar a ella hay que imaginarse el equilibrio relativo en que puede encontrarse un cuerpo en esta tierra como un reposo absoluto, para generalizarlo luego al conjunto del universo”[101]. Con la teoría del caos, se ha dado un salto cualitativo que ha confirmado experimentalmente esta tesis de Engels.
Afortunadamente el Universo no es un sistema aislado reducible a las leyes de la termodinámica. Las estructuras que se autoorganizan están por todas partes, la interacción y el caos pueden organizar una vez llegados al punto de irreversibilidad de manera espontánea a la materia, aun en la dinámica de los gases, donde se supone solo se tiene el camino hacia el desorden. Un ejemplo asombroso es el reloj químico, en donde una mezcla específica de gases de diferentes colores a cierta temperatura, que de acuerdo a la segunda ley debería llegar al equilibrio inerte “se observó que la solución cambiaba periódicamente su color, pasando a intervalos regulares de incolora a amarillo pálido para volver a hacerse incolora, lo que significa que la reacción retrocedía y volvía a avanzar como si no pudiese decidir qué sentido tomar”[102].
La importancia de este ejemplo en la autoorganización de la materia la comenta Prigogine: “Tal grado de orden surgiendo de la actividad de miles de millones de moléculas parece increíble y, de hecho, si no se hubieran observado relojes químicos, nadie creería que un proceso semejante fuera posible. Para cambiar el color todas al mismo tiempo, las moléculas deben tener una manera de comunicarse. El sistema tiene que actuar como un todo. (...) Las estructuras disipativas introducen probablemente uno de los mecanismos físicos más simples de comunicación”[103], parece que, después de todo, el universo no tiene un billete solo hacia la muerte; el billete hacia la muerte implicaba su contrario, vida y muerte se condicionan recíprocamente; la muerte de una estrella es el nacimiento potencial de un nuevo sistema, de la misma forma que el metabolismo y la muerte de unas células significa el desarrollo y la vida del organismo.
Ya habíamos comentado en otra parte que Einstein había puesto al tiempo en relación al movimiento relativo de la materia. Para Prigogine las características de irreversibilidad, bifurcación, caos y nuevo orden propios de los sistemas caóticos le dan al tiempo, además de objetividad, un carácter irreversible con lo cual pretende fundamentar la flecha del tiempo de Boltzman, pero, ahora, como una flecha creativa ad infinitum y no como una flecha hacia la muerte; en donde los puntos de rompimiento de la continuidad son también rompimiento de la simetría temporal. Al igual que Einstein el tiempo depende del movimiento de un sistema, pero se agrega la idea de que los sistemas dinámicos tienden a la complejidad o en lenguaje dialéctico a la negación de la negación, en una dinámica en espiral, en un progreso contradictorio.
La teoría del caos ha permitido una comprensión profundamente dialéctica de la naturaleza y una promesa de cautivantes aplicaciones en la ciencia y la técnica, que van desde la transmisión de información compleja con operaciones muy sencillas, la reproducción de modelos y fenómenos naturales, que parecían imposibles de reproducir; hasta el control de procesos caóticos para predecir, por ejemplo, un ataque al corazón o estimular al caos para que genere una infinidad de estados ordenados de acuerdo con lo que se requiera en un momento dado. Dejemos que Prigogine termine con sus propias palabras este capítulo: “Después que tenemos la irreversibilidad, la flecha del tiempo, podemos estudiar su efecto en otras rupturas de la simetría y la aparición del orden y el desorden a la vez, a escala macroscópica. En ambos casos el orden y el desorden emergen, a la vez, del caos. Si la descripción fundamental se hiciese en términos de leyes dinámicas estables, no tendríamos entropía, pero tampoco coherencia debida al no equilibrio, ni posibilidad de hablar de estructuras biológicas, y por lo tanto tendríamos un universo del que estaría excluido el hombre. (...) Tradicionalmente estas leyes (las leyes de la naturaleza) estaban asociadas al determinismo y a la reversibilidad en el tiempo. En los sistemas inestables las leyes de la naturaleza se tornan fundamentalmente probabilísticas. Expresan lo que es posible, y no lo que es cierto. Esto resulta especialmente palpable en los primeros momentos del universo. En este momento el universo se puede comparar con un niño que acaba de nacer y podría llegar a ser arquitecto, músico o empleado de banca, pero no puede llegar a serlo todo a la vez. Evidentemente, la ley probabilista contiene fluctuaciones e incluso bifurcaciones”[104] y termina comentando que para la teoría del caos, a diferencia de la visión lúgubre de la muerte térmica: “El mensaje es (..) optimista. La ciencia empieza a ser capaz de describir la creatividad de la naturaleza, y hoy el tiempo ya no habla de soledad, sino de alianza entre el hombre y la naturaleza descrita por él”[105]. De la misma manera, como dice Alan Woods, a los marxistas, a diferencia de la decadente filosofía del pesimismo: “Se nos ha acusado de ser unos optimistas incorregibles. Pues bien, nos declaramos culpables. Los marxistas somos optimistas por naturaleza. Pero nuestro optimismo no es artificial, sino que está arraigado en dos cosas; la filosofía del materialismo dialéctico y nuestra confianza en la clase obrera y en el futuro socialista de la humanidad”[106].
Capítulo IV Mecánica cuántica y dialéctica
El átomo mueve al mundo; nada más cierto, pero también es certísimo que el mundo mueve al átomo, ya que el átomo posee fuerza propia, ésta no puede quedar sin efecto.
Denis Diderot, 1713-1784
Introducción
La física cuántica es una de las grandes revoluciones científicas del siglo XX, solo comparable a la revolución de la física newtoniana del siglo XVIII. Representa un aumento espectacular en los horizontes del conocimiento y del potencial productivo de los hombres; es perfectamente posible poner esas fuerzas increíbles descubiertas por la física cuántica y la ciencia moderna bajo el control democrático y racional de los trabajadores, arrebatándola al grupo de parásitos en cuyo interés egoísta de ganancia se desarrolla y se utiliza.
Entre otras cosas, la física cuántica ha podido arrojar luz a fenómenos que van desde lo más pequeño hasta ahora conocido (los quarks y los gluones), pasando por la tabla periódica de los elementos, hasta lo infinitamente grande: la formación de las estrellas y la explosión de supernovas, procesos que son la matriz de todos los elementos químicos que hacen posible la existencia de soles, galaxias y, por supuesto, la vida y el pensamiento. Esto representa por sí mismo una expresión de que lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande son aspectos que solo pueden ser comprendidos en su interconexión.
A pesar de ser una de las grandes conquistas del género humano, la física cuántica, sin hablar de la ciencia y la cultura en general, es una gran desconocida para la mayoría de las personas. De hecho, las ideas de la ciencia son el monopolio de un grupo reducido de iluminados, trabajando para las grandes corporaciones, encerrados en las universidades y que a veces, además de la ciencia, tienen intereses más sustanciosos que defender. Está claro que, dentro del capitalismo, la población tiene suficientes cosas de qué ocuparse antes que de la ciencia y de la cultura como, por ejemplo, el hambre, el desempleo y, en general, sobrevivir al día siguiente.
Por si esto fuera poco, en realidad lo que se enseña al respecto en la escuela, con maestros mal pagados, con estudiantes mal comidos y con planes de estudio en constante agresión por parte de la burguesía, sirve de muy poco para interesarlos en la ciencia y en general en cualquier cosa que no sea, para los que tienen el privilegio de ir a la escuela, salir lo más pronto posible y conseguir un empleo para sobrevivir. Generalmente, por ejemplo, se enseña en la escuela secundaria que el átomo es como un sistema planetario en el que los electrones de carga negativa orbitan en círculos perfectos alrededor de un núcleo formado de protones, con carga idéntica al electrón pero de signo contrario y de neutrones con masa igual a la del protón, pero sin carga. Esta representación por supuesto es desafortunada y sumamente abstracta y consiste en la transposición más o menos arbitraria del movimiento newtoniano a un nivel de la realidad material que requiere otros instrumentos conceptuales para reflejarla con mayor aproximación. Para poder comenzar con nuestro tema, hay que acercarse un poco más a la complejidad concreta del átomo y visualizar el escenario en donde se desenvuelve la física cuántica estándar y la relativista, aún a costa de alejarnos un poco de los familiares esquemas académicos.
Los electrones, cuyo tamaño es al ser humano lo que el ser humano es a la vía láctea y cuya masa es al mosquito, lo que el mosquito es al sol[107], que giran alrededor del núcleo, no describen un movimiento newtoniano en el que se pueda localizar el cuerpo en movimiento con absoluta precisión (a=a) “La posición de una partícula, como el electrón”, nos comenta el profesor M. Y. Han, uno de los descubridores de los quarks, “nunca está perfectamente definida, sino que se extiende sobre una región, dando lugar a incertidumbres inherentes. Una órbita circular realmente se parece más a un anillo toroidal, con contornos muy difusos. Se parecen mucho a los anillos que se hacen con humo de cigarros, con una distribución desigual de humo que esta girando, fluctuando y cambiando constantemente”[108]. El movimiento de las partículas subatómicas es caótico, pero el caos, como vimos anteriormente, es al mismo tiempo ordenado, puede ser representado mediante un espacio de fases, en este caso un anillo toroidal llamado nube electrónica, que representa el espacio en donde podemos encontrar con mayor probabilidad un electrón que, al mismo tiempo, estará cambiando su posición constantemente y dejando infinitos puntos del campo de probabilidades por los que no pasa. Por esta razón, la delimitación del átomo no es precisa, sino contradictoria y dialéctica, porque cuando la nube del último nivel de energía comienza a difuminarse por completo, es posible aun encontrar electrones que extienden el límite del átomo un poco más allá, pero en la siguiente millonésima de segundo no existirá ninguno (aun así como veremos más adelante, un miserable átomo tiene un alcance de influencia infinito).
El tamaño de los átomos fluctúa entre el pequeño margen de 1 a 3 angstroms (1angstrom=1x10-10 metros ) y aún así los núcleos atómicos son 60.000 veces mas pequeños que el átomo, cuya unidad de medida son los fermis (1x10-35 metros), para dar un ejemplo de lo que esto significa, tendríamos que imaginar esquemáticamente “un aeropuerto cuya pista principal tiene tres millas de longitud. Justo en la mitad de la pista en el centro del aeropuerto, cuyos límites están marcados por barreras de 12 millas hay una pelota de baloncesto de cerca de un pie de diámetro. En un extremo lejano del aeropuerto, a los pies de la barrera, escondido entre las hierbas, hay una piedrecita del tamaño de un frijol”[110]. En este ejemplo los límites del aeropuerto representan los límites del átomo, el balón representa el núcleo y el frijol al electrón. ¡En realidad el esquema simplista de el colegio no era más que una superficial e inadecuada caricatura!. En este escenario alucínate se desenvuelven los procesos estudiados por la física cuántica normal y relativista
Cuando hablamos del mundo subatómico, estamos ante fenómenos que involucran dimensiones de 10-10 metros (un angstrom); masas del orden de 9 x 10-28 grs. y a tiempos característicos que fluctúan entre 10-10 a 10-20 segundos. Dimensiones y procesos que escapan a la vida cotidiana y sobrepasan a la imaginación más desbordante. Hablamos de un nivel de la realidad que ya no es posible explicar con los viejos modelos cartesianos, ni con la vieja lógica del sentido común (a menos que caigamos en el idealismo y en el subjetivismo). En estas condiciones estamos en el punto crítico más allá del cual nos encontramos con partículas extremadamente susceptibles a la interacción recíproca, o dialéctica diríamos nosotros; las variables que describen los fenómenos subatómicos, a diferencia de la mecánica de Galileo y Newton, no son independientes y están orgánicamente interrelacionadas, no se puede alterar una variable sin modificar otras en el acto. Un fenómeno que, por ejemplo, desafía el sano sentido común y que es objeto de una acalorada polémica, fundamentalmente entre una posición materialista (Einstein, Planck, Prigogine y otros) y la ortodoxa o subjetivista (Heisenberg, Borh y otros), es que mientras con mayor precisión conocemos el momento o velocidad de una partícula, más indeterminada es su posición y viceversa (el famoso principio de incertidumbre enunciado por Heisenberg). Por si fuera poco, el movimiento de estas partículas es dual (onda y partícula) y probabilístico (como planteó Louis de Broglie): a toda partícula le corresponde una onda y al mismo tiempo las propiedades de la onda están determinados por las partículas que la portan. Si bien no es posible conocer con exactitud la posición y la velocidad de una partícula individual, cuyo movimiento es caótico, es posible saber la probabilidad de encontrar una partícula en un punto determinado, considerando un gran número de partículas mediante la visualización del espacio de fases (principalmente gracias a la mecánica matricial de Erwin Schrödinger), refutando de paso el prejuicio formal de que el todo es igual a la suma de las partes.
Todas las propiedades del átomo sin excepción están cuantizadas, es decir, que solo cambian a otro nivel de energía —transformando sus propiedades o pasando a ser una partícula totalmente diferente por la emisión o absorción de energía (en forma de luz, rayos X, rayos gamma, alfa, u otras partículas)— , en puntos críticos que están relacionados con la constante Planck, puntos en donde se da el salto cualitativo o salto cuántico. En general, los paradigmas relacionados con la física cuántica además de la teoría de la relatividad, son fundamentalmente dos: la constante Planck relacionada además con la unidad materia y energía; y el principio de incertidumbre de Heisenberg. Discutiremos sus implicaciones filosóficas.
A lo anterior se debe agregar que a niveles aún más pequeños en el interior del núcleo atómico (cuya medida es como veíamos el fermi), a velocidades aún mayores, los efectos de la relatividad comienzan a hacer efecto; entramos aquí al mundo de la mecánica cuántica relativista, cuyas ideas fundamentales son el principio de Paul Dirac, según el cual a toda partícula le corresponde una antipartícula. La idea de los cuantos de acción o interacciones entre las partículas, proceso que supone, por ejemplo, en la fuerza nuclear fuerte, la emisión espontánea de partículas o cuantos que transforman en su contrario en tiempos inimaginablemente cortos, a la partícula emisora y receptora: transformación por la que podemos decir que son ellas mismas y no son las mismas en millonésimas de segundo. Los cuantos de acción son responsables de las 4 fuerzas o campos principales de la naturaleza: la fuerza electromagnética —con sus polos opuestos implícitos que explica desde la interacción y unión entre moléculas, hasta la interacción sináptica—; la fuerza nuclear fuerte, atractiva y repulsiva al mismo tiempo, que explica la unidad del núcleo atómico; la fuerza nuclear débil, que explica la desintegración radioactiva y el hecho de que los átomos inestables se conviertan con el tiempo en un elemento totalmente diferente; y, finalmente, el campo gravitatorio (cuyo cuanto aún se desconoce). Aquí no hay prejuicio más vulgar que la idea metafísica de que A=A. En realidad el átomo es una suma de contradicciones en cuyo interior los opuestos se transforman el uno en el otro; colisionan y se transforman en energía (luz) y en donde la energía es absorbida transformándose en materia; en donde solamente en puntos críticos se dan transformaciones cualitativas tanto del átomo como de sus “partículas elementales”; en donde el movimiento se expresa en la unidad dialéctica entre onda y partícula y en donde partículas cada vez más pequeñas presuntamente elementales, se encuentran en un proceso aparentemente sin final, confirmando la idea dialéctica de la complejidad infinita de la realidad y el proceso infinito de conocimiento humano.
No cabe duda de que una de las mejores maneras de fundamentar, nutrir y desarrollar la filosofía de Marx y Engels es estudiando estas maravillosas conquistas del pensamiento humano y, al mismo tiempo, aportar una salida al subjetivismo e idealismo de la ortodoxia teórica de la escuela de Copenhague, pantano en el que desemboca el positivismo, y tener una actitud materialista consecuente de la física cuántica; una concepción dialéctica de la naturaleza. En este capítulo exploraremos todas estas fascinantes implicaciones. Con este esquema inicial pasemos, por fin, a abordar la dialéctica del mundo subatómico.
I) Mecánica cuántica estándar
a) Los saltos cuánticos o saltos dialécticos en la mecánica cuántica
En realidad, el átomo cumple estrictamente con la ley hegeliana de la línea nodal de medida. En física cuántica el aumento cuantitativo de energía suministrado al átomo se transforma, en puntos críticos, en un cambio cualitativo. El átomo no cumple con el dogma linneano (variante naturalista del liberalismo reformista) según el cual “la naturaleza no da saltos”. Más bien al contrario, en física cuántica los cambios se dan a través de saltos bruscos y repentinos. Una de las características más importantes del átomo y una de las ideas fundamentales que le da el nombre a la física cuántica, es el hecho de que está cuantificado (como lo propuso Bohr, retomando las ideas de Planck). Las órbitas que describen las nubes electrónicas alrededor del núcleo, por ejemplo, representan energía o niveles de energía —energía resultante de la interacción entre los propios electrones y de estos con el núcleo, llamada fuerza electromagnética— , que tiene valores determinados, discretos o cuantificados. “Sería como un hipotético rascacielos”, nos dice M. Y. Han, “en el que solo existiese un número intermitente de plantas: 3, 8, 16, 64...son las únicas plantas que existen en el edificio y no hay nada entre ellas”[111]. Podemos suministrar energía a un átomo (bombardeándolo con electrones de baja energía por ejemplo) y no sucederá nada, el átomo seguirá siendo el mismo, mientras no lleguemos a los puntos críticos en los que la cantidad de energía se transforma en calidad, punto en donde los electrones saltarán a un nivel mayor de energía convirtiendo al átomo en uno más energético y emitiendo rayos X al mismo tiempo (bombardeándolo con electrones de alta energía por ejemplo). La diferencia entre los niveles de energía entre las órbitas es de 10–34 julios (1 julio igual a 1 vatio por segundo, NE) el valor de la constante Planck, valor esencial en la física moderna que determina el punto crítico donde se transforman sus cualidades.
Esta característica no es un simple dato curioso del átomo, es la idea esencial de la física cuántica: todas las propiedades del átomo están cuantizadas o en lenguaje dialéctico se transforman mediante saltos cualitativos, no solo las orbitas de los electrones, sino todas sus características: el tamaño del átomo, relacionado con la función de onda de Schrödinger, es decir, con el espacio donde hay probabilidad de encontrar un electrón; la forma geométrica del campo que emite el átomo o las partículas en su interacción dialéctica (electromagnético, fuerte y débil), la cual solo puede adquirir formas discretas o específicas; aquí, por cierto, la forma geométrica o el espacio en el que está inmerso la partícula depende dialécticamente de la misma partícula. Espacio y materia como ya veíamos en la física de Einstein están orgánicamente unidos y son inconcebibles sin esta relación (a despecho de la vacía geometría euclidiana). Incluso el valor del espín o el valor de la rotación de todas las partículas llamadas elementales sobre su propio eje, ya sea a la derecha o a la izquierda, serán múltiplos de la constante Planck. El espín, además, es un ejemplo más de que no hay materia sin movimiento.
b) El campo magnético y el espectro electromagnético: unidad y lucha de contrarios y negación de la negación
Para representarse el movimiento fuera de la materia existente hay que imaginarse una fuerza que actúe sobre ella. Pero no es así. La molécula, dotada
de la propiedad que le es inherente, es por sí misma una fuerza activa. Actúa sobre otra molécula, que a su vez actúa sobre la primera.
Denis Diderot
Los electrones y protones son como imanes que implican la unidad entre cargas opuestas y cuya relación determina la carga del átomo en cuestión y su capacidad para unirse con otros átomos para formar moléculas. La interacción entre las cargas opuestas del protón y el electrón determina el campo magnético del átomo. Sin esta contradicción sería imposible la formación de cuerpos macroscópicos y por supuesto, usted y yo no estaríamos aquí discutiendo sobre la dialéctica. El campo magnético implica la interacción entre contrarios: lo positivo y lo negativo. A su vez, la unidad de contrarios entre la atracción electromagnética y la repulsión que se le opone en el movimiento de las partículas, específicamente en el electrón que se mueve a varios kilómetros por segundo, es el secreto de la formación de moléculas que se manifiesta desde la pompa de jabón, cuya tensión superficial es la tensión entre la fuerza electromagnética y la gravedad, pasando por la unión entre las moléculas del ADN, hasta la interacción eléctrica entre la neuronas que, a su vez, en su relación con el mundo externo, posibilitan el pensamiento (por cierto un argumento más en contra del solipsismo idealista).
Al mismo tiempo, las moléculas o uniones entre átomos manifiestan propiedades que no se pueden reducir a las características de los átomos que las componen. Cuando se une una gran cantidad de moléculas que superan el punto crítico de magnitudes, tiempos y masas que caracterizan a la física cuántica, la constante Planck y consecuentemente la longitud de onda (o el carácter probabilístico del movimiento subnuclear) se hace prácticamente despreciable; de hecho no desaparece, pero a efectos prácticos queda subordinada a una nueva ley representada por la gravedad que la niega y la conserva al mismo tiempo. Con la gravedad entramos al campo concreto donde las categorías de la mecánica clásica se transforman de anacrónicas y falsas en pertinentes y verdaderas.
Muchas propiedades nuevas emergen con el salto cualitativo que representa la formación de moléculas y cuerpos macroscópicos. En la teoría del caos y la complejidad, a estos fenómenos se les llama propiedades emergentes. Por ejemplo nos dice Alan Woods: “Una molécula de agua es una cuestión relativamente sencilla: un átomo de oxígeno unido a dos átomos de hidrógeno gobernados por ecuaciones de física atómica bien comprendidas. Sin embargo, cuando combinamos un gran número de moléculas, adquieren propiedades que ninguna de ellas tiene aisladamente —liquidez— . Este tipo de propiedad no está implícita en las ecuaciones. En lenguaje de la complejidad, la liquidez es un fenómeno emergente”[113]. Aún más sorprendente es el hecho de que el fenómeno del pensamiento, de acuerdo con la teoría del caos, es también un fenómeno emergente que no se puede reducir a la suma de las partes o como resultado de simples hechos atómicos aislados. Según el positivismo, los hechos atómicos o hechos de la experiencia son eventos aislados y sin ninguna relación más que el haber sido objeto de mis impresiones empíricas e inmediatas. Pero en el mundo real, los hechos no son aislados sino que están interconectados en una red cuyos infinitos puntos de intersección determinan las propiedades de los objetos y en cuya interacción orgánica emergen fenómenos nuevos e inesperados. Así, nos explica de manera contundente Alan Woods: “El conocimiento de los detalles de las neuronas, axones y sinapsis individuales no es suficiente para explicar los fenómenos del pensamiento y las emociones. Sin embargo, no hay en ello nada místico. En el lenguaje de la teoría de la complejidad, tanto la mente como la vida son fenómenos emergentes. En el lenguaje de la dialéctica, el salto de la cantidad a la calidad significa que el todo posee cualidades que no pueden ser deducidas de la suma de las partes, ni reducidas a ellas. Ninguna de las neuronas es consciente en sí misma. Pero sí lo son la suma de las neuronas y sus interconexiones. Las redes neuronales son sistemas no lineales. Es la actividad compleja y las interconexiones entre las neuronas lo que produce el fenómeno que llamamos conciencia”[114].
Es irónico que la autoproclamada “filosofía de la ciencia” (El círculo de Viena) no quiso darse cuenta de que la ciencia desarrollada en su tiempo (la física cuántica), trataba precisamente de esos saltos cualitativos que habían sido tan desdeñosamente rechazados como metafísica, prefiriendo entretenerse en su nueva y “profunda” ocupación de ser “policía de la ciencia”, un policía con un criterio empíricamente estrecho (como la mentalidad de todo policía de tráfico); y en su sueño metafísico y quijotesco de encontrar la estructura lógica formal de las matemáticas, proyecto ahora abandonado desde que Kurt Gödel demostró que las matemáticas no se podían reducir a la lógica formal. En contraste el genio de Engels, sin conocer nada de física cuántica ni mucho menos de teoría del caos, tan solo con los limitados marcos de la ciencia de su tiempo y con esa metafísica desechada por los positivistas, ya había señalado la idea fundamental de “las propiedades emergentes” de la teoría del caos: “La molécula” —nos dice Engels— “se descompone en sus átomos, que tienen propiedades muy distintas de la de aquella (...) los átomos libres del oxigeno naciente pueden lograr con gran facilidad lo que nunca conseguirán los del oxígeno atmosférico, unidos por una molécula. (...) El campo en que la ley de la naturaleza descubierta por Hegel celebra sus triunfos más importantes es la de la química. Se puede denominar a ésta la ciencia de los cambios cualitativos de los cuerpos a consecuencia de los de la modificación en la composición cuantitativa”[115]. De hecho con la unión atómico-molecular, posibilitada por el fenómeno del electromagnetismo, emerge con un salto cualitativo la interacción y trasformación de átomos, moléculas, iones y radicales, forma de movimiento estudiado por la química; la química misma constituye una propiedad emergente, inexistente en el átomo per se.
Cuando un electrón da un salto cuántico, libera (o absorbe) energía que se propaga en forma de onda. El electromagnetismo no es más que la carga eléctrica en movimiento; movimiento que genera una onda de fotones que se extiende en todas direcciones llamada radiación electromagnética. El campo electromagnético y, en general, los otros tres campos fundamentales de la naturaleza, son resultado del movimiento e interacción entre la materia, expresado en sus respectivos cuantos de acción o partículas materiales. Al mismo tiempo las propiedades del campo dependen de las características de movimiento del cuanto específico. El espectro electromagnético, por ejemplo, representa los saltos cualitativos en la radiación electromagnética, en función de los cambios cuantitativos de la frecuencia de propagación de los fotones (o las oscilaciones por segundo, Hertz). Todo mundo sabe la diferencia entre los rayos X y las ondas de radio; ambas tienen propiedades totalmente distintas: los rayos X traspasan los órganos y se reflejan en el tejido óseo y permiten obtener radiografías, las ondas de radio por su parte, al menos en el contexto capitalista, constituyen un medio de difusión de estupideces y mentiras y de control mediático de la clase dominante. La única diferencia está en que los rayos X se encuentran en una frecuencia mucho más alta que las ondas de radio. Verdaderamente el espectro electromagnético es una confirmación sorprendente de los cambios cuantitativos que se transforman en cualitativos. Este espectro incluye, desde la frecuencia más alta hasta la más baja: a los rayos gamma, rayos X, rayos ultravioleta, luz visible (pasando por el violeta, azul, verde, amarillo, naranja, rojo), para pasar al infrarrojo, a las microondas con las que calentamos nuestra comida basura; llegando a las ondas de radio, para finalizar en la parte más baja del espectro con la onda larga usada en los walkie-talkies. Este ejemplo es tan claro y evidente que hasta los positivistas, quienes se habían rasgado las vestiduras en su lucha contra la dialéctica, lo podrían entender. Quizá la tesis de Engels ya no suene tan descabellada, después de todo, a los oídos de los señores analíticos, “es probable que los mismos caballeros que hasta ahora tacharon a la transformación de la cantidad en calidad de misticismo y de trascendentalismo incomprensible”, dice el propio Engels, “declaren ahora que en verdad se trata de algo evidente por sí mismo, (..) entonces tendrán que consolarse como el Monsieur Jourdain de Molière, quien hizo prosa durante toda su vida, sin tener la menor noticia de ello”[116].
c) dualidad onda-partícula o unidad de contrarios
Hasta la postura dialéctica del movimiento de la luz, sostenida por la mecánica cuántica, las posturas corpuscular y ondulatoria eran vistas como opuestos irreconciliables; ¿qué podía ser más opuesto que estos dos tipos de movimiento?. Newton creía que la luz significaba el movimiento de partículas discretas, visión que fue negada por la teoría ondulatoria de Huygens y Maxwell y sustituida de nuevo por la teoría cuántica que incorpora ambas posturas en una relación orgánica. Hasta esta negación dialéctica, ambas teorías, la corpuscular por un lado y la ondulatoria por el otro, tenían sustento experimental. Algunos fenómenos solo podían ser interpretados como la confirmación del movimiento corpuscular de la luz, de hecho con un fenómeno de tipo corpuscular (dispersión Compton), Thompson descubrió la existencia de los electrones. No obstante, otros fenómenos como la difracción e interferencia parecían ser la confirmación del movimiento ondulatorio. Esta pugna de posturas parecía fortalecer la visión pragmática o subjetivista de la ciencia; parecía, en efecto, que las teorías científicas no tienen nada que ver con la realidad material o con leyes objetivas sino, más bien, con la mejor descripción de fenómenos inconexos de la experiencia, que pueden admitir descripciones convencionales de cualquier tipo y no tienen que ver con la realidad objetiva, sino con nuestras experiencias subjetivas e incluso (como con Feyerabend) con la capacidad retórica de las teorías en pugna.
La mecánica cuántica, no obstante, supone un salto cualitativo; el movimiento corpuscular y ondulatorio de la luz representan las dos caras de la misma moneda. Sorprendentemente en el movimiento de las partículas subatómicas, el movimiento corpuscular y ondulatorio está orgánicamente vinculado y solo tiene sentido en esta vinculación. Erwin Schrödinger hizo un descubrimiento asombroso, representado en la ecuación que lleva su nombre: a todo electrón y en general a toda partícula con masa finita en reposo se le asocia una longitud de onda; mientras más grande sea la masa y la velocidad de una partícula, la longitud de onda tiende a cero y el movimiento puede ser descrito con los tradicionales planos cartesianos: el movimiento corpuscular se vuelve dominante. Pero mientras la masa sea menor, como las masas características del mundo subatómico, la longitud de onda se transforma en un aspecto esencial del movimiento. Los fotones son partículas en movimiento pero, al mismo tiempo, la probabilidad de su ubicación queda establecida dentro de los límites de la función de onda que, a su vez, depende de la velocidad y la masa del ensamble de partículas; entre los dos aspectos de su movimiento (onda y partícula) hay una relación de mutua determinación.
La confirmación experimental de esta relación dialéctica es sorprendente: Si lanzamos un chorro de electrones a una pantalla fotográfica que detecte su impacto, interponiendo una barrera con dos agujeros los suficientemente angostos que se oponga al movimiento de los electrones, veremos que el patrón de movimiento reflejado en la pantalla no será el resultado de dos cúmulos de impactos bien definidos, como el sentido común nos haría suponer, —y como sucede si en lugar de electrones lanzamos granos de arena— sino que la distribución en la pantalla reflejará, en palabras del doctor Luis de la Peña: “una distribución mucho más complicada, con una serie de máximos y mínimos muy notables y cuyo número excede por mucho el número de rendijas, (...) el fenómeno observado con electrones no puede explicarse en un lenguaje puramente corpuscular”[119].
Los electrones que chocan con las rendijas provocan ondas, como cuando arrojamos una piedra a un estanque tranquilo; las ondas que se propagan por el estanque no se reducen a partículas con posiciones definidas sino que la onda abarca un espacio que no puede ser reducido a un movimiento discreto; está en un lugar y en otro al mismo tiempo. “El contacto con sistemas clásicos nos ha acostumbrado a que una piedra está en un lugar o no está allí”, nos dice el doctor Alberto Clemente de la Torre, “en la mecánica cuántica a un electrón se le asigna una probabilidad de estar en cierto lugar que, en algunas ocasiones, no es ni cero (no está), ni uno (si está), sino algún valor intermedio”[121]. La imposibilidad de determinar la posición exacta de un electrón que viaja varios kilómetros por segundo es evidente; aquí el electrón está en un punto y en otro en un momento determinado y su probabilidad de estar y no estar queda determinado por la onda que describe su movimiento. Esto no es simplemente la imposibilidad subjetiva de fijar su posición específica sino un aspecto concreto, verificable experimentalmente, del movimiento de los electrones (esta cuestión la abordaremos con más detalle cuando discutamos el “principio de incertidumbre”).
La onda, no obstante, no es el resultado de la simple suma de las partículas. Si repetimos el experimento anterior reduciendo el chorro de electrones hasta que pase un electrón a la vez por los agujeros en la barrera que se interpone a la placa, veremos que en esta quedan registrados puntos discretos, confirmando en este caso el aspecto corpuscular de los electrones; pero al mismo tiempo los electrones aislados o corpúsculos siguen vinculados a una onda específica. De esta manera si seguimos lanzando los electrones progresivamente veremos que los puntos en la placa comienzan a perderse y su ubicación quedará dentro de los límites de la onda que describimos en el experimento anterior. Es decir, que el movimiento de un corpúsculo aislado está determinado por su respectiva longitud de onda. Es, en realidad, una relación dialéctica porque al mismo tiempo que la onda es producto de la difracción (fenómeno ondulatorio) de los corpúsculos, además de estar determinada en sus características por la velocidad y masa de los corpúsculos, los corpúsculos aislados tienen su ubicación determinada por la onda asociada; la vinculación es recíproca e inseparable.
Además, este experimento pone en evidencia la relación dialéctica entre orden y caos, que veíamos en el capítulo anterior. En palabras del doctor Luis de la Peña: “Cada electrón está sujeto a un movimiento estocástico (caótico, impredecible), por lo que la trayectoria específica es impredecible; esto hace que electrones idénticamente preparados tengan un comportamiento diferente, que no existan dos electrones dinámicamente idénticos. Sin embargo, en cada arreglo experimental, el comportamiento estadístico de un gran número de electrones es perfectamente regular, controlable y predecible (con ayuda de la mecánica cuántica); este comportamiento estadístico presenta, frecuentemente, propiedades ondulatorias, que están caracterizadas por la longitud de onda de de Broglie”[123]. Aquí tenemos la contradicción dialéctica de que una onda de características perfectamente predecibles y determinadas esté compuesta por partículas caóticas e impredecibles y que lo caótico e impredecible de los electrones esté, al mismo tiempo, determinado en una onda específica; aquí, como en muchos otros casos, el todo no es igual a la suma de las partes y el cambio cuantitativo da resultados cualitativos totalmente diferentes e incluso opuestos. “Todos estos son fenómenos de la materia”, nos dice Trotsky comentando el electromagnetismo, y la radiactividad —que constituían para él teorías muy nuevas y prometedoras en sus implicaciones para la filosofía marxista—, “procesos materiales, ondas y turbulencias en el espacio y en el tiempo. Los nuevos descubrimientos y sus aplicaciones técnicas solo demuestran que la materia es mucho más heterogénea y rica en potencialidades de lo que hasta ahora se había pensado. Pero, hoy, como antes, nada se hace de la nada”[124].
d) El “principio de incertidumbre”
Como hemos señalado, una tesis fundamental del materialismo dialéctico es que pequeños cambios cuantitativos pueden producir grades cambios cualitativos. La proposición adicional a esta tesis es que el todo no es igual a la suma de las partes y que las partes manifiestan propiedades específicas en relación al todo. Una de las características más relevantes de las partículas subatómicas es el hecho de que son extremadamente susceptibles a las perturbaciones o en lenguaje de la dialéctica, los pequeños cambios e interacciones provocan en ellas cambios cualitativos recíprocos, sobre todo, entre velocidad y posición. La “acción” o la capacidad que un sistema tiene de modificar su entorno es muy grande en comparación con los sistemas reflejados en la mecánica clásica. Una consecuencia de este hecho es que las características que definen al nivel subatómico no pueden ser consideradas de manera aislada, como en el caso de un mecanismo de relojería; en física clásica, por ejemplo, la posición y la velocidad no tienen dependencia numérica alguna, es verdad que la velocidad es el resultado del cambio de posición, pero el determinar la posición no nos dice nada con respecto a la velocidad, dos cuerpos pueden adquirir la misma posición sin tener la misma velocidad.
En Física cuántica, por el contrario, la relación entre posición y velocidad se vuelve esencial. Tan esencial que este fenómeno se expresa en el “principio de incertidumbre” un principio fundamental de la física cuántica. Este principio plantea que “si determinamos con absoluta precisión la posición de una partícula subatómica, el conocimiento sobre su velocidad quedará indeterminado y, a la inversa, mientras mejor quede determinada la velocidad de una partícula, más indeterminada será su posición”. Este principio refleja la relación entre las incertezas recíprocas de la posición y la velocidad, las dos no pueden ser nulas al mismo tiempo, es decir, no pueden simultáneamente estar absolutamente determinadas, la determinación absoluta de una modifica objetivamente a la otra al aumentar su campo de probabilidad. De hecho, si se pudiera determinar la posición y velocidad al mismo tiempo, como sucede en el movimiento mecánico, violaríamos lo más esencial de la física cuántica: el hecho de que el valor de la capacidad de perturbación de las partículas a este nivel no puede ser menor al de la constante Planck ya que al determinar al mismo tiempo posición y velocidad, la constante Planck podría valer cero, cosa que es imposible. En otras palabras diríamos que la parte no se puede separar del todo y el todo resiente los cambios pequeños de sus elementos constituyentes.
La fuerza de la costumbre se imprime en nuestros cerebros de manera tan conservadora que parece increíble que si en la vida cotidiana podemos determinar la posición de un corredor de los cien metros planos en un momento en el tiempo sin modificar su velocidad, en el mundo subatómico no sucede lo mismo; Alberto Clemente de la Torre comenta al respecto que: “Considerar el sistema como susceptible de ser separado en sus partes, es consecuencia de nuestra experiencia con sistemas clásicos, pero no necesariamente para los sistemas cuánticos. Los observables de un sistema cuántico están ligados de cierta forma que impiden su total independencia (..) La necesidad de considerar el sistema físico en su totalidad, no siempre separable, se denomina holismo. Pero conviene resaltar que este holismo en la física corresponde a argumentos científicos rigurosos con sustento experimental y no debe ser confundido con charlatanerías pseudocientíficas”[125]. Lo que muchos científicos destacados parecen no saber es que la relación entre los observables en física cuántica representa una relación dialéctica; podemos parafrasear a Marx cuando, citando a Maurice le responde “¿qué ha definido el autor sino el método dialéctico?”. En efecto, el holismo no es más que otra manera de decir que las características de los sistemas cuánticos están en determinación dialéctica y que por nuestra parte solo nos corresponde poner en relieve esa relación y enriquecer nuestra filosofía en este hecho material.
Es claro que la posición y la velocidad de una vaca en movimiento no se altera en lo más mínimo porque lo iluminemos con un haz de luz, ya que la acción o capacidad de perturbación es tan pequeña en los procesos mecánicos, como para ser modificada por simples fotones. En contraste, en el mundo de la física cuántica la capacidad de perturbación es tan grande, que el simple hecho de interactuar con un fotón transforma sus cualidades; así cuando se observa un electrón con un microscopio, la única manera en que podemos ver directamente a las partículas subatómicas, se altera el estado del sistema, mientras la luz sea de onda corta (baja energía) la velocidad de la partícula quedará determinada, quedando indeterminada su posición, mientras que con fotones de gran energía determinaremos la posición y no sabremos nada de la velocidad. El intercambio de energía del fotón lanzado por el aparato hace del fotón parte del sistema observado.
Este hecho fue interpretado de distintas maneras por los científicos más eminentes. La “escuela de Copenhague”, con Bohr y Heisenberg a la cabeza, interpretó el “principio de incertidumbre” de manera idealista y positivista. En realidad, de acuerdo con esta interpretación: “el concepto de objeto material, de constitución y naturaleza independientes del observador, es ajeno a la física moderna, la que, forzada por los hechos, ha debido renunciar a esta abstracción”[126], afirmó con toda claridad Heisenberg. Lo que concebimos como una partícula elemental “no es una formación material en el espacio y en el tiempo, sino, en cierto modo, un símbolo (..)”[127], sostuvo W. Pauli. Además Heisenberg afirmó: “la teoría cuántica no se refiere a la naturaleza, sino a nuestros conocimientos de la naturaleza[128]”. La ciencia, según esta escuela, no afirma nada sobre la realidad objetiva puesto que la observación es modificación y por tanto, la ciencia no trata sobre la cosa en sí, sino frases sobre los aparatos utilizados y, en última instancia, sobre fenómenos subjetivos.
Los fenómenos llamados objetivos solo se materializan al ser observados. “Estas consideraciones llevan a Bohr a decir que es falso creer que la meta de la física es descubrir cómo es la naturaleza, pues, en verdad, solo se ocupa de lo que podemos decir acerca de ésta, dudando así que la realidad de la naturaleza sea conocible. La palabra realidad, dice Bohr, es una palabra que hay que aprender a usar correctamente. La descripción de la naturaleza que hace la física no es, para Bohr, un reconocimiento de la realidad del fenómeno, sino una descripción de las relaciones entre diferentes aspectos de nuestra experiencia. Heisenberg afirma, extremando el pensamiento de Bohr, que la meta única de la física es predecir los resultados experimentales, excluyendo en el lenguaje toda mención a la realidad”[129] Además, si no hay realidad objetiva con la cual podamos contrastar los esquemas teóricos, las formas alternas de organizar la experiencia en teorías o sistemas son complementarios; de esta manera se concluya la visión religiosa y científica pues son solo posturas complementarias[130] de articulación de los “hechos de la experiencia”.
En absoluto la idea filosófica central de la Escuela de Copenhague tiene sustento en el principio de incertidumbre o en cualquier cosa que no sea la posición deliberadamente idealista que Heisenberg sostuvo y que, por cierto, le sirvió de justificación para apoyar el régimen nazi (aunque por supuesto, esto no disminuye en absoluto su aporte científico). En primer lugar no es la observación, ni el acto subjetivo de medir, lo que trasforma las propiedades del sistema cuántico, sino el electrón y el fotón que emite el microscopio el que interactúa con el sistema de manera independiente a la observación. No es la visión del sujeto, ni siquiera la medición lo que transforma el sistema; no se puede confundir el acto subjetivo de observar y medir con la objetividad del instrumento usado para observar y medir; ni siquiera es el aparato como tal el que cambia el estado del sistema, sino el fotón lanzado por ese aparato, exista o no observador, sea o no un aparato el que lo emita. El electrón por supuesto es un objeto material y no una proyección idealista, es la unidad fundamental de carga y sustento de innumerables adelantos tecnológicos y fenómenos naturales, inclusive el pensamiento mismo es resultado de la actividad eléctrica del cerebro en su relación con el ambiente natural y social.
El formalismo de la mecánica cuántica no incluye por ningún lado la observación subjetiva. El principio de incertidumbre, que expresa la vinculación dialéctica entre las variables y su carácter probabilístico, se funda en la constante Planck, que es una ley fundamental para el nacimiento de estrellas, galaxias, elementos químicos, los cuatro campos fundamentales de la naturaleza y cuerpos macroscópicos. Procesos que de hecho prueban su independencia con respecto a la subjetividad al ser condiciones esenciales de la misma subjetividad. En efecto, no es posible la existencia de sujetos pensantes donde no hay posibilidad de surgimiento de cuerpos macroscópicos. Procesos todos ellos regidos, entre otras leyes, por los saltos dialécticos de la constante Planck. Solo basta mirar por un telescopio potente para presenciar eventos que ocurrieron antes de la existencia de la subjetividad. La llamada radiación de fondo es testigo del nacimiento de soles y galaxias en donde las leyes de la física cuántica jugaron (y juegan) un papel primordial, “pero la idea de que esta radiación es el resultado de mediciones es absurda: ¿quién medía?”[131], nos dice con toda razón Ilya Prigogine. En realidad los positivistas se comportan como los clérigos que no creyeron lo que veían por el telescopio de Galileo, pues contradecía las sagradas escrituras y seguramente era cosa del demonio[132]. En el caso de los positivistas no es posible la existencia del mundo y su cognoscibilidad porque eso es, (¡Dios nos libre!), metafísica; en ambos casos existe una posición dogmática, subjetivista y sin ningún apoyo en la ciencia. En segundo lugar el “principio de incertidumbre” solo se manifiesta en procesos en donde la constante Planck juega el papel central. Y constituye una generalización abusiva y sin fundamento plantear la incerteza como propiedad absoluta del universo. En tercer lugar la física cuántica no tiene nada de indeterminada, la medición de los efectos de un ensamble de partículas, como por ejemplo el campo magnético, es una de las más exactas y determinadas que existen dentro de la ciencia moderna.
La postura ortodoxa está en contradicción no solo con la física cuántica, sino con la experiencia científica en general, cuya idea implícita es que el mundo no solo existe, sino que además es cognoscible, que la ciencia describe leyes objetivas. De hecho, la mayoría de los científicos, por no hablar del resto de la humanidad a lo largo de todos los tiempos, tienen la convicción, aunque solo sea por las características de su propia actividad y no una posición filosófica deliberada, de que el mundo existe independientemente de su percepción. Inclusive los pocos científicos que sostienen conscientemente la visión ortodoxa, cuando están en las cuatro paredes de sus laboratorios y aún en el mundo cotidiano, trabajan y actúan como si su objeto de estudio existiera al margen de su pensamiento, lo cual parece ser una manifestación de lo poco que respetan sus consideraciones filosóficas reservadas para las discusiones en los seminarios y en las cafeterías. ¿Qué valor puede tener una filosofía científica que es inaplicable cuando se hace ciencia ? ¿Puede haber una filosofía científica al margen del quehacer científico?. Y a la inversa. ¿Qué sentido puede tener una ciencia que no dice nada del mundo objetivo? ¿Cómo puede tener valor práctico algo que no tiene conexión más que con nuestra subjetividad? En realidad el positivismo como filosofía de la ciencia es inútil justo cuando se hace ciencia, es como un paraguas que es inútil justo cuando llueve, como explica Engels: “¿Qué se pensaría de un zoólogo que dijese: un perro parece tener cuatro patas, pero qué sabemos si en realidad tiene cuatro millones de patas o ninguna? (...) pero los hombres de ciencia se cuidan de no aplicar la frase de la cosa en sí a las ciencias naturales; solo se lo permiten al pasar a la filosofía. Esta es la mejor prueba de la poca seriedad con que la toman, y del escaso valor que posee. Si se tomara en serio, ¿de qué serviría investigar nada?”[133].
Es una pena y un indicador verificar que detrás de la ortodoxia hay intereses no meramente científicos (como el prestigio y el control de los recursos de los institutos por ejemplo, que la posición de EPR, planteada por Einstein, Podolsky y Rosen, (además de Erwin Schrödinger y el mismo Planck), que postula una interpretación materialista de la física cuántica ha sido silenciada deliberadamente y que generalmente no sea planteada con tanta insistencia como la visión ortodoxa, evitando una discusión general racional al respecto. “Tal intento de callar el problema no es neutro”, nos dice Clemente de la Torre, “sino que favorece una interpretación ortodoxa de la teoría que se adoptó en sus principios, sustentada por la enorme autoridad, bien merecida, de Bohr, Heisenberg y otros de sus fundadores. Hoy, la mayoría de los físicos que investigan temas fundamentales de esta teoría no se adhieren a dicha interpretación y encuentran necesaria una actitud más crítica en la didáctica de la física cuántica”[134].
Einstein, Podolsky y Rosen publicaron en 1935 ¿Puede considerarse completa la descripción que de la realidad física da la Mecánica Cuántica?, en donde fundamentalmente se argumenta que la mecánica cuántica describe fenómenos reales existentes, con independencia de la subjetividad. Las partículas subatómicas tienen simultáneamente posición y velocidad y el hecho de no poderla determinar con los instrumentos teóricos a nuestra disposición solo significa que la física cuántica como teoría aún es incompleta y está en proceso de elaboración; existen variables ocultas que por principio no son incognoscibles y que nos obligan, por ahora, a considerar de manera probabilística dichos fenómenos. En este argumento debemos señalar dos elementos: a) que se reconoce la existencia del mundo material y b) que la física cuántica es solo una aproximación a los fenómenos objetivos, dejando fuera de su consideración variables ocultas que impiden su precisión absoluta, es decir, la física cuántica no es una teoría completa. El destacado investigador Luis de la Peña señala la esencia de la posición de EPR y la suya: “(...) se considera que la función de onda describe un sistema material que existe con independencia de nosotros y que tiene la propiedad objetiva de encontrarse en ese estado, independientemente de nuestro conocimiento sobre el sistema”[135].
De igual manera, Erwin Schrödinger ridiculizó la visión ortodoxa en su famoso experimento conocido como el gato de Schrödinger, en donde un gato es encerrado en una caja con un frasco de cianuro y un tubo con un átomo que emite un electrón al segundo de cerrar la caja, electrón cuya probabilidad de salir hacia la izquierda o hacia la derecha es igual. En el lado derecho tenemos un detector de electrones que de ser activado romperá el frasco de cianuro y, consecuentemente, el gato morirá y del lado izquierdo el electrón saldrá y el gato vivirá. Si la visión ortodoxa es correcta, el “colapso de función de estado” o determinación de la posición del electrón solo ocurre con la visión subjetiva del fenómeno, es decir, la posición del electrón no se materializa más que cuando alguna subjetividad se digna mirar dentro de la caja. Como la probabilidad del electrón hacia la izquierda (gato muerto) y a la derecha (gato vivo) es, en este caso, igual, mientras no abramos la caja, el electrón no tiene, según la visión positivista, ni posición ni velocidad, por no ser propiedades objetivas, por tanto el gato, mientras no se mire dentro de la caja, ¡no estará ni vivo ni muerto! Las implicaciones de este conocido experimento mental son claras: evidentemente el gato ya estaba vivo o muerto antes de que el científico abriera la caja, el científico solo cobra conciencia de un hecho preexistente a su constatación subjetiva; consecuentemente el electrón tiene posición y velocidad, independientemente de la subjetividad y la observación; y el hecho de que en los fenómenos cuánticos las variables de posición y velocidad estén íntimamente vinculadas no impide su carácter material, ni es argumento (ni siquiera desde el punto de vista de la lógica formal) para negar su objetividad.
El adoptar una postura conscientemente materialista no se reduce a adquirir una postura consistente con la ciencia moderna y en particular de la física cuántica, como habían señalado ya los clásicos del marxismo. Todo error en la teoría se refleja tarde o temprano en la práctica. La posición filosófica en la ciencia en tanto que unidad teórico-práctica deriva en resultados concretos, como el investigar o no fenómenos de interés para la ciencia moderna que de acuerdo con la visión idealista de Copenhague no tendría ningún sentido investigar, en efecto, si la cosa en sí es incognoscible y “el principio de incertidumbre” significa que no hay leyes ni causalidad objetivas “no hay mucho más que investigar en relación al comportamiento azaroso de los electrones”, nos dice Luis de la Peña, “pero si se cree que el fenómeno azaroso es causado por algún agente externo,” (o interno agregaríamos nosotros) “es evidente que este agente requiere de una cuidadosa investigación física, lo que abre un amplio terreno a la investigación”[136].
Una alternativa materialista y dialéctica fascinante a la explicación de la estocasticidad (aleatoriedad) de los fenómenos cuánticos constituye la teoría del caos, que tiene algunas diferencias secundarias con las postura materialista de EPR. No es necesario buscar la causa de la aleatoriedad en fenómenos externos sino en una característica inmanente de este tipo de fenómenos: la acción o susceptibilidad asombrosa a los cambios por interacción dinámica, o en palabras de teoría del caos “susceptibilidad a las condiciones iniciales” pueden ser indicadores de que los fenómenos cuánticos son fenómenos explicables en términos de caos. Son caóticos y ordenados al mismo tiempo o, en otras palabras, del desorden y aleatoriedad de las partículas elementales, aleatoriedad inevitable en virtud de su susceptibilidad a los pequeños cambios, de sus velocidades inmensas y su complejidad aún mayor que en la termodinámica; nace el orden a gran escala, orden probabilísticamente determinado con la función de onda. El orden y las leyes que nacen del desorden del caos es tan sorprendente que el margen de error de la medición del momento magnético, por ejemplo, es del orden de uno en 10.000 millones; la incertidumbre en la mecánica cuántica no es obstáculo para adquirir certidumbres que superan la precisión de la mayoría de las ciencias.
Así, las variables ocultas que buscaba Einstein y la posición EPR, podrían encontrar su explicación en la teoría del caos y en las características inmanentes de los fenómenos cuánticos; efectivamente, las partículas tienen posición y velocidad independientemente de la observación y medición (el hecho mismo de que la medición objetiva transforme el estado nos dice mucho sobre las leyes objetivas de ese fenómeno) pero su medición no puede ser más que probabilística por las características mismas que no pueden ser explicables en función de las partículas aisladas sino del todo cualitativamente distinto. Se ha comprobado más allá de cualquier duda, que los sistemas cuánticos son sistemas orgánicos o dialécticos irreductibles a las partes componentes; éstas son precisamente las características fundamentales de los sistemas caóticos o dialécticos que conjugan dialécticamente el orden y el desorden, el todo y las partes. “Por tanto”, nos dice Ilya Prigogine, “en mecánica cuántica tiene que haber un mecanismo intrínseco que lleve a los aspectos estadísticos observados (...) este mecanismo es, precisamente, la inestabilidad, el caos”[137]. Independientemente del desarrollo ulterior de la física cuántica y de que las causas de la aleatoriedad se encuentren en la teoría del caos o en algún factor externo —la teoría del caos es aún muy joven— , no cabe duda que la solución de esta fructífera polémica se dará en el campo del materialismo y de la búsqueda de la solución en el mundo objetivo y sus leyes inmanentes. La preocupación esencial de Einstein: que la mecánica cuántica, como la ciencia en general, describen el mundo independientemente del observador, sustituirá, sin duda, a la ortodoxia, cada vez más cuestionada y criticada.
II) Física cuántica relativista
a) unidad y lucha de contrarios, negación de la negación y saltos cualitativos
Tenemos de que envían emisiones. De sí todos los cuerpos de continuo, Que a todas partes giran sin pararse,Y sin interrumpir jamás su flujo.
Tito Lucrecio Caro, aprox 99-55 a. C.
Cuando a principios de siglo Ernest Rutherford descubrió el núcleo atómico, abrió un nuevo horizonte de investigación y con el consiguiente descubrimiento de la estructura interna del núcleo, se comprendió mejor la fuente de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza (fuerza nuclear fuerte, débil, fuerza electromagnética y gravitatoria), comprensión que aún está muy lejos de ser exhaustiva, pero que permite comprender muchas interrogantes aparentemente inextricables y sin relación aparente, como el origen de las galaxias, la tabla periódica de los elementos y las propiedades de las partículas más increíblemente pequeñas y efímeras hasta ahora conocidas.
Tanto Hegel como Engels se mofaron del uso indiscriminado del término fuerza, que en muchos casos servía como un pretexto deus ex machina para ocultar nuestra ignorancia sobre las verdaderas causas de los fenómenos naturales. A lo más, el concepto de fuerza era pertinente en la mecánica clásica en donde el impulso venía de una fuerza externa al sistema. Pero en la explicación de los campos por la mecánica cuántica relativista esa necesidad de fuerzas externas ha sido superada; las fuerzas, si es que es correcto seguir usando ese término, se explican por la emisión de cuantos o, mejor dicho, por la unidad dialéctica entre radiación y absorción de partículas materiales que interactúan y transforman a la partícula emisora y receptora; cuantos que provienen de la estructura interna de las partículas elementales (demostrando que no son tan elementales) y de la unidad materia-energía de la relatividad de Einstein; ya no hay necesidad de acudir a fuerzas misteriosas y externas a las que son tan aficionados los místicos y ocultistas charlatanes.
El átomo constituye el punto crítico o salto cualitativo donde comienza a operar de manera decisiva el electromagnetismo, que permite la unión molecular. Con la unión de moléculas en cuerpos de tamaño suficiente para hacer despreciable la longitud de onda de Schrödinger se da el salto cualitativo a la fuerza gravitatoria, que es 10-11 veces más pequeña que la electromagnética, y que, no obstante, tiene una influencia infinita —aunque inversamente proporcional al cuadrado de la distancia— y opera ya entre dos objetos, desde la manzana que según la leyenda cayó en la cabeza de Newton hasta el colapso gravitacional de los agujeros negros; cuando bajamos de escala hasta los 10-15 metros (fermis) se niega dialécticamente el electromagnetismo: el electromagnetismo sigue existiendo a este nivel pero su presencia ya no juega el papel decisivo, estamos ante un caso de “negación de la negación”. Ahora los protones que por electromagnetismo se repelerían mutuamente, se pueden unir entre si y con los neutrones para formar el núcleo atómico (en un espacio que en el caso del núcleo de carbono es, con relación al átomo de 60.000 a 1, a pesar de que el tamaño del protón es 2.000 veces mayor al electrón).
Por su magnitud espectacular, 100 veces superior a la electromagnética, esta interacción entre la materia es conocida como la fuerza nuclear fuerte, aunque su campo de acción es infinitamente pequeño. Por esta limitación los núcleos atómicos tienen una barrera potencial de 84 protones para su tamaño a partir de este punto cualitativo el núcleo se transforma de estable en inestable, el núcleo de uranio, por ejemplo, es tan grande que está al borde del caos, la frágil unión nuclear se puede romper más allá de la capacidad de la fuerza nuclear fuerte para mantener el núcleo como unidad dinámica, expulsando violentamente el contenido del núcleo en forma de una temible explosión atómica con la liberación de la energía implícita a la materia, poniendo de relieve su unidad dialéctica y mostrando un ejemplo concreto y violento de salto cualitativo. La fuerza nuclear fuerte, además, consiste en la tensión dinámica de tendencias opuestas: atracción-repulsión y absorción-radiación: este campo es atractivo y repulsivo de manera simultánea; se vuelve repulsivo cuando los nucleones casi se tocan y atractivo cuando atractiva cuando se “alejan” a 3 o4 veces el radio del protón; se transforma cualitativamente en su contrario más allá de este punto cuantitativo. Por su parte el proceso dialéctico absorción-emisión se manifiesta con la emisión recíproca de una partícula virtual liberada de la energía interna de los nucleones (protones y neutrones) transformada en materia, partícula conocida como mesón (por tener masa media entre el protón y el electrón) que viaja a velocidades cercanas a la de la luz y cuya vida media es de 10-23 segundos; esta partícula es el cuanto o partícula asociada a este campo, que interactúa con los nucleones y los mantiene unidos.
Con el surgimiento dialéctico de la fuerza nuclear fuerte aparece la fuerza nuclear débil que es responsable de la desintegración radiactiva, verdadero alquimista de la naturaleza, en virtud del cual las partículas radioactivas o inestables se transforman en un elemento totalmente diferente; así, por ejemplo, “en un gramo de radio cada segundo se transforman 37.000.000.000 de átomos en átomos de otro elemento, el radón, que es un elemento gaseoso”[138] y este cambio cualitativo espectacular se dio porque el átomo de radio perdió solo dos unidades cuantitativas en su número atómico. Además la fuerza nuclear débil se manifiesta en el interior del núcleo de una manera dialécticamente asombrosa: esta fuerza transforma un neutrón en un protón emitiendo en el acto un electrón; a su vez el protón se transforma en neutrón emitiendo en el acto un positrón (antipartícula del electrón) y todo ello en la inimaginable fracción de tiempo de 10-23 segundos. ¿Qué sentido puede tener aquí el prejuicio de que A es igual a A, cuando esa A se transforma en B y esa B en A millones de veces en milésimas de segundo? ¿No tendríamos literalmente que decir que la identidad de A permanece cambiando y transformándose en su contrario para volver a ser la misma millones de veces en milésimas de segundo? Las leyes de identidad son útiles cuando estudiamos la estructura formal de los juicios y en los estrechos límites de la vida cotidiana, pero constituye una necedad proyectarla como esencia ontológica del mundo. La necia dialéctica de la naturaleza se impone aquí una vez más.
Al mismo tiempo, un miserable átomo, por su campo electromagnético, tiene una influencia infinita, verdaderamente el átomo es una unidad discreta, finita, determinada, cuya existencia finita tiene una influencia infinita. Incluso los cuerpos del tamaño de nuestra experiencia cotidiana y base de todos nuestros prejuicios lógicos (A=A), al contrario de lo que afirmaron los empiristas estrechos, no constituyen entes aislados o “hechos atómicos“ (en la terminología arbitraria e inapropiada de Wittgenstein[140]) sin ninguna vinculación, cuyo conocimiento no nos dice nada acerca del mundo en su totalidad. En realidad su influencia es infinita ya que su campo gravitatorio tiene un alcance infinito. Conocemos elementos de lo infinito por medio de lo finito. Lo finito e infinito no están separados por un abismo, por la relación universal de la materia y la unidad dialéctica entre lo finito y lo infinito, de la cual el campo gravitacional y el electromagnético constituye solo un ejemplo. Podemos constituir una concepción general del mundo sin necesidad de ningún misticismo ni charlatanería.
Con el descubrimiento de la dinámica del núcleo atómico, se ha podido fundamentar la tabla periódica de los elementos químicos; las propiedades cualitativas de los elementos están en función de las diferencias cuantitativas de sus pesos atómicos o más precisamente, del número de protones en el núcleo. El extraordinario genio de Mendeleyev consiste en que, sin tener noticia sobre la estructura del átomo y solamente con el conocimiento cuantitativo de los pesos atómicos, relacionó y organizó la tabla periódica vinculando la cantidad con la cualidad, descubriendo que propiedades similares se repetían periódicamente por el simple aumento de los pesos atómicos; propiedades que “se niegan y se conservan al mismo tiempo” y que se transforman de la cantidad en calidad, como diríamos en lenguaje dialéctico. “Y la demostración de esto es brillante” —escribió Engels a quien produjo honda impresión la conquista del pensamiento del gran químico ruso—, “Mendeleyev probó que las distintas brechas que ocurren en la serie de elementos emparentados, organizados según los pesos atómicos, indicaba que en ellas había nuevos elementos que descubrir. Describió por anticipado las propiedades químicas generales de uno de esos elementos desconocidos (...) Locoq de Boisbaudran descubrió ese elemento, y las predicciones de Mendeleyev concidían con muy leves discrepancias. El eka-aluminio fue, a partir de entonces, el galio. Por medio de la aplicación —inconsciente— de la ley de Hegel, de la transformación de la cantidad en calidad, Mendeleyev realizó una hazaña científica que no es excesiva audacia equiparar con la de Leverrier, cuando calculó la órbita del planeta Neptuno, hasta entonces desconocido”[141]. A pesar de esta hazaña científica, Mendeleyev mismo creía que los elementos químicos eran inmutables, el oro siempre sería oro y el plomo, plomo hasta el final de los tiempos. El gran revolucionario León Trotsky comentó al respecto de las implicaciones de la radiactividad: “Hasta muy recientemente los científicos supusieron que en el mundo existían cerca de noventa elementos, que estaban más allá de todo tipo de análisis y que no podían ser transformados el uno en el otro. Esta noción contradecía al materialismo dialéctico, que habla de la unidad de la materia, y, lo que es todavía más importante, de la transformación de los elementos de la materia”[142]. Como comenta Trotsky, la periodicidad de las propiedades de los elementos y el conocimiento de la radiactividad, manifestación de la fuerza nuclear débil, ha logrado no solo la conciencia del hecho de que la naturaleza misma transforma y crea a los elementos químicos en las profundidades de las estrellas y en las explosiones de supernova, sino el acariciado sueño medieval de los alquimistas, la transformación deliberada de los elementos químicos. “Desde entonces, casi todos los elementos conocidos han sido transmutados por medio del bombardeo con diversas partículas (...) Hoy día , el mercurio puede transformarse de hecho en oro, mediante técnicas nucleares; pero el costo actual de esta transmutación sería tan elevado que el proceso sería un fracaso económico”[143].
Más sorprendente aún es el hecho de que con la aplicación —aunque inconsciente por parte de la mayoría de los científicos— de las leyes dialécticas implícitas a la física moderna, específicamente en las propiedades periódicas de los elementos y en la física cuántica, se han podido producir elementos químicos inexistentes en la naturaleza, creando núcleos atómicos artificiales que por sus características son útiles para el hombre. El hombre conoce a la naturaleza transformándola objetivamente. Junto con la transformación de sus relaciones sociales, la historia de la naturaleza, desde la emergencia activa del hombre, no se puede separar de la historia de la humanidad. La interacción hombre-naturaleza se va volviendo más determinante conforme avanza el potencial técnico del ser humano. Con el desenvolvimiento de los modos de producción y a medida que, de ser esclavo de la naturaleza, el hombre se convierte en su amo, aun cuando dentro del capitalismo el amo sea estúpido y egoísta (todo un burgués contemporáneo), el capitalismo ha llevado esta transformación hasta sus límites, dentro de lo que cabe, en una sociedad de clases y ha vuelto a las fuerzas productivas, potencial emancipatorio en una sociedad sin clases, contra el hombre mismo; como su “nuevo amo” aparentemente indomable. Para Marx, el hecho de que no solo podamos reproducir la cosa en sí sino además crear cosas en sí como cosas para nosotros que no existían antes de la intervención objetiva del ser humano, representa una prueba asombrosa de la terrenalidad y objetividad del pensamiento del hombre y la posibilidad misma de poner sus resultados bajo el control democrático de la humanidad.
b) Materia y antimateria: unidad de contrarios
Una de las tesis cardinales del materialismo dialéctico “la unidad y lucha de contrarios” ha encontrado su confirmación más sorprendente en el terreno de la naturaleza con el principio de Paul Dirac: “a toda partícula le corresponde su antipartícula”. Desde entonces las antipartículas han sido descubiertas, una a una, en los aceleradores nucleares. Y el principio de Paul Dirac se ha convertido en una de las piedras angulares de la física moderna
Las partículas y sus antipartículas son verdaderos opuestos, idénticos en su masa, en su espín; su oposición radica en su carga opuesta; oposición que se manifiesta explosivamente cuando los opuestos se encuentran : se aniquilan transformándose en fotones de diversa energía; pero los opuestos negados siguen implícitos en los fotones, vuelven a emerger cuando la característica esencial de la luz —su movimiento a 300.000 kilómetros por segundo— es negada mediante la colisión con diversas partículas, generando en el acto diversas partículas y antipartículas.
La gran explosión que generó el universo conocido se supone que originó la misma cantidad de materia y antimateria. Una de las líneas de investigación más cautivantes de la cosmología y la física modernas es rastrear el destino de la antimateria generada. Si esta hipótesis resulta correcta la unidad de contrarios estaría implicada en el origen mismo del universo conocido.
Las contradicciones han sido encontradas, una detrás de otra, en las partículas llamadas elementales, como burlándose de su nombre y mofándose de la ley de identidad. Todo un abanico de contradicciones (en todos los niveles hegelianos: diferencia, contradicción, antagonismo) están implicados en cada una de las partículas elementales. Así el neutrón en estado libre se desintegra en un electrón, un protón y un antineutrino; el protón se desintegra en un neutrón, en un positrón (antielectrón) y un neutrino; los mesones (cuantos de la interacción fuerte) además de existir positivos, negativos, y neutros decaen en fotones de gran energía; los muones (electrones pesados), además de ser positivos o negativos se desintegran en neutrones, neutrinos y antineutrinos o en positrones, neutrinos y antineutrinos respectivamente. Muchas de estas desintegraciones (como la de los muones) se dan en pocas millonésimas de segundo y otras como la del protón en un tiempo en años de un 1 seguido de 31 a 33 ceros.
Por si estas contradicciones no fueran suficientes y no estuviéramos suficientemente apabullados y confundidos con la enorme cantidad de nuevas partículas materiales —por no hablar del irónico nombre de “partículas elementales”—, agreguemos a esto que todas tienen sus antipartículas y que todos los nucleones se componen de partículas aún más pequeñas llamadas quarks, que además de existir en cuatro variantes, también tienen sus antipartículas. Con los quarks emerge un nuevo nivel de la realidad, con nuevas propiedades o campos (también cuantificados con la constante Planck), que no existen en el nivel de los nucleones (protones, neutrones, mesones,) campos conocidos con los extravagantes nombres de: color, extrañeza, belleza, etc.; junto con sus cuantos o partículas, conocidos como gluones que, se cree, son responsables de estos campos, mostrando que incluso los quarks, en tanto emiten partículas virtuales, no son “elementales”. Hasta el momento solo el electrón y algunas otras partículas permanecen sin revelar su estructura interna. Muchos científicos, ilusamente diríamos nosotros, las siguen considerando partículas elementales, eternas e inmutables, pero, como lo demuestra la historia de la ciencia, seguramente será cuestión de tiempo para que revelen sus secretos. El átomo supuestamente indivisible y simple es un verdadero universo compuesto por una cantidad, en imparable crecimiento, de “partículas elementales” (hasta el momento se han descubierto alrededor de 80) cuya característica más relevante consiste en que no son elementales.
Una tras otra, estas partículas han sido derribadas de su pedestal de supuestas partículas irreductibles, más allá de las cuales ya no hay nada que investigar. Alan Woods y Ted Grant en Razón y Revolución subrayan el constante e interminable proceso de confirmación de la complejidad infinita de la materia, que representa una de las ideas fundamentales del materialismo dialéctico. “A pesar del hecho de que la experiencia ha demostrado que la materia no tiene límite, los científicos siguen buscando en vano los “ladrillos de la materia”. (...) Las propiedades de los quarks todavía esperan ser analizadas, y no hay razón para suponer que eso no se vaya a conseguir, señalando el camino para el sondeo cada vez más profundo de las infinitas propiedades de la materia. Este es el camino por el que siempre ha avanzado la ciencia. Las supuestamente infranqueables barreras al conocimiento que ha erigido una generación, han sido derribadas por la siguiente, y así sucesivamente. Toda la experiencia previa nos da la razón al afirmar que este proceso dialéctico de avance del conocimiento humano es tan infinito como el propio universo”[144]. El materialismo dialéctico, bien entendido, representa una concepción del desarrollo como una espiral dialéctica siempre abierta y rica en contenido cuya única constante es el movimiento y la contradicción concretas.
c) Las partículas elementales y el desarrollo del Universo: unidad dialéctica de lo finito y lo infinito
En resolución: quien quiera conocer los más importantes secretos de la naturaleza contemple y considere en torno a lo mínimo y a lo máximo de los contrarios y opuestos”.
Giordano Bruno, 1548-1600
Una confirmación asombrosa e incontrovertible de la unidad dialéctica entre lo finito y lo infinito se encuentra en la vinculación recíproca de las partículas elementales con las características y el desarrollo del universo, la gestación de estrellas y todos los elementos químicos. Es difícil comprender sin quedarse anonadados los conceptos de infinito que implica esta relación. Tanto Engels como Marx[145] siempre argumentaron que el concepto matemático de infinito no era una simple creación de la razón: “...todo el sistema solar y las distancias que aparecen entre este aparecen, a su vez, como infinitamente pequeñas en cuanto tratamos con distancias calculadas en años luz”, dice Engels hablando de la objetividad del concepto de infinito. “Aquí ya tenemos, pues, un infinito, no solo de primero, sino además de segundo grado, y podemos dejar a cargo a la imaginación de los lectores la construcción de nuevos infinitos de un grado más elevado en el espacio infinito, si tienen deseos de hacerlo”[146]. Es difícil de asimilar para el sentido común que el universo tan inconmensurablemente inmenso, tanto que todos los granos de arena de toda las playas del mundo serían insuficientes para contabilizar las estrellas que nacen, se desarrollan y mueren en ese infinito escenario, esté relacionado con su extremo opuesto que le es inconmensurable e infinitamente pequeño. Matemáticamente sus magnitudes relativas están infinitamente separadas y opuestas, sin embargo, existe una relación esencial entre estos opuestos. Las partículas elementales surgen y se fusionan en átomos en las entrañas de las estrellas; estrellas que existen como manifestación de la energía que se requiere para fusionar las partículas en átomos y transmutar elementos; estrellas que forman galaxias, cúmulos de galaxias y supercúmulos; estrellas que explotan y generan nuevos elementos químicos, agujeros negros y pulsares que emiten neutrones; partículas y átomos que tras ser arrojados en la vastedad del universo se unen en nubes moleculares o matrices de nuevas estrellas y galaxias; galaxias que pueden ser estudiadas por la influencia infinita del espectro electromagnético emitido por los elementos químicos inconmensurablemente pequeños con relación a las estrellas e infinitamente pequeños en relación con el universo y que, no obstante, hacen sentir su influencia en todo el universo. El universo es el sistema más grande e infinito, donde se desenvuelven todos los procesos materiales en sus infinitas manifestaciones; este todo infinito se vincula con su opuesto infinitamente pequeño, que está al borde de la no existencia, la mayoría de las partículas elementales son inestables y tienen una vida media que llega a ser de millonésimas de segundo, tiempos que no son nada en la escala del universo. Con un criterio materialista tenemos la oportunidad de estudiar la unión de lo infinitamente grande e infinitamente pequeño, no en la intuición irracional de un Schopenhauer, sino en el estudio de las leyes concretas del universo, leyes que unifican los opuestos. Desde hace varias décadas, dicha unidad se ha puesto de relieve en la ciencia y la cosmología modernas con implicaciones filosóficas infinitamente más ricas y cautivantes que las abstracciones vacías y presuntuosas de la filosofía burguesa posmoderna entretenida en un empirismo estéril o en la noche negra de la irracionalidad donde “todos los gatos son pardos”.
El “polvo de estrellas”, producto de la explosión agónica de una estrella en forma de nova o supernova, se acumula en una suerte de cementerios estelares o “nubes moleculares” formadas de polvo y principalmente de moléculas de hidrógeno; el rompimiento del balance entre las fuerzas opuestas de la presión, que tiende a expandir la nube y la gravedad que la tiende a contraer, o en otras palabras, el rompimiento de su simetría como resultado de su interacción con el resto del universo, provoca la condensación en grumos de estas nubes que las colapsan gravitacionalmente. Este proceso de nacimiento de galaxias a partir del caos puede ser visto en la nebulosa de Orión. El caos, la falta de simetría y homogeneidad en el universo, como habíamos visto, genera orden. Según una teoría del astrofísico soviético L. M. Orzenoi: “el universo primordial se encontraba en un estado caótico, lleno de gigantescos remolinos de materia, tal como en un líquido turbulento”[147]. Cuando la masa implicada en el colapso gravitacional supera el punto cualitativo de una décima parte de la masa del sol y una temperatura de los seis millones de grados, la nube molecular comienza a romper la enorme oposición del electromagnetismo y fusiona los protones en átomos para formar helio a partir del hidrógeno; con esta reacción termonuclear presenciamos el nacimiento de una estrella. No obstante las estrellas de estas magnitud solo producen átomos de helio y un poco de nitrógeno. Las estrellas que tienen una masa mayor a la mitad de la del Sol producen todos los elementos más ligeros que el hierro, entre ellos el carbono y el oxígeno, sin los cuales, el surgimiento de la vida sería imposible.
Lo más representativo de la verdadera alquimia natural de las estrellas está en que la masa de los átomos creados no es igual a la suma de sus partes[148], los átomos creados son más ligeros que los protones de los cuales se formaron, la diferencia de masa se manifiesta en la increíble energía de las reacciones atómicas que originan el brillo de las estrellas. Además los protones y neutrones que forman los átomos son cualitativamente distintos a los que se encuentra en estado libre; en la interacción dialéctica que describimos más arriba, las partículas subatómicas adquieren estabilidad, sin la cual decaen radiactivamente para formar protones y electrones: las únicas partículas con cierta estabilidad (los protones se desintegran en 1 x 1033 años)
El nacimiento de estrellas y su desarrollo se da en función de cambios graduales interrumpidos por bruscos cambios cualitativos a través de la dinámica y tensión de fuerzas opuestas. Su dinámica solo puede ser entendida cabalmente como un proceso dialéctico. La estrella consiste en la dinámica de la presión de gas caliente que irradia energía y tiende a expandirla y la gravedad de su masa que tiende a contraerla, mientras que el parámetro para determinar sus propiedades se mide en función de su relación cuantitativa con la masa del sol. La lucha entre las fuerzas opuestas de la estrella determina su destino.
Cuando la masa de la estrella no supera el punto crítico de una vez y media la masa solar, al terminar de manera gradual y más o menos lineal su combustible (hidrógeno), las tendencias repulsivas dominan, se convierte en una gigante roja para, finalmente, explotar en forma de nova y crear una nebulosa; las tendencias gravitatorias dominarán posteriormente el núcleo de la estrella que se colapsará y se comprimirá a un tamaño de unas cinco veces la Tierra, en donde las fuerzas gravitacionales serán tan inmensas que una cucharada de materia pesará más de cien kilogramos[149].
Cuando la masa de la estrella supera el punto crítico de una vez y media la masa del sol (punto crítico conocido como “límite de Chandrasekhar”), da el salto cualitativo y al final de su vida se colapsará aún más, hasta superar a la fuerza nuclear fuerte, los protones se fusionan para crear neutrones y neutrinos formando una estrella de “neutrones” en una masa de un escaso radio de 10 kilómetros girando y emitiendo un campo magnético y pulsos en ondas de radio. Estos pulsares tienen un campo gravitacional tan inmenso que una cucharada de su materia pesa miles de millones de toneladas.
Si la masa de la estrella supera unas seis veces la del sol, explotará como supernova con la fuerza suficiente para crear los átomos de todos los elementos más pesados a partir del hierro, átomos que, a diferencia de los más ligeros, al fusionarse, gracias a la enorme energía de la supernova, tienen un peso superior a las partículas que los componen; no han perdido energía sino que la han absorbido transformándola en materia; aquí, como en todos los procesos complejos, el todo nunca es igual a la suma de las partes y las partes no son iguales que en su aislamiento. Un testigo de esta explosión espectacular de supernova la constituye la nebulosa Cangrejo. Nebulosas que son embriones de nuevas galaxias en cuyo centro el antiguo núcleo colapsará tan infinitamente que la velocidad para escapar a su gravitación superará a la velocidad de la luz, dando origen a un “agujero negro”. A diferencia de lo que se pudiera suponer los “agujeros negros”, fenómenos extraordinariamente destructivos, tienen, al mismo tiempo, un papel creativo en el universo y se encuentran en el centro de toda galaxia, al parecer, en los puntos de no retorno, en la periferia de los agujeros negros, mas allá de los cuales nada, ni siquiera la luz, puede escapar, se forman remolinos y chorros de materia que rompen el fino equilibrio de las nubes moleculares colapsándolas en nuevas estrellas y galaxias. Cuando la expansión de la galaxia ha llegado a cierto punto el “agujero negro” deja de arrojar material y se inactiva. Como comenta Alan Woods: “Aquello que en principio se suponía era una fuerza puramente destructiva, ahora resulta ser una fuerza creadora, un elemento que reside en el centro de toda galaxia, manteniéndola unida y dándole cohesión, esencial para toda la vida y para nosotros mismos (...) De esta forma, la fuerza más destructiva de todo el universo resultó tener poderes colosales creadores. La concepción dialéctica de la unidad y lucha de contrarios ha recibido una poderosa confirmación de la fuente más inesperada”[150].
Hemos dejado muy atrás la creencia del gran filósofo Aristóteles según la cual el reino celeste, incluidas las estrellas, constituían el reino de lo ecuclidianamente puro e inmutable; y también hemos dejado muy atrás los prejuicios positivistas de Augusto Comte, según el cual, investigar la composición química del sol, por no hablar del resto de las estrellas, era una pérdida de tiempo por estar oculta o ser una cosa en sí absolutamente inaccesible[152]. A pesar de todos estos prejuicios presuntuosos que imponen límites artificiales al conocimiento, no solo hemos accedido al conocimiento de la composición de nuestra estrella, no solo sabemos que algún día el Sol no volverá a aparecer en el horizonte (el ejemplo clásico del escepticismo de Hume), y no porque los científicos hayan adoptado el escepticismo positivista, sino por el conocimiento de sus leyes inmanentes que predicen el fin de su combustible; además, hemos ido mucho más allá de lo que supuestamente podíamos acceder en el conocimiento de la cosa en sí, no solo de la vinculación de lo infinitamente pequeño con lo infinitamente grande, sino en la vinculación de los fenómenos estelares con la creación de los elementos químicos que hacen posible la vida y el pensamiento. La cosa en sí no solo se ha vuelto cosa para nosotros sino que ha mostrado cómo de su evolución dialéctica ha surgido el pensamiento que, en algunas filosofías, además de imponerse límites, en un delirio producto de la división extrema del trabajo manual e intelectual del capitalismo, se cree fundamento solipsista o trascendental de la naturaleza.
Conclusiones
El sentido común, herencia y expresión de la vida cotidiana nos dice que “A” es igual a “A”. Las leyes de la lógica formal son adecuadas para una gran cantidad de fenómenos de la vida cotidiana, precisamente de aquellos eventos lineales y aparentemente estables como, por ejemplo, reconocer la identidad y permanencia de los objetos de nuestra vida diaria; saber que un perro es un perro (especialmente si se trata de mi perro), la autoconciencia de mi propio Yo, saber reconocer los rostros familiares y queridos; todas son condiciones para la supervivencia en el mundo cotidiano[153].
Sin embargo, el mundo cotidiano no deja de informar continuamente de la complejidad del mundo capitalista, donde la estabilidad es solo un momento transitorio del movimiento. La lógica formal es una fuerza esencialmente conservadora y tranquilizadora que se convierte en una especie de rigor mortis mental cuando no se reconoce en sus propios límites; la estabilidad relativa de lo cotidiano se transforma en su contrario por la gradual acumulación de tensiones producto, en este caso, de las leyes inmanentes del capitalismo, que actúan en las profundidades, que llegan a un punto crítico y emergen bruscamente a la superficie; transformando la conciencia de los hombres, especialmente de los trabajadores. El cuerpo muerto y rígido vuelve a cobrar vida; el Yo aparentemente inmutable se transforma bruscamente; el Yo individualista se percata de su fuerza como clase social. En realidad es ya otro sujeto cualitativamente distinto, una negación dialéctica de su conciencia pasada. Estos procesos, impulsados en última instancia por factores objetivos, obligan a las masas a intentar tomar el destino en sus propias manos. Se llaman revoluciones; procesos que son profundamente dialécticos y que, en palabras de Marx, constituyen la locomotora de la historia.
Ahora la lógica formal se torna en un cascarón vacío, rígido y sin vida porque la estabilidad ha sido rota y el movimiento a través de contradicciones se vuelve absoluto. “Trataré aquí de esbozar lo esencial del problema en forma muy concisa” nos dice Trotsky hablando de los límites de la lógica formal. “La lógica aristotélica del silogismo simple parte de la premisa de que “A” es igual a “A”. Este postulado se acepta como axioma para una cantidad de acciones humanas prácticas y generalizaciones elementales. Pero en realidad “A” no es igual a “A”. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una lente: son completamente diferentes. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o la forma de las letras, dado que ellas son solo símbolos de cantidades iguales, por ejemplo de una libra de azúcar. La objeción no es válida; en realidad una libra de azúcar nunca es igual a una libra de azúcar: una balanza delicada descubrirá siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco esto es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestará que una libra de azúcar es igual a sí misma en un “momento dado”. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este “axioma”, tampoco soporta una crítica teórica. ¿Cómo concebimos realmente la palabra “momento”? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, entonces una libra de azúcar está sometida durante el transcurso de ese “momento” a cambios inevitables. ¿O este “momento” es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es en consecuencia, un elemento fundamental de la existencia. De este modo el axioma “A” es igual a “A”, significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe”[154].
Quizá cuando vamos al mercado y queremos comprar azúcar estas consideraciones dialécticas carecen de importancia y aparentan ser necedades pedantes e inútiles. Seguramente resultará un ejercicio bastante improductivo buscar contradicciones en todo lo que vemos cada vez que vamos a La merced, —aun cuando Marx haya mostrado que “el mercado” se encuentra plagado de contradicciones— . Pero cuando nos enfrentamos con procesos dinámicos y complejos, a los que la vida cotidiana se encuentra en última instancia subsumida, la cosa cambia. Precisamente estos fenómenos son los de más interés para la ciencia moderna y la filosofía marxista y en los que se puede encontrar respuestas a los problemas que aquejan a la humanidad. Y no es que los procesos complejos como los estudiados por la economía política marxista, la teoría de la relatividad, la teoría del caos y la mecánica cuántica, no puedan ser entendidos racionalmente. Todo lo contrario, la condición para comprender racional y cabalmente y de forma coherente la dinámica interna de estos procesos complejos se encuentra, según Marx, en “la reproducción de lo concreto por la vía del pensamiento”[155], en someter lo concreto, síntesis de múltiples determinaciones, a un estudio objetivo que desvele sus leyes subyacentes, y a su vez, comprender la riqueza del fenómeno como manifestación inmediata de su esencia (ley). El materialismo dialéctico es un modelo general del movimiento, una guía para la acción y un método para el estudio de lo complejo; un método basado en la historia y en las ciencias particulares modernas, se abstrae de allí y se aplica como método para la intervención práctica.
El objetivo primordial de este trabajo ha sido poner de relieve que la ciencia moderna muestra, en general, que el movimiento lineal o la acumulación gradual de alguna de las variables involucradas provoca saltos repentinos; que el movimiento implica la dinámica de fuerzas y tendencias opuestas y diversas, y que los saltos cualitativos, debido a la acumulación cuantitativa por medio de contradicciones, dan lugar a nuevos fenómenos y estabilidades relativas que niegan las leyes anteriores al surgir nuevas y, al mismo tiempo, procesos en los que se puede rastrear su antecesor porque conservan algunas leyes como subordinadas. Estas son, a grandes rasgos, las tres leyes generales del método dialéctico abstraído de la naturaleza y de la sociedad como un modelo que refleja en su generalidad la dinámica del movimiento y que puede ser aplicado a lo concreto, nuevamente para comprender sus múltiples determinaciones específicas en sus manifestaciones infinitas.
a) Los saltos cualitativos
Aunque desde Darwin la idea de evolución y cambio se ha fijado en la conciencia popular, se tiene una idea castrada y vulgar de movimiento. Esperamos haber mostrado que una de las ideas más importantes de la ciencia moderna se encuentra en los puntos críticos, ya sea en la teoría del caos donde el cambio gradual provoca un salto al caos y del caos al orden; en la mecánica cuántica en donde la constante Planck determina los puntos críticos de cambio cualitativo de todos los números cuánticos (espín, campo magnético, niveles de energía, encanto, etc.), es decir, de todas las propiedades a nivel atómico y subatómico (al menos el nivel de la realidad subatómica hasta donde se ha estudiado); en la teoría de la relatividad donde la mecánica clásica se transforma en física relativista en virtud de su relación con la velocidad de la luz, los movimientos relativos y la gravedad.
La idea dialéctica de la transformación de lo cuantitativo en cualitativo y viceversa, parece ser un patrón que se repite en una multitud asombrosa de ciencias y fenómenos: desde la cosmología y la evolución estelar a la física, con las transiciones de fase: de conductor a superconductor, los estados de agregación de la materia (sólido, líquido, gaseoso); en el espectro electromagnético, etc.; en la química y en física con las propiedades emergentes, con la tabla periódica de los elementos químicos, la desintegración radiactiva; en geología con la acumulación de tensiones, choques de placas tectónicas que provocan terremotos.
Estos saltos cualitativos dan lugar a nuevos fenómenos, a una nueva relativa estabilidad con leyes específicas. Estos saltos vinculan a las ciencias entre sí e incluso vuelven sus fronteras borrosas: la física cuántica relativista se transforma en standard cuando disminuyen las velocidades; ésta se transforma en química cuando se vuelve dominante el electromagnetismo que une las moléculas, y genera procesos de óxido-reducción y unión de iones y radicales; la tabla periódica de los elementos químicos se comprende mejor a través de la física cuántica; la física cuántica se transforma en física clásica cuando la longitud de onda disminuye con los cuerpos de la vida cotidiana; la física clásica se transforma en relativista cuando aumentan las velocidades y la gravedad.
La química se transforma en biología cuando aparece históricamente el metabolismo y la fotosíntesis, y aun antes cuando aparecen los primeros “metanógenos” y la formación de proteínas. La vida genera conciencia y la conciencia adquiere su impulso más importante con la fabricación de herramientas por el hombre, transformándose en conciencia social y en historia humana que, a su vez, condiciona y determina a la historia de la naturaleza, como lo explicó de manera maravillosa y premonitoria Engels. Incluso la idea incorrecta gradualista de Darwin, que no nacía de la idea misma de evolución, ni de la evidencia fósil, sino de la convicción ciega de Darwin en el cambio gradual, ha sido negada, al mismo tiempo que se conserva en su esencia central evolutiva por la teoría hoy generalmente aceptada de equilibrio puntuado, en donde se afirma que la evolución es un proceso contradictorio de cambios graduales —como los tres mil millones de años después de la aparición de la vida en la tierra— interrumpidos por cambios bruscos y rápidos: de extinciones masivas y aparición repentina de nuevas especies, como la explosión cámbrica hace unos 600 millones de años que produjo los principales diseños de la vida animal en pocos millones de años, incluso, el mismo surgimiento repentino de la vida hace unos tres mil millones de años. “Si el gradualismo es más un producto del pensamiento occidental que un hecho de la naturaleza”, nos dice el creador de esta teoría el recientemente desaparecido Stephen Jay Gould, “entonces deberíamos tomar en consideración filosofías alternativas de cambio para ampliar nuestro espacio de prejuicios limitativos. En la Unión Soviética, por ejemplo, los científicos se formaron una idea del cambio muy diferente —las llamadas leyes de la dialéctica , reformuladas por Engels a partir de la filosofía de Hegel—. Las leyes dialécticas son explícitamente puntuacionales. Hablan, por ejemplo, de ‘la transformación de cantidad en cualidad’. Esto puede sonar a bobadas esotéricas, pero sugiere que el cambio se produce a grandes saltos tras una lenta acumulación de tensiones que un sistema resiste hasta llegar a un punto de fractura. Calentamos el agua y finalmente hervirá. Opriman a los trabajadores cada vez más y se producirá la revolución. Eldredge y yo nos sentimos fascinados al enterarnos de que muchos paleontólogos rusos apoyaban un modelo similar a nuestro equilibrio puntuado”[156].
Incluso la idea dialéctica de cambios cuantitativos que se convierten en cualitativos ha recibido su confirmación de la fuente más asombrosa e inesperada: El Genoma Humano. Como explica Alan Woods y Ted Grant en su excelentísima obra Razón y Revolución: “Hasta ahora los científicos creían que el genoma humano contenía las instrucciones para crear entre 50.000 y 150.000 genes. Esta suposición se basaba en su comparación con los organismos simples, como la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster). Los científicos decían que si esta humilde mosca tenía 13.000 genes, una entidad más grande y compleja como el ser humano debería tener muchos más. Una estimación superior a los 150.000 genes parecía razonable, después de descifrar los dos primeros genomas animales. Pero estaban equivocados. Probablemente el número de genes humanos no supere los treinta o cuarenta mil.
“Este pequeño número les plantea a los científicos un dilema. Si el ser humano solo tiene trece mil genes más que la lombriz intestinal (...) ¿cómo explicar su gran complejidad? ¿Por qué comparativamente somos tan avanzados? La lombriz intestinal es una pequeña criatura tubular formada por 959 células, de las cuales 302 son neuronas. El cuerpo humano posee cien billones de células, de las cuales unas cien mil millones son células nerviosas. A pesar de la tendencia actual a negar la existencia del proceso evolutivo, sería bastante razonable suponer que hay algo más en el Homo sapiens que en la Caenorhabditis elegans. (...)
“Existe una interacción compleja entre la composición genética del organismo y las condiciones físicas que lo rodean. En lenguaje hegeliano, los genes representan el potencial. Pero este potencial solo se puede activar a través del estímulo exterior. (...) El editorial de The Observer llega a la siguiente conclusión ‘políticamente, ofrece alivio para la izquierda y su creencia en el potencial de todos (...) Pero condena a la derecha, con su gusto por las clases dominantes y el pecado original”[157].
De hecho entre humanos y chimpancés solo hay una diferencia del 1% en su composición genética, pero es una diferencia cualitativa fundamental y evidente para todos; y a pesar de ello, sobre todo en el hombre contemporáneo, lo dominante en el desarrollo humano no es la genética, sino el ambiente social capitalista que inhibe y ahoga las potencialidades culturales, científicas y hasta genéticas en el ser humano
b) Unidad y lucha de contrarios
Otra tesis que hemos intentado someter a prueba es la idea de “la unidad y lucha de contrarios” o, en otras palabras, la vinculación recíproca, la tensión entre fuerzas opuestas como fuente del desarrollo. Incluso el simple cambio de lugar, como decía Lenin, no puede entenderse como una simple suma de estados de reposo sino, más bien, como la unidad entre la discreción y la continuidad; como la discreción del objeto que pasa por una sucesión de puntos y, al mismo tiempo, la continuidad de su trayectoria. Las contradicciones se manifiestan de manera específica dependiendo del tipo de proceso y el nivel de la realidad del que se trate y se vuelven mas relevantes y evidentes a medida que la complejidad del proceso aumenta. Como comentó el destacado profesor y doctor en Ciencias, Pedro Miramontes: el movimiento requiere contradicción. En una esfera platónicamente perfecta, idéntica a sí misma, situada en el vacío es imposible saber o determinar movimiento alguno, ni relación ni punto de referencia alguno para determinar su movimiento; se requiere pintar una raya a la esfera perfecta, pero con ello deja de ser perfecta, se rompe su simetría. El movimiento requiere que esa “A” deja de ser “A” o igual a sí misma para que suceda el movimiento, condición esencial para la existencia[158].
Hemos intentado mostrar que las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza implican una relación de tendencias opuestas. La fuerza nuclear débil implica la unidad y tensión dinámica entre protones y neutrones en su transformación recíproca, emitiendo partículas radiactivas (alfa, beta o gamma); la “fuerza nuclear fuerte” se presenta como unidad dialéctica de la atracción y repulsión y la interacción de las partículas con sus cuantos; el electromagnetismo con sus polos opuestos inmanentes y como resultado de la relación entre las cargas del núcleo y de los electrones, además, del campo magnético implícito en los protones, electrones y otras partículas en sí mismas; a nivel del núcleo atómico la unidad y lucha de contrarios se manifiesta en la correspondencia entre materia y antimateria y su aniquilación mutua para dar origen a energía o fotones; los fotones, a su vez, como potencial de surgimiento de partículas y antipartículas, por no hablar de la oposición y diversidad implícitas en la inagotable complejidad de las partículas elementales.
La unión entre finito e infinito que implica el campo magnético y gravitatorio, así como la unidad entre lo infinitamente inmenso: el universo y lo infinitamente pequeño: las partículas elementales; la unidad entre lo finito e infinito en los fractales; la unidad dialéctica entre orden y caos en Teoría del Caos, en donde la aleatoriedad puede comprenderse determinada en su espacio de fases y en sus atractores extraños y el orden como producto del caos creativo; o en otras palabras, quizá menos académicas: “Un desmadre organizado”[159]. La vinculación entre necesidad y accidente en donde el punto crítico es fracturado por un accidente aparentemente insignificante que manifiesta la necesidad misma de ese rompimiento y de las leyes que llevaron hasta este punto crítico.
Los opuestos irreconciliables de la mecánica clásica, espacio, tiempo, materia y energía, se han comprendido en su interacción recíproca con la teoría de la relatividad: el espacio se curva y se determina por la materia que contiene; la materia no puede concebirse, en su heterogeneidad, fuera del espacio; el tiempo se transforma con el movimiento de un sistema material; las longitudes, masas y tiempos propios de un cuerpo están en relación con su movimiento. La materia y la energía no están separados por un abismo infranqueable, en tanto que la fuente del movimiento y desarrollo de la materia está implícita en ella misma. En la evolución estelar vemos la unidad de contrarios en la tensión entre la expansión de la energía de la estrella y su contracción gravitacional, que hace de la estrella un sistema con relativa estabilidad. Contradicciones que anuncian ya la posibilidad del rompimiento de dicha estabilidad, rompimiento que genera nuevos fenómenos cualitativamente distintos como enanas blancas, estrellas de neutrones y agujeros negros destructivos y extraordinariamente creativos al mismo tiempo; tanto que se encuentran en el centro de toda galaxia, atestiguando su unidad con la creación de planetas y estrellas y eventualmente vida y conciencia.
La teoría de la evolución se explica como la unidad entre lo accidental y lo necesario: Lo accidental de la mutación genética, lo accidental de infinidad de características fenotípicas, que no tienen ninguna utilidad evolutiva y al mismo tiempo accidentalidad, que en su interacción dialéctica con el medio, posibilita a que algunos de esos accidentes se manifiesten como necesarios en la supervivencia y en relación con la transformación constante del medio. La contradicción concreta se encuentra en el núcleo de la propia vida: “Vivir es consumirse y consumir la propia vida es ya morir. La vida y la muerte están estrecha e indisolublemente unidas. Los contradictorios, concretamente, están unidos, ¡son idénticos¡”[160].
En matemáticas Marx y Engels ya habían puesto de relieve la unidad dialéctica entre una recta como un fragmento infinitesimalmente pequeño de una curva cuya integración daba origen a su contrario: la circunferencia. Las contradicciones han sido la característica esencial de la matemática moderna dando, de paso, el tiro de gracia al intento de encontrar una estructura lógico formal a todas las matemáticas: podemos hablar de la topología en donde un plano es un fragmento pequeño de una esfera y en la fractalidad en donde existe autosemejanza estructural infinita en una estructura finita. Matemáticas que tratan del mundo tal cual es: un mundo abollado, doblado, retorcido o en otras palabras contradictorio. Es importante tomar conciencia de que estas tensiones entre la diferencia y la oposición no son arbitrarias sino que se fundan en las fuerzas mas generales de la naturaleza hasta ahora conocidas y en las matemáticas implicadas.
c) Negación de la negación
La “negación de la negación” vincula las diferentes etapas cualitativas del desarrollo, considerando lo que tienen de específicas, en su esencia relativa (en la leyes que se manifiestan en ese nivel) y, a la vez, en lo que conservan de su pasado o de su origen relativo; y en su tendencia a la autoorganización y a la mayor complejidad. Hegel le dio expresión a esta idea de una forma ya clásica y particularmente bella: “El capullo desaparece al abrirse la flor, y podría decirse que aquel es refutado por ésta; del mismo modo que el fruto hace aparecer la flor como un falso ser allí de la planta, mostrándose como la verdad de ésta en vez de aquella. Estas formas no solo son distinguibles entre sí, sino que se eliminan las unas a las otras como incompatibles. Pero, en su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de la unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse , son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es cabalmente lo que constituye la vida del todo[161]”.
La negación implica una nueva etapa de un desarrollo orgánico, en la cual nuevas leyes emergen y al mismo tiempo se conservan las huellas de su antecesor negado. Tratamos de mostrar que las cuatro leyes fundamentales de la naturaleza constituyen negaciones dialécticas. En el interior del núcleo domina la mecánica cuántica relativista con sus leyes específicas (fuerza nuclear fuerte, fuerza nuclear débil y electromagnetismo). Cuando estamos en el nivel de las órbitas de los electrones se niegan las fuerzas nucleares y domina el electromagnetismo. La onda de Schrödinger, que define a la mecánica cuántica, es negada y disminuida por las leyes de Newton hasta hacerse despreciable con los cuerpos mesocósmicos, la onda de Schrödinger sigue asociada a los cuerpos pero es tan pequeña que es prácticamente inexistente. Cuando aumenta la velocidad y la gravedad, las leyes de la relatividad general niegan a la física de Newton y la conservan al mismo tiempo como un caso especial. Al igual que las etapas de la vida de la planta, estos son niveles de la realidad que se niegan recíprocamente y se conservan al mismo tiempo.
El caos es un punto límite de la acumulación de tensiones en un movimiento lineal y constituye su negación. Pero el caos conserva un orden particular que conjuga orgánicamente aleatoriedad y determinación; el orden se afirma en el caos de una forma más compleja y creativa. A su vez, el orden del caos genera una nueva ventana de orden lineal dentro de un mar caótico. Este orden niega nuevamente al caos, nueva linealidad que tiene las semillas del caos. La linealidad mecánica de un péndulo, por ejemplo, implica perturbaciones insignificantes que llevadas al extremo generan caos, aun en esta linealidad se encuentra el caos negado, que puede volverse determinante al negar la linealidad ahora dominante. La geometría fractal de los atractores extraños propia de los procesos caóticos, mantiene autosemejanza en sus infinitos niveles pero, en los fractales no lineales, los niveles son cualitativamente distintos, se conserva la fractalidad estructural pero se niegan cualitativamente.
De la misma forma en que una flor riega su simiente para preparar futuras generaciones; las estrellas explotan para esparcir el polvo de estrellas y preparar futuras generaciones estelares. Negación del polvo estelar y de la estrella desaparecida. De la misma manera que un individuo es negación dialéctica de sus progenitores y los conserva en sus genes. Y el genoma humano conserva genes antiquísimos de organismos más simples y antiguos que fueron ya hace mucho tiempo negados y que no obstante permanecen en nuestros genes mismos. La comprobación científica de la negación de la negación en los genes humanos es asombrosa. “En muchos casos nos hemos encontrado con que los humanos tienen exactamente los mismos genes que las ratas, los ratones, los gatos, los perros o incluso moscas del vinagre”, afirma uno de los dos equipos que estudiaron el genoma humano. “Tomemos por ejemplo el gen PAX-6. Hemos descubierto que si está dañado no se formarán los ojos. Si le implantamos a la mosca del vinagre un gen humano, conseguiremos que su descendencia recupere la visión”[162]. A pesar de ello, el individuo no puede ser reducido a su carga genética que queda subsumida a la relación con su medio ambiente.
El individuo ya no es el mismo que fue cuando era niño o joven, pero en su vejez, el individuo conserva las experiencias negadas de su pasado que constituyen lo que es. Y el individuo joven o viejo no se reduce a su individualidad aislada, sino que se constituye inmerso en su formación social con leyes independientes de su subjetividad; leyes objetivas que en sus puntos críticos de desarrollo se definen por la acción consciente de los individuos y, en ocasiones, de un solo individuo que se encuentra a la cabeza de fuerzas sociales. En estos puntos excepcionales la subjetividad emerge y puede decidir el desenlace de un proceso objetivo (lo que Marx llamó el factor subjetivo).
La teoría del caos parece confirmar la idea dialéctica del desarrollo progresivo, idea generalmente denigrada e incomprendida. De acuerdo con Ilya Prigogine los procesos muestran una tendencia hacia la organización y la mayor complejidad; fundamentando la línea progresiva del tiempo. La negación de la negación se representa como una espiral ascendente y contradictoria, cuyos vórtices, a veces, caen por debajo de la espiral anterior y que, a veces, se eleven muy por encima de su predecesora y, en la totalidad orgánica de su desarrollo, muestra una tendencia creciente hacia la complejidad. La evolución del cosmos, el nacimiento de galaxias y estrellas, por lo menos hasta donde conocemos, consiste en el rompimiento de la relativa simplicidad, tanto en composición como en dinámica, de las nubes moleculares provocando un colapso gravitacional, dando origen a estrellas, galaxias, cúmulos de galaxias y supercúmulos, que generarán el resto de los elementos químicos a partir del hidrógeno. Y a partir de aquí, en condiciones propicias, el surgimiento de la materia viva y, con el cerebro del hombre, la materia que ha cobrado conciencia de sí misma. En palabras de Lenin “la materia más altamente organizada”. Después de todo, podemos afirmar que el cerebro humano es más complejo que una fría nube molecular. Aun con el fin de nuestro sistema solar por la explosión del Sol en una supernova, podemos estar seguros junto con Engels que: “por la misma férrea necesidad con que un día desaparecerá de la tierra su floración más alta, el espíritu pensante, volverá a brotar en otro lugar y en otro tiempo”[163].
La vida misma constituye un proceso de creciente complejidad estructural, desde los simples organelos reductores de metano, hasta los organismos multicelulares y el hombre mismo. Con el hombre, el mundo natural del cual surgió, queda subordinado y negado a las leyes del desarrollo histórico. Por supuesto, el mundo natural sigue existiendo, y sigue estando en la base de la vida y de la producción humanas, pero su historia se vuelve cada vez más inseparable del desarrollo de las fuerzas productivas, a tal grado que ha sido totalmente transformada irracionalmente, dentro del capitalismo (a excepción de algunos arrecifes coralinos del Caribe como diría Marx). La historia del hombre, desde el hombre paleolítico de las cuevas de Francia y España, hasta el hombre moderno, muestra un inmenso aumento de la capacidad de transformar la naturaleza; ésta es la base de la historia y de la vida humana. Se puede objetar que por lo menos el hombre primitivo no devastaba la naturaleza ni asesinaba masivamente a sus semejantes y que, más que de un progreso, tendríamos que hablar de un retroceso; pero eso solo prueba que el hombre moderno tiene una capacidad infinitamente superior de asesinar a sus semejantes y transformar su entorno.
El hombre, antes de amar a sus semejantes, necesita comer y para comer necesita producir; y el producir ha transformado las relaciones entre los hombres muchas veces y de ellos mismos con la naturaleza. El hombre se volvió hombre en su intento de controlar y transformar la naturaleza. El desarrollo de la ciencia y la técnica y la consiguiente transformación de las relaciones sociales constituye el motor de la historia y no los sermones sobre moral abstracta. La misma complejidad de la ciencia dentro del capitalismo posibilita que el hombre salte del reino de la necesidad al reino de la libertad, no con las lecciones de moral sino por medio de la revolución y el control democrático de las fuerzas productivas. Este salto revolucionario representa la conservación de las conquistas culturales del capitalismo al mismo tiempo que su negación total.
Si la espiral de desarrollo no resuelve satisfactoriamente las tendencias de su propio desarrollo, el proceso puede ser frustrado, ya no como negación dialéctica, sino como liquidación del proceso mismo. Así, la especialización extrema en los organismos, su adaptación perfecta a un medio determinado, puede generar la extinción de una especie al entrar en contradicción con un medio que se transforma más allá de su punto de adaptación. Esto fue lo que sucedió con algunos rivales bípedos del Homo habilis excesivamente adaptados (Homo faber). Esto fue lo que sucedió con la caída del imperio romano cuando el régimen esclavista llegó a sus límites y los esclavos fueron incapaces de tomar la hegemonía; la invasión de los bárbaros significó el accidente que provocó el colapso necesario de un régimen, ya podrido desde hacía siglos. Y no hay razones para pensar que un colapso de la civilización no pueda volver a ocurrir si las contradicciones ya insoportables del capitalismo, en especial la propiedad privada y los estados nacionales, no son resueltas por la vía revolucionaria. La Primera y Segunda Guerra Mundial fueron un serio aviso de que el capitalismo había llegado ya a sus límites; la contradicción se resolvió temporalmente con la destrucción masiva de las fuerzas productivas de toda Europa y con la muerte de más de 55 millones de personas. Esto posibilitó el auge de posguerra que finalizó en 1973. Ahora somos testigos de una crisis de sobreproducción a escala global. Las condiciones objetivas para la negación revolucionaria están dadas; el proletariado constituye ya más del 70% de la PEA de los países avanzados, hoy es más fuerte que nunca. Sin su permiso, no se prende un foco ni se mueve una rueda. La vinculación económica se extiende a escala global. Los escépticos eternos de la revolución y de la capacidad creativa de las masas pueden mirar con sus propios ojos procesos revolucionarios a ritmos diferentes en toda América Latina: Argentina, Bolivia, Venezuela, Perú, Brasil; y huelgas generales en Italia, España, Francia, movilizaciones antibélicas de decenas de millones de personas en todo el mundo el mismo día, sobre todo en países que se suponían modelos de estabilidad y de capitalismo con rostro humano. El rostro humano ha mostrado su verdadera cara al atacar las jubilaciones y pensiones de todos los trabajadores del mundo. Todas las ilusiones del pasado han quedado hechas añicos. Hay inestabilidad a todos los niveles en todos los continentes del planeta. Estamos al borde del caos y al borde de un nuevo periodo histórico.
La concepción del mundo que mejor se corresponde a la complejidad de las procesos revolucionarios y los procesos naturales que estudia la ciencia moderna es la filosofía de Marx y Engels: un modelo general del movimiento a través de las contradicciones y de los rompimientos de la continuidad en sus manifestaciones concretas. Un instrumento de análisis concreto para la intervención concreta. “El materialismo dialéctico no es, naturalmente, una filosofía eterna e inmutable”, nos dice Trotsky. “ Pensar otra cosa es contradecir el espíritu de la dialéctica. El ulterior desarrollo del pensamiento científico creará, indudablemente, una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctica entrará como material de estructuración. Sin embargo, no hay ninguna base para esperar que esta revolución filosófica se realice bajo el decadente régimen burgués, sin mencionar que un Marx no nace todos los años ni todas las décadas. La tarea de vida o muerte del proletariado no consiste actualmente en interpretar de nuevo al mundo, sino en rehacerlo de arriba abajo”[164].
Herzen decía que la dialéctica era el “álgebra de la revolución”. Ningún tipo de filosofía es eterna como tampoco lo es ningún modo de producción. El capitalismo solo ha existido de modo dominante unos 200 años. La historia registrada consta de 5.000 años y la humanidad tiene tan solo una existencia de 100.000 años. En esta escala, el capitalismo junto con su filosofía, su moral, sus instituciones, que muchos creen eternos y ante los cuales muchos se arrodillan cobardemente, equivale a los últimos segundos dentro de un drama de 24 horas; solamente un suspiro. Esos últimos segundos han dado ya lo que podían ofrecer a la humanidad y ha llegado la hora de que la continuidad del tiempo se vuelva a romper, como ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, para que una nueva sociedad más justa emerja del caos capitalista y el hombre dé un nuevo salto de gigante hacia delante. “Dum suspiro spero!” (mientras hay vida hay esperanza), dijo en una ocasión el joven Trotsky lleno de esperanza revolucionaria ante el futuro, que nunca lo abandonaría a lo largo de toda su vida y que suscribimos totalmente por su vigencia “...Si yo fuera uno de esos cuerpos celestes, miraría con completa indiferencia a esta miserable bola de polvo y suciedad...Alumbraría por igual sobre el bien y el mal...Pero soy un hombre. ¡La historia mundial que para ti, desapasionado glotón de la ciencia, y para ti, contador de la eternidad, es solo un momento despreciable en la balanza del tiempo, para mí lo es todo¡. ¡En tanto viva lucharé por el futuro, por ese radiante futuro en el que el hombre fuerte y bello, será el dueño de la cambiante corriente de su historia, a la que dirigirá hacia los horizontes infinitos de la belleza, la alegría y la felicidad¡...
“El siglo XIX” —el lector puede leer siglo XX— “ha satisfecho en muchos aspectos las esperanzas del optimista. Pero también lo ha decepcionado en otros tantos, aún más numerosos... Lo ha obligado a transferir la mayoría de sus esperanzas al siglo veinte. Siempre que el optimista se veía confrontado por un hecho atroz, exclamaba: ¡Cómo es posible que esto pueda ocurrir en los umbrales del siglo XX! Cuando proyectaba bellos paisajes armoniosos los ponía en el siglo XX.
¡Y ahora ese siglo ha llegado¡ ¿Qué ha traído consigo en sus inicios?
En Francia, la espuma venenosa del odio racial, en Austria el antagonismo nacionalista...; en África del Sur, la agonía de un pueblo débil, asesinado por un coloso (...) Odio, asesinatos, hambre y sangre...
Parece como si el nuevo siglo, este gigantesco recién llegado, estuviera destinado desde el mismo momento de su surgimiento a llevar al optimista al pesimismo absoluto y al nirvana cívico...
— ¡Muera la utopía!, ¡Muera la fe!, ¡Muera el amor!, ¡Muera la esperanza!, truena el siglo XX con salvas incendiarias y con el golpeteo de las ametralladoras.
— Ríndete patético soñador. Aquí estoy, yo, tu largamente esperado siglo XX, tu “futuro”.
— No, responde el optimista invencible: Tú, tú eres solo el presente”[165].
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Notas:
[1] Marx, El Capital, tomo I, Allende, México, págs. 31- 32.
[2] Marx, Engels, Lenin y Trotsky usaban el término vulgar como sinónimo de superficialidad. Siempre que en este trabajo aparezca ese término se usará en el mismo sentido.
[3] Engels, Dialéctica de la naturaleza, Cartago, México, 1983, pág. 169
[4] Ibíd. pág. 56.
[5] Tanto Labriola, como Adler y Modolfo han sostenido que la obra de Engels no puede ser considerada como parte integrante del marxismo; la falsedad de dicha hipótesis queda demostrada entre otras cosas en la biografía de Marx por Mehring y la de Engels hecha por Gustav Mayer. De esta última véase, por ejemplo, págs. 888-891 de la edición de FCE.
[6] Engels en una carta a Lavrov fechada el 2 de abril de 1883 escribió: “Lo que Marx quería escribir ante todo era un esbozo de dialéctica”
[7] En una carta que Engels dirigió a Marx el 30 de mayo de 1873 se encuentra esbozadas las principales tesis de dialéctica de la naturaleza, en el movimiento celeste, la mecánica, la física, la química. Marx le mostró el contenido de la carta a su amigo y destacado químico Carl Schorlemmer quien, a manera de aprobación, escribió al pie de la misma: “Aquí esta la cuestión”.
[8] George Novack dice en Cinco siglos de Revolución que: “Un caudal de tendencias literarias, académicas y reformistas han intentado que Marx se ajuste a una imagen no revolucionaria de su particular predilección. Han hecho de Marx un humanista espiritualista y filantrópico (Erich Fromm), un profesor rojo, un economista académico, un nacionalista, un revolucionario reformado (...)” op. cit., Colección Construyendo Ideas, México, 2000.
[9] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 62
[10] Aunque es pertinente agregar que el cero absoluto es un referente teórico que aun no ha podido ser alcanzado
[11] Engels, Anti-Dühring, Grijalbo, México, 1975, pág. 47.
[12] Trotsky, En defensa del marxismo, pág. 30.
[13] Lenin en su Materialismo y empirocriticismo da una definición de la materia que, aunque insuficiente, expresa la esencia principal de este concepto: el de la objetividad y la posibilidad de que la subjetividad humana acceda a esa objetividad: (...) “materia es lo que, actuando sobre nuestros órganos sensoriales, produce la sensación; la materia es la realidad objetiva que las sensaciones nos transmiten”. A este concepto le hacen falta proposiciones adicionales, que Lenin señala a lo largo de esta obra: a) que la materia se nos da no solo por las sensaciones sino también por la intervención activa sobre la materia, por ende, por la vinculación dialéctica entre el hombre y la materia en donde ésta tiene el papel ontológico primario; b) que, en esta intervención, el hombre va profundizando cada vez más en las entrañas de la materia y transformando sus herramientas conceptuales y, sobre todo, materiales (tecnológicas).
[14] Hegel, Fenomenología del espíritu, FCE, México, 1994, págs. 123-124.
[15] Plejánov, el padre del marxismo ruso, hizo una aguda observación sobre el ambiente social del que emana el individualismo extremo, propio de la burguesía como clase dominante: “Toda clase llegada al poder” nos dice Plejánov “se inclina naturalmente a la satisfacción de sí misma. Y la burguesía, que domina en una sociedad basada en una competencia feroz de los productores de mercancías, peca, naturalmente, de esta satisfacción de sí misma, desprovista de toda mezcla de altruismo. El precioso Yo de cada digno representante de la burguesía llena enteramente sus pensamientos (...) Es evidente que tal estado de espíritu predispone al idealismo y, sobre todo, a la más débil de sus variedades, el idealismo subjetivo. Los hombres enteramente ocupados de su preciosos Yo no pueden de ningún modo simpatizar con el materialismo. ¡Por eso existen hombres que consideran el materialismo como una doctrina inmoral!” (Plejánov Materialismo militante, Editorial América, México, pág. 45).
[16] Solipsismo es la creencia metafísica de que solo existe uno mismo, y esa existencia solo significa ser parte de los estados mentales del propio yo; todos los objetos, personas, etc., que uno experimenta son meramente partes de la propiamente.
[17] Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, Quinto Sol, México, pág. 17.
[18] Marx, Miseria de la filosofía, Progreso, Moscú, p ág. 166.
[19] Marx, Tesis sobre Feuerbach, Obras Escogidas, Progreso, Moscú, 1966, pág. 8.
[20] Según Francis Bacon, el gran filósofo materialista inglés del siglo XVI: “El sabio no debe parecerse (..) a la hormiga que se limita a utilizar lo recogido, ni tampoco a la araña que, alejándose de la vida, va tejiendo con su propia razón la complicada tela de su filosofía. Bacon compara al verdadero sabio con la abeja que recoge de las flores el néctar que después convierte en miel” cita tomada de: Dynnik, Historia de la filosofía, tomo VII, op cit.
[21] Desde la revolución industrial solo muy pocos paradigmas se han desechado totalmente cuando son remplazados por uno nuevo; generalmente los viejos paradigmas demuestran ser casos límite o específicos de un nuevo paradigma más profundo. La física relativista y la clásica y el movimiento ondulatorio y corpuscular de la luz son un buen ejemplo de este hecho. El esquema de Khunn es un modelo dialéctico que aparece indefinido en cuanto a los motores subyacentes por los cuales los paradigmas son remplazados, y por tanto, indefinido en cuanto a su carácter material. Así algunos autores, como Feyerabend, conciben las sustitución de paradigmas como un hecho puramente arbitrario y retórico. Los marxistas vemos en dicha sustitución el subyacente avance de las fuerzas productivas y las necesidades de una clase social que impulsa algunas áreas de la ciencia, algunos sectores de la producción y oprime otros en función de sus intereses; condiciones objetivas reflejadas de manera contradictoria en la lucha entre ideas y hombres de ciencia, entre la ortodoxia que se resiste y las nuevas ideas que luchan por ser reconocidas. En este proceso, el factor subjetivo debe ser reconocido en su dinámica específica.
[22] Dussel, Religión, en Obras completas en multimedia.
[23] Para Berkeley la categoría materia era un ídolo monstruoso, símbolo de la impiedad: “En la palabra materia no hay incluida idea alguna, ningún sentido más que un sentido desconocido que es lo mismo que nada” (Tres diálogos entre Hilas y Filonús). Berkeley era perfectamente consciente de las consecuencias subversivas de la concepción materialista y, como buen filósofo, tenía una posición política firme y clara; así escribió que: “Todos sus monstruosos sistemas dependen tan visible y necesariamente de ella, que una vez que se quita esa piedra angular, todo el edificio no puede más que venirse abajo”
[24] Marx crítica en Feuerbach, no su materialismo, sino su materialismo insuficiente que se transformaba en idealismo en el terreno de la Historia: “En la medida en que Feuerbach es materialista no aparece en él la historia, y en la medida en que toma la historia en consideración no es materialista” (Marx, La ideología alemana, Ediciones de Cultura Popular, México, 1977, pág. 49).
[25] El hecho de que la ciencia moderna haya mostrado que el pensamiento está vinculado a la materia, especialmente al cerebro, y de que esto parece expulsar al idealismo de uno de sus últimos reductos, no fue para Wittgenstein argumento en contra de su escepticismo en relación a la existencia de la realidad objetiva (un pseudoproblema según esta postura): “¿qué sucede con una proposición del tipo de: sé que tengo un cerebro?”, nos dice Wittgenstein en el colmo del empirismo estrecho, “¿puedo ponerla en duda? ¡Me faltan razones para la duda¡ Todo habla a su favor, nada en contra de ella. Sin embargo, es posible imaginar que por medio de una operación se comprobara que mi cráneo esta vacío” (Wittgenstein, Sobre la certeza Gedisa, Barcelona, 2003 parágrafo 4, pág. 2).
[26] Einstein, Notas autobiográficas, Alianza, Madrid, 1984, pág. 23.
[27] Ibíd. pág. 49.
[28] La Mecánica Clásica, también conocida como Mecánica de Newton en honor a Isaac Newton, quien hizo contribuciones fundamentales a la teoría de la Mecánica, es la parte de la física que analiza las fuerzas que actúan sobre un objeto. Se subdivide en la cinemática, que estudia el movimiento de los cuerpos sin tener en cuenta sus causas, la dinámica, que estudia los objetos sometidos a fuerzas que no están en equilibrio, y la estática, que trata con objetos en equilibrio. La Mecánica Clásica reduce su estudio al dominio de la experiencia diaria, es decir, con eventos que vemos o palpamos con nuestros sentidos.
[29] La geometría euclidiana es aquella que estudia las propiedades del plano y el espacio tridimensional. En ocasiones los matemáticos usan el término para englobar geometrías de dimensiones superiores con propiedades similares. Sin embargo, con frecuencia, geometría euclidiana es sinónimo de geometría plana.
[30] J. C. Maxwell (1831-1879) -Físico británico amplía la investigación de Michael Faraday sobre los campos electromagnéticos, demostrando la relación matemática entre los campos eléctricos y magnéticos. También demuestra que la luz está compuesta de ondas electromagnéticas.
[31] Michael Faraday (1791-1867) - Físico y químico ingles, descubrió la inducción electromagnética, cuando observó que moviendo un imán a través de una bobina de alambre de cobre, se originaba una corriente eléctrica que fluía por el alambre. Puesto que el motor y el generador eléctricos se basan en ese principio, el descubrimiento de Faraday cambió a fondo el curso de la historia del mundo.
[32] Einstein, Notas autobiográficas, op. cit., pág. 55.
[33] “Las leyes del electromagnetismo, tal como las planteaba Maxwell”, nos dice Shahen Hacyan en su libro, Relatividad para principiantes, “no cumplían con este principio (se refiere al principio de Galileo de acuerdo con el cual las leyes de la física eran independientes del sistema de referencia): al pasar un sistema de referencia a otro, las ecuaciones de Maxwell tomaban una forma distinta, lo que implicaba leyes de física diferentes”.
[34] A. Woods y T. Grant, Razón y Revolución, Fundación Federico Engels, España, 1995, pág. 151.
[35] Ibíd. pág. 150.
[36] Einstein, Notas autobiográficas, op. cit., pág. 59.
[37] Woods, A., op. cit, pág. 149.
[38] Ibid. pág. 151.
[39] Ley de Lavoissier (químico francés, 1743-1794) : “En toda reacción química la masa se conserva, esto es, la masa total de los reactivos es igual a la masa total de los productos”.
[40] Engels, Anti-Dühring, pág. 46.
[41] Moulton,F. R., Schiffesrs, J. J. Autobiografía de la ciencia, FCE, México, 1986 pág. 500.
[42] Ibid. pág. 505.
[43] Woods, A., op. cit., pág. 152.
[44] Ibíd, pág. 153.
[45] Einstein, El significado de la relatividad, Origen/Planeta, Obras maestras del pensamiento contemporáneo, México,1985, pág. 21-22.
[46] Woods A., op. cit., pág. 158.
[47] Ibíd. pág. 159.
[48] Lorentz descubrió la ecuación matemática que deja invariante las ecuaciones de Maxwell a pesar del cambio de tiempo de un sistema a otro. Véase Relatividad para principiantes en la edición citada págs. 36-37.
[49] Moulton F. R., op. cit., pág. 496.
[50] K. Popper, Unended quest, citado en Razón y Revolución de A. Woods y T. Grant, Fundación Federico Engels, 1995, Madrid.
[51] Enstein, Notas autobiográficas, op. cit. pág. 48.
[52] Ibíd. pág. 77-78.
[53] La tarea de la Filosofía (¿¡?), según el positivismo, consiste en hacer evidente la estructura lógica del lenguaje. Así Wittgenstein* dice que: “La mayor parte de las cuestiones que sobre materia filosófica se han planteado y casi todas que se han hecho al respecto, no son falsas, sino sin sentido. De ahí que no podamos responder a estas cuestiones. Solo nos cabe determinar su falta de sentido. En su mayor parte, las cuestiones y proposiciones de los filósofos se deben a nuestra escasa comprensión de la lógica del lenguaje.(...) Nada tiene pues de extraño que los problemas más profundos no sean en realidad problemas” (Tractattus, op cit. parágrafo 4.003, página 51). Éste es el caballito de batalla principal con el que se vio influenciado el “Circulo de Viena” y con el cual se lanzarían a su “cruzada antimetafísica” o antifilosófica.
* Ludwig Wittgenstein Filósofo austriaco (1889-1951), ingeniero de profesión, muestra gran interés por conocer los principios matemáticos. Russell y Frege se convierten en sus principales puntos de referencia durante estos años. Wittgenstein pasó a la historia como el filósofo del lenguaje. Su obra Tractatus lógico-philosophicus presenta el lenguaje como el medio más efectivo de expresión. Para su correcto uso el filosofo propone el empleo de la lógica a priori. En esta publicación su ideología aparece directamente influida por el neopositivismo del Círculo de Viena.
[54] Carnap, Filosofía y sintaxis lógica, UNAM. pág. 13.
[55] Einstein, Notas autobiográficas, op. cit., pág. 48.
[56] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 56.
[57] El pesimismo y el misticismo siempre afloraron en los momentos difíciles de vida de Ludwig Wittgenstein. Esto no es casual; el positivismo representa una evasión a los problemas fundamentales de la filosofía, indefinición que en los momentos decisivos de la vida resulta inútil. Al sujeto no le queda más que decidirse: o trata de comprender racionalmente el mundo en que vive con un criterio objetivo y con un método adecuado o solo le queda la desesperanza ante su imposibilidad de encontrar respuestas objetivas que él mismo se ha negado; así cuando Wittgenstein estuvo como voluntario en la Primera Guerra Mundial, no se conformó con darle “significado a ciertos signos de sus proposiciones” sino que se puso a rezar “metafísicamente”, lo cual muestra la total impotencia de su filosofía en momentos decisivos en que el pensamiento se debe esforzar por comprender su entorno: “Perhaps the nearness of death, he wrote in his diary, will bring me the light of life. May god enlighten me. I am a worm, but through god I become a man. God be with me. Amen”(Kenny, Anthony, Give him genius or give him death, (New York Times Book review, Nov. 12, 1989).
Wittgenstein se acercó a los escritos de Tolstoi y los Evangelios. Esto, por supuesto, es comprensible y no desmerece en nada a Wittgenstein como persona (por cierto ejemplar en muchos sentidos) pero sí nos dice mucho acerca del carácter de su filosofía. Su pesimismo se acrecentó a partir de la Segunda Guerra Mundial. “Wittgenstein, según dijo en algunas ocasiones, tenía la convicción de que estaba condenado. Su modo de ver las cosas era tenebroso sin remedio. Los tiempos modernos eran para él una edad oscura. Su idea del desvalimiento de los seres humanos no era dispar a ciertas doctrinas de la predestinación” (Henrik Von Wright, Esquema biográfico en Ferrater Mora “las filosofías de Ludwig Wittgenstein”, Oikos-tau, Barcelona, 1965, pág. 37). Actitud que llegó al extremo de saludar el lanzamiento de la bomba atómica y renegar de la ciencia: “He even welcomed the bomb, if only the fear of it could do something to dimish the reverence with which society regarded scientific progress...The most pessimistic view, for him, was one which foresaw the triumph of sciencie and tecnology: “Sciencie and industy, and their progress, might turn of the most enduring thing in the modern world. Perhaps any especulation about a coming collapse of sciencie and industry is... nothing but a dream; perhaps sciencie and industry, having caused infinite misery in the process, will unite the world” (Kenny, Anthony, Give him genius or give him death, New York Times Book review. Sunday, Nov. 12, 1989).
[58] Einstein, Notas autobiográficas, op. cit., pág. 78.
[59] Lenin, Cuadernos filosóficos, Obras Completas, Tomo 42, Allende, México, pág. 235.
[60] Efecto Doppler: Cuando la fuente de ondas y el observador están en movimiento relativo con respecto al medio material en el cual la onda se propaga, la frecuencia de las ondas observadas es diferente de la frecuencia de las ondas emitidas por la fuente. Este fenómeno recibe el nombre de efecto Doppler en honor a su descubridor.
[61] Dynnik, Historia de la filosofía, tomo VII, Grijalbo, México, 1976, pág. 261.
[62] Einstein, ¿Por qué socialismo?, en Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949.
[63] James P. Crutchfield, J. Doyne Farmer, Norman H. Packard y Robert S. Shaw, Caos, en Orden y Caos, Prensa Científica, Barcelona, 1990, pág. 78.
[64] Rañada F., Antonio, Movimiento caótico en Orden y Caos, op. cit., pág. 68.
[65] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., págs. 175-177.
[66] Prigogine, Las leyes del caos, Crítica, Barcelona, 1999, pág. 95.
[67] citado en Eliécer Braun, Caos, fractales y cosas raras, FCE, La ciencia para todos, México, 1996, pág. 22.
[68] Sametband, M. J., Entre el caos y el orden y la complejidad, FCE, La ciencia para todos, México, 1999, pág. 38
[69] Crutchfield, J. P., op. cit., pág. 81.
[70] Braun E. op. cit., pág. 128.
[71] Sametband, M. J., Las leyes del caos, pág. 14.
[72] Imagen tomada de: Ibíd., pág. 55
[73] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 63
[74] Sametband, op. cit., pág. 73.
[75] Crutchfield, y otros, op. cit., pág. p. 68.
[76] Prigogine , op. cit., pág. 37.
[77] Ibíd. págs. 45, 102-103.
[78] Imagen tomada de: Sametband, op. cit., págs. 47, 58.
[79] Imagen tomada de: op. cit., págs. 57.
[80] Imagen tomada de: Sametband, op. cit., págs. 50.
[81] Imagen tomada de: Ibíd. pág. 65.
[82] Ibíd., pág. 66.
[83] Crutchfield, op. cit., págs. 83-85.
[84] Imagen tomada de: Ibíd. pág. 83.
[85] E. Braun, Caos, fractales y cosas raras, pág. 14.
[86] Imagen tomada de: Ibíd. pág. 25.
[87] Engels, Anti-Dühring, op. cit., págs. 39.
[88] Imagen tomada de: Braun E, op. cit., págs. 19-20.
[89] Sander, M. Leonard, Crecimiento fractal, en Orden y Caos, op. cit., pág. 99.
[90] Imagen tomada de: Ricard V. Solé, Susana C. Manrubia, Orden y caos en sistemas complejos, ediciones UPC, Barcelona, 1996, pág. 78.
[91] Vicente Talanquer, Fractus, fracta, fractal, fractales, de laberintos y espejos, La ciencia para todos, 147, México, 1996, págs. 61-62.
[92] Sametband, op. cit., pág. 31.
[93] Imagen tomada de : Sametband, op. cit., pág. 132
[94] Imagen tomada de: Ibíd. pág. 104
[95] Imagen tomada de: Sametband, op. cit., pág. 142
[96] En 1976, el físico norteamericano Mitchell Feigenbaum advirtió que cuando un sistema ordenado comienza a evolucionar caóticamente, a menudo es posible encontrar una razón específica. El ejemplo típico son los fractales, estructuras geométricas donde cada parte es una réplica del todo. El ejemplo más sencillo es un segmento de recta (elemento de partida o iniciador) que se divide en tres partes iguales. Quitamos el segmento central y unimos los dos restantes, y con cada uno de estos últimos repetimos la operación indefinidamente, hasta que el segmento original queda subdivido en segmentos cada vez más pequeños, que son una réplica del segmento.
[97] Ricard V. Solé, Orden y Caos, op. cit., pág. 71
[98] Prigogine, op. cit., pág. 36
[99] Imagen tomada de: Sametband, op. cit., pág.
[100] Prigogine, op. cit., pág. 111.
[101] Engels, Anti-Dühring, págs. 47-48.
[102] Entre el orden y el caos, la complejidad, págs. 107-108.
[103] citado en Razón y Revolución, Alan Woods, pág. 182.
[104] Prigogine, op. cit., págs. 108-109.
[105] Ibíd. pág. 113.
[106] Woods A., op. cit., pág. 27, 2ª Edición.
[107] Cf: M.Y. Han, La vida secreta de los cuantos, la nueva física, las altas tecnologías, McGrawHill, México, 1992, págs. 10-11.
[108] Ibíd. págs. 14-15.
[109] Imagen tomada de Aguilar Sahún, Guillermo, Una ojeada a la materia, CFE, La ciencia para todos; México, 2002, pág. 124.
[110] Ibíd. pág. 14.
[111] Ibíd. pág. 16.
[112] Imagen tomada de: Aguilar Sahún, op. cit., pág. 115.
[113] Woods, A., op. cit., pág. 50.
[114] Ibíd. pág. 56.
[115] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 59-60.
[116] Ibíd. pág. 62
[117] M. Y. Han, op. cit., pág. 28.
[118] imagen de la difracción de electrones en una placa fotográfica; Tomada de Aguilar Sahún, op. cit., pág. 119
[119] De la Peña, Luis, Introducción a la mecánica cuántica, Ediciones científicas universitarias, México, 1991, pág. 37.
[120] Tomada de De la Peña, op. cit., pág. 36.
[121] Clemente de la Torre, Alberto, Física cuántica para filósofos, CFE, La ciencia para todos, México, 2000, pág. 42.
[122] Tomado de De la Peña, op. cit., pág. 38.
[123] Ibíd., pág. 38.
[124] Trotsky, León, La era de la revolución permanente, Juan Pablos, México, 1976, pág. 357.
[125] Clemente de la Torre, op. cit., pág. 71.
[126] De la Peña, op. cit., pág. 750.
[127] Ibíd., pág. 750.
[128] Ibíd. pág. 150
[129] Clemente de la Torre, op. cit., pág. 115.
[130] Con el argumento de que la teoría de la evolución es solo una teoría entre otras, George W. Bush ha impulsado y patrocinado a los fanáticos religiosos ultraconservadores que intentan introducir la visión religiosa en el interior de las escuelas públicas, al igual que el grupo Provida vinculado al Yunque en nuestro país. Véase el artículo Reagan-Bush: El factor religioso de Carlos Fazio (La Jornada, 13/VI/2004)
[131] Prigogine, op. cit., pág. 84
[132] En una de sus cartas Galileo, relata que en una ocasión un clérigo respondió a un estudiante que le había mencionado las manchas que había visto en el Sol con el telescopio: “Vete a casa, hijo mío, nada se dice de manchas en la Sagrada Escritura ni en Aristóteles; la mancha está en tus ojos, no en el sol” (Dynnik, op. cit., pág. 313).
[133] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 192.
[134] Clemente de la Torre, op. cit., pág. 98)
[135] De la Peña, op. cit., pág. 749.
[136] Ibíd., pág. 753.
[137] Las leyes del caos, pág. 84.
[138] Bulbulian, S., La radiactividad; FCE, La ciencia para todos, México, 2003, pág. 42
[139] Imagen tomada de M. Y. Han.
[140] Según el empirismo estrecho del “primer Wittgenstein”: “Los hechos atómicos son independientes unos de otros” (Tractatus Lógico-philosophicus, Tecnos, Madrid, 2002, parágrafo 2.061, pág. 23) o “De la existencia o no existencia de hecho atómico no se puede inferir la existencia o no existencia de otro” (Ibíd. Parágrafo 2.062, pág. 23).
[141] Engels, Dialéctica de la naturaleza, pág. 62.
[142] Trotsky, L. La era de la revolución permanente, Juan Pablos, México, 1998, pág. 357.
[143] Bulbulian, op. cit., pág. 73.
[144] Woods, A., op. cit., pág. 109.
[145] Se supone que en sus escritos matemáticos Marx habla específicamente de la dialéctica del infinito.
[146] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., pág. 213.
[147] Sahen Hacyan, op. cit., pág., pág.128.
[148] Cf Bohigas, Joaquín, Génesis y transfiguración de las estrellas, CFE, La ciencia para todos, México, 2002, pág. 83.
[149] Cf. Shahen Hacyan, El descubrimiento del universo, CFE, La ciencia para todos, México, 2003, pág. 132.
[150] Woods, A., op. cit., pág. 25, 2ª edición.
[151] Tomado de Shaehn Hacyan, op. cit., pág. 146
[152] Cf. Bohigas, J., op. cit., pág. 133.
[153] Para los neopositivistas no puede existir otro modelo de pensamiento que no sea la lógica formal. Así Wittgenstein decía que: “El hecho de que las proposiciones de la lógica sean tautologías muestra las propiedades formales —lógicas— del lenguaje, del mundo” (Tractatus, op. cit., parágrafo 6.12, pág. 151). El pensamiento como la realidad, (por supuesto aquí realidad es lo empíricamente verificable), los “hechos atómicos”, tienen una estructura lógica. “Lo que toda figura, sea cual sea su forma, ha de tener en común con la realidad para poder figurarla —justa o falsamente— es su forma lógica, o lo que es igual: la forma de la realidad” (Ibíd. paragrafo.2.18., pág. 27). O más claramente todavía en su frase célebre: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (Ibíd. Parágrafo 5.6, pág. 146).
[154] Trotsky, L., En defensa del marxismo; Juan Pablos, México, 1976, págs. 27-28.
[155] Marx, C., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Tomo I, Siglo XXI, México, 1971, pág. 21.
[156] Jay Gould, Stephen, El pulgar del panda, Orbis, España, 1986, pág. 194.
[157] Woods, A., op. cit., págs. 19-20, 2ª edición.
[158] Cf Conferencia: Caos y materialismo dialéctico por Alan Woods, Doctor en Ciencias Pedro Miramontes y el Maestro en Ciencias Guillermo Gómez. 26/V/2004. Auditorio Alberto Barajas, Facultad de Ciencias, UNAM.
[159] Conferencia citada
[160] Lógica formal. Lógica dialéctica, Henri Lefebvre, Siglo XXI, México, 1978; pág. 214.
[161] Hegel, Fenomenología del espíritu; op. cit., pág. 8.
[162] Citado en: Woods, A., op. cit., pág. 21.
[163] Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit.
[164] León Trotsky, En defensa del marxismo, op. cit., págs. 53-54.
[165] Trotsky, La era de la revolución permanente, op. cit., págs. 43-44.