El pasado 30 de mayo fui despedida de forma injusta del restaurante Mangia e Bevi, de Barcelona. Estábamos haciendo una hoja para repartir entre los trabajadores y la gente que se acercara por el restaurante, exigiendo la readmisión, cuando me llamaEl pasado 30 de mayo fui despedida de forma injusta del restaurante Mangia e Bevi, de Barcelona. Estábamos haciendo una hoja para repartir entre los trabajadores y la gente que se acercara por el restaurante, exigiendo la readmisión, cuando me llama una compañera de la empresa para decirme que un día más tarde otro trabajador también fue despedido y que la idea del dueño es deshacerse de toda la plantilla. Nos ponemos en contacto con este trabajador para ir el mismo lunes, que era el día de cobro, para presionar en la puerta del restaurante junto a 11 compañeros, tanto estudiantes como trabajadores. Allí a este trabajador se le niega el papel del despido, alegando que se puede despedir de forma verbal y a esta trabajadora no se le pagó un céntimo de los días trabajados.

Megáfono en mano le gritamos lo que no quería ni se esperaba oír: que era un explotador, que despedía a los trabajadores de forma ilegal y además los tenía sin contrato, exigiendo que no haya ni un solo despido más y nuestra readmisión.

La prepotencia del empresario, Horacio Curto, no se hizo esperar, llama a los de seguridad y a la Policía Nacional y estos le explican que tenemos derecho a repartir una hoja. Su nerviosismo explotó el viernes siguiente cuando salió enfurecido del restaurante y escupió y empujó a uno de los despedidos. Una pareja que pasaba por ahí y con quienes estábamos hablando nos dejó sus datos para salir como testigos y además el joven le gritó en la cara a Curto, diciendo que se las tendría que ver con él en el juicio; tal era el nivel de indignación que sentíamos todos.

Todo lo que sucedía era una lección tanto para los compañeros que estábamos fuera como para los que estaban dentro. Sintieron mucho miedo, decía una compañera, pero también contaba nunca habían visto algo así y otro compañero decía que “después de ver esto me lo van a tener que pagar todo, ahora sí”. Este trabajador fue despedido al día siguiente, al exigir el pago de sus horas extras, y sólo ha cotizado un mes de los nueve que llevaba trabajando.

Eventualidad y explotación

La situación de trabajo es muy precaria, con contratos eventuales de tres meses ¡con dos de prueba! La mayoría llevan cobrando dos meses en negro. Esta es la situación de muchos miles de jóvenes.

El compañero contaba que el sábado eran tres camareros para 150 cubiertos y que sólo él tuvo que llevar 90 comensales desde las 12:00 h. a las 15:00 h. y otros tantos por la noche. A pesar de estas condiciones lo despiden sin previo aviso, sin importarle lo más mínimo que este trabajador tiene una familia que alimentar, dependiendo sólo de su salario.

Pudimos comprobar la solidaridad de la gente que, al coger nuestra hoja, no entraba en el restaurante. También el apoyo de los jóvenes que se acercaron a nosotros y nos decían cosas como: “Hombre, nos habéis dado la nochecita, pero estas cosas hay que hacerlas” o se ponían a corear con nosotros las consignas. También destacar a las trabajadoras de los cines, que además de vender las entradas informaban que estábamos en lucha y luego vinieron a contarnos su situación laboral y a preguntarnos qué podían hacer. Hay miles de ejemplos que podríamos contar y que no olvidaremos como cuando nos íbamos el viernes por la noche gritábamos “hasta mañana, explotador” y unos jóvenes nos aplaudían, o cuando uno de los responsables de cocina, que hacía de guardián en la puerta, se acercó a dos jóvenes para desmentir lo que estábamos diciendo y uno le gritó: “sí, sí… pero paga lo que debes”.

Hoy ha sido reconocido el despido improcedente. Nuestras ideas, nuestra unión, nuestra fuerza le demostró que no estábamos dispuestos a permitir que pisoteara nuestros derechos. Hoy, con esta victoria fresca en la mano, concluimos una vez más que la lucha es la mejor garantía para defender nuestros derechos, tenemos que organizarnos y conseguir que en cada lugar de trabajo haya delegados combativos que defiendan nuestros intereses.

Erica Zeitz y Mauro Spanu

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